Vicepresidente de la Fundación para la Preservación del Patrimonio Cultural Hebreo Falconiano
Nos dejó el doctor
ABELARDO CORONADO REYES
Néstor Luis Garrido
El 8 de octubre de 2011, cuando en las sinagogas de todo el mundo se estaban llevando a cabo los rezos de Yom Kipur, murió el doctor Abelardo Coronado Reyes, vicepresidente de la Fundación para la Preservación del Patrimonio Cultural Hebreo Falconiano y, por ende, uno de los guardianes de la huella dejada en la ciudad de Coro por los judíos que allí se asentaron en el siglo XIX.
Coronado recibió, en el año 2010, junto a los hermanos Telma y Herman Henríquez, un reconocimiento de parte de la Asociación Israelita de Venezuela, mediante el Centro de Estudios Sefardíes de Caracas, por la denodada lucha en la defensa de la memoria de la kehiláprimigenia de Venezuela cristalizada en el Cementerio Judío de Coro y de la Sala de Oración, hoy lamentablemente derruida.
Coronado fue enterrado en el camposanto hebreo de la capital falconiana el domingo 9 de octubre, y sus hijos, Ysaac y Daniel, ofrecieron reconstruir en los jardines de este una réplica de la sala de oración que estaba en el centro de la ciudad, y que se derrumbó en diciembre del año 2010 a causa de las lluvias que provocaron grandes destrozos en todo el país.
Abogado, poeta y hebraísta, Coronado era altamente apreciado en los círculos intelectuales de Falcón, y su obra ha sido recogida por la Biblioteca Popular de Autores Falconianos, cuyo presidente, el doctor Luis Alfonso Bueno, pronunció un discurso que reproducimos a continuación:
Palabras del adiós
«Debo decirle adiós a Abelardo Coronado, como director general de la Biblioteca de Autores y Temas Falconianos, que lo contó entre sus conductores, como amigo de largos años y coterráneo de comunes anhelos y actuaciones. Vengo a decirle adiós.
»Salvo las lágrimas que nublan esta despedida, nada hay aquí que no se diafanidad entrañable. Ningún mérito o atributo hay que acarrear para confeccionarle una elegía. El perfil de la existencia lo define sin que haya que inventarle nada: su vida y él son una consonancia armónica del poema existencial, que si en verdad hoy concluye, no quedó trunco, pues viviente fruto cosechó en el huerto de sus días fecundos que ahora se proyecta en abono del porvenir, el de su sangre, el de su pensamiento, su trabajo y su palabra. Para no faltar a la costumbre de esta clase de adiós, y sin hacer un panegírico ni un elogio póstumo, diré que fue un hombre de justicia probo y laborioso, capaz y diligente, de esos que llenan de dignidad la toga. Y diré también, muy especialmente, que fue un intelectual modesto y sobrio. Esperó jubilarse del oficio judicial para dedicar tiempo a la escritura, pues su abnegación le impedía distraer el tiempo completo que a la justicia consagraba. Entonces fue cuando vinieron sus poemarios y otros libros, y su participación en la Biblioteca de Autores y Temas Falconianos, en la Fundación para la Preservación del Patrimonio Cultural Hebreo Falconiano, en la tertulia Hugo Fernández Oviol, la revista Ventanal y otras ocasiones de eficiencia, de lo cual damos admirada razón. Y hasta tiempo encontró, a los 70 junios de su calendario vital, para adentrarse en el aprendizaje de la lengua hebrea, la del eterno libro, oasis en mitad de un desierto que no conoce límites.
»Apreciador juicioso de la historia y la cultura judías, contraponía el rigor ético de estas a la exuberancia de los grecorromanos antiguos encandilados por la estética. Su espíritu creativo, intrépido y sensible ennobleció en la búsqueda de claves para avanzar en lo desconocido. Di-os estuvo en el supremo centro del iluminado sistema que le tejieron los cromosomas del alma, que no otra cosa anduvo en sus venas como si se prepararan para la sístole marcadora del mortal silencio.
»Gustaba dialogar con el enigma, no por tendencia al misterio o por diletantismo metafísico, sino por mor de la verdad y de la decorosa atracción mística. Todo sin la vanidad de contarse entre los que se presumen privilegiados o escogidos. Tenía la discreta vocación de los estudiosos del Verbo, y no poco gozó de sus hallazgos hasta saciar sitibundeces que no necesariamente se contaminan de regocijos ominosos; solo que él sabía de la línea divisoria entre la divinidad de la luz y el fuego fatuo. Después que se hizo con su auténtica visión de sí mismo y alcanzó la plena sintonía de su querer ser con su ser, luego de sentirse invulnerable a veleidades de lo transitorio, disfrutó la conciencia de su propia razón. En ello lo reconfortó el sencillo poder de ser humilde y firme, y tener ojos abiertos de escudriñar la vida. Al margen de la indolencia de una ciudad cuya voluntad parece anestesiada, yo hurgué entre sus páginas, inocentes y pulcras, y vi cómo se desenvolvía su escritura, adentrada sin jactancia en la vastedad del mundo, sin miramientos de tiempo o de olvido, en el inevitable diálogo de la aproximación humana. Afincado en sus convicciones, incursionaba con donaire los reinos del enigma, la palabra y la muerte, nombrada esta última como sutil sugerencia, porque el predominio de su escribir era del amor y la vida. «Nada viene de Di-os que ella no sienta», anuncia en su estrofa de tan limpia estirpe lírica.
»“Yo soy el tiempo que desgarra y cura”, confiesa ante la nueva herida sin remedio. Versos trascendentes y callados, como su vida misma. Y de este estilo, otros muchos florecimientos que de él nacieron y con él irán hasta los confines de la memoria. Era vocativo habitual mencionar al Eterno en sus escritos y discursos, y ello no era una invocación temerosa, sino prueba de convicta confianza.
»Termino recordando: un protagonista de la tecnología contemporánea, fallecido recientemente, más cargado de sabiduría que de años, afirmó en la Universidad de Standford: “Nadie quiere morir. Incluso aquellos que quieren ir al cielo no quieren morir para llegar ahí. Y, sin embargo, la muerte es un destino que todos compartimos. Nadie se ha escapado de eso. Y así es como debe ser, porque la Muerte es muy probablemente la mayor invención de la Vida. Es el agente de cambio de la Vida. Aparta lo viejo para dar paso a lo nuevo. Yo quiero vivir muchas décadas más y actualmente lo nuevo son ustedes; pero, algún día no muy lejano, gradualmente se convertirán en lo viejo y serán separados. Disculpen por ser tan dramático, pero es cierto”.
»A la fugacidad de la vida, tema tan viejo como la angustia humana de interrogar al tiempo, por certidumbre o consuelo, Abelardo Coronado respondió con esta confidencia a la tierra que ahora mismo acogerá sus huesos, para el inicio de su triunfal mañana:
»“Me recibes
cuando el tiempo
del silencio llega
¡Oh, Madre tierra,
me guardas en tu seno
hasta tanto llegue el día,
y la final trompeta
me despierte!”»