Marroquíes en Israel y Venezuela: algunas reflexiones sobre IDENTIDADES sionistas globales

Aviad Moreno

En estos días, apenas unos cuantos miles de habitantes judíos permanecen en Marruecos, el cual había sido el centro más grande de la vida hebrea en el mundo musulmán para el año de 1948, en vísperas de la creación del Estado de Israel. La mayoría de los casi 250 mil judíos que residían en Marruecos hicieron de Israel su nuevo hogar entre los años 50 y 60, aunque otros emigraron hacia las Américas y Europa. Estas olas de gente a Israel son consideradas puntos de inflexión en los anales de la historia étnica local, particularmente en el contexto del renacimiento identitario que allí se dio entre los años 70 y 80. Este resurgir es considerado una contraaculturación ante la tendencia hegemónica askenazí y eurocéntrica que imperó en Israel durante los años de formación de la nación.

Desde los primeros años de la estatidad de Israel, las ortodoxias académicas y populares, que hablaban de las motivaciones subyacentes en la inmigración de los judíos marroquíes y de otras tierras musulmanas, se habían concentrado a exaltar el papel del Estado de Israel como «redentor» de estos, que fueron salvados de sociedades «atrasadas y hostiles» (valga decir, no occidentalizadas y antisionistas). Al traerlos a su «patria», se les daba la oportunidad a estos judíos de emprender un proceso de modernización anhelado, aunque lento y complejo. En algunos casos, las agencias sionistas dominadas por los askenazíes se asumían responsables de rejuvenecer los conceptos premodernos del sionismo «tradicional religioso».

En contraparte, a partir de la presencia de investigadores revisionistas en los años 70 y del discurso público se describieron a los judíos de los países árabes y musulmanes como víctimas de la empresa sionista que, en sus intenciones de redimirlos, supuestamente los desarraigó de sus ambientes «orientales». En consecuencia, ha emergido la noción de que el preponderancia de un sionismo dominado por los askenazíes en Israel ha silenciado y trasmutado las identidades «auténticas» de marroquíes, iraquíes, yemenitas y de otros orígenes mesoorientales, lo que ha generado que estas minorías adopten en común una visión negativa hacia sus antecedentes en tierras árabes. Especialmente, llama la atención la tendencia consciente o inconsciente de una serie de académicos revisionistas de adosar el mote de mizrajim (literalmente, orientales) a los inmigrantes de Marruecos, que históricamente han sido identificados como ma’aravim (occidentales, es decir, judíos del occidente musulmán), lo que es reflejo de algunos ecos de las percepciones eurocéntricas que permanentemente dominan el discurso étnico en Israel. Por medio de esta terminología, Marruecos y sus inmigrantes representan el Oriente en contraposición a la sociedad occidental y askenazí de Israel.

El estudio políticamente prejuiciado de la inmigración judía de Marruecos y de otros territorios musulmanes a Israel solapa otros casos de corrientes humanas a otros destinos, tanto de antes como después de la creación del Estado de Israel. Según esta noción consensuada es que la ruta de las migraciones se abrió a estas poblaciones judías solo con el establecimiento de ese país. Por otro lado, algunas «tradiciones étnicas marroquíes» substanciales, junto con otras identidades mesoorientales, han evolucionado entre comunidades de emigrantes en todo el mundo, tanto antes como después de 1948, como la emigración general hacia el Occidente, tanto a Francia, Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina, la Península Ibérica y a otras localidades.

En el siglo XIX, Venezuela había atraído trabajadores judíos de Marruecos en la conformación de una sociedad multiétnica y su atractivo se acentuó y se hizo más pronunciado a partir de 1945, en el contexto de una política de puertas abiertas a la inmigración en este país rico en petróleo. En ciertos años durante la mitad del siglo XX, los judíos de varias ciudades y pueblos del norte de Marruecos, principalmente, prefirieron Venezuela antes que Israel. Particularmente, la nación suramericana atrajo solo judíos y no a los musulmanes de Marruecos, a diferencia de los casos como Francia, Canadá o España. Una amplia proporción de aquellos que eligieron Venezuela como su nuevo hogar entre los años 50 y 60, optaron allí por la preservación de una identidad étnica tradicional y en ocasiones sionista, tanto al principio como después de su desplazamiento al país. Ante la ausencia de marroquíes musulmanes en la nación sudamericana (al igual que en Israel), los inmigrantes de los años 70 en Venezuela han conservado la herencia de su pasado colectivo en Marruecos, acentuando con determinación los aspectos judíos de sus vidas allá. Esto se hizo a pesar de un prominente discurso sionista, que exaltaba la armonía, y una identificación fuerte con Israel, que sirve de punto de unión a toda la sociedad judía multiétnica del país.

