La experiencia judía en SURINAM

Introducción
Estimo de gran interés presentar aquí un sucinto recuento del judaísmo transplantado a las entonces desconocidas y casi míticas tierras de Guayana holandesa y el hito que representó esa presencia; las actividades que los hebreos desarrollan en un lapso de mayor esplendor y, como toda obra humana, su ocaso, lo mismo que el panorama judaico en la actualidad.

Múltiples estudios, investigaciones y trabajos de campo se han realizado en torno a tan interesante tema. Algunos de ellos servirán de soporte bibliográfico indispensable al presente escrito. No dudo de que aún queda mucho por hallar en cuanto a documentos y excavaciones arqueológicas .

Mi artículo aspira no solo a pergeñar un bosquejo de lo que aconteció en Surinam hace más de tres siglos, sino a ponderar y admirar el ímpetu creador de aquellos judíos enraizados en un trópico inhóspito y –lo que se fundamental– la preservación de la fe mosaica, las tradiciones y costumbre smás allá de las dificultades e inconvenientes que el medio implicaba, las distancia de los centros judíos entonces reconocidos y los rudimentarios medios de comunicaciones existentes.

Lo anterior equivale a decir que una comunidad trasladada a la selva en pleno siglo XVII, lo que hizo y los vestigios que dejó para ejemplo de épocas futuras son elementos no solo para una minuciosa indagación historiográfica, sino evidencia de la capacidad de supervivencia de los judíos en general y de los sefardíes en particular.

El solo hecho de remontarnos mentalmente al tiempo aquí historiado nos pone de manifiesto la intrepidez de quienes, venciendo tantos escollos, dieron muestra de su afán respetable de ser y permanecer judíos.

Si logro suscitar ese sentimiento, mi esfuerzo investigativo habrá alcanzado su esencial cometido.

Localización geográfica
La Guayana holandesa es un territorio con una superficie de aproximadamente 162.270 kilómetros cuadrados. Perteneció al reino de los Países Bajos y se localiza al Noreste de América del Sur, entre la antigua Guayana británica, el Brasil y la Guayana francesa. Limita al norte con el Océano Atlántico. Es una de las naciones más pequeñas de Suramérica, no solo por su extensión geográfica, sino porque sus habitantes apenas superan hoy el medio millón.

En el norte de Surinam, con tierras aptas para los cultivos, se concentra la mayor población. El sur es poco saludable para la vida humana, pues la selva tropical húmeda es el principal impedimento. Las temperaturas son variables todo el año: las lluvias se extienden de diciembre a febrero y la segunda estación, también con abundantes precipitaciones, va de abril a agosto. Su mayor elevación es el monte Julianatop con 1.286 metros sobre el nivel del mar. El lago W.J. Blommesteinmeer es la principal reserva hídrica natural. La frontera con la Guayana francesa marca el límite y contacto con la Unión Europea.

Previo a la llegada de blancos europeos, el país se hallaba poblado por indios caribes diseminados en frágiles caseríos que sobrevivían con la pesca, la caza y agricultura exigua de subsistencia.

Los primeros mercaderes holandeses ingresan en el siglo XVII, aunque las colonias más estables las debemos a ingleses apoyados por la mano de obra fuerte de esclavos negros.

En estas avanzadas hemos de ver el arribo de judíos, tema del cual me ocuparé en un instante. Ya estos elementos étnicos prefiguran el abigarrado grupo humano que lentamente va echando raíces en Surinam: indios, negros, inmigrantes de Java y una minoría europea, cada uno con su propia expresión lingüística, tradiciones, religiones y otros elementos dispares de sus respectivas culturas. En otras palabras, un Surinam pluriétnico y multicultural se vislumbra desde los inicios.

Las fuentes escritas disponibles son parcas en descripciones y otros datos que serían de inmensa utilidad para reconstruir, al menos mentalmente, lo que fue el enraizamiento judaico. Del mismo defecto adolece el ensayo de David Nassi titulado en francés «».

Primera presencia judía: Toorarica
Cuando fenece el siglo XVI, reina en España don Felipe II. En esta coyuntura se produce un reclamo sobre la Guayana aunque los españoles jamás hicieron en firme un intento colonizador.

