«Como otros creyeron en la existencia de la Atlántida, yo creo en la existencia de Tánger. En esta ciudad el hada tenía una varita que se llamaba Osadía» (Mohámed Chukri; El pan desnudo). Ciertamente, Tánger es la osadía de ser una ciudad de plena convivencia multicultural. Hace unas semanas, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, ante el público que asistía a la recepción que ofreció Casa Sefarad Israel, con motivo de Rosh Hashaná (año nuevo judío), se refirió de esta ciudad como el lugar donde convivió y convive en perfecta armonía, el Islam, el cristianismo y el judaísmo, posiblemente con el deseo de que Madrid sea la Tánger de España.
Muchos escritores, artistas e intelectuales quedaron embrujados por Tánger. Unos por los aires internacionales, evocando la época de los franceses, ingleses, españoles, alemanes, italianos, portugueses, holandeses y belgas; otros, por su luz y su levante; otros por el mar, el blanco de sus casas y el olor de las especias; y otros por el «no sé qué». Pero, si se tiene un alma de bohemia, cultura, elegancia y «savoir faire», Tánger enamora.
Mediante dos mujeres sefarditas, recorremos la Tánger mágica.
La librera
Rachel Muyal nos recibe en su piso del Boulevard Pasteur. Es la librera más conocida de los últimos veinticinco años, tiempo que permaneció en el cargo. La Librairie des Colonnes es la más emblemática de Tánger, donde han pasado desde Paul Bowles, Ernesto Sábato, Catherine Deneuve, Juan Goytisolo, Bernad-Henri Lévy, Hamid Berrada y cientos de grandes escritores que compartieron sus libros y firmas. O uno de sus clientes fijos como fue el historiador Alfonso de la Serna, embajador de España ante Marruecos en la época de Felipe González. Pero, Muyal nos subyuga el corazón cuando nos dice: «Tener una librería no es solamente leer, es también saber contar». Actualmente la Librairie des Colonnes ha sido adquirida por Pierre Bergé, el eterno amigo y socio de Yves Saint Laurent.
Rachel vivió las etapas de una ciudad que presenció distintos estatutos y mandos, hasta que en el año 1956 se declaró parte de Marruecos, en la época del rey Mohámed V. Sus amigos musulmanes le dicen «hadi diana», que en árabe marroquí significa «esta es nuestra». Ella es una tangerina de alma. En 1996 recibió, por parte del gobierno francés de Jack Chirac, «la orden de las artes y las letras».
Pero, según nos cuenta la librera, «lo que marcó el antes y después de la vida de los judíos, fue cuando Tánger dejó de ser ciudad internacional». Había setenta bancos y el 99% de los empleados eran judíos. Los hebreos convirtieron a Tánger, junto a los europeos, en una ciudad de gran comercio internacional. Recordemos que los judíos tangerinos son originarios, mayormente, de los expulsados de España en 1492. Muchos historiadores musulmanes dicen que desde que los judíos se fueron de Tánger, la ciudad se vino abajo. Pero, lo cierto es que aunque el cambio haya sido significativo, Tánger nunca decayó: la magia la sustenta.
Influencia española
Recorrer los senderos tangerinos y en pleno centro es hallar la calle Murillo, donde los Bendayán, una familia sefardita, que hoy en día están esparcidos entre España, Venezuela y Francia, siguen conservando un inmueble. Y si se baja la cuesta, en dirección al Zoco Chico y camino hacia el conocidísimo Hotel «El Minzah», lugar donde por cierto a Elizabeth Taylor le encantaba tomar té a la menta; se puede hacer una parada en «La Española», la famosa repostería donde en sus tiempos encontrarse a la señora Martínez, junto a la señora Cohén, era el emblemático retrato de la Tánger multicultural. Todo esto, de manera magistral, lo describe Ángel Vázquez en su novela, «La vida perra de Juanita Narboni» (1976).
