UNA CANCIÓN SEFARDÍ de Rodas y una alboreá gitana andaluza, Por José Manuel Pedrosa

Por José Manuel Pedrosa

En el año 1932, el folclorista y músico sefardí Alberto Hemsi recogió, en la comunidad sefardí de Rodas, la siguiente canción:

La cara dexí en el campo,

me se hinchó llena de ruda.

¡Bindicha sea tu madre

que te parió tan sesuda!

La cara dexí en el campo,

me se hinchó llena de rosa.

¡Bindicha sea tu madre

que te parió tan hermosa!

La cara dexí en el campo,

me se hinchó llena de flor.

¡Maldicha sea tu madre

que te parió con amor!

La cara dexí en el campo,

me se hinchó llena de arena.

¡Maldicha sea tu madre

que te parió tan morena1!

Es esta una canción sumamente curiosa por varias razones: en primer lugar, porque se trata de una versión tan singular en la tradición judeo-española que no se tiene noticia de su recolección de labios de otras personas sefardíes ni antes ni después de que la documentase Alberto Hemsi en Rodas; en segundo lugar, porque una de sus estrofas constituye un paralelo indudable de una canción que, en España, solo se ha podido documentar como alboreá o canción de bodas entre los gitanos de la Andalucía suroccidental; y, en tercer lugar, porque resulta muy difícil imaginar por qué cauces pudo esta cancioncilla llegar desde la tradición gitana de Andalucía hasta la lejana isla de Rodas, sobre todo si se tiene en cuenta que las alboreás o epitalamios gitanos constituyen un repertorio que ha sido siempre guardado de forma muy celosa y hermética por sus depositarios y transmisores, quienes hasta hoy han impedido que personas que no sean de su etnia asistan a sus ritos de boda, y que muy pocas veces han consentido en cantar este tipo de repertorio lírico en contextos distintos de los de sus ceremonias matrimoniales.

Si analizamos la versión publicada en 1882 por Francisco Rodríguez Marín, Tendí er pañuelo ‘n er prao y me se yenó de rosas.

¡Bendita sea la mare

que te parió tan jermosa2!,

o la dada a conocer en 1989 por Luis Suárez

Ávila:

Tendí el pañuelo en el prao

y se me llenó de rosas.

¡Bendita sea la madre

que te parió tan hermosa3!,

No nos será difícil comprobar que las similitudes

de esta alboreá gitana con la segunda

estrofa de la canción sefardí son tan extraordinarias

(los dos últimos versos son literalmente

casi idénticos4) como sugerentes:

La cara dexí en el campo,

me se hinchó llena de rosa.

¡Bindicha sea tu madre

que te parió tan hermosa!

Las otras tres estrofas de la canción sefardí se nos revelan, a la luz del parentesco innegable entre su segunda estrofa y la letra de alboreá andaluza, como un desarrollo paralelístico que, partiendo de las fórmulas importadas del solar español, ha acabado generando nuevas estrofas, de coherencia significativa y acabado simbólico quizá no tan feliz como el de la estrofa que parece ser la matriz de todas ellas. Así, la poco afortunada rima “ruda”/”sesuda”, o la poco comprensible maldición que sustituye a la bendición en las dos últimas estrofas sefardíes, no pueden considerarse rasgos poéticos de extremo refinamiento:

La cara dexí en el campo,

me se hinchó llena de ruda.

¡Bindicha sea tu madre

que te parió tan sesuda!

La cara dexí en el campo,

me se hinchó llena de flor.

¡Maldicha sea tu madre

que te parió con amor!

La cara dexí en el campo,

me se hinchó llena de arena.

¡Maldicha sea tu madre

que te parió tan morena!

Nuestra carencia de datos y de conocimientos sobre la época, los cauces y los modos de importación de la alboreá gitana andaluza al Oriente sefardí nos impide datar con precisión la generación de estas estrofas. Su falta de paralelos españoles, y la documentación abundante de desarrollos paralelísticos similares en el repertorio judeo-español, sugiere, en cualquier caso, que el proceso pudo tener lugar, quizás en el siglo XIX o a comienzos del XX (porque de ninguna de estas canciones hay documentación antigua, ni su estilo parece ser en absoluto arcaico)5 en el solar sefardí que dio acogida a la canción. Allí debió desarrollarse, una vez más, un tipo de ampliación paralelística que –utilizando palabras de Manuel Alvar-, «se da por una clara tendencia hacia las estructuras repetitivas »6 bien atestiguada en la tradición sefardí.

