(apuntes introductorios)
…aviado de filtros y de ansia metafísica:
Elías David Curiel
Luis Alberto Crespo, De Coro son los poetas
Alejandro Sebastiani Verlezza
Especial para Maguén – Escudo
El primer tomo del Diccionario general de la literatura venezolana, ofrece algunos datos interesantes para iniciar un acercamiento a la vida de Elías David Curiel.
Nació en Coro, específicamente el 9 de agosto de 1871. Y murió el 26 de septiembre de 1924 (también en Coro). Apenas 53 años vivió el poeta. La fuente anteriormente citada, también refiere que se desempeñó como «maestro de escuela» y a su vez fundó el Colegio de Coro. Además, figura entre los colaboradores de El cojo ilustrado, entre 1896 y 1914. Ya a los 25 años, entonces, el poeta había tenido sus primeros acercamientos a la escritura, por medio del periodismo, como es tradición entre muchos escritores. Este dato se fortalece si se toma en cuenta que Curiel fundó, también en Coro, el semanario La Cantera, así como también fue redactor y jefe de otro diario coriano, El Día. Por otra parte, Antonio Pérez Carmona, en su antología Viaje por la poesía venezolana y el orbitar universal, señala otro dato en torno a la muerte de Curiel: el poeta se suicidó.
Fernando Paz Castillo, poeta venezolano, conoció a Elías David Curiel. Así lo apunta en un artículo de El Nacional que data de 1960, compilado en el tomo 22 de sus Obras completas.
Paz Castillo ubica este encuentro en el año 1920. Lo escuchó recitar sus versos y quedó con la impresión de haberse encontrado con un hombre tocado por el misterio.
Escribe Paz Castillo sobre Curiel lo que podría entenderse como un curioso epitafio: «A este poeta de la provincia venezolana, que parecía nacer del misterio de la poesía, alentar el misterio, y que luego, consecuente con su vida, iba a morir en el misterio, en la soledad de un cuarto desmantelado de una noche inmensa». Paz Castillo, en el artículo citado, hace referencia al doctor J. C. Leáñez Recao, quien también conoció a Curiel y opinaba de su persona lo siguiente:
«Muy poco amigo, por la timidez de su carácter, de la sociabilidad con los demás. No obstante –dice– mantenía buenas relaciones con los intelectuales de la provincia que lo trataban y consideraban como maestro».
Más adelante, el mismo Paz Castillo alude que Curiel, desde joven, fue un atormentado, asediado por la neurosis. Paz Castillo también se apoya en fragmentos de una carta escrita por el mismo Leáñez Recao.
Así continúa trazando el perfil intelectual de Curiel: «Hombre de vasta cultura. Había leído mucho y asimilado el pensamiento de los clásicos antiguos y modernos. Conocía a fondo la obra de los poetas y hombres de letras, venezolanos y americanos».
En otro pasaje de la carta citada por Paz Castillo, Leáñez Recao, para redondear el perfil intelectual anteriormente mencionado, hace referencia de la faceta pedagógica de Curiel: «Se dedicó a la enseñanza. Fundó un colegio particular, el Colegio de Coro, donde enseñó a varias generaciones de falconianos. No obstante, no era propiamente un pedagogo en el sentido exacto de la palabra, pues era ajeno a los métodos y sistemas de la pedagogía. Enseñaba a su manera, y de acuerdo con su sistema, un tanto incoherente».
Por su parte, la estudiosa Egla Charmell escribe un interesante prólogo a la más reciente antología poética de Elías David Curiel, Ebriedad de nube, editada en el año 2009 por la editorial merideña El otro el mismo.
Anota Charmell que Curiel proviene de una familia judía, «descendiente de uno de los primeros inmigrantes hebreos sefardíes que llegan a Coro en 1824, proveniente de Curazao, aprovechando el nacimiento de la República en Venezuela».
