Vivencias de los judíos en Coro en el siglo XIX

El adviento de la revolución francesa, en el siglo XVIII, cambiará profundamente el estado de las cosas para las comunidades judías asentadas en las Antillas Holandesas y ello dará pie a una nueva diáspora con un destino, la Tierra Firme. Con dicho acontecimiento ocurre una reacción antimonárquica en Holanda que proclama la república de Batavia y ello trae como consecuencia acciones hostiles o amenazas de parte de franceses e ingleses, los cuales participan de una guerra de escala mundial. La flota holandesa, inmovilizada en un río por efecto del congelamiento, se rendirá a un pelotón de caballería francés sin llegar a disparar un tiro.

Los ingleses en Curazao interfieren con el comercio establecido y ello empuja una migración judía hacia otros destinos más atractivos. En Venezuela, los judíos se suman a las fuerzas patriotas y combaten en diferentes escenarios además de suministrarles armas y municiones. Pronto, uno de ellos, David Hoheb, recibirá la nacionalidad colombiana de manos de Simón Bolívar, tal vez el primero en toda Hispanoamérica y en forma abierta se incorpora a la vida de las nuevas naciones. Para 1835 y de acuerdo con la profesora Elina Lovera Reyes, conviven en Coro 29 inmigrantes judíos, siendo uno médico, otro carpintero, un marinero y 26 comerciantes la mayoría del sexo masculino.

Coro: Entre cardones y tunas
En pocos años, no más de treinta judíos sefardíes hicieron un impacto determinante en la vida de Coro. Claro está ello tiene que ver con el decreto sobre Libertad de conciencia y de cultos promulgado para la República de 1823, lo cual facilitó la inmigración hebrea.Su rápido despliegue se explica por las condiciones de vacío generadas por la guerra y el desorden inevitable que afecta las redes de comercialización. No obstante, los intereses creados desafectos a los judíos no se limitarán a procurar apoyos en el Congreso de la Repú-blica y en otro plano de cosas para ablandar en forma negativa a la opinión pública de Coro, comienzan a circular pasquines difamatorios e incendiarios dirigidos totalmente contra los judíos. El primero y citamos la obra del rabino Isidoro Aizenberg, se pronuncia de la siguiente manera: «Se dan plazo de ocho días a más tardar para que los holandeses salgan del país, ya que sí así no lo hacen, todos serán degollados». Otra nota refiere: «Judíos, él os dice: Morir o irse de Coro». Obviamente esto produce una aceleración de las bajas pasiones y, aunque algún judío es golpeado, no ocurre ninguna baja que lamentar. A ello sigue otro pasquín propagandístico que establece: «No se admiren ustedes de lo que ha sucedido anoche con los judíos, pues éramos resueltos a hacerlos salir dentro de ocho días, o matarlos todos porque ya se han hecho dueños del comercio y del dinero, y lo peor es que hacen irrición de nuestra religión y de todos los santos de la iglesia, en las procesiones y los rosarios: aconsejamos a los judíos que se vayan ya que los matamos». Lo más probable es que tanto sacerdotes como comerciantes se confabularan para producir esta incendiaria propaganda contra lo que podían percibir como un enemigo común. El hostigamiento continuó y de allí otra proclama establecía: «Circular a los hebreos: no es posible ya sufriros por más tiempo en nuestro pueblo.. debéis salir o resolveros a morir: treinta vecinos de esta ciudad y sus campos nos hemos reunido esta noche para daros este último aviso: somos solamente la vanguardia del ejército de la Fe que se ha alistado contra vosotros; bastante sufrimiento hemos tenido y bastantes avisos os hemos dado. No haremos ya más bulla, sólo conoceréis los efectos de nuestro furor por los golpes maestros que daremos sobre vos y vuestras propiedades. Vuestros enemigos. Los Corianos”. A este planteamiento le siguió uno que justificaba la acción punitiva contra los judíos: «No es justo que una provincia libre se halle en el estado más lamentable de penuria por unos golosos extranjeros, que se presentan con una sed insaciable de tesoro.. y además condenan a nuestro Cristo».