Tras la independencia de Israel, la comunidad marroquí de Venezuela, compuesta principalmente por varios miles de judíos hispanohablantes del norte de Marruecos, dominada por España, constituye la mayoría de los sefardíes locales y una importante porción de la comunidad judía general. Ya que los marroquíes se desplazaron de un ambiente colonial hispánico a otro con la misma lengua, pero gentil, se suscitó una movilidad socioeconómica, caracterizada por la asimilación a ese entorno, mucho menos rígida que la que se daba en Israel.

Los inmigrantes judíos del norte de Marruecos tenían otra ventaja sobre otros grupos extranjeros que llegaban, fuesen judíos o no: habían establecido unas redes parentales, comerciales y comunitarias que facilitaron la absorción a las elites políticas y económicas locales después de 1945. Como consecuencia, los marroquíes eran igual de importantes en la conformación de una visión sionista compartida en la comunidad local, tal como lo atestigua la publicación vocera de la comunidad sefardí, Maguén-Escudo, que se edita desde 1970.

La inmigración marroquí a Venezuela desafía la taxonomía común que se aplica a las migraciones globales de judíos a las Américas y Europa y contradice la que se dirigió a Israel, por cuenta del sionismo, en el que cuentan criterios étnicos desde 1948. Al igual que en Tierra Santa, la inmigración a Venezuela proveniente de Marruecos estaba compuesta solo por judíos; pero, esta no estaba basada en ninguna agencia estatal que forzara o facilitara a los de esta religión a establecerse en ese país sobre la base de la conformación de una identidad étnica única. Este caso genera preguntas de por qué Venezuela, país que no tenía relaciones bilaterales con Marruecos, se hizo uno de los destinos más atractivos para los judíos en vez de Israel y, sobre todo, por qué los judíos marroquíes adoptaron una posición moderna proisraelí, incluso sin su aculturación predeterminada en pos de un crisol judío eurocéntrico.

Las redes étnicas emergentes generaron fac-tores sociales y de identidad que convirtieron a Venezuela, de entre toda la docena de países del mundo hispanohablante, en el destino central de los judíos de la región de Marruecos dominada por España. Este atractivo permitió a algunos judíos «tradicionalistas», así como a los sionistas –incluso aquellos que rechazaron la emigración a ese país antes del año 1948– escoger posteriormente este destino para hacer sus vidas. Estas redes de carácter étnico forjadas entre los inmigrantes, a menudo como parte de una urdimbre transregional, permi-tía lazos con los que se habían quedado en el país, los judíos marroquíes en todo el mundo y también con los de Israel.

A principios de los setenta, Venezuela era un miembro prominente de la Federación Sefaradí Latinoamericana, una organización continental, afiliada a la Organización Sionista Mundial. En este marco, los judíos marroquíes de Venezuela trabajaron al lado de sus pares sabras para reforzar la conciencia tanto sefardí como sionista en el contexto del conflicto étnico en Israel.

Este caso nos lleva a reformular estrictamente conceptos binarios como los elementos «occidentalizados» de las comunidades judías en tierras musulmanas que eran proclives a Occidente, los judíos «mizrajíes tradicionales» victimizados por la empresa sionista o la noción de que estas poblaciones eran de por sí olim «sionistas».

Explorando casos históricos posteriores, desde la diáspora de mercaderes bagdadíes de la India en el siglo XIX a los judíos iraníes de Los Ángeles en el siglo XXI, se puede observar cómo las identidades «orientales tradicionales» pueden evolucionar a la par con el concepto de modernismo (y del sionismo moderno) sin contradicciones, durante el proceso de migración, y de esta manera ofrecer una nueva perspectiva a sus identidades «mizrajíes» en el Israel de hoy en día.

VENEZUELA: la tierra de los antepasados de mi abuelo marroquí No conocí a mi abuelo paterno, Alberto Moreno. Murió en la mesa de operaciones en la ciudad de Caracas, Venezuela, ya en la década de 1960. Supe por historias familiares que era un activista sionista en Marruecos y que hablaba hebreo con fluidez. No se trataba solo de un halago, sino que llegó a ser docente de la lengua, aunque se rumoraba que nunca había leído nada escrito en hebreo. Lo emocionante fue hallar una «prueba» de su fluidez hace unos años, mientras revisaba los archivos centrales sionistas: allí hallé una carta escrita en hebreo corrido, enviada por mi abuelo en 1950, dirigida a la Organización Sionista Mundial en Jerusalén para anunciar la consolidación de los grupos pro-Estado en la ciudad de Tánger.