También corrobora Charmell la vinculación de Curiel con la docencia y el periodismo. De hecho, tales son los nexos del poeta con los paisajes de Falcón que el Himno de ese estado fue compuesto por Curiel, acota Charmell, por una disposición que data del 25 de abril de 1905. En dicho himno, se hace notoria «la mano del poeta», en parte por su intensidad lírica, así como también por sus alusiones religiosas y culturales. El fragmento final dice:
Dios bendiga la hueste coriana,
Que a vanguardia en la homérica lid
Se batió con bravura espartana,
Como un solo gigante adalid.
Es ya casi un lugar común dentro de la crítica literaria decir que Elías David Curiel fue un poeta olvidado. Tal epíteto, explica Charmell, le fue endilgado por Miguel Otero Silva, debido a que el poeta fue omitido en la Antología de moderna poesía venezolana, elaborada por Otto de Sola, así como también por Mariano Picón Salas en el estudio introductorio de la mencionada publicación.
En parte, no es raro el fenómeno. De omisiones también se componen las antologías poéticas: el tiempo va borrando unos nombres y escribiendo otros.
Además, se sabe que es cosa común –dolorosamente común– que los escritores nacidos en el interior del país queden en el olvido, sencillamente por su lejanía con Caracas, el lugar donde están las principales instituciones –editoriales, universitarias, investigativas– que regulan el canon literario del país (y esto, en ningún modo, favorece a la literatura). No es azar, entonces, que apenas una vaga mención a Elías Curiel y su obra se haga en el tomo compilatorio Nación y literatura, editado en Caracas, durante el año 2006, por la Fundación Bigott, Banesco y Equinoccio, la editorial de la Universidad Simón Bolívar.
En tal sentido, se podría construir, desde la literatura escrita en el interior del país, otro canon, donde seguramente figurarían en primer plano la obra de Curiel, junto con otros raros de la poesía venezolana: Elisio Jiménez Sierra y Alí Lameda (ambos de Lara), entre otros tantos. Tampoco es azar, entonces, un fenómeno que se desprende del anterior: el escritor nacido en el interior del país, se ve obligado a migrar hacia Caracas, en busca de una expansión necesaria para su escritura. Un ejemplo de ello está en tres grandes autores del siglo XX venezolano: el valerano Adriano González León y los barquisimetanos Salvador Garmendia y Rafael Cadenas.
Curiel, según Paz Castillo, fue un «poeta interrumpido». Además de eso, no vio en vida ninguna obra suya publicada. Sus poemas, anota también Charmell, circulaban en periódicos de Falcón
y en El Cojo Ilustrado caraqueño.
El responsable de agrupar los manuscritos de Curiel fue Ernesto Silva Tellería. Charmell cita unas palabras de su ensayo Las obras de Elías David Curiel: «Con el material obtenido en Coro y la recopilación que conservaba, hecha por el propio poeta, y que me fue entregada, después de su muerte, por su hermano, el también poeta distinguido escritor y poeta, Dr. José David Curiel, procedí a (…) que fuesen copiados a máquina todos los poemas de los tres libros…».
Poemas en flor, anota Charmell, primer libro del poeta, fue publicado en 1943 por decreto gubernamental del estado Falcón, en la presidencia de Tomás Liscano. Charmell indica que el mismo Liscano encomendó al doctor Darío Curiel la selección de los poemas de quien fue seguramente su familiar; dicha tarea no pudo concluirla, cosa que sí hizo Rafael Vaz.
Si el primer libro de Curiel fue publicado 19 años después de su muerte, el segundo tuvo que esperar hasta el año 1961, es decir, 41 años después de su muerte.
Así, Obra poética, anota Charmell, contiene tres poemarios: Apéndice Lírico, Música Astral y Poemas en Flor. Ya en 1974, 54 años después de la muerte de Curiel, se publican sus Obras completas, anota Charmell, preparadas también por Ernesto Silva Tellería.
Esta edición aumenta la de 1961 con los siguientes nombres: Apuntes Literarios y Confiteor Mea Culpa.
Así se compendia el legado poético de Curiel, breve e intenso, como su vida. Ennio Jiménez Emán, poeta y ensayista, es uno de los estudiosos de la obra de Curiel. En su libro del año 1992, publicado por Monte Ávila Editores, Las voces ocultas, escribe que Elías David Curiel fue un «espíritu avanzado en su tiempo en lo que se refería a la creación poética, y en cuanto a sus elevadas dotes videnciales, solo comparables a espíritus como Rimbaud, Poe, o Baudelaire, y en nuestro país a un José Antonio Ramos Sucre».
Paralelamente a esta valoración literaria, Jiménez Emán habla del poeta y la circunstancia que le tocó vivir con su familia: «Vivieron en su época en un medio poco propicio para el cultivo de su fe y creencias, donde las rencillas religiosas contra los hebreos eran moneda corriente. Cuando la familia se hizo conversa al cristianismo, el desarraigo se patentizó, sobre todo en el poeta, quien llega a considerar como una “ley étnica”, propia de su raza, el tener un alma exiliada de su tiempo y espacio, un “alma enferma”, abúlica y desolada en su medio de provinciano tedio, y que muchas veces tuvo que hacer uso del alcohol y el éter para evadir su soledad».
Añade Jiménez Emán que el carácter de Curiel está tocado, en alusión al libro de Susan Sontag, por el signo de Saturno. Es decir, el poeta era un melancólico, inclinado a la soledad y al recogimiento, al tedio y la abulia, como si estuviera tocado por una herida eterna que podría tener el nombre de exilio, o sencillamente, un sentimiento de inadecuación con respecto al mundo que puede estar más allá de su condición de converso; pues el temperamento melancólico, si seguimos la tesis de Sontag, está asociado en ocasiones al genio creador, tal y como ocurre en Walter Benjamin y Roland Barthes, melancólicos por excelencia.
Esta huella melancólica –y moderna por excelencia– en Curiel, aderezada también por influjos románticos, esotéricos y modernistas, resulta importante para leer su obra y también –agrega
Jiménez Emán–para lograr un acercamiento a una vida marcada por estrecheces y culminada con un suicidio.
Otro detalle biográfico en torno al poeta lo aporta Jiménez Emán cuando acota que Curiel quiso internarse en estados alterados, «de éxtasis y meditación obtenidos por medio de drogas como el láudano o el éter –este último, mezcla de alcohol etílico y sulfato de etilo muy cara a Curiel– y que en esos tiempos eran utilizadas comúnmente como somníferos y como sustancias para aliviar el dolor físico». No obstante, en el análisis de Jiménez Emán los elementos dominantes están en el estudio de influjos esotéricos en la obra del poeta. Como el mismo escritor afirma, detrás de la poesía de Curiel puede encontrarse «un rico legado hebraico cubierto bajo un velo de secreto simbolismo».
Por su parte, César Seco es un escritor coriano y también uno de los fundadores –en 1997– de la Bienal Elías David Curiel (en la creación de esta iniciativa puede apreciarse un gesto importante en la literatura venezolana: las regiones van conformando, a partir de sus propios métodos de legitimación, su propio canon literario, así escriben la historia de su literatura).
El escritor publica un estudio en el número 335 de la Revista Nacional de Cultura, correspondiente al año 2007, titulado Las voces del silencio, en el que hace una valoración de Elías David Curiel y ahonda en el contexto cultural que le tocó vivir: «Curiel escribió al margen de una sociedad excluyente, centrada en el incipiente comercio de principios del siglo XX, en tanto que por el mismo momento, unas señoritas acaudaladas, intentaban despertar la ciudad indiferente con cantos de cisne, actos culturales y florilegios en ocasión de efemérides». Seco, al mismo tiempo, cita un poema de Curiel que viene a formar parte de un paisaje anímico y espiritual en consonancia con el acento melancólico ponderado por Ennio Jiménez Emán. El poema citado de
Curiel citado es el siguiente: Vivo vida monótona, la calma de la muerta ciudad que fue mi cuna en donde emparedada como una bóveda ardiente, se me asfixia el alma El siguiente pasaje de Seco puede leerse como una posible introducción a la obra poética de Elías David Curiel: compendia y sintetiza algunas de sus inquietudes, no solamente poéticas, sino también religiosas, visión que coincide con la de Jiménez Emán.
