ELÍAS DAVID CURIEL: el poeta coriano del aislamiento

Es cosa sabida que los judíos están presentes en la historia de este continente desde los inicios de los viajes del almirante Colón. Del mismo Cristóbal Colón se sostiene, con base en diversos estudios, que fuese de origen judío (1). En las listas de su tripulación inicial figuran nombres de varios «criptojudíos» o judíos conversos (2).

Cuando la isla de Curazao fue ocupada por Holanda en 1634, recuérdese que España pierde interés en esas islas por no ofrecer ninguna riqueza en metales ni piedras preciosas, un primer núcleo de judíos se asentó en ella(3). La presencia de judíos en el Caribe fue muy importante para el desarrollo del comercio entre Tierra Firme, las Antillas y Europa, amén del papel difusor de las ideas políticas que se discutían en el Viejo Mundo y América del Norte.

Los judíos de Curazao eran de origen portugués, veamos. Cuando en España se ordena la expulsión de los judíos en 1492, de los 250 mil que salieron a diversos destinos se dice que 80 mil optaron irse a Portugal (4). Esta entrada de judíos españoles al país luso le significó un enorme aporte de mano de obra calificada y de dinero. Sin embargo, las condiciones no les fueron más benignas a los judíos en Portugal. Primero se les esclavizó, luego a los niños menores de 14 años se les bautizó a la fuerza. Para 1495 el rey Manuel I liberó a los esclavos judíos; pero, al concretarse el matrimonio del rey portugués con una de las hijas de los Reyes Católicos, Isabel, se puso como condición para la celebración del enlace la expulsión de Portugal de los judíos (5).

De esta manera, estos vuelven a ser el centro de persecuciones. Se les impuso como fecha tope para irse octubre de 1497. De los que se fueron (muchos fueron convertidos por la fuerza, pasando a ser «marranos») tuvieron como destino Alemania, Inglaterra y Holanda. De este último país, por medio de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, saldrían grupos de judíos para Brasil, para Nueva Ámsterdam (Nueva York) y para Curazao (6). Es decir, los judíos holandeses de allí son de origen portugués con raíces españolas.

Desde Curazao se comenzó a practicar un comercio con las poblaciones de Tierra Firme que presentaba beneficios para los habitantes de la costa. El cacao se convirtió en un producto muy valioso para ser contrabandeado, al punto de ser enorme su «exportación» a Curazao (7). Por ello en el siglo XVIII, y para aumentar y controlar el comercio desde Venezuela hacia la Metrópolis se creó la Compañía Guipuzcoana en 1728 (8).

Cuando comienza el proceso revolucionario que conduciría a la independencia de Venezuela, se puede observar cómo varios personajes oriundos de la isla de Curazao participaron activamente en la guerra. Los comerciantes curazoleños y judíos Mordechai Ricardo, David Castillo Montefiore y Josef Curiel se convierten en contribuyentes económicos de la causa independiente. Los judíos curazoleños Benjamín y Samuel Henríquez fueron oficiales del ejército libertador (9).

Asimismo hay que mencionar al general Juan de Sola, héroe de la batalla de Carabobo:

Nacido judío probablemente en Curazao hacia fines del siglo XVIII, llegó a Angostura en 1817, se incorporó a los ejércitos libertadores. Conoció al Libertador, al general Páez, y fue gran amigo del general José Laurencio Silva. Peleó en la toma de Puerto Cabello en 1823 junto a José Antonio Páez. Desempeñó varios empleos durante los años que van del 30 al 58. Lo encontramos entre los oficiales que estuvieron presentes en las honras fúnebres tributadas a los restos del Libertador en 1842. Naturalizado venezolano, muere como general de Brigada en 1858 (10).

Terminada la guerra, la república de Colombia, la Grande, comienza a ejercer su labor diplomática en el sentido de fomentar la inmigración a sus tierras, en la cual se disfrutaban de todas las garantías civiles. Así se firmaron una serie de tratados y acuerdos entre la república y los Estados Unidos de América del 3 de octubre de 1824, en cuyo artículo 11 se garantiza la «seguridad de conciencia» y a no ser «inquietados o molestados en razón de su creencia religiosa» (11).

