Por José Schraibman
En el número 91 de Maguén–Escudo (octubre-diciembre 1991) publiqué Luis de Carvajal, el mozo, y la inquisición mexicana, en el cual hice una reseña del complejo tema de los conversos en la península Ibérica, y de su presencia en la Nueva España.
En los años siguientes seguí estudiando la relación entre literatura e historia en Pérez Galdós, Marcos Aguinis, Carlos Fuentes, Ana María Matute, Francisco Ayala, Carmen Riera, Pérez Reverte, y varios más, casi todos los artículos publicados en Maguén–Escudo . El último ensayo sobre O judeu, película de Yem Tov Azulay, escrito con mi ex alumno, Gonzalo Aguiar, se publicó en el número correspondiente a abril-junio 2009.
En el presente ensayo vuelvo al tema de los Carvajal en El Santo Oficio, película muy difícil de hallar, de Arturo Ripstein, el famoso cineasta colaborador de Buñuel en su exilio mexicano. Los temas que se dramatizan en ella incluyen las prácticas religiosas que los criptojudíos ejercían, las dificultades de cumplirlas en un clima que los forzaba a ser católicos por fuera y judíos por dentro con los pocos libros religiosos que poseían, o con sus «rabinos» como maestros.
A fines del siglo XVI seguían en vigencia los estatutos de pureza de sangre y, en literatura, el complejo tema del honor. Américo Castro, en su escrito La realidad histórica de España, expresa con claridad que el concepto del honor/honra no era abstracto, sino que representaba una vivencia existencial. El cristiano viejo aceptaba las divisiones de la opinión pública al evaluar la honra de una persona, «el qué dirán». En oposición a ello, el nuevo cristiano veía con ironía este modo de juzgar la honra. De ahí, que don Américo denominase esa época «la edad conflictiva». El converso seguía ejerciendo prácticas judías pesar de su bautismo, no siguiendo los preceptos de san Agustín: «Nacemos en el bautismo, y recibimos la imagen de nuestro Creador».
La expulsión de los judíos fue causada por su ideología claramente subversiva, mal ejemplo para los cristianos fieles, y peligrosa para los conversos que pudieran volver al judaísmo. Por ello fue creada la Inquisición para prevenir la apostasía de este último grupo, y la persistencia de prácticas judías por estos «malos cristianos», como la circuncisión, los ayunos, celebrar sus fiestas, educar a los niños en su religión. Estas fueron las causas que causaron su expulsión, según la mayoría de los críticos. Los autos de fe llegaron a ser gran teatro trágico en que no solo se castigaba a herejes, sino que se infundía miedo y terror a los espectadores.
No sorprende pues que el proceso de Luis de Carvajal haya atraído un profundo interés plasmado en textos históricos, literarios, operáticos y, así en la película que comentaremos más abajo. Ahora hacemos una rápida reseña del libreto de una ópera compuesta por Jacobo Kaufmann, El bel canto Carvajal, el testamento de Joseph Lumbroso en 1991, inspirada en texto de Boleslao Lewin Mártires y conquistadores judíos en la América Hispana. Kaufmann escogió a Luis de Carvajal porque era ejemplo singular y representativo de los demás criptojudíos. Kaufmann opta por un lenguaje moderno salpicado del lacónico y repetitivo de los procesos mismos.
Para los pasajes bíblicos, usa la traducción de la Biblia de Abraham Usque (Ferrara, 1553). Como tantos investigadores de los Carvajal, Kaufmann usa los procesos publicados del Archivo de la Nación, La familia Carvajal de Alfonso Toro (1944), la novela de Vicente Riva Palacio, Martin Garatuza y los varios estudios de Seymour Liebman.
Kaufmann alega que Luis de Carvajal conocía a fondo la Biblia. Ello no es factible ni por los textos que usa Luis ni por los documentos de la época. Los rezos y textos de la Biblia pasaban de boca en boca, casi siempre por las mujeres, como se ve en los estudios antropológicos franceses de Trás-os-montes en Belmonte y otros enclaves de criptojudíos en Portugal. Ello lo demuestran visualmente los excelentes documentales Os marranos (1974) y en The Last Marranos, que se dio a conocer en el año1997.
