Dr. Alberto Osorio Osorio
“Mientras los romanos crucificaron cristianos por sedición, los cristianos quemaron herejes para salvar sus almas; los nazis mataron por placer”
Max I. Dimont
IDEAS INICIALES:
Una sentencia en hebreo reza así: “sinatolaml’amolam”, es decir odio eterno al pueblo eterno. No ha habido época de la historia occidental en la cual no se haya manifestado, de una forma u otra, el rechazo a los judíos. Las actitudes y acciones, persecuciones y expulsiones han asumido diversos matices según los tiempos, pero todas tendientes al mismo propósito, esto es, denigrar, degradar o suprimir al pueblo de Israel por motivo de su fe, su forma de vida y su cultura.
Las causas que se aducen son múltiples y han variado con el trascurrir del tiempo. Pueden asumir matices religiosos, valorativos, sociales y políticos. Matices que requerirían una explicación complementaria que dejo de lado en este trabajo de cotejo.
Es el episodio de Purim, los libelos difamatorios medievales, las evicciones de diferentes reinos de Europa, el Decreto de Fernando e Isabel, la salida de Portugal, la arremetida trisecular de la Inquisición, los progroms de Rusia, la abyección demencial de los nazis, la tenaz resistencia de varios países a reconocer el Estado de Israel, el boicot en las Naciones Unidas, la identificación de antijudaísmo con antiisraelismo, guerras militares o económicas, equiparar sionismo con racismo e incluso la prohibición de la Unión Europea de portar signos religiosos visibles, profanar cementerios, ataques mortales a sinagogas y centros de estudios religiosos.
El listado es interminable y desdice de la tolerancia y el respeto que ha de darse en una sociedad que medianamente se llame “civilizada”.
¿Qué importan los Premios Nobel, los humanistas y filántropos, los intérpretes de renombre en música clásica, los sabios que hacen avanzar la ciencia o la medicina, los artistas y literatos de prestigio, los creadores de numerosos inventos y tecnologías, el auge agrícola e industrial de Israel, en fin…?
Másallá de los innegables créditos está el “judío”, apelativo que fue adquiriendo connotaciones de virulento descrédito.
El presente ensayo tiene por meta destacar- si la palabra cabe- las similitudes (incluso la cercanía) entre las tácticas y arremetidas de la Inquisición española y la barbarie nazi que superó cualquier brutalidad registrada por la historia.
Tres siglos transcurrieron entre uno y otro fenómeno es verdad.
No es preciso forzar los sucesos ni acelerar las ruedas del devenir humano para percatarnos de las semejanzas, los modos irracionales de sus prácticas enfermizas y el resultado devastador que tuvo a los judíos por blancos exclusivos. La meta era una sola: descartar, borrar, suprimir al judío de la faz de la tierra.
Para lograr una compresión cabal del tema, dividiré los aspectos en concisos apartados que nos ayudarán a sopesar y enfrentar ambos siniestros proyectos. Es obvio que se trata de dos tiempos y de dos sistemas políticos. En su oportunidadahondarémás en los momentos pertinentes.
UNIDAD RELIGIOSA Y UNIDAD RACIAL:
Con las nupcias del Príncipe aragonés Fernando y la Princesa castellana Isabel en 1469 se estrena la consolidación territorial, política y religiosa de España. Implica igualmente el difícil paso de la Edad Media hacia la modernidad. Un solo cetro abre la vía hacia el poderío imperial. El afán unitario exige el señorío de una sola fe, la de la Iglesia romana, “more hispánico”
Las monarquías del siglo XV son absolutas y “a divino iure” El Rey es enviado y representante de Dios en el orden temporal; la pirámide jerárquica de la Iglesia lo es en el ámbito espiritual.
El símbolo perfecto de esta simbiosis lo dio la Casa de Austria: el águila bicéfala, sendas fuentes de autoridad en un solo y coherente organismo estatal blindado.
No obstante, España era una nación multicultural y de pluralismo religioso. Judíos y mahometanos convivían como huéspedes incómodos en esta sociedad remodelada donde reinaba la fe de la Cruz.
¿Qué hacer con “los distintos”? Dos opciones se presentaban: admitir el cristianismo o abandonar la Península.
Ya sabemos el problema de la admisión de cristianos nuevos, el poder de la Inquisición (permitida mediante Bula Pontificia) que luego se extiende a América recién hallada donde pululaban los criptojudíos, también llamados conversos.
El nacional socialismo exigió otro tipo de unidad la cual, a su vez, tenía doble faceta: la “pureza racial” aria y la anexión de países germano parlantes, al imperio del Reich.