Escribe Seco: «Su poesía está impregnada de soledad, de presencias mediúmnicas y simbólicas provenientes del Zóhar y la Cábala judíos. Poesía escrita en movimiento centrífugo, de adentro hacia fuera y viceversa, en un tono paradójico y proverbial cercano a la locura. Un poeta que la diligente y apresurada crítica nuestra no termina de descubrir».
Enrique Arenas, otro estudioso de la obra de Curiel, propone una particular lectura del poeta: su biografía está cifrada en su obra literaria. Así, es posible tantear rastros y señas en los versos, en un «caza» que permita, desde las imágenes que ofrece el poeta, conocer nuevos ángulos de su mundo interior.
Vale la pena citar la clave de lectura ofrecida por Arenas: «La biografía profunda de Curiel como la de Baudelaire se hace, se forja con lo que no ha tenido nunca, con lo que supera por anhelo o carencia, lo inalcanzable o imposible, lo vivido por negación expulsión, lo que ha experimentado como antivida se levanta como una morada de humo, de sueño y se llama poesía». Quizá, al hacer la lectura de una obra literaria, desde la vida de un autor, se pueda correr el riesgo de «ahogar» el poema con un determinismo biográfico y muy causal. Arenas parece estar consciente de lo anterior, y quizá por eso señala en otro pasaje de su estudio una sutil advertencia: «La poesía es en sí la biografía imaginaria, aquella que llena los huesos de lo malvivido, de la infraexistencia, de lo limitante y coercitivo».
El poema, entonces, opera como un autorretrato y como la expresión de un paisaje psíquico, interior; estos paisajes, al identificarse con episodios de la vida de Curiel, arrojan un sentido y así, y solamente así, es posible trazar una correspondencia entre vida y obra. También es necesario decir que Curiel es un mito literario, un mito levantado por él mismo y su misteriosa personalidad, así como también por sus lectores más fieles. En todo escritor, cuando tiene una comunidad fiel de lectores, se opera está extraña metamorfosis: la vida literaria, vuelta travesía, mito, leyenda.
De tal manera, un poeta es colocado en relación con otros poetas, se crea alrededor de él un linaje, una genealogía. En tal sentido, Arenas lo corrobora: «Las fronteras que atraviesa la poesía de Curiel como la de José Antonio Ramos Sucre, para citar solo dos casos notables de nuestra poesía moderna en su etapa inicial, se muestran signadas por el dolor, la hiperestesia, la desazón, el sufrimiento y la angustia. Los conflictos de esta poesía con sus ámbitos de arraigo la conducen a la separación, al rechazo, el retraimiento, la soledad.
Lo extraño o raro de la poesía de Elías David Curiel la ha mantenido alejada de sus pares en el país o en el Continente, de las antologías, de las editoriales, de la crítica y la investigación universitarias y no universitarias».
Una consideración personal: el mito literario levantado alrededor de Curiel, en ocasiones, corre el riesgo de colocar un velo delante de sus poemas. Ello puede hacer que se apliquen las ya clásicas etiquetas generacionales y estéticas de la crítica: modernista, simbolista. Aunque sí es posible distinguir los ecos de Rubén Darío en la poesía de Curiel, considero que es necesario ensayar una diferente lectura de su obra. Al menos intentarlo. Esto no quiere, en ningún caso, negar la tradición crítica que existe alrededor del poeta, pero sí intentar considerar su trabajo poético desde otra perspectiva.
¿Qué dicen los poemas de Curiel, por sí solos? Si por un momento, producto de un ejercicio de abstracción, se logra poner entre paréntesis la vida de Curiel, sus inclinaciones y mitologías, ¿qué lectura surgiría de sus poemas? Sería algo así como desandar la siguiente afi rmación de Arenas (quizá para llegar al mismo lugar que él consiguió en Curiel): «Me atrevo a afi rmar que nunca en la poesía venezolana de 1870 hasta 1920, se había alcanzado un tan alto nivel de captación de lo poético desde esa complejidad y densidad simbólicas, desde ese juego de múltiples códigos, que se entremiran y entrehablan como se aborda en los textos poéticos del poeta falconiano. Elías David Curiel es una rara avis en el panorama de la poesía modernista y posmodernista latinoamericanas. Insisto: el desconocimiento por parte de la crítica de este gran poeta que lo es también de la transición de la poesía de América Latina desconcierta y es digna de lamentar».
¿Estaría, entonces, haciendo una lectura contra el canon crítico existente alrededor de Curiel? Inquieta saber cómo abundan lecturas sobre el poeta en torno a sus influencias más no un análisis meramente textual de su obra (quizá esto implica la imposible que no es trazar una correspondencia entre vida y obra). Es decir, una valoración de los poemas de Curiel vistos como objetos verbales, entramado lingüístico, y por ende, simbólico, formas hechas con lenguaje donde entran en escena la construcción de múltiples significados. En pocas palabras: el poema como poema y no como las ideas que están fuera o a su alrededor.
Lo interesante también está, entonces, en cómo la obra de Curiel conduce a un lector hacia distintos caminos, muchos de ellos intrínsecos a la literatura como institución social, y otros no tanto, a la literatura en sus conexiones con un pensamiento religioso, filosófico, en suma, en diálogo con diversas corrientes de pensamiento oriental y occidental (en el fondo, puede que esté latiendo la siguiente pregunta: ¿cómo leer a Elías David Curiel?).
Al respecto, este pasaje de Arenas en torno a Curiel resulta cuando menos curioso: «Desembocan en sus textos fragmentos de judaísmo, catolicismo, cristianismo de los padres de la Iglesia; elementos griegos, hindúes, neoplatónicos y gnósticos, de suerte que hasta el ateísmo y el escepticismo conviven con la duda y el nihilismo».
Mientras indago en la vida de Curiel, necesariamente me surgen preguntas sobre cómo leerlo. Y a esto se deben los interludios y ondeos que presento en mi trabajo. Antes de abordar un autor, y durante, es muy difícil que no surja la pregunta por las maneras más idóneas acercarse a sus libros.
En todo caso, al menos por ahora, prefiero continuar indagando en la vertiente biográfica en torno a la vida del poeta que la escasa tradición crítica venezolana dedicada a Curiel ha instaurado. Un ensayo de Juan Ángel Mogollón, publicado en el número 166 de la Revista Nacional de Cultura, que responde al título de Elías David Curiel: un poeta hechizado, arroja unos datos biográficos que se corresponden con los de Paz Castillo, Seco y Jiménez Emán. En tal sentido, Mogollón hace un retrato del paisaje físico y espiritual que el poeta coriano vivió y padeció: «Pocas figuras de tan acendrada originalidad presenta Venezuela, como la del poeta coriano Elías David Curiel.
Un hombre entregado voluntariamente a la soledad y la meditación creadora, en un ambiente desolado y hosco, más propicio al quietismo y la inercia, que al duro trabajo intelectual. En una tierra de paisaje desguarnecido y monótono, sobre el cual la naturaleza parece ensañarse con la furia de un sol despiadado y terrible, se requiere una poderosa vocación artística para sobreponerse a la desesperación y a la mortal angustia. Porque el artista —y en nuestro caso, el poeta— es un ser demasiado sensible y sufriente, y sobre él cae de manera exacerbada y cruel la presión del medio y sus rudos fantasmas».
Elías David Curiel, reafirma Mogollón, solitario, tímido, introvertido y dedicado devocionalmente al estudio, era un excéntrico y un ave rara de la poesía coriana. Y también, en buena medida, Mogollón asienta la postura que más tarde defenderá Arenas en su estudio dedicado a las obras completas del poeta. «La auténtica vida del poeta hay que buscarla en su obra, que es su verdadera biografía, su mensaje y su historia. Sus poemas son su confesión, su verdad profunda, amasada con sangre, con lágrimas y oscuros padecimientos. Y es a ella adonde debemos dirigir nuestra mirada».