Impresiona que con toda esta preparación para la muerte segura de los inmigrantes judíos ninguno haya sido maltratado o muerto. Todo regresó a su normal desenvolvimiento y los judíos por lo pronto ya no fueron molestados. Se hicieron poderosos hasta el punto de financiar en ocasiones al gobierno local desamparado de recursos por el gobierno central. Progresivamente más judíos arriban a nuestras costas y mantienen una preferencia por Coro como destino, la ciudad más cercana a Curazao. Allí se inaugura el primer cementerio judío de Hispanoamérica.

No obstante este clima benigno para la coexistencia de personas con distintos colores y religiones, siempre se movían fuerzas ocultas dispuestas a darle un golpe de gracia al grupo de comerciantes judíos que entonces ya habían adquirido visibilidad. Este se manifiesta en forma contundente cuando los judíos rechazan una exigencia del gobierno local de aportar recursos para un ejército particular al mando de general Juan Crisóstomo Falcón. Este militar había adquirido fama por su actuación en las continuas guerras que afectaban el país y obviamente no sería de su agrado pasar de jefe de un batallón de trescientos hombres a mero jefe civil con veinticinco hombres a su disposición.

Nuevamente se conjugan las distintas fuerzas en el escenario para montar una obra trágica en contra de los judíos. Quizás esto era inevitable debido a la visibilidad del grupo que se había destacado con tanta contundencia en el papel de comerciantes. El hecho concreto es la negativa judía de aportar recursos y ser extorsionados para sostener a la milicia local, préstamos que hasta entonces, 1855, en previas ocasiones no fueron cancelados oportunamente.

La segunda arremetida
De nuevo circulan pasquines inflamatorios, durante un lapso de diez días, para preparar a la turba para la tarea de destruir a los judíos. Dentro de la lógica de causa y efecto era de esperar que ello ocurriera. Claro está que los ejecutores de esta estrategia hicieron lo posible para esconder sus huellas, sólo cabe especular al respecto.

Un primer libelo contrario a los judíos reveló como pregunta: «¿No hay en esa ciudad un comercio que ayude al gobierno facilitando fondos para racionar la guarnición… ¿No teme ese comercio quedar expuesto a las contingencias que puede traer una circunstancia tan escandalosa y única en su especie?…» En otras palabras el «comercio» es sinónimo de los «comerciantes judíos» y la implicación de la segunda pregunta es que a ese mismo comercio la hubiera convenido seguir pagando las raciones para su propia protección. En esta preparación para la escena deseada por algunos se plantea como manifiesto lo siguiente: «Vuestras inauditas acciones que habéis cometido os han hecho acreedor a la muerte. Os habla una familia admirada hace mucho tiempo por vos, y que se encuentra en la miseria más espantosa por vos, hijos sin humanidad. Tened presente que sí algún día, que no está muy lejos, os sucede algún mal registrad vuestra y os encontraréis a esta familia que yace en la miseria por vos judíos. Ella ansiaba el momento de la venganza. Mueran los judíos». Todo esto se iba precipitando de acuerdo con lo que escribe uno a quien se le perseguía sin tener «que lamentar hasta ahora otra desgracia que la consternación de nuestras familias, y consiguientemente la inquietud y congoja de nuestros ánimos por el riesgo eminente que nos amenaza».

Para caldear los ánimos se afirma: «En todas las naciones son mirados los judíos como la hez y el oprobio del género humano. Unos pueblos los han expulsado y prohibido la entrada: otros les han destinado un barrio aparte, de cuyos angostos límites no pueden pasar. Las falsas religiones, como la verdadera, les tienen horror, y el nombre de judío es una injuria». La campaña de sensibilización no tiene descanso y prontamente se logran resultados concretos. En esta preparación se afirma: «Mueran los judíos y viva su dinero. ¡Viva el gobierno! ¡Viva el general Falcón! ¡Viva el pueblo soberano!» No existiendo oficialmente fuerzas para guardar el orden público, los judíos fueron abastecidos por el general Falcón con algunos fusiles para su autoprotección; pero, al ser examinados, estos resultaron estar cargados solamente con tierra.