El texto de Kaufmann no trata la totalidad de los procesos. Empieza con la prisión del gobernador don Luis de Carvajal y de la Cueva por albergar a criptojudíos. Su sobrino, Luis, ya ha tenido sus sueños místicos en que Di-os se le ha aparecido, y ha cambiado su nombre a Joseph Lumbroso. Como eco de las disputas entre rabinos y curas en la Edad Media, Gaspar, el hermano cura de Luis, polemiza con él sobre religión. Gana Gaspar la polémica y, acto seguido, Luis es encarcelado.
Sufre la tortura del potro, y delata a sus familiares y correligionarios. La familia es condenada a llevar sambenitos, y Luis también, y se le condena a cadena perpetua en un manicomio. El gobernador, quien era católico creyente, es condenado a un auto de fe.
Ello no figura en los procesos. Por lo demás, la ópera sigue los procesos. Los inquisidores instalan a un espía en la celda de Luis, un fraile, Luis Díaz, quien discute con él sobre judaísmo. Kaufmann sigue las Memorias de Luis bastante fielmente. Elimina los versos de Luis, y la parte retórica. Pasa rápidamente a la escena final, al auto de fe, el centro dramático de la obra. Al ser conducido a la hoguera, Luis rechaza la vela verde con la señal de la cruz. La ópera recrea la multitud, los insultos camino al patíbulo, la vestimenta, la música.
La muchedumbre entona: «¡Muera! ¡Muera el hereje! ¡Y mueran todos con él!» Kaufmann hace cantar al coro de las víctimas que se ha impuesto sobre la perversidad de la inquisición. «¡Bendita sea la honra de su Nombre, por siempre, amén!» Y baja el telón.
Es comprensible que en una ópera se escojan escenas clave y cambios rápidos para que la acción avance. He leído el libreto y puedo imaginarme cómo sería el escenario y la distribución de las voces; pero, claro, no he escuchado la ópera, ni he podido hallar dónde se representó. Sin embargo, no cabe duda de que la historia de los Carvajal sigue atrayendo interés en todo tipo de creaciones.
En las tablas y las pantallas Otro ejemplo de ello es una adaptación de La herejía por Sabina Berman, representada en el teatro Jiménez Rueda con el título de En el nombre de Dios (Los Carvajales), dirigida por Rosenda Montero en 1996. Las palabras de Sabina Berman que acompañan al programa impreso expresan con agudeza la convicción de que la ruptura de la convivencia en España y su unicidad en religión fueron la causa de la ruina de su imperio y de las guerras civiles que tuvo que luchar dentro y fuera de España a lo largo de los siglos. Este complejo tema es aún objeto de estudio y controversia hoy día, incluso por parte de la oficialidad católica y el Vaticano.
Es natural que Ripstein en su película incluya más detalles del caso Carvajal, aunque confiesa que ha cambiado algunos aspectos de los procesos para acentuar aspectos de la estructura de su película. Arturo Ripstein y José Emilio Pacheco explican que su filme es una obra de ficción basada en documentos y hechos históricos, sintetizada por las necesidades de la construcción cinematográfica.
Añaden: «No sabemos cómo hablaban los habitantes de la Nueva España en el siglo XVI. De modo que los personajes se expresan como los mexicanos de nuestros días». Sin embargo, en la cámara de tortura se usa el lenguaje tal como aparece en los procesos de la Inquisición.
Los delatores son anónimos y los juicios se conducen en secreto. Los inquisidores interrogan de acuerdo con un manual que es igual en España y sus dependencias, basado en el famoso de Nicolás Eymerich. Suena todo a una letanía que tiene el propósito de inspirar miedo en el reo, con un dejo de drama gótico.
El Santo Oficio, secuencia por secuencia Es significativo que la película empiece en el cementerio de un arrabal.
El muerto es Rodrigo de Carvajal, el patriarca de la familia. Está presente toda la familia, incluido fray Gaspar Carvajal, hijo. También Antonio Morales, «rabino» de la comunidad, y otros criptojudíos. El entierro es mezcla de ritos católicos, y otros «raros» en presencia de fray Gaspar. Se oye música gregoriana, mortuoria, de misa cantada. Se ha lavado el cadáver al modo judío. Fray Gaspar dirige los ritos católicos y, al terminar, recita el Dóminum Nóstrum, pero nota que nadie dice: «Amén» Este vuelve al convento cavilando sobre lo que ha visto. Camino a su casa, Luis y Baltasar Carvajal pasan a unos monjes por el camino.
