La tradición del Pleito de los colores del CANCIONERO DE BAENA: de Las mil y una noches y Lope de Vega al repertorio oral hispanoamericano y sefardí

José Manuel Pedrosa

 

Una de las composiciones poéticas más hermosas y más interesantes entre las que atesora el Cancionero compilado por Juan Alfonso de Baena en torno a 1430 es una especie de debate poético –atribuido a «Pero Gonçález de Uzeda»– entre tres colores (el verde, el negro y el colorado) que toman la palabra para exaltar sus respectivas cualidades y para reclamar la supremacía sobre sus compañeros. Según una muy razonable apreciación de Brian Dutton y de Joaquín González Cuenca, minuciosos editores modernos del Cancionero de Baena, este debate «se relaciona con los tres estamentos: caballeros (colorado), clérigos (prieto, negro) y labradores (verde)». Como era de esperar, al final es el estamento clerical (el color negro) el privilegiado por el alcalde que escucha y juzga todos los argumentos, en consonancia con lo que nos muestran tantos otros debates de las armas y las letrasde aquella y de más épocas, que solían decantarse también por el estado clerical o letrado.

Antes de conocer el texto de este interesantísimo pleito, conviene adelantar algunas de las coincidencias más llamativas con otros de los paralelos que enseguida conoceremos.
Por ejemplo, con una loa de Lope de Vega que también otorga la victoria al color negro, aunque por una razón bien diferente y bastante subjetiva, incluso típicamente «lopesca»: la de la supuesta supremacía de las mujeres morenas sobre las rubias. También con diversas composiciones hispanoamericanas en décimas (que al final darán la victoria al azul), en que cada color queda vinculado a estamentos sociales –entre ellos el eclesial y el político– explícitamente identificados. E incluso con un rarísimo poema –de apariencia muy erosionada y deturpada– documentado en la tradición oral de los sefardíes del Estrecho, en que los colores contendientes resultarán ser exactamente los mismos que en el texto del siglo XV:
Conozcamos ya la composición incluida en el Cancionero de Baena:
Este dezir fizo e ordenó el dicho Pero Gonçález de
Uzeda como a manera de pleito y de reqüesta que
ovieron en uno los colores del paño verde e prieto e
colorado, porfiando quál d’ellos es mejor
1Vi estar fermosa vista,
trescolores en una flor,
e avían grand conquista
por quál era la mejor;
e pedieron judgador
quál levaría el prez
e tomaron por su juez
que fuesse don Amor.
Fueron luego al juzgado
los colores todos tres,
prieto, verde, colorado,
cada uno muy cortés,
e levaban en un pavés
escripta atal razón:
«Señor, oíd la entençión
de cada uno quál es».
Fabló luego el colorado
con muy grand cortesía
e muy bien acompañado
de orgullo e loçanía.
Diz: «Pues yo pongo alegría
más que non otra color,
con derecho, mi señor,
yo meresco esta valía»
Ca si es oro e plata,
a mí mucho pertenesçe:
en la fina escarlata
mucho mejor paresçe;
de mí viste, si acaesçe,
el Papa o emperador,
porquanto la mi color
jamás nunca desfallesçe».
El verde fabló luego,
un poco más obediente;
diz: «Señor, yo vos ruego
que a mí deis este presente,
e véngase vos emiente
que yo só el más loçano;
pruévolo con el verano,
con quien plaze a la gente,
ca las rosas e las flores
en mí han su nasçimiento,
en mí cantan ruiseñores
de cantares más de çiento;
e pues fui començamiento
del vuestro muy grant valor,
por aquesto, don Amor,
vos aved conosçimiento».
El prieto ovo a fablar,
los ojos en tierra puestos:
«Señor, non me sé loar
como se loan aquéstose nin sé y
o fazer gestos como los enamorados,
mas doctores e perlados y
o les fago andar honestos.
Muchos omnes religiosos
de mí fazen cobertura,
e se traen omildosos
e aun han mayor cordura,
e fablan con mesura
palabras muy graçiosas;
e por todas estas cosas
mía sea la ventura».
Des que ovieron acabado
los colores su razón,
el juez mucho honrado
e de buena discreçión:
«Segunt la mi entençión
lo que entiendo vos diré:
que todos por buena fee