Rachel Muyal recuerda que cuando se casó, aunque dedicó su vida al mundo intelectual, su ketubá (contrato matrimonial judío) fue sellado en «Duros de Castilla», moneda con la que hasta 1960 se manejaban las ketubot en Tánger.
Con un perfecto español, y exquisito acento, típico del tangerino por la simultaneidad con el francés, Rachel recuerda una particularidad de su época en la librería: «Tuve muchos clientes españoles; yo tenía una estantería de dos a tres metros cuadrados de Ruedo Ibérico, una editorial francesa que hacía libros prohibidos en España por la época franquista. Recuerdo los libros de Gibson, «la vida de García Lorca». Pues casi todos esos clientes españoles tenían que romper la carátula o envolver los libros en papel periódico para poderlos pasar a su país».
Hubo escritores sefarditas como Carlos Nesri, autor de «Le juif du Tanger»; Mary Abécassis Obadía y su libro «Tánger le miens et les autres»; Isaac J. Assayag, «Tánger, regards sur le passé… ce qu´il fut», o los maravillosos escritores Isaac y Abraham Laredo (cuyos sobrinos actualmente residen en Madrid).
Muchos de estos libros decoran literalmente la casa de Rachel, y emanan un agradable olor a Sefarad, a historia, pasado y entrañable presente. Entre los años 30 y 40 la población judaica era de 15 mil habitantes. Hoy en día son apenas 70 los judíos en Tánger. Rachel nos despide: «adiós, mi reina» dice, retocándose de rojo los labios. En media hora se consigue con su grupo de bridge en el Casino Español.
«Rogelie, mon amour»
Pero, en esta corta y literal travesía, encontramos a otra gran judía: Rogelia Mamán, conocida como «Rogelie, mon amour», que a sus 86 años sigue viviendo en el inmueble que su marido David, enamorado hasta los últimos días, le construyó al lado del Lycée Regnault.
Rogelia se casó a los dieciséis años y se dedicó a su casa. Para la época todas las mujeres sefarditas contraían matrimonio jóvenes y se dedicaban a sus esposos e hijos, como lo predica la Torá (libro sagrado del judaísmo). Solía ir a la sinagoga de Nahón, donde frecuentemente estaban las grandes y adineradas familias judías. Su estilo obedece al arte mudéjar y el barroco español, tiene 117 años de fundada.
La encantadora Rogelie nos cuenta un episodio de su viaje a Málaga por 1950, junto a su esposo y su hija Clarita, y lo llamativa que era para los españoles por su manera de vestir, como una mujer internacional: «Recuerdo una vez que un hombre se persignó al ver a mi hija con pantalones, te puedes imaginar eso», dice con una sutil risa en sus labios.
Sentada en el mueble valenciano de su casa, recuerda las amistades que hoy ya no están, como la de Fatima Zorah, (prima hermana del rey Hassán II), con la que compartió cientos de té y obras de caridad.
«En la Segunda Guerra Mundial, pocas eran las noticias que llegaban de lo que pasaba», cuenta luctuosamente Rogelia, salvada como muchos por vivir en el Magreb. Pero, más tarde, presenció la emigración de muchas de sus amistades judías que, por causa de la Guerra de Yom Kipur en Israel (1973), temieron quedarse en Marruecos y se marcharon a Francia, España, Israel, Canadá o América; ella, como algunos judíos, apostaron por seguir en Tánger… ¡eran marroquíes! Hoy en día, Rogelia es feliz allá, organiza sus partiditas de bingo los martes en la casa, con Mercedita, la señora Levy, su amiga española Paquita Sanz, y Bercheva, la esposa del rabino; lee los libros de Corín Tellado, y de vez en cuando recibe chubaquías para la merienda (dulce típico marroquí) hecha por su vecina musulmana… ¡En fin, Tánger!
Después de haber compartido este viaje por el tiempo con Rachel y Rogelia, diviso el perfume sefardí que estas dos mujeres llevan en la piel. Ellas nos muestran el orgullo de sus orígenes y aunque errantes sean los hebreos, siempre amarán el lugar que los vio crecer.