Jorge Magalhães
La historia de Santo Tomé y Príncipe, dos islitas en la costa occidental africana que conforman la república homónima, cercanas a Guinea, incluye un etapa de tragedia. En 1493, un año después de que los hebreos fueron expulsados de España, un gran porcentaje de ellos se refugió en Portugal, donde el edicto de expulsión solo se decretó en 1496.
El rey Juan II de Portugal, procurando fondos para fi nanciar su programa de expansión colonial, procedió a cobrarles impuestos exorbitantes a los judíos, y les dio poco tiempo para que pagaran y multas cuantiosas a quienes se atrasaran.
El monarca quería colonizar las islas de Santo Tomé y Príncipe (con el fi n de «blanquear la población», como él mismo afi rmó), pero los portugueses se negaban a asentarse en aquellas tierras tropicales e infestadas de cocodrilos.
Ya que parecía poco probable que la mayoría de los judíos pagara los impuestos, por estar sufriendo necesidades, el rey deportó a sus hijos menores, entre las edades de dos y diez años, para aquellos parajes.
En el puerto de Lisboa, no menos de dos mil niños fueron separados de sus padres y puestos en barcos como esclavos –rabí Samuel Usque relata esto en su libro Los sufrimientos y tribulaciones de Israel –. En el primer año, apenas 600 niños permanecieron con vida. Usque cuenta que cuando los padres vieron que la deportación era inevitable, ellos les transmitieron a los pequeños la importancia de la observancia de la ley de Moisés, y algunos hasta casaron a sus hijitos.
Los esfuerzos de los padres aparentemente no fueron en vano, como relatan los rumores que llegaron al Santo Oficio de la Inquisición lisboeta, según los cuales en las islas había casos de clara judaización. La Iglesia Católica se sintió muy agraviada.
El obispo designado para Santo Tomé y Príncipe en 1616, don Pedro da Cunha Lobo, se sintió atormentado con el asunto. En 1621 ordenó una procesión, con el fi n de confrontar a los judaizantes, y fue insultado tan sinceramente que con el disgusto renunció y tomó el primer navío que volvía a Portugal.
Hubo un cierto fl ujo de comerciantes israelitas de cacao y azúcar en las islas en los siglos XIX y XX. Dos de ellos están enterrados en el cementerio local. Hoy todavía se pueden encontrar descendientes de los niños esclavos y algunas costumbres judías permanecen, aunque mezcladas con los valores y la cultura de la sociedad criolla.