meresçedes gualardón.
Pero del colorado e verde
veo dar muchas querellas,
que dizen que se pierde
aína por manziellas,
e veo traer de ellas
a muchos omnes honrados,
e a otros bien criados
e a dueñas e donzellas.
El que aína es tornadizo
mucho sirve en balde,
e as sí trae a postizo
la muger el avayalde;
por ende, al prieto dalde
la honra en tenençia,
e yo por mi sentençia
lo mando como alcalde»
No podemos estar seguros de si este dezir… a manera de pleito y de reqüesta que ovieron en uno los colores, compuesto en plena Edad Media, en una época en que abundó mucho más la literatura que acabó perdiéndose que la que quedó preservada para la posteridad,
pudo reflejar o apoyarse en alguna tradición literaria que viniese de antes. Pero, el hecho de que en Las mil y una noches, la colosal recopilación de cuentos orientales que fue al mismo tiempo eslabón, depósito y motor de tantos tópicos y temas diseminados por Oriente y por Occidente, esté documentada una composición que coincide con esta en algunos de sus rasgos mejor identificables, parece sugerir que el «dezir de Pero Gonçález de Uzeda» podría ser deudor de una tradición literaria anterior, no necesariamente ligada por vía directa, pero sí acaso relacionada por vía indirecta –a través de alguna complicada e ignota cadena de textos interpuestos, mezcla quizás de orales y de escritos–, con la galaxia de los cuentos inmortalizados por la locuaz Sherezade.
Entre las Noches 334 y 340 de la gran colección de cuentos orientales se desarrolla,
en efecto, un muy extenso y complejo debate–que acabará en diplomático empate– entre
las seis esclavas (una blanca, otra morena, una gruesa, otra delgada, una amarilla y otra
negra) de un noble yemenita establecido en Bagdad a quien, después de escuchar la voz y el canto de cada una de ellas, le dijeron:
«Da tu juicio sobre nosotras, señor». El dueño se fijó en su belleza, en su hermosura, en sus distintos colores y alabó y dio gracias a Di-os (¡ensalzado sea!). Les dijo: «Todas vosotras habéis leído el Corán, conocéis la música y sabéis historias de los antepasados y habéis estudiado los hechos de las nociones del pretérito. Deseo que cada una de vosotras, señalando con el dedo a su rival, quiero decir: la blanca a la negra; la gruesa a la delgada y la rubia a la morena, se alabe a sí misma y vitupere a su rival. A continuación tomará la palabra su contrincante y hará lo mismo. Pero, estas críticas deben basarse en el noble Corán, en historias y versos. Así me daré cuenta de vuestra instrucción y de vuestra bella dicción».
Es imposible reproducir aquí toda la dilatada sucesión de frases, de versos y de citas que se intercambian las seis mujeres ante su señor, porque ocuparían muchísimas páginas. Extractaré a continuación algunas palabras del parlamento de la esclava blanca:
«Mi color es como el del día, tranquilo; como el azahar recién cogido, como la estrella de color de perla. Di-os (¡ensalzado sea!) ha dicho en su noble libro al profeta Moisés (¡sobre él sea la paz!): Mete la mano en tu seno: saldrá blanca de lepra, sin daño. Di-os (¡ensalzado sea!) ha dicho: Aquellos cuyos rostros se blanqueen gozarán de la misericordia de Di-os. Ellos permanecerán en ella eternamente. Mi color constituye un milagro, mi hermosura no tiene par, mi belleza es extremada. Son mis iguales quienes adornan a los vestidos; hacia ellas son atraídos los corazones. El blanco tiene numerosas virtudes. Entre ellas está la de que la nieve, al caer del cielo, sea blanca; es tradicional que de los colores el blanco es el más bello y que los musulmanes se engalanaban poniéndose turbantes blancos. Si siguiese haciendo el panegírico del blanco me extendería más de la cuenta, pero poco y suficiente es mejor que mucho y malo. Ahora voy a empezar a vituperarte, negra: tu color es el de la tinta; el del polvo del carbón del herrero; tienes el rostro del cuervo que augura la separación de los amantes. El poeta, alabando al blanco y vituperando al negro, ha dicho: