Isaac Chocrón, comunitario

Isaac Chocrón, comunitario
Alberto Moryusef / albertom@ggc.com.ve
He conocido pocos judíos tan militantes de su condición judía como Isaac Chocrón. Es evidente en su obra, cargada de personajes, referencias y símbolos; pero su orgullo de pertenencia era quizás el rasgo más característico de su brillante personalidad, que todos sus amigos pudimos percibir desde el primer encuentro.
Conocí personalmente a Isaac hace unos 15 años en casa de Susy Iglicki. Para ese momento ya él había desarrollado la mayor parte de su exitosa carrera de dramaturgo y educador, y ejercido los importantes cargos que le tocaron (no obstante escribiría y montaría a partir de entonces un par de piezas más, dos novelas y dictaría varios cursos). Recuerdo cómo destacaba entre los presentes esa noche ejerciendo una particular atracción. Parecíamos no tener nada en común, y sin embargo, al enterarse de mi incipiente actividad comunitaria, me prestó especial atención. Me pidió llevarlo de vuelta a su casa y en el corto trayecto concluí lo expuesto al principio. Me brindó a partir de entonces su amistad, sencilla y sincera, que se cimentó en no pocas “arepadas” en su pent house, preparadas por su fiel Sara, quien compartía con nosotros. En un par de ocasiones invitó también a mi mamá, otra Sara, y logró “hacerse invitar” a casa de ella para saborear sus especialidades de shabat y terminar conversando sobre religión, el tema que ella escogía.
Desde un primer momento Isaac derribó la barrera de la diferencia de edad entre noso¬tros y pudimos, haciendo yo el esfuerzo de derribar la barrera que me imponía su trayectoria, conversar a un mismo nivel. Toda conversación giraba en torno al judaísmo, asuntos comunitarios, religión e Israel. ¡Isaac tenía la visión sionista de Ajad Haam! Leía todo lo que conseguía de autores israelíes, e incluso, en aquellos que no le gustaban, encontraba algo que rescatar. A través de esos libros, sus visitas a Israel invitado por la Universidad Hebrea de Jerusalén, y unos pocos amigos allá, aprendió a conocer y comprender su compleja sociedad.
A pesar de tener muchísimos amigos judíos de larga data, en contraposición con este advenedizo, Isaac insistía, y solo para halagarme, en que yo era su vínculo con la realidad comunitaria. Era ávido lector de Nuevo Mundo Israelita y ocasionalmente me pedía que le “echara el cuento” que se escondía detrás de la noticia, como si yo estuviera obligado a saberlo. Para Isaac no había amigo pequeño, así que no le faltaba tiempo para llamarme y comentar uno que otro escrito mío.
Aunque se consideraba fiel a la sinagoga de Maripérez, era consecuente con Maguén David, que su padre ayudó a fundar. Por ese afán de conocer y entender mejor a su comunidad me pidió llevarlo a visitar otras sinagogas de Caracas, para él recónditas. Me interpelaba con mil preguntas del quehacer comunitario, desde cómo iba la aliá hasta qué nuevo restaurant kasher habían abierto, que también pedía conocer.
No pude ser igualmente consecuente con Isaac durante su enfermedad. Aunque nunca lo vi perder su “chispa”, no supe cómo manejar esa triste situación que él se esforzaba en sobrellevar. Lo visité un par de veces y lo llamé apenas otras tantas en este, su último año en este mundo. Quien, en su condescendiente percepción, ejercía valores judíos, le falló en gemilut jasadim y bikur jolim.
Tuve el indeseado kavod de ser uno de los pocos judíos que lo acompañó en su entierro. En esa soleada mañana de noviembre, entre un puñado de amigos, dramaturgos y escritores, la mayoría desconocedores pero respetuosos de nuestras costumbres, bajo la correcta conducción del rabino Eli Bittán, y las sentidas palabras de su fiel Sara, me despedí de un buen judío, cuya amistad me quedó grande, por decir lo menos.