No obstante, tras hacer esta afirmación, Mogollón se aventura a opinar sobre la vida amorosa del poeta con la siguiente afirmación: «En verdad, el poeta estuvo desasistido del amor. Exceptuando el profundo cariño de la madre, ninguna mujer llenó su corazón ni consoló sus días. Nadie tocó a la puerta ni hechizó su espíritu. Solo empleadas domésticas y mujerzuelas mercenarias supieron, fugazmente, del ardor de su sangre. Elías David Curiel, a semejanza del poeta José Antonio Ramos Sucre (con quien, en más de un aspecto, se identifica plenamente) se entregaba, después de largos períodos de castidad, al frenesí de la carne en brazos de callejeras, con las cuales se mostraba excesivamente generoso, entregándoles, incluso, objetos personales de gran valor afectivo y familiar».
También Mogollón establece afirmaciones en torno a los rasgos psicológicos del poeta y sobre todo cómo era percibido por sus contemporáneos. «Hombre orgulloso y altivo, a la par que ingenuo y no pocas veces infantil, sufría como nadie las limitaciones de un ambiente socavado de pacatería y maledicencia.
Para muchos de sus contemporáneos Curiel era considerado un loco. Sus excentricidades y frecuentes evasiones, su aspecto misterioso y huraño, hacían sonreír». Y también sugiere que Curiel, a su manera, fue un caminante, un flaneur, para decirlo con Walter Benjamin; pero, en lugar de moverse por grandes ciudades encontraba sus puntos de fuga en la aridez del paisaje coriano.
«En este deambular solitario por melancólicos parajes, al anochecer, cuando la ciudad empezaba a dormirse y solo la luna rielaba sobre el áureo esplendor de los médanos, el poeta, como un sonámbulo hechizado por oscuros demonios, urdía la milagrosa tela de sus cantos. Y era en ellos, ciertamente, donde ocultaba su verdadero rostro».
¿Cómo era la vida cotidiana del poeta? ¿Cómo la padecía? Mogollón al respecto asegura: «El Elías David Curiel que se gana la vida en la tediosa algarabía de una escuela, soportando la mediocridad de sus semejantes que hieren su sensibilidad, es necesariamente distinto al poeta que, una vez en la cerrada heredad de sus sueños, trabaja afanosamente para la eternidad. Él deja en la puerta el polvo de la calle para cubrirse con la luz de los astros que su alquimia elabora». Y en torno a sus inclinaciones por el alcohol y el éter, ya señaladas al principio por Ennio Jiménez Emán, escribe
Mogollón: «Un aspecto interesante en la vida de Curiel lo constituye, sin duda, su afición a las drogas. El poeta utilizaba éter o alcohol. Más que para alcanzar ese estado de gracia que conocemos con el rótulo de «inspiración» acaso el poeta solo pretendía aturdirse, decepcionado y herido de melancolía».
Lecturas
*Elías David Curiel, Ebriedad de nube. Ateneo de Coro, Dirección General de Cultura y Extensión, Universidad de los Andes, Biblioteca «Oscar Beaujon Graterol» (Coro), Biblioteca Nacional Biblioteca Febres Cordero (Mérida), CONAC, Ediciones El otro, el mismo. Mérida, 2003. Nota: esta edición incluye los trabajos de Egla Charmell y Enrique Arenas.
*Fernando Paz Castillo. Obras completas, tomo 22. Ediciones La Casa de Bello, colección Zona
Tórrida. Caracas, 1992.
*Ennio Jiménez Emán. Las voces ocultas. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Colección Las formas del fuego. Caracas, 1992.
*Luis Alberto Crespo, Al filo de la palabra. Colección Lectura Común. Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Caracas, 2011.
*Antonio Pérez Carmona, Viaje por la poesía venezolana y el orbitar universal. Tomo I. CONAC, 2004.
*Nación y Literatura. Itinerarios de la palabra escrita en la cultura venezolana. Fundación Bigott, Banesco, Equinoccio, Editorial Universidad Simón Bolívar. Caracas, 2006.
*Revista Nacional de Cultura. Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Números consultados: 166, 332, 335.