SÁBATO: ADMIRADOR DEL PUEBLO JUDÍO E ISRAEL

Mario Eduardo Cohen

Bailar sobre las cenizas

«…Para lo que suponen que el alfabeto y la ciencia hacen mejor al ser humano y traen remedio a todos los males físicos y metafísicos, será siempre educativo recordar que el crimen más monstruoso que registra la historia se cometió en el país que, en la década del 30 al 40, era el más adelantado del mundo».Esto decía, en 1960, Ernesto Sabato en el párrafo inicial de su recordado artículo Soberanía para carniceros, donde reivindicaba el derecho de Israel de juzgar al criminal nazi Adolf Ei-chmann, en contra de casi toda la opinión pública de la época. Y continuaba: «Aquí está en juego otra soberanía, y es la del ser humano, el supremo derecho de justicia cuando hay de por medio una masacre y la tortura de un pueblo» (1). En este párrafo, Sábato se adelantaba en varias décadas a los modernísimos conceptos de justicia universal, que son tapa de los diarios de nuestros días. Un dato a tener en cuenta es que la misma noche que escribía estas líneas recibió amenazas de muerte por parte de los grupos nazis argentinos.

Sábato comparte con Jorge Luis Borges el hecho de haber sido admiradores de la cultura judía y de la sefardí en particular. Maravillado frente a la reacción de este «misterioso pueblo [judío] de volver a reír y bailar sobre las cenizas del último pogromo», comentaba: «Ese pueblo que ha sufrido los peores horrores y que ha dado la humanidad entera uno de los conjuntos más asombrosos de genios a la ciencia, en el pensamiento filosófico, en las artes y en la religión». Y agregaba: «El destino enigmático y sobrenatural del pueblo judío es la causa de mi fascinación por él». Como curiosidad, cabe señalar que los estudiosos de la Cabalá encuentran en el personaje de Fernando Vidal Olmo el famoso «árbol de la vida». A lo que hay que agregar varios personajes judíos en sus novelas.

Memorables páginas dedicó Sábato a luchar contra el prejuicio antisemita. Al respecto recuerda las incoherencias del pensamiento antijudío: «El antisemita dirá sucesivamente –y aun simultáneamente– que el judío es banquero y bolchevique, avaro y dispendioso, limitado en su gueto y metido en todas partes. Es claro que en esas condiciones el judío no tiene escapatoria: cualquier cosa que diga, haga o piense caerá en la jurisdicción del antisemitismo»; luego profundiza sobre las consecuencias de este sentimiento: «Bastaron unos cuantos gritos bien seleccionados por los teóricos de Hitler para movilizar a millones de ciudadanos en el país más instruido del mundo».

En otra conferencia confirmaba el derecho del pueblo judío a tener un Estado: «Hay que partir de una base irreversible: el pueblo judío tiene derecho definitivo a tener su Estado de Israel. Este es un hecho indiscutible.(…) El pueblo judío tiene ese derecho: lo ha ganado con sangre, sudor y lágrimas» y agregaba res-pecto a la vida en las colonias colectivas: «La ex-periencia del kibutz es el experimento más tras-cendental que ha emprendido la humanidad».

Sábato fue un defensor de la creación del Estado de Israel, que le otorgó, en 1989, su máximo galardón, el Premio Jerusalén. Señala-ba al respecto en un reportaje en 1969: «Cuando llegamos a Jerusalén era de noche y a Matilde (su esposa) se le empezaron a caer lágrimas y yo mismo, confieso, tenía la garganta anu-dada». Y una anécdota que quedó para el re-cuerdo colorido de ese viaje: «Hay tres Sábatos en la guía telefónica de Jerusalén: ¿será que mi fascinación por el pueblo judío es ancestral? Paseando con Matilde por la Ciudad Vieja, entré en un comercio a comprar baratijas: el dueño –vaya casualidad– se llamaba Sábato». En una conferencia se preguntaba retóricamente: «¿Es mucho pedirle a la esperanza humana que escuche la utopía de Teodoro Herzl, aquel generoso y noble poeta de la política?». También defendió con vehemencia, en los últimos años, el derecho de los palestinos a tener su Estado nacional.

Salvando las distancias y los tiempos, don Ernesto fue una especie de profeta en el va-liente territorio de quienes ponían freno a la corrupción de la época. Los profetas bíblicos eran avanzados en promover la justicia y la ética. Es significativo que la historia universal no recuerde tanto a los gobernantes de aquel entonces como a los profetas que marcaron el rumbo moral. En nuestro caso, el pensamien-to ético de la sociedad tuvo su vocero en don Ernesto Sábato.