En la parte inferior de la carta firmaba mi abuelo como «A. Moreno, Secretario General», y desde el principio se puede constatar que se trataba de quien ostentaba dicho cargo en la sucursal tangerina de la Organización Sionista de Francia. Tres años más tarde, mi abuelo ya había emigrado a Venezuela, no sin antes de que ayudara a un gran número de hombres y mujeres de Marruecos a irse a Israel, tal como me he enterado en los últimos años.

¿Cómo se vio en Venezuela mi abuelo, un activista sionista de Marruecos, y no en Israel? ¿Y por qué allí? Él había nacido en ese país después de que su propio abuelo emigrara allí en el siglo XIX para desempeñarse como comerciante de café. Al crecer, hizo el viaje a la inversa, a Marruecos, donde se desempeñó como maestro de hebreo.

No obstante, la historia de mi familia no es única. Unos cien años antes de las importantes olas de inmigración musulmana de Marruecos a Europa de las que somos testigos hoy, los judíos fueron pioneros en la emigración moderna de ese país. Uno de los grupos de emigración en ese momento se constituyó en la red de escuelas de la Alliance Israëlite Universelle, cuyas primeras dos sucursales se establecieron en el norte de Marruecos a principios de la década de 1860. Muchos de los estudiantes adolescentes terminaron como «trabajadores extranjeros» en la Amazonía brasileña y peruana, en las pampas argentinas y en las ciudades costeras en el Caribe venezolano.

Con una familia y lazos comunitarios forjados durante cien años de migraciones, no es difícil exagerar sobre la impronta dejada por estos movimientos en la conciencia étnica judía del siglo XIX en Tánger, donde mi abuelo trabajó hasta mediados del siglo XX, incluso entre aquellos que optaron por irse a Israel. Todos ellos tenían una conexión directa o indirecta con kehilot fuera de Marruecos, mediante parientes o conocidos, e historias que se extendieron sobre este fenómeno en las comunidades del norte de Marruecos.

Paralelamente con las oleadas de emigración a Israel, la Venezuela de las décadas de 1950 estaba floreciendo debido a la expansión de su industria petrolera, lo que la convirtió en un destino atractivo en el mundo para quienes deseaban empezar de nuevo en su vida. Sin embargo, cabe destacar que de Marruecos solo los judíos emigraron para allá, pese a que oleadas de connacionales musulmanes simultáneamente optaban por Europa. Familias enteras, a menudo incluyendo las de los activistas sionistas –los movimientos juveniles sionistas surgieron en Tánger mitad del siglo XX– prefirieron Venezuela, aunque en la mayoría de los casos también fomentaron y preservaron su identidad judeosionista.Oleadas de askenazíes provenientes de Europa Oriental, después de la Primera Guerra Mundial, llegaron a Venezuela, donde con los sionistas crearon el colegio «Moral y Luces Herzl Bialik», una institución judía central en Caracas, que indica con su nombre su orientación prosionista. Varios movimientos y organizaciones de igual tendencia ideológica estaban activos en el país durante este período, incluyendo el Keren Kayémet leIsrael, el Keren Hayesod, la WIZO, el Hashómer Hatzaír, el Bnei Akiva, entre otros.

Debido a los lazos familiares que mi abuelo tenía en Venezuela, pudo encontrar un empleo acorde con su formación sionista en Marruecos. Comenzó su carrera como traductor legal español-hebreo y, más tarde, se convirtió en maestro de esa lengua en el «Herzl-Bialik». Finalmente llegó a ser uno de sus directores [del departamento de Hebreo]. Para él resultó mejor «adaptar» sus ideas sionistas e incluso el dominio que tenía de la lengua de Ben Yehúda en Venezuela que irse a Israel, básicamente debido a la falta de apoyo comunitario en el joven Estado. Su relación con muchos que fueron para allá –sus antiguos estudiantes– lo expuso más intensamente a la realidad de los problemas de absorción que podría encontrar en Israel, especialmente después de que visitara el naciente país en 1951.