Estos les instan a que tengan cuidado porque hay epidemia: «Dicen que los judíos están envenenando los pozos». Oficialmente no se permitía la salida de judíos al Nuevo Mundo, así que es curioso que estos monjes usen uno de los prejuicios del Viejo Mundo para achacar la peste a «los judíos». Los monjes expresan un odio atávico en sus caras y en su lenguaje. Entretanto, fray Gaspar ha vuelto al convento, y se presenta ante su confesor, el padre Lorenzo.
Se oye el Ángelus en la distancia. Le cuenta lo que vio en el entierro, y este le insta a que lo cuente al inquisidor Peralta. Fray Gaspar cuenta: «En cumplimiento de mi deber cristiano y en descargo de mi conciencia acuso a Francisca, mi madre, a Luis, a Baltasar y Mariana, mis hermanos, de ser judaizantes y practicar ritos contrarios a Nuestra Santa Fe Católica». El inquisidor pregunta qué ritos judíos presenció, pero fray Gaspar no puede contestar porque ha vivido en el convento desde los diez años. Alega que la familia reza en hebreo. Dada su reclusión en el convento, es dudoso que Gaspar sepa reconocer el hebreo.
Entretanto, los demás vuelven a casa de los Carvajal, y observan el rito judío: ponen una vasija de agua para lavarse las manos, tapan los espejos, hacen la ceremonia del kriá (rompimiento de la vestiduras), alumbran las velas, cierran las ventanas, y tienden un paño blanco sobre el piso; de un escondite en la pared sacan un folleto, y empiezan a rezar hacia el Oriente. Recitan el Shemá. Poseen el libro de Usque, Consolación a las tribulaciones de Israel, impreso en el siglo XV, y de difundida circulación.
También los salmos de David. Corte. El inquisidor Peralta da la orden de que los alguaciles vayan a prender a todos los Carvajal y a los que se encuentren con ellos. Van vestidos de negro llevando la ropa de la época. Tocan fuertemente ante el portón, y siembran el pánico dentro. Se los llevan atados, menos a Luis, que se ha escondido dentro de la chimenea. Se oyen gritos y protestas de las mujeres. Por fin, hallan a Luis. La imagen es ahora la inmunda cárcel con carceleros grotescos. En la celda de Luis los inquisidores introducen a un espía, fray Hernando, táctica común, según otros procesos. Fray Hernando oye voces, tiembla de frío. Luis le da su manta.
Pronto cae bajo la influencia de Luis, y empieza a rezar como judío, proceso no del todo creíble, ni en los procesos ni en la película. Corte. Se ve de nuevo a Gregorio López, un ermitaño judío, que tiene fama de curandero. Avisa que un Carvajal zarpó de Veracruz y ha llegado a Salónica.
Corte. Luis le dice a fray Hernando que la Inquisición quiere apoderarse de los bienes de los judaizantes. Trata de convencerlo sobre quién es el verdadero Dios. Luis rehúsa a comer la comida de cerdo y de impurezas, y convence a fray Hernando que haga lo mismo. Entierran la comida en un hueco en la tierra. Los guardias repiten una vez más que los judíos son los culpables de la epidemia.
Corte. Llevan a fray Hernando a la sala de los inquisidores. No delata a Luis, y es devuelto a su celda. Ha aceptado al Di-os de Luis. Corte. Conducen a doña Francisca a declarar ante los inquisidores. Desde su celda, Luis oye los gritos de su madre, desnuda, y sufriendo el tormento del potro. Entretanto, los carceleros, en una escena que recuerda el Buñuel de Viridiana, entran en la celda de Mariana, y la violan. Los rostros se parecen a los de Goya en sus Caprichos. Esta escena, de violento naturalismo, es presenciada por el viejo carcelero cuya mirada se ve por la pequeña portezuela desde la cual vigilan a los reos. El viejo se regodea ante el asalto sexual de la joven Mariana, quien será afectada mentalmente por el resto de la película, así como se puede constatar en los procesos mismos. (Buñuel hace uso de la mirada en películas como Tristana, Él y Nazarín, entre otras).
