Por Nicole Mischel Morely
Hablar del único museo judío en el mundo árabe musulmán pareciera irreal. Pero, aunque los conflictos políticos, sociales e ideológicos marcan la actualidad, la cultura y las tradiciones mantienen siempre la esperanza de lo sublime. Esto es una realidad en el siglo XXI, en Casablanca, donde su director, un judío marroquí, fundador del primer partido comunista del país, de voz grave, grandes proporciones físicas y presencia imponente, ha hecho posible reunir la cultura judía en un mundo árabe.
Cuando mi amigo Larbi El Harti, hispanista marroquí y escritor, me habló sobre la vida de Simón Levy con aquella admiración, propia de un discípulo a su maestro, pensé que más allá de conocer al fundador de este museo, quería saber quién era el judío que a sus 84 años siente a Marruecos su patria del alma. Simón y Larbi comparten un mismo sentimiento de izquierda: la defensa a utranzas de la Marruecos monárquica – democrática, y el trabajo apasionado por la cultura marroquí dentro y fuera del páis, independientemente que uno provenga del pueblo de Isaac y el otro del pueblo de Ismael.
Nos dirigimos un viernes por la mañana al sector Oasis en Casablanca, un conjunto de hermosos chalés, buscando la 51 Rue Abou Dabi. Bajamos el cristal del coche y le preguntamos a unas mujeres del trabajo doméstico si sabían dónde estaba Le Musée du Judaïsme Marocain, e inmediatamente nos indicaron:
«Waja, doblen a la derecha y después a la izquierda ». Llegamos. Salam malekum, dice el guardia quien nos hace entrar. Malekum salam, respondimos. Larbi y Simón se saludan con mucho afecto. Nos acompañaba Hasna, la hija de Larbi, una niña de doce años que siente gran curiosidad por la cultura judía. Me presentó ante el señor Levy, para quien no pasan inadvertidos mis apellidos. Le cuento que soy venezolana, hija y nieta de judíos marroquíes de Tánger. Sin yo saber, Levy guardaba para el final de nuestro encuentro el souvenir más idóneo que podía darme; su mente maquina en función de la pasión por la judeidad marroquí, pasión que personalmente comparto.
Zhor Rehihil es la conservateur y mano derecha de Levy, quien en los quince años que lleva trabajando en el Museo, conoce cada esquina de la cultura judía. Ella me aclara que dentro de unas semanas estarán de vacaciones por pocos días; Zhor por el final del Ramadán y él por Rosh Hashaná. Durante unos segundos me quedo pensativa… ¡Qué fácil es en algunos lugares el respeto y la tolerancia!
Levy nos realizó un recorrido maravilloso, no tan solo porque nos mostraba cada parte del Museo con mucha predilección, sino porque quizá era la cuadragésima vez que lo contaba, ¡y parecía que fuera la primera!
Comenzamos viendo parte de una antigua sinagoga de Kenitra que adaptó en uno de los salones, con sus Séfer Torá, que obviamente no tiene ningún valor religioso pero sí sentimental.
Sus pergaminos deshechos, con las esquinas engullidas por el tiempo, pero con las mismas letras hebraicas o arameas, identifican siglo tras siglo nuestras plegarias. Al tocarlas se sienten las energías de un pasado entrañable. Imagino el Simjá Torá de esos habitantes de Kenitra; la bar mitzvá del hijo del dueño de la carnicería casher, o la boda de la hija de Ester. Personajes inventados que no dejan de ser reales; todos comían casher y muchas se llamarían así.
De repente veo en una pared, un cuadro enmarcado, la foto de una bandera roja con un Maguén David verde. Me sorprendo, y Levy dice a los cuatro vientos: «Ya ves, ¡el legado judió! Hasta el 17 de noviembre de 1915, la bandera marroquí lucía una estrella de seis puntas como la de David. La modificó por la actual de cinco puntas el francés Layautey, en momentos en el que en Europa las seis puntas se utilizaban para distinguir a los judíos del resto de las comunidades». Para Levy, la influencia francesa marcó considerablemente a la población judía marroquí. La creación de las esceulas de la Alliance Israélite, fue una especie de adoctrinamiento francés para los judíos con la idea de alejarlos de su marroquinidad e imponerse el protectorado.
Importante presencia judía Los judíos fueron una población muy significativa en Marruecos. En la biblioteca del Museo se encuentra el libro del escritor Haim Zafrani, 2000 ans de vie juive dans Maroc.
