Miriam Bodian
Muchos de los documentos más importantes para los investigadores de la historia judía no han sido guardados de alguna forma. De hecho, estos han sido desechados en espacios cerrados conocidos como guenizot (plural de guenizá). Esta costumbre tiene sus orígenes en las leyes judías, que prohíben a sus seguidores tirar textos dañados o sin uso que contengan el nombre de Di-os en hebreo.
Para gran beneficio de la academia, los judíos normalmente extienden este precepto a todos los textos, sean de carácter sagrado o profano.
El mayor de los tesoros de esta naturaleza es la guenizá de El Cario, un depósito enorme donde se encuentra 300 mil documentos o fragmentos, que se descubrieron en 1896 en una sinagoga de la vieja ciudad de Fostat y que atrajo la atención del gran investigador de judaica Solomon Schechter. Durante mil años, los judíos cairotas depositaron allí textos y documentos que ya no utilizaban. Además de los textos sagrados –biblias en hebreo, libros de rezo, tratados del Talmud, etcétera– había listas de mercado, contratos matrimoniales, documentos de divorcio, contratos de arrendamiento, poesía laica, trabajos filosóficos y médicos, cartas comerciales, libros de cuentas y cartas privadas.
Examinar estos papeles ha permitido a los investigadores formarse un panorama vívido y dinámico de la sociedad judía en el Mediterráneo musulmán de la Edad Media. Hoy, todo el mundo puede revisar en línea y ver cómo los académicos se han manejado con esta masa de material extraído de la guenizá, con fotografías y traducciones de los ejemplares.
En el año 2014, me uní a mi colega Jane Gerber de la City University of New York (CUNY) Graduate Center para estudiar el material proveniente de otra guenizá, una que era infinitamente menos importante que la de Egipto, pero que llamaba la atención por no haberse revisado nunca. Con la imagen indeleble de dos hermanas escocesas en mente, viajamos a a una sinagoga abandonada en el archipiélago portugués de las Azores –un conjunto de nueve islas en el medio del océano Atlántico, muy alejadas de los centros históricos de la vida judía. El viaje fue parte de un esfuerzo organizado y pagado por la Fundação da HerançaAçoriana (Fundación para la Herencia Azoriana), cuya misión es arrojar luces sobre la historia de la comunidad, ahora extinta, de SaharAsamaim (ShaarHashamáyim o Puertas del Cielo) que se estableció en el poblado de Ponta Delgada en 1821 con un grupo de judíos marroquíes. La pequeña sinagoga comunitaria, que se derrumbó por años de abandono, está siendo restaurada y el contenido de su guenizá –que se encuentra en 50 cajas enormes– ha sido recuperada y depositada en el Archivo Municipal de Ponta Delgada.
Es demasiado pronto para saber cuánto puede contarnos este material frágil, comido por gusanos y a veces mohoso que encontramos en el depósito; pero, incluso en esta primera etapa, los contornos de este kahal han comenzado a emerger. Los documentos comunitarios y las cartas comerciales que hemos examinado confirman que esta era una sociedad dedicada a lo mercantil dominada por una pocas familias ricas. Era muy tradicional: los materiales incluyen muchos libros sagrados muy usados, así como los tefilín (filacterias), chales de rezo (taletim), rollos de mezuzá y otros elementos relgiososo. Era indudablemente una comunidad de origen norafricano: las cajas contenían textos firmados por rabinos con el estilo ornamental magrebí, y los miembros de la comunidad tenían nombres como Bensaúde, Zaguri, Bozaglo, Azulay, Zafrani y Bitón.
No obstante, la comunidad estaba muy orientada hacia Europa. Una carta comercial sobre comercio de textiles menciona Liverpool, Bahía (Brasil), Lisboa y Hamburgo como ciudades que conformaban la red de mercados del autor. Los libros hebreos cuyos restos están en la guenizá fueron importados o traídos de Liorna, Viena, Ámsterdam, París o Berlín. Una de nuestros hallazgos favoritos es un conjunto de etiquetas de embalaje para empaques de matzá (pan ázimo de Pascua o Pésaj) importadas de Mánchester. El escrito, en letras hebreas, fue recortado con curiosidad del papel de embalaje y colocado en la guenizá.
Entre los materiales que encontramos estaba un número de peticiones desde Tierra Santa, que solicitaban fondos para los judíos que vivían en cuatro ciudades que la tradición considera sagradas: Jerusalén, Tiberíades, Hebrón y Safed. Estas cartas atestiguan la fortaleza de los nexos que la comunidad de las Azores mantenían con centros judíos que no tenían ninguna importancia comercial, pero sí mucho significado espiritual.
La comunidad prosperó durante generaciones, pero en los años 40 del siglo XX su número había disminuido tanto –debido a la emigración y la conversión al catolicismo– que la sinagoga carecía de minyán, o cuórum de diez judíos adultos para el rezo de Shabat. Hoy, solo queda una persona de esa comunidad, Jorge Delmar, quien custodia la llave del cementerio judío. Él ha salvado cuidadosamente muchos documentos judíos y los objetos rituales que preservó su familia, a pesar de que tiene muy poca idea para qué sirven. Nos mostró, por ejemplo, un grupo de tres rollitos de la Meguilat Ester. Una nota sin fecha dejada con los rollos por su dueño, para el beneficio de quien tenga la suerte de hallarlo, ofrecía un testimonio puntual sobre la desaparición de una comunidad y su cultura. La nota explicaba que estas tres «Meguilot que en las sinagogas se acostumbran leer en la sinagoga en la víspera de Purim. Son escritas en pergamino y muy antiguas y son de gran valor entre los israelitas».