El antisemitismo en la cultura popular española

Las creencias, los relatos, los ritos antisemitas, y, en concreto, antijudíos, cuentan con una larga y profunda raíz en la tradición popular española. Excesiva, desgraciada y lamentable, sin duda ninguna, como siempre resulta que es cualquier acto «tradicional», grupal, etnicista, de agresión, cultural o física, contra los demás, sean éstos quienes sean, judíos o no. Pero, tradición, al mismo tiempo, historiable, analizable, porque la descripción y el estudio de este tipo de fenómenos es lo que mejor nos puede develar sus mecanismos, mostrarnos sus ingredientes, delatar sus modos de producción y de evolución, poner en nuestras manos alguna estrategia de defensa o de vacuna contra el sinsentido que siempre es cualquier forma de racismo étnico-religioso. Su conocimiento puede constituirse, por tanto, en vía esencial para su denuncia y desarticulación al menos en el plano de la razón intelectual y moral, del mismo modo que la investigación de cualquier enfermedad es lo único que puede hacer avanzar hacia la meta de su curación.

Y ha de ser, en consecuencia, una de esas asignaturas desagradables, pero necesarias, por las que debemos pasar no sólo quienes nos interesamos por el modo en que los judíos han vivido, han generado cultura y han dejado huellas y representaciones en el resto de las culturas de España, sino, en general, por todos los investigadores que, en cualquier ámbito de estudios, nos interesamos por lo que suele llamarse la cuestión de la otredad o del otro.

Porque, para empezar, no se puede olvidar que, como advertí en un trabajo anterior.

…Para entender el sentido y el valor de la figura de los judíos en la literatura tradicional española, hay que intentar situar su figura en un marco ideológico y sociocultural muy amplio: el que forman la figura del «otro», de «los otros» o de la «otredad» –que de todas estas formas se ha llamado–, y sus relaciones con el resto de los sujetos del sistema cultural. No es éste el momento para hacer una reflexión profunda sobre una cuestión en la que están trabajando con pasión historiadores, filósofos, sociólogos y antropólogos de todo el mundo; pero, no podemos dejar de advertir que el judío, en la tradición española, es una representación más del «otro»: del pueblo con el que se comparte espacio e historia, pero que es muy distinto en lo cultural y en lo religioso, competidor en lo económico, y antagónico u hostil –o más bien hostilizado– en lo social y en lo político.1

En aquella misma conferencia, puse énfasis sobre el hecho de que era imposible analizar las tradiciones antijudías españolas sin llegar a la conclusión de que se parecían significativamente y de que estaban en estrecha relación con las de signo similar que han sido tradicionalmente blandidas contra otros pueblos:

«El “otro” ha podido encarnarse, en España –y en Europa en general–, tanto en la figura del judío como en la del moro o en la del gitano; en América, en la del aborigen y el negro; y en la Francia, la Alemania y la Gran Bretaña contemporáneas, en el inmigrante argelino, en el turco o en el indio… Y en todas partes ha sufrido amenazas y desprecios, y también invectivas y sátiras –susceptibles ya de tener alguna dimensión “literaria”– parecidas entre sí. Hasta tal punto es esto cierto que, en el ámbito norteamericano, por ejemplo, ha sido frecuente estudiar de manera conjunta y unitaria las actitudes y la literatura tradicional sobre los judíos y sobre los negros, los polacos, y otras comunidades más o menos marginadas.2 No vamos a poder detenernos ahora a hacer un análisis comparativo del funcionamiento social y cultural de todas estas representaciones de la otredad en ámbitos y tradiciones diferentes; pero, si tuviésemos la posibilidad de hacerlo, sin duda podríamos comprobar cómo todas ellas generan reacciones sociales y culturales –y, por tanto, también literario-tradicionales–, muchas veces similares o equivalentes en el mundo en el que viven y entre los grupos de población con los que comparten –y a veces disputan– el espacio y la historia».

La constatación de que el folclore antijudío no es, por decirlo de algún modo, «original», sino que se alimenta de tópicos migratorios, de infundios flotantes, de prejuicios tan manidos como espurios, que en cada tiempo y lugar son actualizados para ser blandidos y dirigidos contra el grupo étnico –sea éste el que sea– al que es «tradicional» hostilizar, constituye ya una prueba –y no menor– de que el trabajo de descripción y de análisis de este tipo de creencias y de ritos resulta práctico y operativo, positivo en al menos un sentido, ya que, en el mismo momento en que se produce el sometimiento a la prueba de la razón y se enmarca dentro de un contexto sociocultural amplio, saltan a la vista su impostura de base, lo irracional de su generación y evolución, lo perverso de su prédica y lo estúpido de su asimilación.

En tres trabajos anteriores he expuesto y comentado numerosos ejemplos de cuentos, de leyendas, de canciones, de dichos, de creencias, de ritos antijudíos que han formado parte, a lo largo de los siglos, de tradiciones populares arraigadas hasta en los rincones más insospechados de la geografía española.3 En esta ocasión, comenzaremos nuestro recorrido por el catálogo de mentiras y de despropósitos que de forma tan abundante se ha manifestado en la cultura popular de nuestro país, dirigiendo nuestra mirada, aunque sea muy de pasada, hacia los tiempos y la documentación antiguos, sin los cuales no podría seguramente entenderse el arraigo que este tipo de tópicos ha mantenido a lo largo de los siglos. Merece la pena, en efecto, que nos detengamos un momento en el ejemplo, tan curioso como escasamente difundido, de una inscripción (de los siglos XVI o XVII, seguramente) que todavía hoy puede leerse en un muro de piedra del antiguo monasterio que se erige en el pueblo de Las Henestrosas (Cantabria):

«Tv qve de nacion eres
noble christiano bieio
limpio por toda bi/a no
te cases con ivdi/a a vn
qve bistas de pellio».4

Es éste el único «documento antiguo» que he seleccionado para que forme parte de un panorama que deseo que sea, antes que nada, actual, contemporáneo, que refleje creencias y mentalidades de ahora, y que lo haga con espíritu esencialmente etnográfico, más que con afán historicista. Y lo he hecho porque, aunque la inscripción sea antigua, su mensaje sigue leyéndose, hoy, en los muros del viejo monasterio cántabro, y por más que sea percibido ya como una antigualla, dado que los conceptos de «cristiano viejo» o de «judío» han perdido o al menos han visto modificado el valor que tenían en el momento en que fue grabado en piedra su texto, ha acompañado, a lo largo de los siglos y hasta hoy mismo, la vida y el imaginario tradicional de los campesinos de la zona.

Un ejemplo más general y absolutamente sincrónico de hasta qué punto siguen vivos, en la tradición folclórica de hoy, los prejuicios antisemitas, nos lo va a ofrecer una prospección muy amplia realizada en pueblos de la provincia de Burgos. En varios volúmenes de recopilación folclórica y de estudio etnográfico que he publicado en colaboración con Elías Rubio y con César Palacios, han quedado integrados testimonios y ejemplos de folclore antijudío recogidos en pueblos muy diversos. Las informaciones quizás más llamativas son las que se refieren al pueblo de Orbaneja del Castillo y a sus naturales, a los que todavía hoy se les llama tradicionalmente rabudos. En el vecino pueblo de Huidobro alegan la siguiente explicación:

«A los de Orbaneja les llamaban rabudos, porque fue el último pueblo de eso. Porque dicen que hacían banquetas de nogales, y que el corazón del nogal estaba siempre hueco, y le hacían un agujero, y dice:
»–Eso para los rabudos, para meter el rabo».

Otro informante del pueblo de Huidobro iba más allá en sus explicaciones, y decía que a los rabudos de Orbaneja del Castillo les tenían reservados, en la iglesia, «bancos con agujero para el rabo». En el propio pueblo de Orbaneja nos informaron de que

«Aquí dicen que éramos medio judíos, decían. En este pueblo decían que éramos medio judíos. Nos llamaban lentejeros; pero, porque cogíamos lentejas para todo el contorno.
»Porque dicen que había muchos [judíos]. Eso de boca en boca, de padres a hijos venía. Las familias que había estaban desacreditadas entonces. Cuando era yo mozo, pierde cuidao, que el rico se casaba con cualquier pobre que no sería judío.
»También se decía; pero, eso ya son cuentos, digo yo, también aquí decían que habían visto [gente] con rabo, y eran precisamente los que eran de raza judía».

Muy de pasada, les diré que la atribución de rabo a los judíos ha sido muy tradicional en España y en otras geografías, y que no me detendré ahora sobre esta cuestión, porque la he tratado ya por extenso en otro artículo.6 Más interesante ahora puede ser saber que en otro pueblo de Burgos, Villahizán de Treviño, decían que judíos «son los de Tapia de Villadiego». Y que en el pueblo burgalés de Cobos Junto a La Molina, alguien informó: «Yo he oído contar que los que tenían apellido Caballero, que tenían rabo. Yo lo he oído a mi madre». En el pueblo de Palacios de la Sierra se llamaba a los de Canicosa, bárbaros. «Son peor que los hebreos. Porque no se someten a la ley. Han andado mucho por el mundo con la carreta».
Y en relación con los naturales del vecino pueblo de Vilviestre, los prejuicios eran aun más curiosos y contradictorios:

«A los de Vilviestre, [los llamaban] hebreos y abisinios. Vinieron aquí unos gitanos, y Palacio no los admitió. Aparcaron ahí, ande el puente, vinieron los de Palacios:
»–¡Fuera de aquí!
»Y ahí en Vilviestre, ahí se quedaron, y son todos raza de gitanos».
Informante: PMT. Colector: CP. Fecha: 8-1997

Sobre el más que significativo nombre del pueblo burgalés de Castrillo Matajudíos corre la siguiente explicación:

»Este pueblo se llama Castrillo Matajudíos… Este pueblo, se conoce que era muy grande; pero, resulta que vino una guerra y le destrozó. Porque ese cotorro, que llamamos La Mota, antes de llegar al pueblo, todo eso de alrededor era poblao, y toda esa parte de la derecha de la carretera era poblao. Pero, vino una guerra y le derrumbó. Y pelearon los judíos y los cristianos, y como ganaron los cristianos, pusieron a este pueblo Catrillo–mata–judíos (Castrillo Matajudíos)».

En la misma provincia de Burgos ha existido hasta hoy la creencia de que quien escupía a otro era «un judío». Por ejemplo, en los pueblos de Cobos Junto a La Molina y de Mozuelos de Sedano, donde fueron obtenidas las siguientes informaciones:

«Sí, se decía que eran judíos por escupir, porque los judíos escupieron a Jesús.
»»¡Qué judío eres!», se decía algunas veces cuando escupía alguno».
Y en algún otro pueblo burgalés se decía que a los niños muertos antes de ser bautizados «les enterraban fuera del cementerio» porque, «como no estaban bautizaos, pues no eran cristianos, eran judíos».

Aunque debamos abandonar ya la provincia de Burgos, hay que decir que el escupir a alguien ha sido considerado, en el resto de la geografía española y hasta hoy, como vicio propio de «judíos». Así, una mujer del pueblo de Trabanca (Salamanca) me informó de que

«…A un niño se decía: «tú, judío». Yo me acuerdo cuando era pequeña. Que se decía al que te caía mal:
»–¡Tú, judío!
»Y le escupíamos».7

En muchos pueblos de España se conserva hasta hoy la tradición llamada por la desgraciada y apabullante perífrasis de «matar judíos». En la ciudad León es donde se conserva su variedad más inofensiva –en todo menos en lo lingüístico– porque allí sigue siendo absolutamente común salir a tomar vinos la mañana del Viernes Santo e identificar esa costumbre como matar judíos:

Eso se hace en León. Es una tradición que se practica principalmente en Semana Santa. Y salir a “matar judíos” es salir de chatos, [a tomar vino].8

Esta costumbre es, en realidad, un eco, ya muy desemantizado, del hábito de injuriar a los judíos y hasta de asaltar las aljamas judías y entregarse al saqueo y a la francachela que solían practicar algunos cristianos medievales fanáticos en las fechas en que más presente estaban la pasión y la muerte de Cristo. Se mantiene en otros lugares de la geografía española; pero, con matices no tan inocentes ni lúdicos –ni tan «etílicos»– como en el León de ahora mismo. En Asturias se practicaba del siguiente modo:

«Matar a los judíos. El día de Jueves Santo por la tarde los rapaces y los mozos van a la iglesia provistos de sendos bárganos. La chiquillería menuda lleva ronquielles y matraques. Los de los bárganos se colocan en el centro del templo formando una circunferencia y cuando el sacerdote apaga la última vela «tenebraria», empiezan a matar judíos descargando golpes sobre las losas hasta que los bárganos quedan hechos astillas. Cuando las iglesias tienen el suelo de madera, matan los judíos golpeando los poyos del pórtico. Así lo hacen en Pola de Allande, Ríos, Quirós, Villanueva de Teverga…
»Esta costumbre se ha suprimido en algunas parroquias».9

Las siguientes informaciones proceden de los pueblos leridanos de Barruera y Boí, respectivamente:

«El día de Jueves Santo era destacado el hecho de matar judíos, acción que tenía lugar después del oficio propio de este día por la tarde, según cuenta nuestro informante, y concretamente después de leer el salmo y el oficio de tinieblas.
»Todo empezaba al apagar la última de las velas que se habían puesto en una especie de triángulo simbolizando cada vela un apóstol y la del vértice a la Virgen María. Al apagar esta última daba comienzo el ensordecedor estruendo propiciado no sólo por los pequeños, sino también por los mayores, y que era producido por los golpes dados con mazas, bastones, martillos y el sonar de las carracas. El ruido era estremecedor. Todo esto sucedía con la iglesia totalmente a oscuras, produciendo una impresión profunda en la mente de los chiquillos que se recordaba durante toda la vida.
»La Iglesia consideraba a los judíos autores de la muerte de Jesús, y el pueblo creía que con este acto ruidoso se mataban a los culpables de este hecho. Había la creencia de que cómo más ruido se hacía más judíos se mataban».
Una vez pasada toda la Cuaresma, al llegar a la Semana Santa, uno de los actos más relevantes y destacados de Boí era el de matar judíos.
«Se hacían muchos actos (de las procesiones ya hemos hablado en Barruera) y uno de los destacados era éste que mencionamos. La gente iba a las serrerías, ya que por aquel entonces en la población había dos, a buscar barras de hierro y martillos, y no veáis el alboroto que se hacía, el ruido de los golpes que daban era estremeceor, ya que estaban convencidos del hecho que, como más ruido hacían, más judíos mataban. Y se ve que se trataba de matar como más mejor. ¡Pobres judíos!»10

De judíos y sayones
Si se hiciera un catálogo y una descripción de todas las fiestas, procesiones, autos teatrales y parateatrales que se celebran en la Semana Santa con la participación de personajes qu e se denominan o que representan a «judíos», «hebreos», «sayones», etcétera, y que eran por ello vilipendiados, humillados, zaheridos, podríamos seguramente llenar un grueso volumen. Los siguientes son extractos de una preciosa descripción, fechada en 1952, de la representación parateatral que protagonizaban unos curiosísimos «judíos» en el pueblo salmantino de Gallegos de Solmirón:

«Los judíos y la Semana Santa. Costumbre antiquísima que se conserva en esta parroquia actualmente, es la de los «judíos» en la Semana Santa, que dan a esta villa un sello especial y que no sé exista en ninguna otra.
»Los judíos son ocho; vestidos con el típico traje antiguo, calzón corto, muy ajustado, chaquetilla de paño fino, botones de plata, botas bajas, calcetas blancas caladas, camisa bordada fina, faja de merino negro, una banda o cinta ancha blanca de derecha a izquierda con una lazada de la que pendea un espadón antiguo (éstos que veo todos los años fueron usados en la guerra de Cuba); ciñen la cabeza con un turbante cuyo color varía según el día; así el jueves santo es blanco, el viernes negro y el domingo de Pascua de colores chillones; el del Capitán que los manda es distinto de los otros, y todos ellos van armados con escopetas. Tienen a gala el ser judíos «o guardar a Nuestro Señor» no sólo los jóvenes, que suelen ser la mayoría, sino hombres de más edad; de los que recuerdo y que aún viven, a Francisco Jiménez Palacios, que guardó a Nuestro Señor durante veinticinco años; Isidro Jiménez durante dieciocho; Matías Sánchez durante catorce; Cirilo Nieto, actual capitán de los judíos, doce, y otros muchos, y tanto estiman esta costumbre, que transmiten el puesto de padres a hijos, y cuando hay alguna vacante, ya hay varias solicitudes para ocuparla […]
»El Jueves santo, cuando, terminada la misa, se lleva el Señor al monumento, a mitad del trayecto, de repente, detrás de una columna, aparecen los ocho judíos (sin escopetas entonces), se colocan rápidamente en dos filas, la procesión se detiene un momento y el sacerdote pregunta: «¿a quién buscáis?», y el Capitán responde: «a Jesús de Nazaret»; «aquí le tenéis», responde el sacerdote, y los judíos caen por el suelo, quedando así hasta que pasa la procesión y se incorporan los últimos a ella.
»La guardia al monumento. Durante todo el día del Jueves Santo quedan los judíos custodiando al Señor; en el monumento colocan las escopetas y espadas, tendidas en el suelo y con los brazos cruzados, permanecen de cuatro en cuatro cada hora, todo el día; cuando entra el sacerdote en la iglesia, el Capitán, siempre alerta, da un golpe y rápidamente todos cogen sus escopetas y espadas y quedan en posición de firmes, con las escopetas boca abajo. Durante estos días escoltan con las autoridades a las imágenes en las procesiones…
»El sacerdote, con una lista en que apuntaran los familiares y amigos en la tarde los nombres de sus difuntos, comienza en medio de un silencio sepulcral: «ánima de N. N.», y reza un padrenuestro, que contesta el pueblo con recogimiento y lágrimas, y así durante dos horas que suele durar este acto; al terminar, besando las autoridades y judíos el Crucifijo, se cantaban los romances de Lope de Vega, y digo se cantaban porque hace ya diez años que no se cantan, pues el párroco los suprimió al resultar un poco irreverente el desconcierto de tanta voz sin unificar, y ahora termina con la vela al Santísimo, que encabeza la primera hora el sacerdote, autoridades y judíos y continúa la Cofradía del Santísimo y muchas gentes que permanecen toda la noche.
»Viernes Santo. Este día reviste solemnidad extraordinaria en la adoración de la Cruz; el sacerdote, sacristán, acólitos, autoridades y judíos (las mujeres en cruz aparte), descalzos, de rodillas, van haciendo triple inclinación profunda; desfilan uno por uno; mejor dicho, uno sube y otro baja, besan la cruz, ofrecen y se retiran; pero al llegar el turno a los judíos, la expectación es enorme, pues encerrados en sus ajustados calzones, más de una vez fallaron los viejos paños y las risitas maliciosas se dibujaban en las caras curiosas.
»En las misas de Presantificados de ese día, al alzar el cáliz, los judíos caen por el suelo y no se incorporan hasta sumido el cáliz. Una vez terminado el acto, acompañan al sacerdote a su casa, donde es costumbre, además de la limonada con que se les obsequia el Jueves, el que desayunen en su casa escabeche, pan y vino; después se van a caza y con lo que matan y algo que arriman, hacen una comida el domingo.
»Domingo de Pascua. La Semana Santa culmina este día con la procesión del Resucitado; sale éste por un lado de la iglesia, llevado por los jóvenes, y la Santísima Virgen por otro, llevado por las jóvenes, acompañado el primero por el sacerdote, el señor alcalde y cuatro judíos, y la segunda por el señor juez, Secretario y los otros cuatro judíos armados; al divisarse las imágenes se hacen tres inclinaciones, se acerca el sacerdote y quita el manto negro a la Santísima Virgen, y en aquel momento, una descarga cerrada de los ocho judíos atruena el espacio, y entre el volteo de las campanas, los cantos del aleluya y el griterío de los chiquillos asustados de las salvas que no cesan, entra en la iglesia la procesión. Se celebra la Santa Misa, cantada por las jóvenes, ofertorio de autoridades y judíos, que, a los lados del presbiterio, dan guardia y presentan armas a la elevación, y después acompañan al sacerdote, entre nueva salva de tiros, con pólvora sola, claro está, y se despiden «hasta otro año si Di[-]os quiere»».11
Julio Caro Baroja describió ritos parecidos documentados por él mismo, en 1950, en la Semana Santa del pueblo cordobés de Puentegenil (Córdoba). Las figuras de Judas –representación máxima, a los ojos del pueblo, del judío traidor–, del judío errante y de «los de la Judea» se mezclan aquí en un batiburrillo ahistórico y anacrónico que llega a identificar a estos últimos nada menos que con los «centuriones» romanos, y a meter en el mismo saco, bajo al etiqueta colectiva de «la Judea», a personajes como Caifás, Anás, Herodes… ¡y Pilatos! No es, por cierto, un caso único en nuestra geografía tradicional, donde ha sido muy común, según he demostrado en otros trabajos, confundir en un mismo perfil de personajes a judíos y a romanos. He aquí alguno de los apuntes tomados por el gran etnógrafo:

«Detrás de ellos marcha Judas con un «rostrillo» de barba rojiza, un traje en gran parte de color verde, y con la bolsa, símbolo de su traición, en la mano».
»En esta misma procesión; pero, sin guardar con respecto a los pasos y a la marcha un orden preciso, aparece ya el judío errante, al que en las procesiones siguientes también suele vérsele aquí o allá.
»Judas, con «rostrillo» diferente al del día anterior y traje también distinto. Su aspecto es trágico, el pelo negro y enmarañado, la cara horrorosa.
»El cuarto grupo de figuras lo constituyen «los armados» de «la Judea», a los que también denominan «centuriones», con el cabo.
La Judea: esta vez completa, pues además de los cinco armados van: Caifás, Anás, Herodes y Pilatos. El cabo delante, detrás de él los dos soldados con distintivo rojo, a continuación las llamadas «autoridades judaicas», y en retaguardia los soldados con distintivos verde».12
Otro ejemplo de folclore antijudío asociado a la Semana Santa nos lo ofrecen las siguientes estrofas, especialmente agresivas, de unos Mandamientos de la Cuaresma que se cantaban en las celebraciones tradicionales del pueblo palentino de Tremaya:
«Los mandamientos son diez,
las palabras son ejemplos,
que los mandó nuestro Di[-]os
para adornar a su templo.
»El primero fue Judas
cuando a aquel manso cordero
le vendió por treinta reales.
Preso le entregó en el huerto.
»El segundo, los judíos
para el huerto se partieron,
y con grande griterío
en la cárcel le metieron.
»En el tercero, la junta,
y de la junta salieron.
Mandan que le crucifiquen
y que le azoten primero.
»En el cuarto, los judíos
le amarraron como a un reo,
le dan cinco mil azotes
y otros tantos que no cuento.
»En el quinto, cantó el gallo
cuando le negó san Pedro;
le tiraron de la barba,
tres bofetadas le dieron.
»En el sexto, la corona
que de espinas le pusieron,
como era tan pesada,
tres veces cayó en el suelo.
»En el octavo, el calvario,
y, para llegar primero,
alquilan por cinco reales
a Simón el Cirineo…».13
También en las celebraciones de la Semana Santa de la provincia de Burgos se han documentado creencias y ritos en que las injurias a los judíos tienen un papel principal:
«En Roa de Duero se asiste masivamente a los actos tradicionales que tienen lugar en estos días. Comienzan el miércoles, con la representación de las caídas de Jesús. El viernes, la procesión del silencio incluye actualmente a las mujeres, quienes van ataviadas con mantillas. Cantan canciones muy antiguas llamadas «los sayones»:
“Ya vienen los sayones / con Judas a prenderle, ya llegan a prenderle / con rígidas prisiones”.
»La cofradía de la Vera Cruz lleva a hombros «el paso de los judíos», con el que se asusta en el pueblo a los niños cuando son traviesos. La cofradía ofrece a los cofrades pan, vino y aceitunas para ayudarles en el esfuerzo realizado».14
En otro pueblo de la misma provincia de Burgos, Ahedo de Butrón,
«…El Viernes Santo tiene lugar el «Cortejo de la Cruz». Un nazareno con túnica y corona de espinas es azotado por los judíos, mientras unas mujeres que están entre la multitud cantan unas coplas que son contestadas por otro grupo de mujeres que cierra el cortejo. Organiza la cofradía Vera Cruz.15

Existen representación teatrales y parateatrales asociadas a otras fiestas del año, y no exclusivamente a las de la Semana Santa, en que la presencia del judío o de lo judío es también obligada. En el pueblo salmantino de La Alberca es tradicional la Loa de san Juan Bautista, que se representa coincidiendo con la fiesta de ese santo, el 24 de junio, y que, aunque refleja un combate entre moros y cristianos, incluye al final un diálogo disparatado entre el cristiano vencedor y el vencido –aunque «gracioso»– moro, que proclama, nada menos, que ¡la madre de Mahoma fue una judía!:
CRISTIANO: Te perdono; pero, vas a referir,
con espíritu acertado,
la historia verdadera
del Mahoma de los diablos.
GRACIOSO: Fue su padre de Mahoma
un idólatra gentil,
cuyo nombre se titula
de Andala Mutalín.
Su madre llamada Ymina
fue hebrea en el judaísmo
y por todo aquesto mismo
allá fue la más Nefina
en la guerra de los Partos….16
Este tipo de intrusión de alusiones antijudías en el marco de un conflicto de ficción entre moros y cristianos no es nada raro en nuestro país. En el pueblo riojano de Cervera del Río Alhama es tradicional una leyenda –que al parecer fue creada y puesta en circulación por una novela romántica escrita a mediados del siglo XIX y ambientada en el propio pueblo– acerca de una princesa mora y de un joven cristiano cuyos amores acaban trágicamente por orden del padre de la joven, que ordena el encierro de ésta y el ahorcamiento de cristiano. Siglos más tarde, un pastor encuentra en el campo la arqueta en que la mora había guardado sus joyas y un pergamino en que relataba sus trágicos amores. Entonces, «la precaria situación económica de los pastores mejoró ostensiblemente al ir vendiendo las joyas a un cambista judío del pueblo». Al final, el pastor confesará el hallazgo en su lecho de muerte, y con las joyas que quedaban se edificará el santuario de la Virgen del Monte que todavía tiene su culto el pueblo.17 La incorporación, casi a contrapelo, del personaje del «cambista judío», no tiene más finalidad que la de explotar el viejo tópico antisemita del judío usurero que se aprovecha abusivamente de las necesidades de los demás en beneficio propio, y, de paso, relativizar la responsabilidad del pastor cristiano, que vivió hasta su muerte de los beneficios obtenidos de su robo.
Dejemos ya, por el momento, las celebraciones de la Semana Santa, tan asociadas a ritos y a excesos antijudíos, y busquemos otras huellas y representaciones de lo judío o de los judíos en nuestra geografía tradicional. En las cercanías de la ciudad de León hay un viejo cementerio que se sigue asociando todavía a los judíos, con la carga de «superstición y misterio» que ello –al parecer– debe implicar:
Otro aspecto curioso es la existencia de un antiguo cementerio de judíos en Arcahueja; sumando a todo esto las ya conocidas noticias de juderías y morerías que se asentaban en los arrabales de la ciudad de León durante la Edad Media, en lo que hoy son los barrios de Santa Ana y Puente Castro. Lugares, todos ellos, que engendraban superstición y misterio entre los cristianos de la zona.18
En el pueblo salmantino de Sequeros quedan otros ecos y referencias sobre los judíos:
«La población medieval contaría con gentes cristianas, moriscos y judíos. El carácter morisco fue patente en el folclore, construcciones, indumentaria, lengua, etc. Topónimos como La Suerte de los Moros, y Casa de la Mora, en Villanueva, son otro dato más. La existencia de judíos la dan referencias escritas, tales como «el barrio de los judíos», «la mata de los judíos» y también el sitio donde dicen «arrastra judíos», en San Martín, lugares mencionados en las ventas de inmuebles. Y por último, refuerzan esta opinión la existencia de judíos y la de moriscos en varios pueblos serranos como La Alberca, San Esteban de la Sierra, etcétera».19

En el año 2001 fue publicada la estupenda «autobiografía» de Diego Rodríguez Orellana, un humilde agricultor extremeño que fue entrevistado por Antonio Zavala, prolífico especialista en historia oral, y de cuyo testimonio ha salido un libro muy enjundioso. Entre los muchos recuerdos que albergaba la memoria del anciano extremeño, figuraba un suceso relativo a dos jóvenes amantes que huyeron de su pueblo, en dirección a León, porque la enemistad de sus familias se oponía a su relación sentimental. Los parientes de ambos decidieron hacer las paces y salir a buscarlos en dirección norte. Pero, al aproximarse al pueblo de Hervás, sobre el que pesa la etiqueta que tiene muchos ingredientes totalmente ficticios y hasta fabulosos de ser un «pueblo judío» o un «pueblo de judíos», se produjo una escena, protagonizada por una de las parientes de los huidos, que el informante recordaba con sorna especial:

«Aquellos señores hablaban de que iban a parar en el pueblo de los judíos, lo que a ella le cayó gordo. Al oír nombrarlos, y que tenían un pueblo, preguntó asustada:
»–Y, habiendo judíos, ¿vamos a parar allí?
»El señor cura, que se dio cuenta de que a la señora Pascasia se le había cambiado el color de la cara, le dijo:
»–No se preocupe porque haya judíos en ese pueblo.
»Ella agregó precipitadamente:
–Pero ¡si los judíos crucificaron a Jesucristo!
»Los jóvenes soltaron una carcajada; pero el señor cura, con voz tan agradable como complaciente, le explicó:
»–Señora, estos judíos nada tienen que ver con aquellos. Eso ocurrió hace mil setecientos años; y descendientes suyos vinieron después aquí; pero, hace mucho tiempo, porque fueron expulsados de España, menos algunos que se bautizaron, y de ellos proceden éstos, a los que de judíos ya no les queda más que la nariz, que la lucen un poco más larga que los castellanos.
»–Y ganzuda –añadió uno de los estudiantes.
»La señora Pascasia se sintió más tranquila. Horas después llegaron a Hervás. Pero, como el parador estaba a las afueras, vio a pocos o a ningún judío, para poder sacarles semejanza con Judas Iscariote, con quien ella había preguntado si se parecían»

La historia inventada
Por cierto, y ya que hemos entrado en el capítulo de sucesos que tienen al menos una base real, puede ser muy interesante recordar una celebración que, según testimonió la prensa de entonces, tuvo lugar en Segovia en octubre de 2002, y que se revistió con todos los ropajes no del antijudaísmo, sino de un filojudaísmo sobrevenido, inventado, pseudohistoricista, que, pese a sus buenas intenciones e inocentes desarrollos, no deja de desembocar –por lo general– en un tipo de superchería edificado sobre bases muy poco firmes y muy poco respetuosas con nuestras propias historia y cultura:
«Unidos por el apellido de Baeza, más de 120 miembros de la misma familia, eso sí, con diferente parentesco, han celebrado una reunión en Segovia, en lo que ya viene siendo una jornada anual de convivencia desde hace más de una veintena de años. Además de proceder de la localidad jienense que da nombre a su identidad –de donde el poeta Antonio Machado salió destinado hacia la capital segoviana, en 1919–, el grupo llegó desde muy diferentes puntos de la geografía española. En Segovia, los Baeza –que han denominado a esta singular reunión como Baezada–recordaron a su antepasado Tomás Baeza González, una de las personalidades más destacadas de la cultura de Segovia en el siglo XIX, que fue deán de la catedral hasta su fallecimiento en 1891; además de realizar un recorrido por la judería, convencidos de su ascendencia hebrea, según Concepción Yoldi, cuyo primer apellido es el común de los Baeza segovianos, mientras el mayor de la familia, Antonio Baeza, de 86 años, recordaba que su padre nació en el pueblo de Navalmanzano (Segovia)».21