De igual forma se procedió con el Reino Unido. El tratado que lleva por fecha el 18 de abril de 1825, en Bogotá, en su artículo 12 establece la reciprocidad de los derechos de libertad de conciencia, y de libertad de religión (12).

No obstante, para el tema que nos ocupa, es de especial interés el tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado entre la república de Colombia y los Países Bajos. Fechado en Londres el 1° de mayo de 1829. En su artículo 15 establece: Los súbditos de S. M. el Rey de los Países Bajos residentes en el territorio de Colombia, aun cuando no profesen la religión católica, gozarán de la más perfecta y entera seguridad de conciencia, sin quedar expuestos a ser molestados, inquietados ni perturbados en razón de su creencia religiosa… (13).

Este tratado fue de especial interés para los judíos de Curazao, quienes siendo ciudadanos holandeses, pues en los artículos 2 y 14 se establecían garantías comerciales y de protección a bienes y personas, además del mencionado artículo 15. La república de Venezuela ratificará este tratado en 1830.

De esta manera quedaba asegurado el ambiente legal para el asentamiento de extranjeros en Venezuela, y de modo particular de los judíos de Curazao, quienes al contar con garantías comerciales, personales y religiosas, decidieron venir a establecerse en el país.

Es importante señalar acá que los judíos curazoleños que vinieron a Venezuela, en especial a Coro, lo hicieron por varias razones. En primer lugar hay que señalar que la isla venía experimentando desde fines del siglo XVIII y principios del XIX una decadencia de su actividad económica. La competencia con Inglaterra y Francia en el Caribe había dejado consecuencias negativas en la isla(14).

Además una continua sequía hizo que los cultivos se perdieran, así como una fuerte epidemia de viruela para 1827, todo lo cual motivó un éxodo de personas, en particular de judíos, hacia otros destinos. De una comunidad de judíos a principios del siglo XIX de unos 1.500 individuos, solo quedaban para 1833 unos 747 (15).

Estos motivos condujeron a un grupo de judíos curazoleños a venir a Venezuela. Se establecieron en Puerto Cabello, Barcelona, Valencia, Caracas, pero sobre todo en Coro. La razón geográfica se impondría. Se ubica ya para 1827 un primer reducido número de judíos en la persona de David Hoheb, Joseh Curiel y su esposa Débora Leví Maduro(16).

Este número crecería con los años, de manera que para 1831 encontramos una comunidad de judíos. Se conocen sus nombres: David Maduro, José Curiel, Isaac Abenatar, Gabriel Abenatar, Elías Curiel, Isaac Maduro, Samuel Maduro, Josúa López, Salomón Brandao, Guillermo Álvarez, David Valencia, Isaac Curiel, M.C. Henríquez, Jacobo Pereira, David C. Henríquez, Elías López, Jacobo Salcedo, Antonio Salcedo, Abraham Curiel, Isaac de Lima, Jacob Morón y Honorato Fonseca (17).

Era Coro una ciudad provinciana, fundada en una región de escasos recursos económicos, pobre en su tierra, mezquina en aguas y con un clima ardiente que aletargaba los espíritus.

Con una agricultura muy básica, una ganadería de caprinos y equinos de carga, Coro no tenía medios de producción, la exportación de cueros de chivos constituía una pobre fuente de ingresos. La pobreza parece haber sido el signo del Coro de las primeras décadas del siglo XIX, pocas vacas, pocas ovejas, con excepción de los chivos. Una escuela, un hospital con cinco camas, dos médicos, dos abogados, sin cárcel pública, cuatro empleados públicos, eso era Coro para 1831 (18).

Dentro de este cuadro de decadencia económica, la comunidad judía de Coro era una excepción. En efecto, los judíos curazoleños de Coro eran una minoría rica. Su capacidad para los negocios, el hecho de mantenerse alejados de los grandes problemas nacionales, sin casi contacto con las familias ilustres de la ciudad y siendo una comunidad homogénea, hacían de los judíos de Coro un grupo ajeno a los naturales de la región. Frente a la pobreza general de los corianos, los judíos prosperaban económicamente. Todo lo cual comenzó a generar un sentimiento de animadversión entre los corianos y los judíos.

Un elemento que contribuyó a aumentar la tirantez entre los habitantes pobres de Coro y los judíos fue que estos, por motivos religiosos, no cobraban interés a sus pisanos, mientras que a los habitantes de la ciudad le cargaban los préstamos cuando que muchos de ellos estaban en situación lamentable (19).

Hay que destacar además que los judíos de Coro mantenían lazos de amistad y familiares con los de Curazao y Ámsterdam, todo lo cual les permitía acceder a dinero, barcos y contactos para sostener una constante actividad mercantil. Razones de índole económica, más que religiosas, generarán un estado de cosas que llevará a los primeros enfrentamientos entre los pobladores de Coro y los judíos de esa ciudad.

Los motines antijudíos de Coro:

Corriendo 1831, luego de años de pacífica estadía de los judíos en Coro, dedicados a la actividad comercial fundamentalmente, la ciudad vio cómo en septiembre de aquel año comenzaron a aparecer unos pasquines en los cuales se leía: «Se dan de plazo de ocho días a más tardar para que los olandeses (sic) salgan del país, ya que si no lo hacen, todos serán degollados». (20)

En otro volante se leía: «¡¡¡Judíos!!! El pueblo os dice: morir o irse de Coro» (21). El término «olandeses» se refería claramente a los judíos de Coro, pues es sabido que los holandeses gentiles no fueron perturbados. El segundo pasquín fue elaborado con letras recortadas de periódicos y pegadas burdamente con la intención de ocultar la identidad de los autores. Ya de por sí eso era algo no visto antes en la ciudad, provocó inquietud, mas no pasó de allí. Pero, no terminó allí el asunto.

La noche del 25 de septiembre, a eso de las 8 de la noche se registró un incidente grave en la ciudad. En la relación del gobernador de la provincia Rafael Hermoso se puede leer que un grupo de hombres disfrazados se reunieron en una esquina. Luego, dando gritos contra los judíos, atacaron la casa del señor David Valencia, resultando con golpes generalizados el señor Samuel Maduro. Los atacantes se dirigieron a otras casas de judíos, entre ellos David Hoheb, José Curiel, Jacobo Salcedo y Julián Simón, a cuyas puertas dispararon.

Al tener conocimiento de lo ocurrido, se despachó al teniente Encarnación Martínez al frente de cuatro soldados para perseguir a los asaltantes. Al alcanzarlos recibieron disparos, por lo cual se retiraron los soldados para buscar refuerzos (22).

El gobernador ofreció seguridad y patrullaje a la comunidad hebrea por la noche (23). Sin embargo, dice, algunos se van del país con «temor imprudente»(24). Al día siguiente de lo ocurrido se encontraron regados en la ciudad otros pasquines, en los cuales se leía: No se admiren ustedes de lo que ha sucedido anoche con los judíos, pues éramos resueltos a hacerlos salir dentro de ocho días, o a matarlos todos porque ya se han hecho dueños del comercio y del dinero, y lo peor es que hacen irrisión de nuestra religión y de los santos de la Iglesia, en las procesiones y los rosarios: aconsejamos a los judíos que se vayan ya que los matamos» (25).

A pesar de los esfuerzos del gobernador Hermoso por mantener la paz y la calma en la ciudad, se darían otros incidentes contra los judíos: el 1° y el 12 de octubre se dispararon tiros a las casas de los judíos y se marchó frente a ellas respectivamente. Aparecerán más escritos injuriosos contra los judíos.

El 23 de diciembre se dispararon unos balazos contra algunas tiendas de judíos. Luego de ese incidente cesaron los ataques contra la comunidad hebrea de la ciudad. De la lectura de los papeles de los disturbios que se encuentran en el Archivo General de la Nación se desprende que el gobierno provincial, y mucho menos el nacional, tuvieron algo que ver con aquellos hechos. Por el contrario, se le prestó atención suficiente al asunto y se mantuvo bien informadas a las autoridades nacionales de todo cuanto ocurría en la ciudad.

Pasado el tiempo, los judíos siguieron en su labor económica, creciendo en dinero y teniendo parentela ya nacida en tierra coriana. La capacidad financiera de ellos seguía siendo objeto de atención por parte de la población criolla y de los diferentes gobiernos provinciales.

Los comerciantes judíos pagaban un impuesto de aduana por importación, pero se le fueron agregando otros pagos, como préstamos y contribuciones voluntarias, con el pretexto de ser para el sostenimiento de la administración pública en una provincia siempre carente de recursos económicos.

Estos préstamos y contribuciones voluntarias, otorgados por los judíos de Coro durante varios años, se fueron transformando de a poco en una obligación para el mantenimiento del gobierno y de la guarnición provincial. Así, llegado el año de 1855 la situación de dichos «préstamos» se hizo insoportable para la comunidad judía coriana.

En enero de aquel año se les pidió un nuevo préstamo para pagar salarios a la guarnición militar, cuyo comandante era Juan Crisóstomo Falcón. Empero, esta vez los judíos se negaron y defendieron su posición argumentando lo siguiente: «Impútasenos habernos negado a prestar dinero para pagar los empleados; y hácesenos esta imputación como si se tratara del quebrantamiento de un deber requerible, olvidando nuestros repetidos servicios bajo este respecto: olvidando con ingratitud que se nos deben varias sumas prestadas; y que no solamente hemos prestado, sino que sin ser estimulados allí por ningún ejemplo, hemos dado en varias ocasiones…

Acreedores nosotros del gobierno… pudiera creerse que, en amparo de nuestros intereses, nos negáramos a dar nuevos auxilios. No es así: resueltos estábamos a proporcionar recursos para sostener una guarnición tal cual pudiera necesitarse en aquella ciudad… Pero debemos manifestar que el mismo Gobernador nos hizo presente, que no debíamos contribuir a perjudicar el tesoro, proporcionando con qué pagar a un escandaloso número de jefes y oficiales, que el general Falcón quería tener a su lado sin ninguna ocupación útil…» (26).

Ante tal situación, se resolvió licenciar a la tropa. Todo esto desencadenó unos hechos muy graves contra los judíos de Coro. Será don Cecilio Acosta quien nos dé noticia de ello. Al respecto dice: «Comenzando el año 1855, se fijaron en la capital falconiana, de “mano aun desconocida”, unos impresos y pasquines que arremetían contra los comerciantes hebreos que se habían establecido en la ciudad de Coro. Como consecuencia de esos volantes un grupo de hombres discurrió por la ciudad el día 2 de febrero, amenazando de muerte a “aquellos industriales”, motivo por el cual algunos se fueron a Curazao. El día 4 de febrero los actos llegaron hasta el derribo de puertas y el saqueo de efectos de valor de los negocios» (27).

Durante estos hechos, los vándalos gritaron vivas al gobierno y al general Falcón y mueras a los judíos (28). Ante la prácticamente ausencia de respuesta por parte del gobierno local, al cual ya habían acudido por los acontecimientos del día 2, muchos judíos optaron por huir a Curazao, hasta en número de 168 (29). Obviamente, al llegar a Curazao, los comerciantes afectados interpusieron quejas ante las autoridades holandesas, las cuales, mediante el Cónsul General en Caracas, solicitaron el reemplazo del gobernador del estado, Carlos Navarro, y del comandante de Armas, general Falcón. La Cancillería venezolana se negó a tal petición, aunque luego procedió a procesar al gobernador y nombrar otro juez de la causa (30).

Holanda, frente a la actitud del gobierno en Caracas, decidió enviar tres buques de guerra y presentar un ultimátum. Llegado este punto, los representantes diplomáticos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España y Dinamarca intervinieron como mediadores y lograron el retiro de los buques y sentar a las partes en la mesa de negociaciones. El acuerdo se firmaría en Caracas el 5 de agosto de 1857, por el cual se ponía término a la disputa. Por parte de Holanda firmaría el cónsul general Peter Van Rees, y por Venezuela el vicepresidente del Consejo de Gobierno, Francisco Conde (31). Al resolverse la situación, los judíos regresaron a Coro en 1858.

Este fue el ambiente en el cual nació y creció el personaje objeto del presente estudio. No obstante, al regresar a la ciudad, la mayoría de los judíos comenzaron nuevamente a tener activa labor en la economía local. En las décadas que van desde 1860 hasta 1900 florecieron los negocios de la comunidad judía coriana. De manera que para 1883 Salomón López Fonseca era dueño de una tienda de mesas, vidrios y regalos; Julio Capriles ofrecía por la prensa comida y la compañía de J. Myerston ofrecía a la venta máquinas de coser. En 1884 se estableció la firma mercantil «I. A. Senior e Hijo», en 1885 el estado firmó con Murray Correa un contrato para realizar unas obras en el Puerto de la Vela. La firma «Senior Hermanos» se ocupó de los jabones, la tenería, fabricación de velas y aceite, la fundaron en 1893 los hermanos Senior y Alberto Henríquez. Establecimientos parecidos los crearon Morry Senior y Rachel Cohén Henríquez de Lima (32).

Habría que mencionar también la obra de David López Fonseca en el establecimiento del servicio postal entre Coro y el interior del estado en 1879. De igual forma, son de importancia las firmas comerciales y bancarias de Jacob Báiz y J. A. Capriles (33). Puede concluirse entonces que, a pesar de lo adverso del medio coriano, en cuanto a geografía, costumbres y ambiente de intolerancia, la comunidad judía pudo, y supo, salir adelante como grupo al destacarse en las actividades económicas del comercio y las finanzas. Con el tiempo llegarían incluso a ejercer cargos públicos y algunos fueron figuras relevantes en los avatares políticos propios de la región. Se habían ido integrando lenta, pero firmemente, a la ciudad que los acogió con recelo y desconfianza.

Elías David Curiel: Un poeta en medio del médano calcinante:

Este proceso asimilatorio de los judíos se expresó también en el aspecto cultural. La familiaridad con el idioma, los judíos de Curazao dominaban el castellano, y el aislamiento en el cual se encontraban en Coro, hizo posible tal experiencia. Para 1843 se estableció la llamada «Sociedad Estudiosa», cuyo fines eran los de adquirir conocimientos literarios, las técnicas parlamentarias y las prácticas republicanas( 34). El teatro fue de igual forma materia de interés para aquellos judíos de Coro. Se llegó a representar obras en las casas de algunos de los miembros de la comunidad judía, haciéndose nota de prensa de ello. En los años 1844 y 1845 los jóvenes de las familias judías montaron obras como El fanatismo druida y Guatimoc o Guatimocin. En alguna de ellas con presencia en el reparto de miembros de familias gentiles de la región (35).

Será en la década de los años 80 del siglo XIX, sin embargo, en la cual los judíos de Coro empiezan a dejar su impronta en la cultura de la ciudad. Con un buen número de ellos ya nacido en tierras corianas, serán reflejo del entorno, de las costumbres, de la geografía calcinante, de la idiosincrasia. Uno de los más destacados personajes de esa élite judeocoriana fue Elías David Curiel.

Nacido en Coro el 9 de agosto de 1871, justo después de la «Revolución de Abril», –que en Coro fue jefaturada por el general León Colina– de 1870 que llevara al poder al general Antonio Guzmán Blanco (36). La ciudad que lo vio nacer era pequeña, provinciana, sometida al clima ardiente del occidente del país, ciudad pobre. La obra poética de este escritor será en buena medida un retrato lírico de esa realidad.

La vida de Elías David Curiel estuvo signada por la desesperanza y el desencanto, por la amargura existencial. No obstante ello, supo sublimar todos esos sentimientos en la palabra escrita, en la cual necesariamente se debe buscar la verdad de su experiencia vital. Es allí donde encontramos al hombre de carne y hueso, pero también al ser espiritual.

Sus padres eran de origen curazoleño, venidos al país luego de los sucesos de 1855. De posición medianamente acomodada, pertenecían a la llamada clase social culta de la ciudad. Es poco lo que se sabe de su infancia y juventud, pero en uno de sus poemas el poeta nos dice:

Mi niñez no supo de hermosa cometa, ni de la peonza que ritma el planeta, ni nunca en la copa del árbol, subidos a qué los piantes pichones del niño; ni fue con los otros rapaces al pozo; los cuentos han sido mi gusto y mi gozo.

Esa niñez no fue la del niño pobre en alimentos y vestidos, sino la del que no tuvo la compañía de otros niños, la del que no pudo jugar con «volantines» ni comer algún mango bajado a fuerza de pedradas. La familia, que a pesar de seguramente haberle dado buena alimentación y educación, por querer protegerlo del medio aún hostil de una ciudad que hacía no mucho se mostraba intolerante con los hijos de Israel (37), seguramente terminó por aislarlo de los demás .