Algunos aventureros holandeses o ingleses se atrevieron a internarse en aquellos parajes inexplorados. Hacia 1630, los británicos, en número no mayor de 60 súbditos, se dedicaron a la siembra del tabaco. Dos décadas después, ante el fracaso de la colonia original, un segundo establecimiento surgió (1649) y fue desmantelado por los belicosos indígenas nativos que rechazaban a invasores foráneos.

Otro poblado más estable fue creado en 1652 por Francis Lord Willoughby, todos provenientes de Barbados. Se contaban en poco más de un centenar. Los pioneros hallaron un tal Jacob Enoch, jefe de familia, de anterior data en Surinam y quien mantenía excelentes contactos con sus moradores naturales. Es imposible determinar si Enoch era inglés u holandés.

En todo caso, un grupo de judíos proveniente de Brasil llega liderado por Joseph Núñez da Fonseca. Este es, sin lugar a dudas, un acontecimiento trascendental pues se trata de la comunidad hebrea más antigua del hemisferio americano. Lo que sí cierto es que el endeble poblado de Toorarica hacía de capital y que estaba instalado en las márgenes del río Surinam a escasas 60 millas del Océano y bastante próximo al emplazamiento donde después surgiría Paramaribo, la capital moderna actual. La etimología del vocablo «Toorarica» deriva del dialecto arahuaco y quiere decir literalmente «el sitio del hombre blanco». En la documentación disponible hallamos apellidos de estirpe sefardí como Prado, de Cásseres, Nunes, Pereira, de Silva y Mesa, para solo citar algunos patronímicos destacados. Seguramente eran hebreos que evadían la inquisición de Brasil a raíz de que los portugueses recuperaron el territorio y expulsaron a los holandeses como colonizadores efímeros.

En 1654 ya existe un contingente judío en Surinam que incluía agricultores, comerciantes y cultivadores de la entonces exótica planta de la caña de azúcar. A la aldea los holandeses la denominaron «Zandpunt»; pero, fue eliminada por una tromba de agua de río cuando ya rompía el siglo XIX. Simultáneamente, el gobernador inglés Byam edificó el bastión de Fort Zeelandia, cuyo objetivo era proteger la naciente población de Paramaribo.

No ha finalizado el siglo XVII y ya los habitantes europeos suman varios millares. La colonia estaba dedicada a las plantaciones azucareras, con un débil intento de introducir el tabaco y, posteriormente, el cacao con plantones traídos desde el Orinoco. La zona donde estos sembradíos florecieron recibió el nombre de Joden Savanna. En español actual diríamos «la planicie judía», mientras los naturales la llamaban «Cajenne» o Cayenne.

El año de 1665 es decisivo para el desenvolvimiento humano, religioso e industrial de aquel enorme «» tropical. El Gobernador implementaba una serie de concesiones a la «nación hebrea» a la cual consideraba beneficiosa y útil para la prosperidad de la Colonia. Para los ya establecidos y para quienes arribasen en el futuro se les aseguraba el goce de plenos derechos ciudadanos, afianzar su permanencia, comerciar con libertad, se respetarían sus propiedades con suficiente amplitud para importar bienes de cualquier país que decidieran y serían equiparados a los súbditos nativos.

Se permitiría y protegería la práctica de las ceremonias y tradiciones de la religión hebrea con suficientes facultades para testar, contraer nupcias según el rito judaico. No sufrirán impedimento alguno para respetar el y demás fiestas. Quienes se atreviesen a molestarlos serían considerados perturbadores de la paz pública y penados en consecuencia.

A cada propietario se le concede diez acres de tierra, podían edificar su lugar de culto (la sinagoga), escuelas y un sitio de reposo para los fallecidos, instalar halájicamente una corte rabínica; con exigencia de mantener archivos y registros escritos de las decisiones y fallos de acuerdo con los usos y costumbres de la nación hebrea.

El historiador chileno Günter Böhm asevera que los reglamentos estaban encaminados a «garantizar su vida religiosa, social, cultural y legal como, asimismo, sus derechos civiles».

La ocupación holandesa que se da en este lapso fue la consecuencia de las hostilidades de Francia, apoyada por Holanda, contra los ingleses. Las secuelas en las posesiones al otro extremo del mar no se hicieron esperar. En efecto, los británicos despacharon hombres armados para capturar las colonias holandesas que hubieron de rendirse ante la invectiva militar.