En los juegos
En el territorio del juego infantil, que por la candidez e inocencia propia de los niños podría pensarse que ha quedado al margen del tipo de prejuicios y de conflictos que estamos analizando en estas páginas, pueden encontrarse también huellas y rastros de un antijudaísmo muy arraigado. En una compilación ya clásica del padre Santos Hernández, se explicaba, por ejemplo, lo que había que hacer «para hacer un judío con sombras de las manos, nariz torcida, barba de cabra y bonete»: había que poner la mano «derecha, con el índice y el medio perfilados» con el objeto de componer «la barba, que limita el pulgar puesto horizontalmente por debajo. El dedo medio de la izquierda se monta sobre el meñique para formar la nariz…».22

En Murcia se ha recogido este otro juego, con su disparatada referencia antijudía:
Tin, tin, zarralapatín,
tú de oro,
tú de plata,
la gallina americana
se perdió por la montaña,
los judíos que la llevan
la bañaron de vinagre,
salve usted, señora
co-ma-dre.23

Muchos de ustedes recordarán, además, una rima infantil difundidísima en toda España, que tiene una curiosísima tradición multicultural en la que no podemos detenernos ahora, y que dice:

Cuando llueve y hace frío
sale el arco del judío;
cuando llueve y hace sol,
sale el arco del Señor.24

Pasamos ahora del terreno del juego o de la rima infantil al de las oraciones tradicionales, en las que sí son más previsibles, aunque sólo sea por el sesgo ideológico y por la utilización maniquea que a veces han sufrido, las referencias antijudías. Una oración muy difundida en todo el ámbito panhispánico, el conocido como Padrenuestro pequeñín, suele incluir, en algunas de sus versiones, referencias injuriosas hacia los judíos. Los siguientes son los primeros versos de una versión del pueblo de Huélaga (Cáceres):

Padre nuestro chiquinino,
llévame por buen camino;
caminito de Belén,
mis pecados muchos son;
no los pueden perdonar,
ni en Cuaresma,
ni en Carnaval.
Allá arriba en aquel cerro
están los perros judíos,
azotando a Jesucristo…25

Estos otros versos de la misma oración fueron recogidos en el pueblo de Fuenteliante (Salamanca):

… En aquel Santo Olivar
están los perros judíos
azotando a Jesucristo…26

En pueblos de la provincia de Segovia han sido recogidas diversas oraciones que contienen versos de escarnio contra los judíos. Los siguientes corresponden a la plegaria en metro de romance de El discípulo amado:

Otro día en la mañana, Jesucristo caminaba
con una cruz en los hombros de madera muy pesada,
mientras los judíos tiran, Jesucristo arrodillaba…
Los versos que conoceremos a continuación, tomados de una versión del romance-oración Desde el huerto hacia el Calvario, increpan como «judío» al propio Cristo:
Al llegar a un buerto grande un hortelanillo estar:
–Levántate de ahí, judío, levántate de ahí, ladrón,
verás la soga de ‘parto con que te van a arrastrar,
verás los clavos y martillos con que te van a clavar.

En otra versión segoviana del mismo romance, es, sin embargo, un «sayón», palabra que la tradición popular ha utilizado muchas veces como sinónimo de «judío», el que injuria a Cristo:

Al pasar un arroyito que le llaman Solazar,
allí cayó Jesucristo, no se pudo levantar.
Pasó por allí un sayón, le dice de esta razón:
–Levántate de ahí, villano, si te quieres levantar,
mira las sogas de nudos, con ellas te han de azotar;
mira las sogas de esparto, con ellas te arrastrarán;
mira la cruz de madera, en ella te clavarán;
mira clavos y martillos, con ellos te clavarán;
mira la hiel y vinagre que te han de dar a gustar.

A continuación reproduzco unos versos de una versión del romance-oración de Cristo sentenciado a muerte recogida en otro pueblo segoviano:

–Vedme aquí, estoy escupido de aquellas bocas malvadas;
vedme aquí, estoy azotado de aquellas manos ingratas;
aquí estoy como un esclavo y a aqueste balcón me sacan
por ver si esta gente hebrea se adolece de mis llagas.
Antes dicen: «¡Muera, muera crucificado! ¿Qué aguarda?».27

En la tradición vasca son comunes también las oraciones que incluyen referencias antijudías. Conozcamos los siguientes versos de una plegaria que presenta a la Virgen contemplando en sueños la pasión de su hijo:

–Bart amets egin dot
juduak martirizatzen ebiltzala
ene Semia.
–Egi-egia da, Ama neria,
Ama deskonsoladia:
juduak martirizatzen dabilz
zure Semia.

He aquí su traducción al castellano:

–Ayer noche he soñado
que los judíos estaban martirizando
a mi hijo.
–Es verdad, Madre mía,
Madre desconsolada:
los judíos están martirizando
a vuestro Hijo.

Conoceremos a continuación algunos versos, en euskera y en traducción al castellano, de otra oración tradicional en el País Vasco:

Judeo krudel traidore oiek
eman ziraten edari,
edaria dolorea,
ozpinarekin gedarrea,
ark erretzen zuen
ene biotza,
altzairu urrak (?) bezala.
Esos crueles traidores judíos
me dieron de beber;
la pócima fue el dolor;
hollín con vinagre,
aquello abrasaba
mi corazón
como el acero.28

A continuación, aprovechando que acabamos de asomarnos a algunas muestras de literatura tradicional vasca, y antes de encaminarnos ya a la exposición de nuestras conclusiones finales, quiero atender, siquiera sea muy brevemente, a otras tradiciones folclóricas en lenguas distintas de la castellana. Los siguientes son los versos centrales de una extensa oración gallega que mezcla referencias a la huida a Egipto (la Virgen iba «dándole de mamar» a su hijo) con otras referidas a la crucifixión:

… En aquel pueblo donde estaban
respondiéranle los judíos:
–Hemos, caballeros, hemos,
a visitar a María.
La Virgen, que tal oyó,
se trata de caminar
con su hijo en los brazos
y dándole de mamar.
Al llegar al caminito,
al caminito real
se encontró con los judíos:
–¿Para dónde vais, judíos?
¿Qué venís aquí a buscar?
–Vímosle catar o fillo
pra llo crucificar.
–Quén volo dera, ai, judíos,
quén volo quixera dar.
–Quiera que usté no quiera
se lo habemos de quitar.
La Virgen que tal oyó,
desmayada se cayó….29

A continuación, volveremos a atender brevemente a la tradición vasca, de la mano, una vez más, de don Julio Caro Baroja, quien dejó escrito:

«…En 1830 un carpintero de Vera, Martín Olaechea, hizo estas coplas, en contra de los liberales que habían intentado entrar en España con Mina, y en particular contra su paisano Fermín Leguía. Mi tío las tomó al nieto de Martín, Juan José Olaechea, ya fallecido».