Ante estas agresiones oral y escritas, los judíos exigieron del Gobernador que custodiara sus vidas y se les contestó que carecían de las «garantías de que debían estar asistidos». Dada esta respuesta, no es de extrañar que se iniciara un éxodo hacia Curazao, ello facilitado por la presencia de buques de guerra holandeses. Un último panfleto registra: «Con gran júbilo de nuestro corazón vemos hoy a nuestro suelo libre de los opresores que lo conducían a su total destrucción. Los judíos han sido expulsados de él por el pueblo». Este libelo afirmaba que la expulsión había sido lograda no obstante la vigilancia de las autoridades y especialmente del general Falcón. A Curazao llegaron «256 personas, de ellas 168 judíos y 88 esclavos».

El nuevo exilio
Una vez en Curazao los judíos presentan un libelo ante las autoridades holandesas exigiendo una pronta solución a su infortunio. En dicho memorándum plantean una apelación a la asistencia del gobierno de Holanda «para resolver el problema» que los acongojaba. Afirmaban haber sido arrojados de un país que los invitó a gozar de los fueros y derechos que ofrecía su constitución. Nunca quebraron la ley ni podían ser acusados de infracción en su conducta pública o privada. Nunca desacataron a la autoridad ni tomaron parte en los disturbios que afectaba al país, ni faltaron en ningún caso al respeto a su religión ni a sus usos y costumbres. Rechazaban las acusaciones de monopolistas y la imputación de que no querían prestar dineros adicionales, los cuales el mismo gobierno nacional no quería garantizar. En el reclamo se decía que el pueblo de Coro no tuvo ninguna responsabilidad en estos casos y que más bien merece aprecio por su honestidad, laboriosidad y por las generosas demostraciones que tuvo con los firmantes en las horas de su infortunio. Tampoco fue responsable el gobierno nacional. La responsabilidad por los disturbios recae sobre las autoridades civiles y militares, el Gobernador y el jefe de armas. Estos planearon los disturbios, distribuyeron los pasquines y libelos que excitaron las emociones del pueblo, encabezados por una turba de empleados militares y otros agentes que ejecutaron el crimen, disfrazándose bajo la pretensión de que el pueblo cargara con la responsabilidad de los desórdenes. El general Falcón se había ausentado durante el 3 de febrero, cuando más hacía falta la presencia de su autoridad en la prevención de delitos adicionales; además había proferido palabras excitantes contra los damnificados. El Gobernador alegó en todo momento que no podía ofrecer mayor protección ni garantía. Su excusa: la falta de dinero que no proporcionó el comercio para pagar las raciones militares. Tampoco tomó medida alguna para evitar la continua distribución de los pasquines y libelos. El texto finaliza diciendo: «El gobierno venezolano deberá indemnizar a los súbditos judeo-holandeses por todos los daños y castigar a los culpables de los disturbios».
Este pasquín circula en Venezuela y el Consulado General de Holanda denunció los sucesos de Coro ante el Poder Ejecutivo «al pedirle prontas y eficaces medidas que hicieran respetar las leyes, como lo exigían la dignidad del Gobierno y la protección debida de los extranjeros; sugiriendo… el remplazo del Gobernador y del comandante de armas de provincia, a quienes consideraba, si no autores, al menos cómplices del motín. Pretendió igualmente que se eligiera un nuevo juez encargado de instruir la causa correspondiente».