De su educación, es probable que, como era costumbre en aquellas familias, se iniciara en la casa con maestros particulares y luego en el Colegio Federal de Coro, se sabe por testimonios que al poeta le llamaban sus discípulos «Bachiller». Era hombre de vasta cultura, con lecturas de los clásicos y de los contemporáneos. Por sus nexos familiares, y debido a la actividad comercial de los mismos, tuvo acceso a libros editados fuera del país.

Con veintidós años publica su primer poema, Albores (38), sin embargo, otros autores aseguran que fue a los veintitrés cuando sale a la luz su primera obra lírica (39). El poema comienza: «Era la noche del dolor. Mi espíritu/ dormía envuelto en la tiniebla odiosa…» (Albores). Su escritura está impregnada del modernismo. Conocedor de Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense, sus escritos verterán esa influencia, así como la de otros autores extranjeros y venezolanos.

Aparte del bardo nicaragüense, Curiel conocía la obra de Víctor Hugo, en su poema Espectro gris vemos imágenes similares a las del francés. Sorprendentemente también había leído a Edgar Allan Poe. De hecho escribió un poema en 1905 titulado así, Edgar Poe (40). Allí expresa:

«…la incoherencia pavorosa de las negras pesadillas/ es la luz ultraterrestre que ilumina sus creaciones». Más Poe sería imposible.

Otras influencias a su obra lo fueron el autor inglés W. Blake, escritor y místico. Además de Baudelaire, el gran poeta francés, llamado Maldito (41). Vemos así cómo la obra de Curiel está llena de símbolos, imágenes, figuras espectrales, sombras, soledades, angustias y eros. Al igual que muchos de esos escritores, la vida y conducta de Elías David Curiel no dejó de ser extraña a los ojos de sus contemporáneos. Solitario en sus pensamientos, se le veía en las tardes caminar por las calles de Coro, metido en su mundo fantástico. A tal punto llegaba este ensimismamiento, que para el año 1903, mientras combatían las tropas de los generales Gregorio Segundo Riera y Juan Pablo Peñaloza contra las del gobierno, Curiel fue sorprendido deambulando más allá de los límites de la ciudad. Apresado, nunca se dio por enterado de los combates, fue conducido ante el general Riera y éste se habría quedado sorprendido al tener ante sí al extraño poeta (42).

Otro episodio de su introvertida y excéntrica forma de ser es el que sigue: se cuenta que un día estaba el poeta escribiendo alguna composición, cuando de pronto se levanta y sube a una vieja máquina de coser, en la cual permaneció por un tiempo en cuclillas y la mirada fija en el suelo. La madre, de nombre Exilda, al verlo así le dijo que la comida estaba hacía rato en la mesa, a lo cual el escritor le contestó: «Yo lo que quiero es comer masa», al preguntarle la madre el porqué de eso el poeta le respondió: «Porque soy un loro» (43).

Debido a su peculiar forma de ser, Curiel vivía metido en sus pensamientos, alejado de la realidad concreta. Es por ello que tampoco tenía clara conciencia de los valores materiales de las cosas. Cuando compraba algo en las bodegas, no se preocupaba en pedir el vuelto; al comprar zapatos se cuenta que al preguntarle por el número del calzado respondía «cualquiera, chico, cualquiera» (44). Hombre como hemos dicho solitario, no tuvo amores conocidos. A pesar de ello, Curiel se entregaba, luego de largos períodos de abstinencia, a los brazos de las mujerzuelas de la ciudad. Perece haber tenido una libido bastante activa. Con esas «damiselas » solía ser muy generoso, pues les obsequiaba a veces hasta con prendas de familia, se puede ver en su poema «Al margen de mi vida» (45). Igual era muy desconfiado con las mujeres: «Siempre silbó la duda en mi sendero»…

Sus fracasos amorosos derivaban de su ideal de mujer. En efecto, Curiel idealizaba a las mujeres, las soñaba puras, castas: «Y esperaba la niña impoluta, entrevista en un claro de aurora» (Nupcial). Nunca se casó ni tuvo hijos. Vivía para sus adentros: «Cántate alma mía, cántate a ti propia»… (46).