Reproduzco los versos iniciales, en euskera y en castellano, de la canción evocada por Caro Baroja:

Armada eder bat ekarridigu
Berara Fermín Leguiak
yudu ta sastre protestantiak
ark ere aztitu beriak,
galtzaen neurriyak
artu diyote español kazadoriak.

Un hermoso ejército nos ha traído a Vera Fermín Leguía: judíos y sastres protestantes, que tampoco son los suyos, porque la medida de los pantalones se la han tomado los cazadores españoles».30

Pasamos a la tradición de Cataluña, donde son conocidos «dictados tópicos», es decir, fórmulas o refranes relativos a pueblos y a sus habitantes, como el siguiente:

A Terrassa mala raça,
la meitat en són jueus.
A Sabadell són gitanos
i a Sant Llorenç, bona gent.31

También en la tradición de habla catalana de Alicante se han recogido oraciones como la siguiente:

–¿Què sospireu, bon Jesús?
–¿De què tinc que sospirar?
El dijous, la meua cena,
judios m’agarraran,
em duran a casa Herodes,
d’Herodes a Caifàs…32

Voy a terminar este recorrido breve pero intenso tras las huellas y los rastros de los judíos, o más bien tras las imágenes o las representaciones –deformadas, manipuladas y falsas– que de los judíos han cundido en la cultura tradicional española, reproduciendo dos versiones del mismo chiste que han sido publicadas en dos librillos de escasísima calidad y originalidad, pero de amplia circulación, que han sido editados en los años 1992 y 1993 con los muy significativos títulos de Chistes picantes y Chistes sobre cuernos y cornudos. Les adelanto que son chistes muy malos, y que sólo el hecho de que aparezcan dentro de unas publicaciones eminentemente «populares», «deleznables» en el sentido que tenían, por ejemplo, los folletos de cordel más triviales y baratos que circularon hasta hace pocas décadas por la península, justifican su inclusión en este estudio:

–¿Qué diferencia hay– le pregunta un joven a una chica–, entre un católico, un judío y un coche?
–No lo sé –confiesa ella– nunca me he encontrado debajo de un coche.33

Un señor pregunta a su hermosa vecina, mujer casada muy sexy:
–¿Puede decirme usted qué diferencia hay entre un católico, un judío y un automóvil?
A lo que responde la mujer:
–¡No lo sé! ¡Nunca me he encontrado bajo un auto!34

Las conclusiones finales que podemos extraer de todo el material que hemos traído a colación, conocido y analizado, de todas las creencias, leyendas, ritos, canciones, oraciones y chistes antijudíos que han desfilado apretadamente ante nuestros ojos, provocándonos sensaciones que seguramente mezclarán la amargura –por el hecho de que puedan darse tales deformaciones de la historia y de la verdad– con el desdén–por sus ínfimas calidad y coherencia estética– y hasta con el asombro –ante los disparatados y pintorescos excesos en que la mayoría incurren, debieran ser largas y prolijas, porque para su interpretación habríamos de convocar todo tipo de argumentos históricos, sociológicos, antropológicos, literarios, psicológicos, entre otros. Contentémonos, en esta ocasión en que las limitaciones de tiempo y de espacio nos condicionan, con reproducir, sin apartarme de ella ni una coma, la conclusión final que he expresado en alguna ocasión anterior:

Ha sido siempre el desconocimiento de las personas, de la cultura y de la realidad judía el caldo de cultivo del que han surgido todos estos cantos y relatos que, si en lo literario y en lo cultural pueden tener algún –muy variable y desigual– interés, en su ideología y en su contenido resultan, cuando menos, desenfocados y deleznables. Pero, querámoslo o no, sucede a veces que la incultura es también una forma de cultura, por lo que no puede dejarse de historiar, de analizar ni de interpretar.