Abro una de sus páginas y encuentro aquella fracción que dice: «Históricamente los judíos son el primer pueblo no beréber que llegó a las tierras que hoy se conocen como Magreb y que han continuado viviendo en Marruecos hasta el presente». Muchos cuentos nos llevan por el camino de la historia. Cronistas del siglo XIV relatan que Idris II, el fundador en el siglo IX de Mulay Idris y de Fez, de la disnastía de los Idrisis, ya encontró a su paso tribus beréberes judías, lo que confirma la precedencia de los israelitas sobre los árabes en tierras del Norte de África.
Otro hecho sin olvidar es la expulsión de los judíos del reino de Aragón en 1340, y las represiones que llevaron a muchos de ellos a emigrar a Marruecos y Argelia. En Fez, se reservó un barrio especial para los llegados de España, conocido como el Barrio de los Andaluces. Por su proximidad al mercado de la sal (Melej en árabe), desde entonces los barrios donde se concentraban judíos serían conocidos como Mélaj. Obviamente, 1492 marca un antes y un después muy puntual en la obligatoria diáspora de la vida de los judíos de Sefarad.
Situándonos más en la contemporaneidad del siglo XX, Simón Levy cuenta su propia tesis de la historia del pueblo judío, en tres puntos específicos: 1- Judaísmo no es sionismo: En 1948 israelíes se dedicaron a recorrer las comunidades judías del mundo para animarlas a emigrar. En Marruecos había 270 mil judíos, la mitad pobres. Israel les garantizó bienestar. 2- Los judíos pueden querer ser solo marroquíes: El judaísmo es una religión. Eso no quita, como es lógico, que un judío pueda sentirse del país donde ha nacido. El rey Mohámmed V les dio en 1956, con la independencia, la ciudadanía completa a los judíos (En el Museo está el libro de Nicole Elgrossy, una judía marroquí que decidió quedarse a pesar de todo. Decía que nunca se había sentido extranjera ahí. Sus memorias están dedicadas con pasión a los reyes marroquíes).
3- El problema más grave, La Guerra de los 6 días: 1967. De los 70 mil judíos que quedaban en Marruecos, 40 mil se fueron por temor a represarias del pueblo musulmán.
Independientemente, el tiempo demostró la gran tolerancia y respeto de la monarquía alauita con los judíos. Se vio reflejado de distintas maneras, entre ellas, el poderoso consejero judío del rey Hasán II, André Azoulay, figura prominente, quien continúa con el actual monarca, SM el rey Mohámed VI, y además, mediante de la Fundación Anna Lindh, con sede en Alejandría, Egipto, la cual preside, recorre el mundo para explicar lo grave de la islamofobia y la judeofobia, imponiendo mensajes de lo que él mismo ha vivido, la transigencia; o el embajador itinerante para los judíos de la diáspora, Serge Berdugo, quien en una ocasión declaró para la revista marroquí Tel Quel, que él es «marroquí y no un israelí».
Actualmente la comunidad judía en Marruecos está integrada aproximadamente por 4 mil personas, la mayoría en Casablanca, una parte en Marrakech, otra en Rabat, en Agadir, Tánger, Tetuán muy pocos y cinco o seis en los poblados de Esauría y Kenitra. Viven en perfecta armonía, lo que hace que la Marruecos de la dinastía alauita sea un ejemplo para sus correligionarios y para el mundo. No debemos olvidar que el rey Mohámed VI calificó la destrucción nazi de los judíos como «uno de los capítulos más trágicos de la historia moderna », y ha apoyado un programa desarrollado en París (Aladdin) para la memoria de la Shoá, cuya aspiración es difundir el conocimiento del genocidio entre los musulmanes. Dicha fundación organiza conferencias y ha traducido al árabe los más importantes escritos sobre el Holocausto, como el Diario de Anna Frank.
Algunos importantes personajes de la actualidad israelí provienen de Marruecos. Amir Péretz, ex ministro de Defensa y líder del partido Laborista, nacido en Buyad; Shlomo Ben Amí, ex embajador de Israel en España y ex ministro de Relaciones Exteriores, nacido en Tánger. El Gran Rabino de los sefardíes en Israel, Shlomo Amar, y su esposa Mazal, ambos nacidos en Casablanca.