Es muy probable que Ripstein haya estudiado esta técnica en sus años con Buñuel. Los inquisidores estaban convencidos de que la tortura producía «la verdad». Hoy día se sabe que en la mayoría de los casos las respuestas son falsas. Se comprende, pues, que los torturados y confesos volvían a sus prácticas «judías» a pesar de los diversos castigos, sambenitos, obras religiosas, rezos católicos, o trabajos, como el de Luis en un hospital.
El tormento en la película ofrece detalles que no se encuentran en los procesos. Si en ellos las torturas están descritas con frialdad, en la película, usando los grises y los negros, las torturas son inhumanas. Los cuerpos se tuercen, las caras se contorsionan. El verdugo, «el médico» permanece impasible. Para un público contemporáneo, las imágenes de torturas recogidas en testimonios, libros, documentales recientes, nos hacen sentir el sufrimiento de doña Francisca. Y también conectarlas con lo que sabemos de torturas por doquier en Chile, Argentina, Abú Graíb…
En todo caso, doña Francisca no aguanta, lo cuenta todo. «No resistí. Me van a quemar». Corte. Se oyen cantos gregorianos. A diferencia del proceso de Luis, donde este tiene un sueño en el que se le aparece Di-os. Luis describe en largo detalle su transformación de Luis a Joseph Lumbroso, «el que acarrea la luz». En efecto, fray Hernando ha aceptado «la luz» de Luis, y los carceleros observan que recitan el Shemá juntos. Lo juzgan loco y lo condenan a un manicomio. En cuanto a estas «transgresiones », una de las palabras que los inquisidores usan repetidamente es «ciego». No ver la verdad del cristianismo es ser ciego, y ello no anda muy lejos de «loco». Curiosamente, es el mismo manicomio donde Luis, abjurado, castigado, y con sambenito, será condenado a trabajar. Luis también trabaja y pide limosnas para reunir suficiente dinero para pagar a los inquisidores, y así recibir permiso para quitarse el sambenito. En el manicomio verá a fray Hernando ya totalmente alocado.
Corte. Un cura le pregunta a Luis si sabe escribir y le hace de secretario. Luis se gana la confianza del cura con su excelente trabajo. Luis aprovecha su estancia en el despacho para leer la Santa Biblia. El cura lo ve y le recuerda que eso no debe hacerlo; pero, no lo delata e incluso le da permiso para dormir en casa de su madre.
Corte. Al entrar Luis observa que se están preparando para leer un libro sagrado que han sacado de la pared. También se siente atraído físicamente por Justa Méndez, aunque Luis sabe que ella «va con hombres». Él expresa sus profundos celos.
Corte. Justa Méndez está en su casa «atendiendo » a un soldado cristiano. Esta escena no aparece en los procesos. Luis toca a la puerta con su sambenito puesto. Pasa unos guardias, y le espetan insultos: «¡Rabino, rabino! ¿Dónde dejaste el rabo?»
Corte. Luis está fuera de la ciudad en un sitio baldío. Se circuncida el mismo con unas tijeras. Cae enfermo de fiebres y no se atreve a ir a un hospital. Se refugia en la casa del «rabino» y lo cuida su hija Catalina, una joven virtuosa y dulce. Ella toca la vihuela, y canta canciones del destierro español. Su padre le pide a Luis que se case con ella; pero, él sigue obsesionado con Justa Méndez.
Corte. Luis vuelve al padre Oroz a copiar los textos. Le cuenta que ha tenido las fiebres persiales. El cura lo acepta con cariño. Corte. Rezos de Shabat en casa del rabino. La familia expone un Cristo para disimular su judaísmo. Mariana, enloquecida después de su violación, grita histéricamente, toma el Cristo y lo tira a la calle. Un mendigo la observa y delata a la familia a la Inquisición.
Mariana no deja de chillar y se ven forzados a atarla a la cama y a amordazarla. Corte. Una judaizante pasea con Justa Méndez y le da un libro de Salmos para el rabino. Justa lo pierde y teme que la delaten a la Inquisición y tenga que volver a la cárcel.