Notas

«Los judíos en la literatura tradicional española», Judíos en la literatura española, IX Curso Cultural Hispanojudía y Sefardí de la Universidad de Castilla-La Mancha, coords. I. M. Hassán y R. I. Benito (Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha, 2001) pp. 403-436, p. 403.
Véanse, por ejemplo, los trabajos de Nathan Hurvitz, «Blacks and Jews in American Folklore», Western Folklore XXXIII (1974) pp. 301-325; y Alan Dundes, «A Study of Ethnic Folklore: The Jew and Polack in the United States», Journal of American Folklore 84 (1971) pp. 186-203.
Véase, además de mi estudio citado en la nota 1, otros dos más: José Manuel Pedrosa, «Visión de lo judío en la cultura popular extremeña», Del Candelabro a la Encina: Actas de las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos (Hervás, 16-19 marzo 1995), eds. F. Cortés Cortés, L. Castellano Barrios, A. J. Escudero Ríos e I. Escudero Ríos (Badajoz: Revista de Estudios Extremeños, 1996) pp. 249-283; y «La teoría literaria y antropológica de la otredad y la visión de lo judío en la literatura oral panhispánica», Revista de Folklore 246 (2001) pp. 211-216.
Información que me fue amablemente comunicada por Almudena Marazuela en 1999.
Algunas de las informaciones que ahora reproduzco han sido ya publicadas en César Javier Palacios, José Manuel Pedrosa y Elías Rubio Marcos, Héroes, santos, moros y brujas (Leyendas épicas, históricas y mágicas de la tradición oral de Burgos) Poética, comparatismo y etnotextos (Burgos: Tentenublo, 2001) pp. 347-349. Otras están a punto de ser publicadas en el libro, de los mismos autores, Burgos mágico. Creencias, supersticiones y religiosidad popular en los pueblos de la provincia de Burgos.
Uno de los comentarios al respecto que hice en mi estudio sobre la «Visión de lo judío en la cultura popular extremeña» decía que «especial interés tiene el mote de rabúo, que se aplica, por ejemplo, a los naturales de Cabezuela del Valle, en Cáceres». Señala Flores del Manzano que «se les ha llamado también cabezoleños rabúos, lo que equivale a llamarles “judíos” de los que hubo una importante aljama en Cabezuela y a los que se les suponía dotados de rabo demoníaco». Rabúos se llama también a los habitantes de Casatejada, Montánchez, Calera de León y Cáceres; y rabinches a los de Saucedilla… La atribución de rabo a los judíos y a otros pueblos con aura de malditos es un motivo universal, particularmente vivo en diversas tradiciones europeas occidentales, y cuyos antecedentes más viejos han sido situados por Joseph E. Gillet en los escritos del médico griego del siglo V a. C. Ctesias de Cnidos, y posteriormente en los de Plinio el Viejo, Ptolomeo, Marco Polo, Colón y muchos otros. En la Edad Media, fue un tópico arraigado en todo Occidente que los ingleses tenían rabo. Dentro de España, mucho antes de que la propaganda franquista atribuyese a los rusos y a los comunistas en general el ir arrastrando demoníacos rabos, tales pullas se profirieron en alguna ocasión contra los castellanos, portugueses o agotes, o, como ha estudiado Constantino Cabal, contra los vaqueiros de alzada asturianos. Pero también, y muy especialmente, contra los judíos; antológico puede ser considerado el pasaje de La Gaviota de Fernán Caballero, recordado por Gillet, en que unos campesinos se preguntan si un hombre inconsciente que han recogido será judío, cosa que descartan porque «Si fuera judío, ¿no le habríamos visto el rabo cuando le desnudamos?». La atribución, en canciones y dictados tópicos, de rabo y de sangre judía a los naturales de diversos pueblos alaveses puede permitirnos llegar a conclusiones reveladoras por comparación con los casos extremeños. Así, refiere Gerardo López de Guereñu, en su Refranero alavés, que el refrán «Judíos, rabo de oveja, que vendieron a Cristo por una teja» «es lo que suelen decir con mala intención los vecinos de los pueblos colindantes a los treviñeses de Torre». Y a continuación reproduce varios cantares y dictados tópicos riojanos del mismo cariz: «Judíos de Labastida / no vayáis por Briñas a Haro; / porque os saldrán al camino / y os podrán cortar el rabo»; «Rabudos los de Laguardia, / judíos los de Elvillar, / que vendieron a San Roque / por un currusco de pan…». El artículo de Gillet mencionado en las líneas anteriores es «Raboso, rabudo, cobarde (tradición y semántica)», Nueva Revista de Filología Hispánica III (1949) pp. 372-378.
La informante Ángeles Pacho, de Trabanca (Salamanca), fue entrevistada por mí en Alcalá de Henares (Madrid) en abril de 1998.
Información que me comunicó una mujer de León entrevistada por mí en Alcalá de Henares en abril de 1998.
Aurelio de Llano Roza de Ampudia, Del folklore asturiano (Oviedo: Instituto de Estudios Asturianos, reed. 1972) pp. 205-206.
Joan Bellmunt, Tradiciones de la Alta Ribagorça y del valle del Boí (Lleida: Milenio, 2001) pp. 22 y 45.
Antonio Hernández, «De Gallegos de Solmirón: los judíos y la Semana Santa», Hoja Folklórica, ed. Á. Carril Ramos (Salamanca: Centro de Estudios Salmantinos, 1995) pp. 169 y 175.
Julio Caro Baroja, «Semana Santa de Puentegenil (1950)», De etnología andaluza, ed. A. Carreira (Málaga: Diputación Provincial, 1993) pp. 419-460, pp. 437, 440-442 y 447. Este estudio se publicó, originalmente, en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares XIII (1957) pp. 24-49.
Piedad Gallardo Gútiez, «Canciones recogidas en Tremaya (Palencia)», Revista de Folklore 129 (1991) 85-98, p. 89.
Marta González Bueno y Javier Santos del Campo, Fiestas y costumbres de la provincia de Burgos (Burgos: Excma. Diputación Provincial, 2001) p. 148.
González Bueno y Santos del Campo, Fiestas y costumbres p. 155.
José Luis Puerto, «Teatro popular en la Sierra de Francia. Dos Loas perdidas de La Alberca», Revista de Folklore 191 (1996) pp. 147-169, p. 168.
José Manuel San Baldomero Úcar, Ensayos de antropología cultural e historia sobre Cervera del Río Alhama (Logroño: Gobierno de la Rioja, 1991) p. 89.
Francisco Javier Rúa Aller y Manuel E. Rubio Gago, La piedra celeste (León: Excma. Diputación Provincial, 1986) p. 44.
Ramón Martín Rodrigo, Sequeros: historia, arte y tradiciones (Salamanca: [edición del autor], 1978) p. 17.
Diego Rodríguez Orellana y Antonio Zavala, Del fusil al arado (Sendoa: Oiartzun, 2001) p. 164.
Aurelio Martín, «Baezada», El País, 29 de octubre de 2002, p. 45.
P. Santos Hernández, S. J., Juegos de los niños en las escuelas y colegios, ed. C. Bravo-Villasante (Palma de Mallorca: Olañeta, 1986) p. 333.
Juana Bernabé Pascual, Juegos murcianos de siempre (Murcia: Editora Regional de Murcia, 2003) p. 83.
José G. Lanciano, Juegos tradicionales infantiles (para el folklore albacetense) (Albacete: Patronato de Universidades Populares-Diputación, 1986) [Zahora 2, 1986] p. 10.
Ángel J. Gonzalo Tobajas, «Cantos tradicionales de Huélaga y Moraleja (Cáceres)», Revista de Folklore 218 (1999) pp. 64-70, p. 66. Sobre esta oración puede verse mi artículo «Padrenuestros mayores y pequeños: fuentes antiguas y difusión románica moderna de algunos conjuros mágico-religiosos», Annali dell’ Istituto Universitario Orientale, Sezione Romanza XXXVI/1 (1994) pp. 29-48.
Anacleto Galache García, «Infantiles y religiosas», Hoja Folklórica, ed. Á. Carril Ramos (Salamanca: Centro de Estudios Salmantinos, 1995) p. 215.
Todos estos fragmentos de oraciones segovianas han sido tomados de Romancero general de Segovia. Antología [1880]-1992 preparada por Raquel Calvo, con la supervisión de Diego Catalán (Segovia: Seminario Menéndez Pidal-Diputación Provincial de Segovia, 1993) pp. 302, 304, 305 y 415.
Antonio Zavala, Euskal erromantzeak. Romancero vasco (Oiartzun: Sendoa, 1998) pp. 566, 568, 572 y 574.
Alumnos do Real Seminario Santa Catalina de Mondoñedo, A Carón do Lume, ed. A. I. Rodriguez Vázquez (Lugo: Citania, 1999) pp. 133-134.
Julio Caro Baroja, De la vida rural vasca (3ª ed. San Sebastián, Txertoa, s.f.) pp. 339-340.
Esteve Busquets i Molas, Entre vinyes i telers: la vida a Sant Llorenç Savall (Barcelona: [edición del autor], 1967) p. 113.
Adolf Salvà i Ballester, De la marina i muntanya (Folklore), ed. R. Alemany (Alicante: Diputació Provincial-Ajuntament de Callosa d’En Sarriá, 1988) p. 270.
Chistes picantes (Barcelona, 1992 Editors, 1992) pp. 12-14.
Antonio Segura, Chistes sobre cuernos y cornudos (Barcelona: De Vecchi, 1983) p. 42.