Resulta sumamente interesante comprobar, por otro lado, cómo, al pasar de la tradición ajoandaluza a la sefardí de Oriente, ha sido inevitable que el poema experimentase cambios muy sustanciales no solo en su textura formal, sino también en su configuración simbólica y funcional.

En efecto, la alboreá andaluza se hallaba impregnada de un tipo de simbolismo erótico y se entonaba en circunstancias rituales que se han modificado radicalmente en su nuevo escenario sefardí. La alusión al pañuelo tendido en el prado y súbitamente lleno de rosas en la canción andaluza es una alusión metafórica, totalmente obvia, al rito de desfloración de la novia que se practica tradicionalmente en las bodas gitanas:

Una gitana

vieja y experta, la

torera o matadora,

en la madrugada

de la boda, desflora

a la novia con un

pañuelo blanco,

convenientemente

doblado, que, al

desplegarse, da las

señas de la virginidad

de la desposada

en tres manchas

sanguinolientas,

tal cual tres rosas.

Cuando se muestra el pañuelo extendido a la concurrencia, estalla el júbilo de la comunidad gitana. «¡Esta es la honra de los gitanos! ¡Coronarla, coronarla, que se lo merece!», exclaman. Es el momento en que se entona y se baila la alboreá; es el momento en que se coge en volandas a la novia y se le vitorea; se cuelgan al cuello las toronjas y se le arrojan almendras confitadas en cantidades verdaderamente industriales; es el momento en que, entonado por el ritmo «¡Olé! ¡Olé! ¡Olé!» y el «¡Yeili! ¡Yeili! ¡Yeili!», un especialista comienza el canto solemne de un romance viejo, pero quizás no tan antiguo como el mismo rito; es el momento en que los asistentes entran como en trance, se rajan las camisas y gritan de pura alegría.

La fiesta durará, luego, varios, y a veces, hasta nueve días7. Otras alboreás gitanas andaluzas insisten en el tópico de las rosas simbolizadoras del himen femenino que hacen su aparición en el prado (es decir, en el pañuelo con que se desvirga a la novia), y, en ocasiones, también en el de la madre o mujer vieja que debe realizar y certificar la liquidación ritual de la virginidad de la novia:

¡Bendita la mare

que tiê que diñá,

compañerita -rosita y mosquetapor

la madrugâ8!

Dichosa la mare

que tiene que dá

rosas y mosquetas

por la madrugá.

Este pañolito blanco

que amanece sin señá,

antes que amanezca el día

de rosas se ha de colmá.

En un verde prado

tendí mi pañuelo;

nacieron tres rosas

como tres luceros 9.

El propio Federico García Lorca, en el impresionante romance de Thamar y Amnón de su Romancero gitano, sobreponía estos motivos tan específicamente gitanos a la escena de la violación de Thamar por su hermano:

Alrededor de Thamar

gritan vírgenes gitanas

y otras recogen las gotas

de su flor martirizada.

Paños blancos enrojecen

en las alcobas cerradas.

Rumores de tibia aurora

pámpanos y peces cambian10.

El total desconocimiento de este tipo de prácticas y de ritos nupciales en la tradición sefardí debió obligar a reestructurar por completo el trasfondo simbólico de la alboreá importada de España. La inevitable pérdida de sus alusiones eróticas y la modificación radical de su circunstancialidad ritual, en un mundo, el sefardí, ajeno por completo a ellas, se vieron de algún modo compensadas por el desarrollo de otras tres estrofas paralelísticas que, aun manteniendo (al menos en lo formulístico) un vínculo poético sutil e inconfundible con la tradición andaluza matriz, han generado, en la lejana Rodas, una canción dotada de una personalidad original, diferente y, sobre todo, castizamente sefardí.

Constatamos así, una vez más, cómo la tradición lírica judeoespañola ha mantenido, hasta épocas relativamente recientes –porque la recolección y la poética de todas estas canciones apuntan hacia una tradición no muy antigua–, vínculos insólitamente estrechos y profundos con el repertorio lírico español. El misterio y el hermetismo que tradicionalmente han rodeado a los ritos y a los cantos nupciales de los gitanos españoles no han sido, como se puede apreciar, obstáculos suficientes para que los sefardíes no hayan podido beber, también, de esta veta escondida y difícil de la tradición hispana.