En 1667 los tres países en conflicto firmaron la Paz de Breda. Surinam pasó a poder de Holanda a cambio de la entrega a Inglaterra de Nueva Ámsterdam, nada menos que Nueva York.

En 1674 los ingleses remanentes debían vender sus bienes raíces y salir de Surinam; pero, los holandeses, ya dueños del territorio, vieron que sin los judíos el descenso de las ganancias sería un daño irreparable. En todo caso, siguió hacia Jamaica un nutrido número encabezado por los Perera, Antonij, Baruch, Prado, Mesa, etcétera, con sus familias y esclavos, sumando más de 300 individuos. No quedan vestigios del sitio donde se afincaron.

Cabe recordar que estos son exactamente los años de construcción de la monumental Sinagoga Hispano-Portuguesa en Ámsterdam (dedicada en 1675), un ejemplo y una inspiración para todos los judíos sefardíes occidentales en la diáspora europea, del Caribe, la Guayana y muchas colonias españolas.

Aunque los ingleses debían irse debido a las mutaciones políticas, los holandeses judíos fueron invitados a quedarse para que la colonia no languideciera. A fin de reforzar su presencia y producción, pues ya sumaban más de mil almas, se les reiteró que disfrutarían de todos los privilegios. El nombramiento del judío Joseph Nassi para el alto cargo de comandante y gobernador fue providencial, pues ratificó los privilegios (1669) lo cual se hizo efectivo en los siguientes puntos vitales:

libertad religiosa;
reconocimiento de las decisiones y pronunciamientos de las autoridades rabínicas en casos de litigios;
liberación de las deudas adquiridas por judíos portugueses que hubiesen sido incautadas por la Inquisición;
permiso especial para laborar los domingos.
Al amparo de la tolerancia proverbial holandesa, el crecimiento de la comunidad judía fue impactante. Llegaron especialistas en cultivo de caña desde Pernambuco. Surinam llegó a ser un paradigma de lo que se logra con tesón y arduo trabajo. El producto ya elaborado que salía de los ingenios azucareros se vendía en Ámsterdam, lo cual atrajo a askenazíes de Rótterdam que reforzaron a los sefardíes ya existentes.

Solo imaginemos un instante lo que implicaba trasladar el azúcar, producto primario, hasta Europa, en barcos de vela y larga travesía sin los recursos de preservación que ahora conocemos. Aún así, el «marketing» era floreciente y la demanda abundante.

En las riberas del río Surinam fue edificada la Sinagoga de sólido ladrillo rojo italiano sobre el terreno donado por Samuel Nassi. El templo llevaba el nombre de Berajá ve Shalom, Bendiciones y Paz. Alrededor del sagrado recinto estaban las dependencias de las autoridades comunitarias y del «», el tribunal religioso. Obviamente, la Sinagoga era el epicentro de las casas de domicilio de toda la comunidad. Varias calles discurrían desde el núcleo sinagogal en dirección norte-sur y este-oeste donde se alineaban cafés, billares, estación de bomberos, el cuartel militar y un pequeño puerto. El promontorio desde cuya altura se dominaba el río era la «Butte» de toda la Sabana Judía, una atalaya que avizoraba el provenir de la Nación.

Hace relativamente pocos años, el ex diplomático y prominente miembro del Congreso Judío Mundial, Mordechai Arbell, en compañía del fotógrafo Micha Bar Am, del Museo de la Diáspora de Tel Aviv, se adentró en la selva guayanesa para hallar los restos de aquel proyecto judío. Arbell se ha dedicado por muchas décadas a la investigación prolija de los hebreos hispanoportugueses del Caribe y de la Guayana, y ha plasmado el fruto de sus trabajos en meritorias publicaciones. El mismo autor anota que en su período de mayor auge, el asentamiento contaba con más de 570 almas a cuyo servicio había más de 9 mil empleados repartidos en 40 plantaciones. Una centuria más tarde, este número impresionante se aumentaría a 2 mil judíos y 115 terrenos en plena producción.

La fidelidad y la memoria espiritual de esos lejanos judíos quedó para siempre estampada en los nombres que dieron a sus parcelas que evocaban sitios históricos de la

Tierra de Israel y de momentos de la historia hebrea diaspórica. Reproduzco únicamente algunos:

La nómina podría prolongarse indefinidamente. Su identidad relucía en aquellas de nominaciones con una carga histórica y religiosa innegable. Los judíos tropicales rememoraban de este modo sitios específicos de su país entonces inexistente y en esa evocación cifraban su añoranza y –¿por qué no?– el deseo de la restauración en lontananza que en algún momento propicio del tiempo habría de suceder.

