BURGUILLOS DEL CERRO y sus judíos, Por Dr. Alberto Osorio Osorio

Por Dr. Alberto Osorio Osorio

Bien escribió el maestro de Salamanca, don Miguel de Unamuno, que en España es imposible esquivar la historia o hacerle caso omiso. La historia es, por definición, el tiempo que pasó y que, por contraste, se prolonga hoy de formas diversas; el hombre contemporáneo la hereda, a veces sin siquiera percatarse de su indeleble impacto.

Ella nos sale al encuentro en cada poblado, en cada recodo, en los imponentes monumentos que los tiempos han preservado como testigos no mudos, sino elocuentes de épocas distintas que estamparon en la Península características imborrables. Los vestigios se plasman asimismo en sus gentes, en el arte, en la música, en el dietario, en tradiciones, costumbres y consejas que se remontan a eras inmemorables. La España contemporánea es el grandioso resultado de la simbiosis y conjunción de pueblos y elementos disímiles que se alternaron y mezclaron en reinos pretéritos y, ahora en una sola Nación. Todo nos habla de gestas y glorias, de episodios y hechos trascendentales que interactuaron, se relacionaron y hasta fundieron para imprimir fisonomía propia a un vasto país, cuyo devenir secular es irrepetible en los anales de la historia de Europa.

Así, para descubrir la presencia judía en un segmento geográfico de Extremadura, avanzo por tierras de templarios y cruzados, de hebreos y sarracenos, de nobles y prelados relevantes, de labriegos anclados al suelo ancestral, de conquistadores intrépidos que hicieron de América el teatro de sus hazañas.

Extremadura –qué mejor nombre para la región– es el Finis Terrae de España, una zona de características particulares, la tierra y el pueblo, la tradición pretérita y la realidad actual.

Elicio Virel y su hermana Elena Victoria Virel son mis guías y mentores en aquel emotivo viaje hacia las raíces antiguas.

Nadie como ellos conocen a cabalidad los lugares resonantes de la Extremadura clásica donde realidad y leyenda se entretejen y cada palmo es un documento que refleja incontables siglos a lo largo de los cuales discurrió la riqueza heroica que contituye el sustrato de la cultura local y nacional.

Elicio y Elena –amigos fraternos entrañables desde hace cuatro décadas– me orientan, explican y van abriendo los cofres de un tesoro omnipresente. Literalmente saltamos de emoción en emoción. Rememoramos, revivimos y recibimos el mensaje de los personajes del pasado y de los acontecimientos que marcaron épocas de singular trascendencia.

Nuestro primer alto es Monesterio. Atrás hemos dejado Fuente de Cantos, donde nació el gran pintor Francisco de Zurbarán. Vamos hacia Burguillos del Cerro, población apacible rodeada de sitios de nombres celebérrimos como Zafra, Llerena (uno de los miembros de la judería, Gabriel Israel sirvió de intérprete a los reyes Fernando e Isabel durante la captura de Granada, ganándose el favor de la real pareja); Jerez de los Caballeros (cuna de Núñez de Balboa, descubridor del océano Pacífico); Fregenal de la Sierra (allí nació el insigne hebraísta Benito Arias Montano); Villafranca de los Barros y la capital de la comunidad autónoma extremeña, Badajoz (otrora núcleo de una importante judería).

Todo el conjunto geográfico se encuentra a escasos kilómetros de la frontera portuguesa flanqueada por el río Guadiana y, más al norte, el Tajo.

El solo nombre de la vecina Portugal nos permite rememorar un judaísmo varias veces centenario. Por aquellos entonces, «judío y portugués» venían a ser vocablos equivalentes.

Huelga afirmar que el intercambio humano, cultural y sobre todo religioso solo fue interrumpido a raíz de la expulsión de 1492 en España y de 1497 en el propio Portugal como seguidamente puntualizo.

Son tierras de judíos, probablemente antes y durante la conquista romana, la ocupación islámica y la Reconquista cristiana.

Pueblo blanco

Burguillos del Cerro está situado en la Baja Extremadura a 853 metros sobre el nivel del mar. Desde el punto de vista administrativo, pertenece al distrito judicial de Zafra conjuntamente con las pintorescas localidades de Atalaya, Valverde, Alconera, Feria, La Parra, La Morera, Medina de las Torres, La Lapa y Salvatierra de los Barros.

Todo el paisaje, a veces agreste, a veces de planicies suaves y verdes, está sembrado de bellotas, alcornoques, olivares, incontables dehesas de ganado lanar, caballar y porcino.

La vegetación añade encinas, la jara, el romero, el lentisco, hierbas aromáticas, espárragos blancos y trigueros. Burguillos es uno de los pueblos resplandecientemente blancos tan propios de Extremadura y Andalucía.

Los orígenes son confusos; pero, viene en nuestra ayuda la arqueología que atestigua en los hallazgos el sello de Roma como tantos parajes del contorno y de toda España. Estelas, lápidas, piedras sepulcrales y monedas con inscripciones en latín son pruebas irrefutables de la omnipresente dominación del Lacio.

Ya los judíos están diseminados por Burguillos y poblaciones aledañas. De ello nos ocuparemos oportunamente.

Cuando el Imperio Romano fenece (postrimerías del siglo V de la era común) adviene la época visigoda que legó indudables testimonios pétreos con simbología cristiana, inscripciones y cerámicas que pueden datarse en los siglos VI y VII.

Simultáneamente, Burguillos fue residencia de los moros como sucedió hasta los últimos rincones de Al Ándalus y Extremadura.

En 1230, las fuerzas leonesas y templarias, a cuyo mando estaba el rey Alfonso IX literalmente le arrancó Burguillos al Islam.

De un modo u otro, pero todos habilidosos y sagaces, judaizantes y moriscos hubieron de adaptarse a las nuevas exigencias políticas y a la extraña fe cristiana que se les imponía. Cabe toda una disertación de los recursos psicológicos empleados para sortear las presiones de quienes se vieron constreñidos a practicar o, al menos, aparentar pertenecer a un medio espiritual insospechado.

Los asentamientos moriscos se prolongaron hasta la evicción final decretada por Felipe III en 1606.

El castillo de Burguillos: Todo el desarrollo, cambios demográficos y de etnias, alternancia religiosa triple, vaivenes administrativos regionales, lances armados, arribo y éxodo de moradores solo puede entenderse en función del bastión medieval, imponente en sus muros, torreones y patios que ha sido eje y testigo del devenir de Burguillos y que incluso da nombre a la comunidad: «del Cerro».

Su construcción se remonta a la segunda mitad del siglo XII y primera del XIII, un fortín inexpugnable que los cristianos erigieron para refugio de sus batallas y correrías.

Un castillo típico de la Edad Media. Es lo primero que se percibe cuando nos aproximamos a la población.

Enhiesto en la cumbre de la montaña rocosa es el núcleo de la historia, plataforma de las hazañas y eventos en multisecular secuencia. Con acertados términos lo expresa Don Juan Cumplido y Tanco: «Nuestro pueblo está cogido de la maño de la fortaleza, vistosa, atrayente, fascinante y embaucadora; es como un dosel donde se recuesta plácidamente, siglo tras siglo» (p. 187)

Todo Burguillos se «desparrama» desde las alturas del castillo por las empinadas laderas a lo largo de estrechas callejuelas, a cuyos lados se yerguen casas blasonadas, barrios y cortijos.

En otras palabras, Burguillos parte de y busca el castillo, el baluarte protector. Si quisiéramos ilustrarlo con una metáfora, que no por expresarlo en lenguaje simbólico es menos real, el castillo de Burguillos es el «numen pétreo», el punto obligante de referencia de muchos siglos de su acontecer multivario.

Órdenes militares como las de Santiago, el Temple y de Alcántara tuvieron sus respectivos señoríos en Burguillos y representaron el motivo primordial del desarrollo político y social del contorno.

Existen respetables documentos coetáneos de los cuales aprendemos los estilos de vida, donaciones reales, recursos de subsistencia, los privilegios de familias poderosas e influyentes como los Zúñigas y la Casa de Béjar, el poder incontrolable de los templarios hasta que Clemente V ordena su extinción (1312), los bienes cuantiosos de los frailes hospitalarios.

El castillo ve también la desarticulación y ruptura de una unidad que debía perdurar para siempre dada su solidez y ascendiente.

Por contraste –como acabamos de apreciar–, Burguillos no es una «pequeña aldea» como podría sugerir equivocadamente su nombre en diminutivo.

Los sucesos que la tuvieron por exclusivo escenario lo comprueban abundantemente. Los judíos

Para redactar este subtítulo y a manera de premisa, hemos de repetir con José Amador de los Ríos: si prescindimos del elemento judaico, sendas historias de España y de Portugal se vuelven indescifrables y el panorama del tiempo quedaría mutilado e incompleto.

Con el judaísmo, la identidad de la Península, Iberia y Lusitania, queda más definida, esclarecida y se le hace honor a su historia raizal.

Eras hubo de bonanza y prosperidad, de tolerancia religiosa como también de desasosiego y persecuciones. Los judíos se hallaron entre el vaivén de bulas pontificias y pragmáticas benévolas, actitudes discriminatorias, edictos reales favorables o de rechazo, dependientes de la voluntad magnánima o tozuda de obispos, del apoyo o inseguridad de la nobleza que detentaba las tierras y palacios solariegos.

Por ende, de acuerdo con la coyuntura se movilizaban y mudaban de estancia, se arraigan o emigraban de donde advino el absurdo concepto del «judío errante» cuando los causantes del obligado desplazamiento eran precisamente los poderosos clérigos y civiles potentados.

La instalación de judíos en Burguillos del Cerro data de la Edad Media, período en el cual su presencia es más notoria y activa.

No se me escapa el hecho de que la demografía hebrea ha debido incrementarse luego de las matanzas de 139, aupadas desde Sevilla por la predicación fanática de Ferrán Martínez, el Arcediano de Écija. Muchos judíos huyeron del horror y la destrucción de las aljamas andaluzas y buscaron sosiego en poblaciones campestres más distantes y discretas.

No obstante, el judaísmo extremeño es más antiguo, de fechas imprecisas. Más aún, los judíos de España surgen como consecuencia de la inmensa diáspora que sigue a la desaparición del Segundo Templo en el año 70.

Me atrevería a afirmar que los judíos van paralelos a los visigodos. Hacia la sexta y séptima centurias ya proliferan las aljamas o barrios hebreos con administración propia, tribunales rabínicos, e imposición tributaria a los señores feudales locales. Tienen sus costumbres y formas de vida reguladas por la Halajá o legislación espiritual, sus sinagogas y cementerios comunales. Las autoridades religiosas, rabinos principalmente, dirimían las situaciones problemáticas y discrepancias en el seno del káhal, reglamentaban la vida pública y privada de sus miembros como herencias, traspaso de propiedades, operaciones comerciales, admisión de recién llegados, enlaces nupciales, disolución de matrimonios y así sucesivamente.

Dicho en palabras más simples, no había faceta de la vida privada o pública que no estuviese pautada por disposiciones que derivaban directamente de la Ley mosaica.

De igual manera, los dirigentes comunitarios servían de contacto y enlace con el poder temporal o eclesiásticos según los casos y trataban de mantener la armonía y óptimas relaciones –en la medida de lo posible– con el mundo exterior a la aljama.

Lo mismo se dio en Sevilla, Granada, Toledo, Lucena, Segovia, Gerona, Córdoba… Hasta donde es dable conjeturar, los judíos de Burguillos se destacaron como orfebres finos, artesanos, viñadores, pañeros o traperos, boticarios, pastores de ovejas y cabras, tejedores y hábiles mercaderes en las ferias de pueblecillos y villorrios.

No podían faltar los prestamistas de dinero tanto a la gente común como a nobles y señores feudales. Si la Iglesia prohibía a los cristianos tales transacciones tildadas de «pecado» de usura, los judíos han de ser tenidos por precursores del mundo capitalista y del sistema bancario.

Ahora, de la mano de mi indefectible guía, don Elicio, salgo al encuentro de una huella con la cual me identifico por ascendencia genealógica: los judíos españoles, los primeros españoles por el amor a Sefarad, la patria eterna: con la mirada orientada hacia el vetusto castillo, subimos las empinadas calles. Las casas muy blancas, encaladas, están adosadas una al lado de la otra. El gueto es palpable. Da la impresión de que la judería quiere aglutinarse en torno al soberano señor que mora entre los torreones y almenas e impetrar su amparo.

De pronto, mi guía sevillano me muestra una casa actualmente habitada cuya puerta está enmarcada por un centenario arco labrado en piedra y en estilo ojival. Ha debido ser una de las sinagogas o quizás la sinagoga mayor de Burguillos. A un tercio de altura del dintel, en la jamba derecha y en forma oblicua veo una hendidura, a modo de canal, con absoluta certeza para colocar el pergamino sagrado, la mezuzá que declara la existencia, unidad y trascendencia del Di-os Único y así cumplir el mandato bíblico de la Torá de fijarla en el umbral de las moradas (Deut. VI, 4-9).

Vacío el espacio desde hace medio milenio, la falta de la mezuzá es el reclamo y señal de una ausencia, la de mis ancestros hebreos que por la fuerza se vieron conminados a abandonar el solar hispánico.

Se fueron y se quedaron los judíos. Lo atestigua la abertura para la mezuzá, prueba irrebatible de su presencia e impronta cultural.

En el interior de la «esnoga», en el recinto de oraciones, los judíos se sentaban en largos bancos de piedra o poyos arrimados a las paredes. El Arca de la Ley miraba hacia Oriente, en dirección de Jerusalén.

Si permitimos que nuestra imaginación vuele en retroceso a través de las brumas de las edades, veremos a los judíos congregados para la festividad semanal del sábado sagrado o Shabat y en los días altos de Pésaj (la Pascua del cordero), Rosh Hashaná (el año nuevo lunar), Yom Kipur (el ayuno Grande del Perdón) y Sucot (la fiesta de las Cabañas). Interminable procesión de judíos para los días elevados del ciclo anual que la misma Ley consagra en sus pasajes sagrados. Porque la religión de Israel era el sentido primordial de sus existencias; en ella encontraban fortaleza y apoyo en tiempos difíciles de intolerancia e incomprensión. Sin la religión el judío se diluye, difumina su identidad, no solo en el tiempo que historiamos, sino en todas las eras de su trayectoria cuatro veces milenaria.

Marca de mezuzá dejada en la jamba de la puerta de la antigua sinagoga de Burguillos. Cae de su peso expresar cuánto me emocionó –más que eso– me estremeció aquel recuerdo esculpido en la piedra. Allí estuvo el texto con el anuncio y síntesis de la fe del pueblo depositario de la Gran Revelación: «Shemá Israel», «Escucha Israel» en tierras de la Sefarad extremeña, el lar perdido. ¡La mezuzá de Burguillos del Cerro! Un capítulo de la vida judía que marcó a España para todos los siglos futuros. Se fueron y permanecieron los sefardíes. Salieron llevándose a España en la ñoranza imborrable, en su idioma ladino, en sus costumbres altivas, en la salmodia sinagogal, en romanzas y cantigas, en el arte religioso y profano.

Se quedaron en España de mil maneras: en la herencia genética, en la flor del misticismo, en el legado perpetuo de los sabios maestros andaluces, castellanos y catalanes que dieron pauta al judaísmo de los tiempos modernos, en la muchedumbre de los conversos.

José Amador de los Ríos, previamente citado, reproduce un interesante documento fechado en 1464 y que reposa en la Biblioteca Nacional de España. Relata la cuantía impositiva que las aljamas españolas debían tributar al Rey cuando la unidad política imperial es irreversible. La distribución fue hecha por rabí Jacob Aben Núñez e incluye diversos obispados donde moraban los hijos de Israel.

Sobre Andalucía y Extremadura anota: «El aljama de Burguillos: dos mil e setecientos mrs» (p. 1002) Independientemente del dato en sí constituye una prueba fehaciente de que Burguillos del Cerro albergó una comunidad de apreciable solidez, bien organizada por la suma que debía aportar anualmente al fisco real.

Por último, la historia documentada y las reliquias arqueológicas, iglesias, ermitas, sinagogas y mezquitas, la influencia recíproca de las tres grandes fes monoteístas nos persuaden y nos dan ejemplo de que cristianos, moros y judíos supieron compartir armoniosamente conocimientos y valores y esta reciprocidad no tiene parangón en la historia del hombre.

Para nuestra época intolerante y de sesgos fundamentalistas religiosos, políticos y económicos, la España de las tres civilizaciones es paradigma y espejo en el cual hemos de mirarnos a fin de lograr la convivencia pacífica entre las naciones y bloques de poder.

Los judíos de Burguillos de Extremadura, como los de toda España, perviven en su legado intangible, en la especial espiritualidad española, en las inmortales figuras que entregaron a Israel y a Occidente, en la toponimia José Amador de los Ríos. Historia social, política y religiosa de los judíos de España y Portugal. Aguilar.

Madrid. 1960.

Juan F. Cumplido y Tanco, Pbro. Burguillos de Extremadura. Grasifur. Los Santos de Maimona.

1985.

GUÍAS HISTÓRICOS Y ENTREVISTAS

Don Elicio Luis Virel de la Guerra, educador.

Doña Elena Victoria Virel de la Guerra, educadora.

Fuentes: de indudable prosapia hispana. Valgan los ejemplos de la Cañada del Judío, la Cinoja (sinagoga), la Fuente del Judío, calle de la Sinagoga de Hervás, Judizmendi, el camposanto de Vitoria, Calat–al–Yehud que del árabe vino a ser Calatayud de Aragón.

De igual manera, entre los apellidos de Burguillos de origen sefardí están los Benavides, Aguilar, Nieto, Luna, Chaves, Toro, Andrade. Otros patronómicos extremeños son los Carvajal, Maldonado, Mendes, etc. Esa es justamente la «memorabilia» judaica hispana que no estriba en reliquias materiales, sino en una huella más perdurable, una cultura que vence al tiempo y va en el tiempo.

«…Solamente en España se creó una época de oro». Expresó el rabino principal del Reino Unido, Salomón Gaón (ZL), al recibir en 1990 el premio Príncipe de Asturias de la Concordia. El exilio no hizo más que recrear y multiplicar la hispanidad, remodelada y adaptada según las circunstancias y exigencias del medio. Mediante el estudio interpretativo y el redescubrimiento del aporte judío, cristiano y musulmán, la España actual recupera ese pretérito de gloria, pone en valor la morashá avot, la herencia de sus antepasados y presagia el ideal de unidad y solidaridad de toda la familia humana.