En el judaísmo sefardí, de raigambre hispana; pero, con aderezos que le han puesto los otros pueblos entre los que ha vivido tras el exilio de 1492, el milagro de quinientos años de supervivencia de la lengua española en los lejanos solares del Levante o del Magreb se debe en gran parte a las mujeres: mientras los hombres debían aprender el turco, el griego, el búlgaro o el árabe para ir a trabajar –básicamente en el comercio– fuera de las aljamas, o utilizaban el hebreo en los servicios religiosos; mientras las escuelas judías de las comunidades otomanas o magrebíes prohibían hablar español en las clases para darle prioridad al francés –por influencia de la Alliance Israelite Universelle– o a otras lenguas vernáculas en aras del «progreso» y la «integración»; mientras que en pro de la absorción a la moderna sociedad israelí el hebreo se imponía sacrificando al judeoespañol y al yidis; en el hogar –el gineceo judío– se respiraban los azahares aromáticos de Andalucía y aún se daban aldabonazos en las puertas toledanas, en las palabras de la madre que orientaba a la hija; en la boca de la abuela que destilaba sabiduría con sus dichos; o la voz de la muchacha que arrullaba a los niños con melodías arrastradas por la memoria desde una costa de la que fueron arrancados sus antepasados; pero, en la que aún pervive el imaginario colectivo.
Las lenguas judeoespañolas, con sus dos variantes dialectales: el yudežmo –llamado por algunos ladino, aunque no es exactamente lo mismo, porque en rigor éste corresponde a una traducción literal de los textos sagrados del hebreo al español– que se hablaba en el Imperio Otomano y el jaquetía del norte de África, eran vehículos de comunicación de la casa, de la esfera íntima, del chisme y la conseja, de la mesa compartida un shabat o de la noche de Pascua, cuyo centro es la lectura de la Hagadá, una guía litúrgica que explica los pasos que deben observarse en la cena y que cuenta la historia de la liberación de los esclavos judíos de Egipto, y el cual es el único texto que debe leerse no sólo en hebreo, sino en los idiomas que «entiendan mujeres y niños», y que hoy en día se suele hacer en español antiguo en las mesas sefardíes de Caracas, burlando el efecto rehispanizador que sufrieron las judeolenguas en toda Latinoamérica durante el siglo XX y, actualmente, en la península Ibérica.
A diferencia del hebreo y el arameo, que produjeron enormes legajos de textos rabínicos, el jaquetía y el yudežmo son ricos, básicamente, en literatura oral, centrada en los aforismos, el cuento y, sobre todo, en la canción profana.
Mientras que los piyyutim –el canto religioso– y las lecturas cantadas de las parashot (secciones del Pentateuco) y haftarot (textos de los libros de los profetas) se interpretan principalmente en el lashón hakódesh –lengua sagrada, ergo el hebreo y ocasionalmente el ladino–, como parte de la hazanut (liturgia cantada), están reservados a los hombres en la sinagoga, las mujeres sólo pueden participar desde la hazzará o sección femenina, en voz baja y sin llamar demasiado la atención; no obstante, la cantiga, la romanza y la canción sefardí siempre han irrumpido a viva voz de soprano en las casas y han servido para amenizar y acompañar a la mujer en sus labores domésticas, en sus encuentros familiares, en los preparativos de sus fiestas y alegrías, y en el cuidado de los niños, ya en el Mélaj de Tetuán, ya en Las Tres Llaves de Esmirna o en el sector Agua Mueva de Salónica; por no hablar del barrio Once de Buenos Aires o los alrededores de La Florida en Caracas. Por ello no es de extrañar que, incluso hoy en día, sean mujeres las que copen las listas de intérpretes de la discografía sefardí en el mundo; realidad de la que no escapa Venezuela: Esther Roffé (Recuerdos Sefarditas.1975), Soledad Bravo (Cantos Sefardíes.1980), las hermanas Marisela y Marisol Benaím (Nuestro sueño sefardí, aprox. 1990), Isabel Palacios (Yo me enamorí de un ayre. 2001) y, ahora, Doris Benmamán con el álbum De tu buca al cielo, son los títulos de aporte nacional a la discoteca de los amantes de los ecos de Sefarad, mientras que por el lado de los hombres hay una notable ausencia, aunque se reconozca el incalculable valor de Moisés Serfaty, quien murió antes de dejarnos grabado su acervo musical tetuaní.
Doris Benmamán y su laúd
Con el disco De tu boca al cielo, que incluye temas del folclor judío tanto del Magreb como del Levante, Doris Benmamán quiso recordar a su abuela Ester Bendayán de Benmamán, evocación sabrosa como el té de yerbabuena y el cuscús dulce de Rosh Hashaná, como un homenaje a la tradición judeoespañola y al papel de la mujer como transmisora de cultura; así como también a la sinagoga Tiféret Israel de la Asociación Israelita de Venezuela, conocida en el calor del hogar como la «tefilá» de Maripérez –por el sector caraqueño donde se halla– donde Doris aprendió a valorar su herencia histórica y religiosa, y la armonía con que las comunidades judías, tanto sefardíes como askenazíes, han vivido en la sociedad venezolana, desde el siglo XIX hasta el presente.
El Centro de Estudios Sefardíes de Caracas, fundado en 1980, que junto al Museo Sefardí de Caracas Morris E. Curiel conforman los entes culturales de la Asociación Israelita de Venezuela, produjo para los melómanos este disco como parte de sus colecciones, que incluyen la revista Maguén / Escudo y una producción editorial rica, con lo que le da continuidad a la tradición sefardí que echó raíces en esta parte de Suramérica.
De tu boca al cielo es una colección de dieciocho (un número que en la tradición cabalística augura vida) canciones provenientes tanto de la tradición norafricana como de la levantina. La interpretación de Doris le imprime la nostalgia que se desprende de su laúd como actualidad, ya que la pronunciación del español se debate entre la tradición y su reacomodo a la fonética del habla venezolana. Asimismo, la presencia del cuatro, instrumento nacional, enriquece la tradición sefardí, que afirma de esa manera su presencia y paso por tierras caribeñas, lo que nos habla de una asimilación del entorno a lo judío, un pueblo que ha estado en todas partes y de cada sitio que va se lleva algo en su espíritu: una palabra, un apellido, un dicho, una canción.
En la tradición sefardí de Marruecos, cuando alguien le desea bien a otro, la frase para aceptar y agradecer el cumplido es «tu boca en los cielos». Este disco es una bendición para el Centro de Estudios Sefardíes de Caracas, pues viene a dejar testimonio de la labor cultural que hace la Asociación Israelita de Venezuela a través de sus órganos culturales, enfocados hacia la difusión y preservación de la tradición sefardí como parte integral y dinámica del judaísmo, que sin perder su esencia y su compromiso con la observancia de la Torá, ha encontrado maneras creativas de integrarse en la diversidad, contribuyendo así a la riqueza de sociedades multiculturales y plurilingües como la venezolana.