Corte. Luis va a visitar al ermitaño Gregorio López en las afueras. Este le participa que su hermano Baltasar ha llegado a Salónica.
Luis le pide que esconda a Mariana en su cabaña para evitar que prendan a la familia. Corte. Llaman a Gregorio López a casa de Domingo de Luna que está en trance de muerte. La familia le pide a Gregorio que ayude a Domingo a volver a la ley de Moisén. Domingo, agitado, le responde: «Soy católico. Cristo me salvará. Vete». Corte. El padre Oroz pide audiencia con el inquisidor Peralta, y cuenta lo bien que Luis ha trabajado en sus copias y traducciones.
Merece que le quiten el sambenito. Corte. Ha habido un delator en casa de Domingo. Los alguaciles prenden a Luis, y este pasa en seguida a la sala de torturas. No aguanta las vueltas de la manivela y, a la quinta vuelta, implica a toda la comunidad. Los soldados aparecen en la casa de Justa Méndez, quien está con su amante cristiano. Este no la defiende en absoluto. La ha usado como un objeto sexual más y no quiere líos con la Inquisición.
Corte. Los soldados intentan prender a Gregorio López; pero, solo encuentran escombros donde estaba su cabaña. En una escena goyesca se topan con cuerpos apiñados, muertos por la peste.
Corte. La celda de Luis. Niega haber delatado a nadie. Los curas lo espían por la ventanilla, y copian todo, cada palabra, cada gesto. Es juzgado y condenado a ser relajado. Ha reincidido en sus prácticas judaicas, «como el perro vuelve al vómito». Se anuncia un gran auto de fe, el de 1596.
Corte. Auto de fe. Los reos todos llevan el capirote, y la vestimenta representa sus delitos. Hay velas, banderines, tambores, una algarabía festiva y gritona que les lanza insultos. En la tribuna están los inquisidores, y funcionarios; el sentado en la silla más alta es el inquisidor Peralta. Unos han sido condenados a azotes, otros a galeras.
Los relapsos judaizantes vienen atados, montados en un burro. Los postes ya están preparados con sus leños alrededor. Los reos son atados a los postes. A Luis se le permite despedirse de los suyos, un acto dramático que lo singulariza; pero, que no aparece en los procesos. Serán quemados, hechos ceniza, hasta que no quede memoria de ellos en la tierra. Algunos no aceptan la cruz y son quemados vivos; otros la aceptan y antes son agarrotados, entre ellos Luis, quien había pedido que le quemasen el sábado.
En el último momento, susurra «Shemá». Se oyen gritos, las llamas los consumen. No quedan huellas ya. Suenan los tambores. Se oyen los vítores del populacho. Los inquisidores siguen con el rostro apacible. La cámara enfoca en la escena total a medida que se van alejando, y no queda nada.
Corte. Se ve solo un gallo colgado y desangrándose. Una puerta tiene una señal en sangre. Se oye el Dies irae. Fin.
Colofón
Hay una escena similar al final de la extraordinaria novela El hereje de Miguel Delibes; aunque, en ella se describe un teatral auto de fe contra los protestantes en Valladolid en el siglo XVI. En otras obras que hemos estudiado en Maguén–Escudo también hay descripciones minuciosas de los autos de fe. Entre ellas, Primera memoria de Ana María Matute, La gesta del marrano de Marcos Aguinis y En el último azul de Carmen Riera.
Después del reparto, la película cierra con esta frase sobre su propósito: «Aspira a la verosimilitud de la fábula. No de la historia». Una significativa diferencia, creemos, del común apéndice a tantas películas: «Basada en una historia verdadera».
Como he explicado antes, he dado este resumen de los puntos salientes de esta extraordinaria película porque es muy difícil obtenerla.
Los procesos de la familia Carvajal se han publicado, y abundan los estudios sobre ellos. En efecto, la Inquisición hispánica como institución fue abolida oficialmente en 1834. Sin embargo, otras inquisiciones abundan en nuestras historias y en ficción. Refiero a los lectores a nuestro artículo en Maguén–Escudo, mencionado al principio de nuestro estudio, y a otros publicados allí a lo largo de los años. En ellos también hallarán una amplia bibliografía sobre literatura, historia e Inquisición.