La reacción del gobierno de Venezuela fue tal que «cualquiera que fuese la naturaleza de los hechos y la condición de las personas complicadas en ellos, no debía tenerse el recurso del [Cónsul General] como una demanda internacional, por ser principio bien conocido del derecho público, el que establece la necesidad de que en estos casos proceda una sentencia judicial irrevocable. Sólo después que se hubiese denegado justicia a los holandeses en los tribunales encargados de administrarla, creía el despacho de Relaciones Exteriores llegada la hora de ocurrir la vía diplomática». Ante tal actitud, el gobierno de Curazao reaccionó enviando una flotilla a las costas venezolanas con el propósito de forzar una solución al conflicto. Entre otras cosas se aspiraba a un saludo a la bandera de Holanda y cañonear al puerto de La Guaira en caso de que no hubiera una reacción positiva. Esto formaba parte de la estrategia holandesa en cuanto a las islas de Aves, magnífico depósito de guano que entonces se requería urgentemente en Europa. Acción similar cometió España en contra del Perú. No se tomaron acciones mayores dado que el Cónsul General instruyó a la autoridad de la flota mantenerse al margen dada la oferta de buenos oficios por parte de otras potencias representadas en Venezuela. A pesar de la evidencia presentada por el general Falcón no se logró un resultado concreto y se mantuvo que prestó «todos los auxilios que pudo, no sólo velando el mismo personalmente, sino también haciendo uso de su prestigio en beneficio del orden y seguridad de los israelitas, y conduciéndose siempre como un empleado y un ciudadano celoso del cumplimiento de su deber. No se accedió, pues, a lo pedido».

El caso se estancó y vino a darse el hecho de que dos judíos que todavía se encontraban dentro del territorio venezolano sorpresivamente formaron parte de un pasquín que los acusaba de propagar el cólera. Los judíos siguieron presionando; pero, pasarían tres años en el exilio curazoleño antes de regresar a Tierra Firme y rescatar sus propiedades. Entre otras cosas los afectados fueron indemnizados de parte de sus pérdidas y daños que tuvieron lugar.

No es difícil crear un clima negativo de opinión pública en una comunidad. Para ello se requiere de estimular las más bajas pasiones tal como ocurrió en Coro. Citando a la profesora Blanca De Lima, encontramos a un sacerdote escribiendo, en otra ocasión de inflamatorio y abierto antisemitismo en 1900 que, dado su estado es, «por ende enemigo del judío y no concibo al cristianismo que confunde en unos mismos labios la oración religiosa y el beso de judas». Es de resaltar que este escrito u otros tuvieron poca, más bien ninguna, acogida entre la población.

Los judíos se reinsertan en la vida de Coro una vez que regresan de Curazao. Se casan y tienen hijos con la población y poco a poco adquieren las maneras y usos de los nativos. El cementerio judío se llena de angelitos reflejo de un uso católico y pareciera que se estableciera la plena armonía. Los hebreos ganan dinero y lo reinvierten generando puestos de trabajo productivos para la población. Con el final del siglo aportan al capital del ferrocarril La Vela-Coro. No levantan una sinagoga a fin de evitar una reacción negativa innecesaria dado el marcado catolicismo de la ciudad. Como lo señala el doctor Isaac C. Emmanuel, la familia Senior presta su casa para un oratorio. Como es de esperar, con el tiempo los hebreos pierden su judaísmo. Son partícipes de la vida de Coro y forman parte de las tres logias masónicas de Coro.

Es de notar que durante estos años se acentúa el conflicto entre Holanda y Venezuela acerca de la posesión de las islas de Aves. De mutuo acuerdo se escoge a la reina de España para que arbitre la disputa. Posiblemente los holandeses aceptaron dicha candidata y consideraron que sus intereses serían beneficiados con una sentencia en contra de Venezuela, ello consecuencia de la experiencia de rebeldía de este país durante la independencia. Mas este no fue el caso, dado que la reina española sentenció a favor de Venezuela. Los holandeses perderían el interés por estas islas una vez que se descubre la manera de producir abono inorgánico en Europa.

El hijo del coronel Carlos Navarro, gobernador de Coro al tiempo de que ocurrieron los hechos de 1855, escribiría acerca del general Falcón que este fue «promotor, actor y fomentador de aquel atentado» y que la autoridad máxima creída «de que todos los hechos de armas ocurridos en Coro eran obra expresa de… Falcón, teníale mucho miedo, temiendo disgustarle y que por ese motivo conspirase».

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Este texto es fragmento de un trabajo más amplio del autor, denominado Vivencias de los judíos en su tránsito y su posterior asentamiento en Coro en el Siglo XIX.