El agua límpida para uso humano provenía de manantiales de los valles feraces circundantes. La población mayoritaria moraba en las plantaciones y afluía a la Sinagoga los fines de semana y para celebrar las altas festividades que marcaba el calendario lunar judío.

Huelga afirmar que la comunidad mantenía óptima relaciones con otros centros judeoportugueses, especialmente con Ámsterdam, Hamburgo y Nueva York. A esta última comunidad, aún incipiente, aportó en 1789 una suma para mantener el, el cementerio con respecto y decoro. Los lazos de solidaridad llegaban igualmente a la isla de San Eustacio, que se vio diezmada por el ataque inglés en 1781. Los hermanos tan distantes de la Sabana decretaron un día de ayuno por la devastadora desolación de la, cuando el almirante Rodney desarticuló a los judíos en rabiosa represalia por el apoyo en víveres y armas que ofrecían a los revolucionarios norteamericanos. Los judíos de la isla manifestaron en una carta que la acción era de «escenas de horror, melancolía, desgracia y confusión» que les habían sobrevenido en castigo por su atávico afán libertario.

El mundo americano no limitaba las relaciones del Surinam judío que cruzaban los grandes espacios y se prolongaban a Jerusalén, Safed y Hebrón. Justamente de Hebrón vino a Surinam el rabino Rafael Carigal, quien terminó sus días en Barbados en 1777, sirviendo a la congregación

El declive
Varios elementos de distinta índole se conjugaron para que el inmenso proyecto judío de Surinam declinara y finalmente desapareciera.

El levantamiento de los negros . Los negros se alzaron contra sus amos en varios regiones del Caribe reclamando sus derechos y libertades;
La producción de azúcar refinada en Europa y de superior calidad fue sustituyendo al azúcar guayanesa a lo cual se añadía el costo de los fletes y manejo;
El ataque perpetrado contra Surinam por el almirante francés Cassard;
La abolición de la esclavitud, fuerza laboral indispensable para todo el proceso de la zafra y procedimiento de la caña.
Inexorablemente, como consecuencia directa de estos desastres y cambios sociales, los judíos iniciaron su desplazamiento hacia Paramaribo. De acuerdo con sus orígenes históricos crearon, con el usual impulso que lo caracterizaba, dos sinagogas, cada una con sus respectivos atributos rituales y de costumbres: la portuguesa, Justicia y Paz de 1716, y la casa de oración de los askenazíes, Remanso de Paz de 1735, denominada igualmente la Alta Comunidad Alemana. Pese a la mudanza forzada, la Sabana Judía subsistió hasta postrimerías del siglo XVIII como núcleo religioso de los hebreos de todo Surinam.

Como es normal, discordancias y expresiones de rechazo contra los judíos hicieron su aparición. Cuando promedio el Siglo de las Luces ya se observa la decadencia de las plantaciones y hacia el final del mismo solamente quedaban 46 campos judíos activos de un total de 600 de otros propietarios. Lo que actualmente llamamos «mandos medios» holandeses locales no disimularon su hostilidad e intentos de coartar la libertad religiosa, lo cual, andando el tiempo, trajo consecuencias negativas difíciles de superar.

Todavía hubo un evento digno de mención cuando en 1785 (cuatro años antes de la Revolución Francesa) hubo festejos conmemorativos de los 100 años de la sinagoga de la Sabana Judía con la presencia de los principales funcionarios civiles y militares e iluminación profusa de antorchas y faroles chinos. Más de un millar de invitados asistió al evento, grandioso para la época. A nosotros corresponde interpretarlo como un mensaje imperecedero de la adhesión de de los judíos a la rodeados como estaban de un medio primitivos; eran un islote hebreo en la espesura de la vegetación y a su lado había seres humanos que profesaban creencias disímiles. Lo mismo sucedió en Curazao y Santo Tomás o Jamaica; pero, en armoniosa concordancia y recíproco respecto a otras etnias y expresiones culturales.