O el cantante Avi Toledano, quien compitió en Eurovisión. Y más allá de Israel… El humorista Gad Elmaleh, nacido en Casablanca y radicado en París, al que oír sus parodias de cómo es un marroquí en la diáspora, hacía reír al mismísimo Hasán II. O Ralph Benmergui, personalidad canadiense de los medios, nacido en Tánger.
El pueblo judío es un pueblo de errantes, que nunca olvida la tierra que los vio crecer.
EL Museo, el personaje y mi souvenir El museo muestra la historia de la antaño próspera comunidad hebrea y su influencia sobre la sociedad marroquí moderna. Expone objetos históricos como documentos, ropa tradicional y piezas ceremoniales. Una colección fotográfica de sinagogas, de mélaj (juderías), herencia de dos mil años de civilización judía en la región. O exposiciones de pinturas, como las del magnífico artista André Elbaz. Objetos tan nuestros como la mano de cinco utilizadas en viejas generaciones judías constituída un arte, símbolo de protección. Antes se decía «tu mano» (en árabe iddek), en lugar de cinco (hemsa), defensa contra el mal de ojo ¿Cuántas veces nuestras madres o abuelas nos han rozado la mano en momentos que alguien nos ha dicho un comentario endiamantado? Otro de esos objetos inolvidables que podemos ver en el Museo, es el pequeño saco de tefilín de terciopelo verde con un pez bordado que «protege» al joven bar mitzvá del mal de ojo o ain hará.
Y otra señal benéfica, es el pájaro que aparece en muchas de las januquiyot marroquíes; un pájaro que es libertad, evocación del rey Salomón. Recordando la historia, la lámpara de nueve mechas rememora el milagro en el Templo de Jerusalén, recuperado por los hebreos de la ocupación griega.
Una de las maravillas que se puede divisar son los trajes típicos de las judías, tanto las provenientes del norte, como Tánger, Tetuán, Chauen, Nador; las del Sur y las beréberes.
Sus majestuosos vestidos de berberisca o la Henna (bodas), dependiendo el término que cada una tenía por su región. Las sillas donde se practicaban la circuncisión del niño Elías, Mosé, David, Yehudá, Saadía, Abraham, Baruj, Yaakob… nombres típicos que se le colocaba a los infantes.
Algo muy curioso expuesto en las vitrinas es una cama individual, alta, de madera, color verde agua, con un pequeño techo y un armario debajo del respaldar del colchón, donde según me contó Levy, el judío comerciante que tenía su pequeño bakal (tienda), colocaba los aceites, enseres, velas, mercancía en general, para resguardarla hasta cuando dormía.
El Museo es símbolo de historia para los judíos y para los marroquíes. ¡Y Simón Levy es un personaje! «Soy un leal marroquí. Amo a mi país y a mi Soberano», parafrasea.
Hombre idealista, a carta cabal, luchador en las primeras revueltas marroquíes por su independencia, y a partir de 1956, por la democracia.
Profesor hispanista de la Universidad Mohámed V de Rabat, la cual le realizará el próximo mes de diciembre, con la dirección de Larbi El Harti, un homenaje por toda su trayectoria.
Monsieur Levy es hoy el símbolo viviente y depositario de la historia de los judíos en Marruecos, que tiene sus raíces en aquellos remotos tiempos en la que la historia se confundía con la leyenda… con el mito. En su viejo coche blanco sigue en búsqueda de sinagogas deshabitadas, como la Synagogue des Fassiyine, en Fez, la cual, actualmente, está en pleno proceso de recuperación de sus instalaciones, gracias a la Fundación del Patrimonio Cultural Judío Marroquí, del cual Levy es secretario general.
Su vida es un resumen del drama, y a la vez, de la grandeza de la historia de los judíos en tierras del Islam. Hombres como él nos refleja que la pasión, ya sea por algo o por alguien, rejuvenece nuestros sentidos y ahuyenta a los pesimistas. Como dirían algunos, quienes ya no están en el Magreb… Yajasrá, qué tiempos maravillosos e inolvidables los vivídos en la inigual Marruecos, ¡la del perfume de jazmín y ámbar!
La pequeña y encantadora Hasna, asombrada por todo lo que ha visto, le contará a sus amigas del colegio en Rabat, lo cercana de sus costumbres a las nuestras. Y descubrí la esencia de mi apellido.. nos despedimos, él se coloca sus gafas de cristal ahumado, al buen estilo ray ban:
¡Shabat Shalom, señor Levy!
Gracias por venir, señorita Moorêly!