REINAS JUDÍAS: desde el cuento de Ester hasta la historia de Salomé Alejandra

Mika Ahuvia

Había una vez una reina judía que gobernaba el país y su nombre no era Ester. Ella se llamaba Shelamtzión Alexandra o Salomé Alejandra.

Mucha gente jamás ha escuchado de la reina Shelamtzión Alexandra. Reinó en el siglo I antes de la era común, sesenta años después de que los asmoneos alcanzaran la independencia del Imperio Seléucida y pocas décadas antes del rey Herodes. Muchos se han tropezado con la calle que lleva su nombre en el centro de Jerusalén; pero, por otra parte, a ella apenas se la menciona, marginada, en los registros históricos [1]. En la preparación de Purim y la lectura de la Meguilat Ester, la relato de esta reina judía olvidada
vale la pena recordar.
¿Quién era Salomé Alejandra?
Shelamtzión Alexandra (Salomé Alejandra) fue reina de Judea entre los años 76 y 67 antes de la era común. Su mandato duró menos de una década, pero aún fue más largo que dos períodos presidenciales de Estados Unidos. Ella condujo un período de paz y prosperidad. Como muchos judíos de la actualidad, ella tenía dos nombres: uno hebreo y otro griego.
Salomé se convirtió en única heredera del reino asmoneo cuando murió su esposo, el rey Alejandro Janneo (o Yanái según las fuentes rabínicas), que gobernó entre los años 103 y 76 a.e.c. Ella ya tenía dos hijos adultos (Aris-tóbulo e Hircano II); pero, decidió no hacerse a un lado a favor de ellos, quizá porque previó que la rivalidad entre el mayor y el menor de sus hijos podría no terminar bien. Sin embargo, esta no debió de ser una decisión fácil para ella: exactamente una generación antes de la de ella, la esposa del rey asmoneo Juan Hircano (Yojanán Hircanos) murió de hambre a manos de su hijo cuando intentó quedarse con la corona . Pero, Salomé pudo reinar e hizo valer su nombre al mantener la paz de Sion con un ejército poderoso, una diplomacia muy cuidadosa y el apoyo de los judíos del antiguo Israel y más allá.
Precedentes históricos y legales de las reinas judías
En el tiempo de Salomé, no había ningún precedente de reinas poderosas en Judea –a menos que se cuente a Jezabel, la monarca más notoria de la historia de Israel, o a su hija Atalía–. Los reyes David y Salomón tuvieron muchas esposas, algunas de las cuales tuvieron más influencia que las otras; pero, ellas nunca aparecieron ejerciendo el poder en vez de sus maridos. Ninguna ley bíblica especifica que solo los hombres puedan gobernar, aunque durante varios siglos que siguieron al reinado de Salomé, los rabinos interpretaron el versículo 14 del capítulo 17 de Devarim – Deuteronomio que dice: «…Pondré un rey sobre mí…» de la siguiente manera: «Un rey, no una reina» (Sifré Deuteronomio 157).
La reina Salomé en la memoria rabínica
No obstante lo anterior, en el mismo documento en el que los rabinos descartaban la posibilidad de una reina judía, ellos recuerdan a la reina Shelamtzión Alexandra o Salomé de manera muy favorable. Al comentar el pasaje de Devarim – Deuteronomio 11:13-14, que describe la llegada de las lluvias en su estación como un premio por mantener los mandamientos, Sifré Deuteronomio escribe (42):
«Rabí Natán dice: «En su estación –desde la noche de Shabat hasta la noche de Shabat, la forma (en que la lluvia) cae en los días de la reina Shelamtzo».
En otras palabras, el rabino Natán observa que en los días de la reina Salomé, la y Di-os premió a los israelitas con lluvias abundantes desde el cielo. No había ninguna penalidad por ser gobernados por una reina en vez de un rey.
A esos buenos tiempos los rabinos los llamaban los días de la reina Salomé.
La reina Salomé: protectora de los fariseos
¿Qué hizo esta reina? El historiador judío de tiempos antiguos Josefo provee algunos detalles: «Ella era particular en la observancia de las tradiciones nacionales y podía excluir del poder a quien se desviara de las leyes sagradas» (Josefo, Las guerras de los judíos 1:107).
Mientras que su esposo había perseguido a los fariseos o perushim, en su mandato como reina solitaria, particularmente Salomé los apoyó y promocionó la visión del judaísmo que estos tenían, lo que quizá aseguró la popularidad de esta corriente en las generaciones venideras (Josefo. Las guerras de los judíos 1:110).
Típico de esa época, Flavio Josefo se muestra incómodo con la idea de una mujer encargada de asuntos políticos; pero, admite lo siguiente: «Probó ser una administradora perspicaz y capaz, y con reclutas regulares duplicó el tamaño del ejército… además de fortalecer a su propio país, ella inspiraba en los monarcas extranjeros un respeto saludable» (Josefo, Las guerra de los judíos 1:110).
De forma notable, Salomé mantenía la paz usando medidas defensivas y logros diplomáticos, en vez de actos de agresión ilegítimos.
Flavio Josefo nos cuenta que ella era amada por las masas del pueblo judío (Antigüedades de los judíos 13:407). Inmediatamente después de su muerte, sus hijos lucharon por el trono, lo que condujo a que se pidiera el protectorado romano, y Judea nunca volvió a tener una independencia completa hasta el establecimiento del Estado de Israel moderno.
Las últimas referencias de Josefo con respecto a Salomé fueron que, a pesar de haberse alejado del comportamiento femenino adecuado, ella «mantuvo la nación en paz» (Antigüedades de los judíos 13:432).
Salomé y Ester como heroínas
Una ventaja de recuperar a Salomé en la memoria judía es darle su lugar por su papel en la diplomacia y la paz. Los reyes guerreros tienden a perfi larse ampliamente como modelos de liderazgo en el imaginario de Occidente. Quizá haya espacio para un tipo de dirigente que abogue también por la paz, la piedad religiosa y la diplomacia.
En la Meguilat Ester encontramos otra heroína que maniobra el protocolo real para salvar a su gente. La reina Ester arriesga su vida cuando va a la recámara real sin invitación: «Si he de morir, que así sea», dice ella (Ester 4:16). Una vez allí, ella no hace sus exigencias de ayuda, sin que de manera cuidadosa presenta al rey sus peticiones y pone en acción un plan para socavar a Amán y así salvar al pueblo judío.
La recitación de la Meguilat Ester durante el bochinche de la celebración de Purim puede distraernos de la parte seria de esta historia y del ejemplo de Ester. Junto a la reina Shelamtzión Alexandra, Ester nos demuestra que las habilidades en la mesa de negociación deberían ser tan valoradas como las estrategias en el campo de batalla.
Y para que no piensen que estoy argumentando a favor de las habilidades de carácter sexista (o sea, las mujeres hacen esto y los hombres, aquello), vale la pena que veamos lo siguiente del académico bíblico Tivka Fry-mer-Kensky: «No hay discurso feminista en la
Biblia: la forma en que las mujeres argumentan, la naturaleza de su lógica y retórica es la misma de la de los hombres… Tanto hombres como mujeres pueden hablar, argumentar, halagar, convencer y persuadir».
La relación entre la Meguilá y la reina Salomé
La Torá y la historia convergen de una manera sobresaliente en la vida de Salomé. Si su reinado no tenía precedentes en la época del Segundo Templo, sí contaba con ellos en el imaginario judío: Ester había hecho posible imaginar positivamente lo que sería tener una reina.
Hace unas décadas, el historiador Elías Bickerman llamó la atención sobre una coincidencia maravillosa: una nota añadida a la traducción al griego del libro de Ester nos dice que en el año 78 o 77 a.e.c, apenas un año antes de que Salomé asumiera el reinado, se tradujo al griego la Meguilat Ester y se envió a las comunidades judías asentadas en la vieja Alejandría. De acuerdo con el colofón de la versión griega de Ester, una delegación de judíos de Jerusalén viajó a Egipto con la traducción de la Meguilá, y les pidieron a los judíos alejandrinos que comenzaran a celebrar el Purim.
Es un hito resaltante en la historia judía, en el cual podemos ver uno de los tiempos en que los judíos estaban conectados entre Jerusalén y la Diáspora, y en los cuales se establecieron las fiestas que nosotros damos por sentados en nuestros días.
Como sugirió Tal Ilán, este momento también es crucial puesto que muestra que «la decisión de promover el Libro de Ester pudiera estar bien asociada a la coronación de Shelamtzión Alexandra» y pudo «hacer parte de una amplia campaña literaria diseñada para promover el liderazgo de mujeres mediante el diálogo con otros puntos de vista contemporáneos… que eran hostiles a la idea de mujeres en el poder» (como lo era el de Josefo, por ejemplo). La reina Salomé Alejandra ciertamente se benefició del precedente de Ester, que pudo o no haber refl ejado la realidad histórica del período persa, pero su historia provee de un modelo para una nueva realidad en la vida de Salomé.
Celebrar Purim con las reinas judías
La fiesta de Purim y la escenifi cación satírica de la Meguilat Ester pueden hacernos desvalorar el cuento inusual que estas preservan: la saga de una jovencita que tiene éxito contra todo pronóstico en tierras extranjeras. Igualmente, Salomé logró mantener su reinado a pesar de todas las difi cultades. La historia de la desvalida, del débil que vence al más poderoso,es la quintaesencia de los temas judíos; pero, no es frecuente que el pueblo de Israel sea representado –tanto en la literatura como en la vida real– por una mujer, que además es señalada como pía, apoyada por Di-os y amada.
Cuando celebramos Purim, nos podemos reír con Ester y Mardoqueo (Mordejái); pero, también debemos recordar a la reina Shelamtzión Alexandra (Salomé Alejandra), honrar su ejemplo y desear que Éretz Israel pueda volver a experimentar esas lluvias celestiales de paz en nuestros tiempos.
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