En época tan tardías como el siglo XIX, escasos viajeros dejaron testimonios de que aún vivían judíos en lo que quedaba de la Sabana que lejos estaba de reflejar su auge de antaño. no había sido únicamente un punto que servía de aglutinante religioso y lugar de oración judaico. Su mismo emplazamiento significaba que presidía la comunidad en tierras tan remotas y, por ende, era celosa de su preponderancia y especial jerarquía. Las decisiones de los jueces rabínicos en materias delicadas como educación, contratos nupciales, expedición del «» de divorcio, el modo de hacer los funerales eran respetadas al máximo. El poder del cuerpo de «» o junta directiva y líderes comunitarios se acataba sin discusión, pues se basaba íntegramente en la legislación religiosa estipulada en la «». Dado su rango, la Sinagoga fue celosa y renuente a la creación de comunidades paralelas, lo cual, a la postre, debió ocurrir en virtud de los aspectos arriba expresados.

El actual judaísmo en Paramaribo
Inicio este segmento con una expresión del estudioso israelí Mordechai Arbell: «La pequeña comunidad de Surinam hace lo mejor para preservar su extensa y rica historia».
Las metamorfosis políticas, el costo de las investigaciones y el concepto erróneo de que lo exiguo de la comunidad contemporánea no lo amerita han producido cierta desidia en la conservación y trasmisión de tan precioso legado. No obstante, Arbell y otros denodados pioneros se internaron en la jungla que literalmente se «tragó» el sitio de la vetusta Sabana Judía, su sinagoga en ruinas y el cementerio. El trabajo de recuperación y puesta en valor de ese inestimable conjunto monumental es apremiante. Los restos enhiestos de las edificaciones y los silenciosos sepulcros aún trasmiten un mensaje de fe y de constancia como tantas veces se ha dado en la historia del judaísmo. La Sabana Judía no puede ser la excepción, más bien lo corrobora.

Desde aquí insto al Gobierno de Surinam a hacer de la Sabana un gran parque arqueológico que sea un atractivo turístico y el monumento tricentenario de aquella obra gigantesca que los hebreos llevaron a cabo como adalides de la industria y del proceso en el lejano territorio de la Guayana holandesa. Honraríamos con justicia su intrepidez, el afán de desarrollo, la apertura de ideas y la acogida y respeto que ha distinguido a Holanda y sus dominios de ultramar con respecto a los judíos de La Nación a lo largo de muchos siglos. Israel en la selva de Surinam es la prueba irrebatible de que la Nación pretendió rehacer allí sus existencias y resistirse a desaparecer.

Unos 500 judíos quedan en Paramaribo. Los templos () y () son la continuidad de los sucesos impresionantes que les sirven de referencia y respaldo histórico, una lección perpetua de lo que los judíos imaginaron y llevaron a la práctica en el corazón de la manigua que circundaba a Casipoera.

Concluyo –y no podría de otra manera– con las atinadas palabras de Mordechai Arbell y que tanto me emocionan al leerlas una y otra vez:

¡Que ilusión albergaban en sus corazones aquellos emprendedores de fe israelita!

¿Reviviría la Tierra de Israel? ¿Retornarían los judíos al aparentemente perdido hogar ancestral?

Entretanto, fe y paciencia porque no podía extinguirse para siempre la Gran Promesa estampada en las páginas de la La Sabana Judía lo anunciaba y lo traducía materialmente aguardando la hora de la redención.

Nosotros, como ellos, no tenemos mejores términos para expresarlo. Casipoera, como otros núcleos judíos, era la concretización de la «», la esperanza alimentada aquí y allá, durante veinte centurias, del renacimiento, la recuperación de la patria nueva en el solar antiguo.

Panamá, 23 de mayo del 2008.

Bibliografia básica
Arbell, Mordechai. The Jewish Nation of the Caribbean. Gafen Publishing House.
World Jewish Congress. Jerusalén, Israel. 2002.

Böhm, Gunter. Los Sefardíes en los dominios holandeses de América del Sur y del Caribe (1630- 1750).
Vervuert Verlag. Fráncfort. 1992.

Emmanuel Isaac and Suzanne.
History Jews of the Netherlands Antilles
(2 vol.).

American Jewish Archives.
Cicinnati. 1970.

Encyclopaedia Judaica (tomo 15).
Keter Publishing House. Jerusalén, Israel. 1971.