Elías David Curiel ejerció el periodismo y la docencia en su ciudad natal. El periódico El Día, dirigido por Emilio Ramírez, vio la labor como jefe de redacción del poeta. Allí publicaría parte de sus poemas. También fue maestro, pues en su casa fundó el colegio Coro, en el cual recibía alumnos diariamente, a los cuales les enseñaba con severidad y afectación (47). También enseñó en el Colegio Federal de Coro. En 1920 fue a Los Teques, única vez que salió de Coro, para trabajar en el colegio Arocha; pero, pronto regresó a su lar nativo. No supo adaptarse a otro ambiente.

A pesar de su gran cultura, Curiel aparentemente no poseía una biblioteca; es más, al parecer regalaba o tiraba los libros de manera despreocupada. Podía citar de memoria textos aprendidos. Habría que mencionar un aspecto poco brillante de la vida de Curiel. El poeta, como muchos escritores antes que él, se dio al gusto por la bebida y por el éter. De esta forma lograba evadir su angustia asfixiante y alcanzaba estados alterados que le permitían escribir y escribir (48).

La calidad de sus poemas se vio en la prestigiosa publicación El Cojo Ilustrado. En el número 236 del 15 de octubre de 1901, le publicaron Espectro gris. De igual manera, en el número 293 del 1° de marzo de 1904 publicaron otros poemas. En 1906, en el número 347 del 1° de junio, Curiel ve publicados cinco de sus poemas: A los Metrómanos, Ley Étnica, Fue un viento de Eternidad, Zona ambiente y Flor de Abrojo (49). Los poemas aparecen precedidos por un artículo introductorio firmado por A. Fernández García titulado Un poeta de provincia, en el cual expresa que Curiel ha cantado, en el «claustro de su ciudad provincial» lo que ha conocido y presentido (50). El gobierno del Estado Falcón le encargó a Curiel escribir la letra de su Himno (51), lo cual hizo en 1905.

Elías David Curiel, el hombre, el artista atormentado por la soledad existencial y el cardón que le rodeaba, nunca perteneció a las varias sociedades literarias que existían en Coro, muchas fundadas por miembros de la comunidad judía. Grupos como La Sociedad Alegría o La Sociedad Armonía eran fuente de difusión cultural en aquella ciudad, además de varias publicaciones de índole literaria (52).

Hay un hecho de por sí curioso: pocas referencias hace Curiel de sus orígenes hebreos.

En su obra encontramos escasos ejemplos, quizá en Ley Étnica cuando expresa: «En mi ser, mi remota generación se anida/ con ceniza de muertos fue amasada mi vida/ después de una genésica, secular gestación» (53).

Luego de mucho escribir, luego de mucho caminar por las solitarias calles, después de experimentar los vapores del alcohol y del éter, la muerte de su querida madre, habiendo combatido mil veces contra su angustia íntima, después de mucho enseñar y callar, se dio por vencido. Aquel hombre de apariencia descuidada, de mirar perdido, aquel poeta conocedor de los grandes escritores de su época, que quedó prisionero en las paredes de su casa y de su ciudad de barro, asumió una decisión irreversible: el 24 de septiembre de 1924 tomó su vida y la dejó colgada de una viga de su casa.

Pasaba así a formar parte de esos poetas marcados por sino fatal, por destino oscuro. El mismo día de su muerte llegaba un cable a Caracas, el periódico El Nuevo Diario publicaba la noticia anunciando la trágica muerte de «uno de los más grandes poetas de su generación ». Habla de la partida «inesperada del poeta» y del dolor que causaba tal muerte, especialmente a su ciudad natal que le «contaba entre sus hijos más notables» (54).

Años antes, en 1906, se había escrito sobre Curiel en el Cojo Ilustrado:

Algún día -¡perdóname poeta!- Un fúnebre cortejo acompañará

Un negro ataúd hecho de cuatro tablas humildes, camino del

Cementerio de su parroquia, y luego sobre tosca lápida se leerá el nombre de Elías David Curiel. (55)

Fue enterrado en el cementerio judío de Coro, en el cual aún reposan sus restos bajo humilde lápida. Falta por escribirse la biografía completa que retrate la dimensión poética, pero sobre todo humana, de este hombre nacido en tierra coriana, aunque de origen extranjero, que supo hacerse uno con el medio reseco que se le ofrecía… y con su destino.