Durante estos años, la Asociación Israelita de Venezuela, fundada en 1930, principalmente por los trabajadores marroquíes que deseaban mantener su identidad nacional, desempeñaba un papel importante en el fomento de la inmigración judía desde el Magreb. En el contexto de la orientación sionista de la comunidad judía en general en Venezuela, la identidad marroquí se entrelazó con la judeosionista. Mi abuelo eligió Venezuela y se convirtió en una figura clave en la comunidad local y en el desarrollo del discurso sionista en un momento en que la identificación con el Estado de Israel se fortale-cía entre los judíos de ese país. A medida en que más y más correligionarios pensaban salir de Marruecos, motivados por sus recelos hacia la independencia de ese país norafricano, la activi-dad secreta de los emisarios de aliyá en Tánger encontró en la kehilá en Venezuela una competencia real para atraer inmigración del norte de Marruecos, a pesar del apoyo institucional auspiciado por el Estado de Israel con que contaban los primeros. La inmigración de Marruecos a Venezuela estuvo motivada por consideraciones económicas y familiares «universales», pero también por rasgos étnicos judíos. A fines de los años cincuenta, la AIV contaba con unos cincuenta miembros y en los años siguientes se unieron varios cientos más. En 1973, la Asociación destinó fondos para la ayuda y absorción de los inmigrantes sefardíes [nota del editor: que llegaban de Marruecos, pero también de otros lugares como los países donde había dictaduras en América Latina e, incluso, de Israel] que no podían encontrar empleo y estableció lazos activos con las autoridades venezolanas para facilitar los procesos burocráticos.

La existencia de esa ayuda finalmente es-timuló la decisión del presidente de la Federación Sionista de Tánger, el doctor Aquibá Benarroch Lasry, que había trabajado al lado de mi abuelo en los años cincuenta, de esta-blecerse en Caracas. Él había permanecido en Marruecos trabajando como obstetra hasta 1973, pero ante el abanico de posibilidades que incluía integrarse a la comunidad venezolana, decidió unirse a su familia y amigos en Caracas. En 1984 el doctor Benarroch Lasry resultó escogido presidente de la Asociación Israelita de Venezuela.

Mi abuelo era un activista en Tánger, una ciudad en el norte de Marruecos que tenía el estatus de «internacional», es decir, que contaba con la protección de varias potencias europeas que intervenían en sus asuntos. En el siglo XIX, la ciudad sirvió como el escenario comercial y diplomático de Marruecos con el mundo, en el contexto del crecimiento político y económico de Europa. El discurso académico y público percibe a los israelitas de países islámicos que emigraron, como mi abuelo, a Europa o a las Américas motivados por factores económicos «generales» relacionados con los procesos de modernización por influencia europea y facilitados por los idiomas coloniales que adquirieron.

Tales circunstancias de migración son vistas como diferentes a las que generaron las llegadas en masa de los judíos de los países islámicos después de 1948. Estas últimas estaban íntimamente relacionadas con el contexto político inmediato, a saber, el conflicto con los vecinos árabes y las tensiones étnicas entre los judíos en Israel. Por lo tanto, la discusión prevaleciente en las circunstancias de la aliyáse basa en la continua comparación entre los inmigrantes motivados por ideales «sionistas», para quienes irse a vivir allí era un anhelo histórico que se hizo realidad con el establecimiento del Estado y, aquellos que se refugiaron en el territorio impelidos por salvarse de los regímenes panarabistas musulmanes en sus respectivos terruños. A ello hay que agregar la autopercepción de estos judíos, que se veían a sí mismos como víctimas de una iniciativa sio-nista (askenazí) que los llevó por mal camino y los desarraigó de su contexto natural.

Sin embargo, mientras que la política de inmigración de Israel dictaba varias tendencias, como la que se dio durante la «Operación Yajín» para atender a los judíos de Marruecos entre 1961 y 1964, cuando alrededor del 55 por ciento de estos emigró, la centenaria red de ayuda comunitaria que había recibido a los judíos de Tánger y de otras ciudades del norte de Marruecos los llevó en una dirección opues-ta, incluso a los activistas sionistas de la región.

Un porcentaje significativo de los hebreos tangerinos emigró a Israel hasta los años noventa, No obstante, las preferencias iniciales para salir del norte de África, incluyendo las de los activistas sionistas, eran otros destinos o, en todo caso, mantenerse en Marruecos. Mi abuelo nació en Venezuela, se convirtió en activista sionista en Tánger, Marruecos y murió en su país natal. Mi padre nació en Marruecos, fue educado en la educación sionista Venezuela y, con el apoyo de mi abuelo, hizo aliyá cuando que tenía trece años, con lo que determinó mi lugar de nacimiento y mi asiento en el Estado de Israel.