JUDAIZANTES PANAMEÑOS en las palabras de OSORIO

El martes 16 de marzo, en el Centro Kohn Brief de Hebraica, dos textos sobre la vida de los judíos secretos se presentaron de la mano de autor, el doctor Alberto Osorio, quien se desdobla como acusador para contarnos cómo judaizaban y quiénes eran los marranos del Istmo.

Un shalom fraterno a tan selecta concurrencia en el marco de la XII Semana Sefardí de Caracas. Rendimos homenaje de aprecio, cariño, admiración y gratitud al doctor Moisés Garzón Serfaty, líder comunitario por naturaleza, poeta de finos versos, embajador de la cultura sefardí y de su comunidad en muchas entidades, organizaciones y eventos en Israel y otros países del mundo, custodio de la memoria y tradiciones de su Tetuán natal, fundador indiscutible y tenaz continuador de la prestigiosa revista Maguén – Escudo, director y difusor de la misma a lo largo de ciento cincuenta números. Ante todo, Moisés es un caballero de la estirpe de Sefarad, un judío paradigmático, un amigo ejemplar.

Mazal tov por el reconocimiento que la ha ofrecido el Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí de Buenos Aires. Que Moisés Garzón siga ofreciéndonos su caudal de conocimientos, de experiencia y de amor por los altos valores de nuestra cultura judía.

Felicitación extensiva a su digna esposa, doña Alegría, a sus hijos y nietos por el querido patriarca que preside la familia.

Al unísono, conmemoro mis «bodas de plata» de relación fraterna con la Asociación Israelita de Venezuela y el Centro de Estudios Sefardíes de Caracas que se inició en aquella profunda e inolvidable IV Semana Sefardí de 1985 dedicada al numen del inmortal Maimónides.

Doy gracias a Hashem con un espontáneo sheyehanu por haber conocido a tan entrañables hermanos y mantenido el contacto frecuente con la AIV, su guía espiritual, el jajam (sabio) Isaac Cohén, y el kavod (honor) de publicar mis conferencias e investigaciones en la revista, órgano cultural de la kehilá (comunidad).

A todos los llevo en el corazón por su acogida, bondad e interés en el constante y reiterado esfuerzo y perspectivas por el devenir religioso de la Asociación Israelita de Venezuela (AIV), incluso en circunstancias difíciles; pero, con la esperanza y seguridad ancladas en Hashem, el vencedor Divino de todos los escollos humanos.

Para esta ocasión les he traído dos trabajos historiográficos, recientemente publicados.

Ambos versan sobre la presencia judía y la Inquisición en el istmo de Panamá durante el lapso colonial. El primero se titula Carta informe de 1649 al inquisidor de Cartagena de Indias. A través de un recurso literario; pero, basado en el expediente original que guarda el Archivo Histórico Nacional de Madrid, cumplo el papel de alguacil mayor del Santo Oficio en Panamá y rindo detallados pormenores a mis superiores sobre lo que ha acontecido al portugués Sebastián Rodríguez, judío judaizante atrapado en el distrito del obispado de Panamá y a quien se le siguió causa en el tribunal de Cartagena. Hay citas estremecedoras y la actuación de los jueces inquisitoriales sólo buscaba la humillación del reo a quien, a falta de pruebas contundentes, fue obligado a desfilar en el auto de fe revestido con el sambenito degradante y se le incautaron sus escasos bienes.

Lo grandioso del personaje es que pretendió formar una «junta de sinagoga», el minyán ritual en el Panamá del siglo XVII. Léanlo como una novela policíaca; pero, con trasfondo irrefutable, fuentes verídicas en un tiempo en el cual «judío» y «portugués» eran conceptos sinónimos.

El segundo libro se llama Judaizantes en Panamá colonial, al mismo tenor del precedente, pero ampliado, con muchos nombres y sucesos de los criptojudíos residentes y transeúntes en la orgullosa urbe panameña, el primer asentamiento español en el borde del recién descubierto océano Pacífico.

En medio del hemisferio hispánico, Panamá era el sitio preferido para el paso y morada de conversos que en secreto practicaban la invencible fe judía. La Inquisición pretendió borrarlos de la memoria humana; pero, los dossiers inmortalizaron sus nombres. Ellos son ejemplo de defensa de la identidad, del derecho a ser diferentes, de honrar a Hashem como lo manda la Torá, de desafiar el omnímodo poder eclesiástico aunado a la autoridad real que desde España se difundía por todas las posesiones desde México hasta el Río de la Plata.

Tengo la convicción de este esfuerzo inserta en la historia de Panamá un tema inédito sin el cual el panorama multiétnico y pluricultural del país quedaría incompleto. Sin la presencia judía, que ya en Panamá se aproxima al medio milenio, seríamos incapaces de comprendernos a nosotros mismos en nuestra diversidad étnica, religiosa y axiológica.

Con inmenso afecto les hago entrega de estas indagaciones con la esperanza de que sabremos reconocer en lo marranos (nombre despectivo para un puñado de campeones de la fe israelita) a los héroes de hace tres siglos y medio. Los mártires de México, de Lima y Cartagena, los procesados por los tribunales americanos, mirados en la óptica de nuestra época, son ejemplares e insustituibles, modelos de perseverancia, defensores de los Derechos Humanos, guardianes de su fuero interno judío.

¡Cuántas cosas nobles tienen que transmitirnos sobre su fortaleza a la hora de la prueba, firmes en sus trece (los shalosh esre ikarim de Rambam), pioneros en la colonización y la expansión del judaísmo en el Nuevo Mundo. Esto explica y justifica que en Mallorca, en Belmonte, en Antioquia de Colombia, miles de sus descendientes aspiran a ser admitidos en la casa de Israel por la memoria de sus antepasados, los anusim (conversos), forzados a admitir una religión que les era extraña. Ahora, las almas de aquellos reviven en los vástagos de un sefardismo invencible, que bien lo dijo el Shlomo Gaón (Z’L) al recibir el premio Príncipe de Asturias: a España que como madrastra nos expulsó de su seno, nunca hemos dejado de amarla.