De esta suerte, tampoco cabía el judío en el esquema fascista del Canciller dictador germano.
Las coercitivas Leyes de Núremberg (1933) y la consiguiente cacería sistemática de hebreos buscabaeliminar el Judaísmo del Tercer Reich.
Sotapados y abiertos procedimientos de búsqueda, el uso del registro civil para detectar a judíos destacados o desconocidos, la confección de interminables listas con apellidos y nombres, el detectivismo implacable, el hacinamiento en “guettos” amurallados, las deportaciones “hacia el Este”, la supresión personal y comunitaria, la fiebre maligna de matar sumariamente…
Destitución legal, humillación despiadada, campos de exterminio, y “solución final” fueron etapas de este proceso socio político racista. Claro, no se esgrimieron argumentos religiosos propiamente dichos. El nazismo sustituyó la fe judía por el culto al Estado y a su principal exponente y verdugo.
PUREZA DE SANGRE:
El mito de la sangre –no sé si la sangre química o la sangre alegórica- ha aflorado en diversas épocas de la historia.
Basta revisar la Reales Cédulas que, en nombre de los Monarcas, expedía el Supremo Consejo de Indias. Palabras más, palabras menos, reiteraban con énfasis:
“que ningún hijo y nieto de quemado o reconciliado por el Santo Oficio pase a las nuestras Indias”.
He leído en el archivo de Sevilla estos Decretos en los cuales la estirpe hebrea pasaba a la siguiente generación y era como un sello que nada podía atenuar y menos eclipsar.
Se estimaba que con la propalación de ideas erróneas venía conjuntamente la rivalidad económica y que judíos y cristianos nuevos harían contrapeso al equilibrio y auge de los imperios español y lusitano respectivamente.
Luego vinieron los estatutos de “limpieza” sanguínea, largos memoriales genealógicos (en su mayoría documentación amañada) que trataban de comprobar que entre los antepasados no se hallaba judío alguno, “raza” execrable para los siglos XV, XVI y XVII.
Al menos, esa era la teoría, Los Reyes ignoraban por comisión u omisión que los conversos estaban en el escalafón oficial, conquistadores en el Nuevo Mundo y hasta en las órdenes religiosas.
Numerosos descendientes de la estirpe resplandecerían en el Siglo de Oro de las letras clásicas hispanas.
Trescientos años más tarde, los nazis se obstinaron en la pérfida exigencia de la sangre impoluta y que el ario era un tipo humano con atributos físicos bien definidos. Quien no encajase en la nomenclatura debía ser clasificado como inferior y enviado a la aniquilación.
MENTIRAS OFICIALES.
Después del verano de 1492 se suponía que todos los judíos habían dejado España. De igual manera, en 1497, Portugal quedaba libre de hebreos mediante otro desahucio real.
¿Se lograría finalmente la anhelada uniformidad religiosa de los dos reinos?
En la práctica y en la vida cotidiana no fue así. Los que permanecieron en Sefarad o Lusitania se arreglaron sutilmente para disfrazar su identidad. Con agudeza de estilo pasaron por cristianos devotos y escindieron a la sociedad hispánica en nuevos allegados a las filas de la Iglesia. Muy pronto estuvo en evidencia que acomodarse era un truco de arrimo al nuevo orden imperante y que la argucia religiosa funcionaba abundante en la Península y en las posesiones americanas.
Y si el paso al Nuevo Mundo les estaba vedado, lo cierto es que el vasto territorio se llenó muy pronto de “marranos”, judeoconversos que circulaban por todas las redes administrativas, colonizadoras y evangelizadoras.
Tenemos así una muestra adicional de la capacidad de adaptación y supervivencia del judío quien, en medio de la tragedia, no se arredra y persiste en continuar siendo contra todos, contra todo, por encima de todo, con identidad inquebrantable.
Otra idea inconsistente estribaba en el monopolio económico que España impuso como un dogal a sus inagotables tierras de ultramar.
Los conversos portugueses crearon desde Nueva España (México) hasta el Río de la Plata, pasando por Centroamérica, emporios mercantiles con conexiones en Ámsterdam, Hamburgo, Amberes o Londres. Fue una fisura en la quimera de la unilateralidad comercial y espiritual a uno y otro extremo del gran océano.
Venales vigilantes aduaneros se hacían sordos y mudos ante el imparable avance de quienes el Imperio descalificaba con pertinacia.
Mintieron también clérigos de doble vida religiosa tan judíos que veían los oficios católicos como una comedia. Otros hombres de sotana integraban células judaizantes para la “junta” o quórum ritual.
Mentía la propia Inquisición cuando “purificaba” la comunidad cristiana y aseguraba actuar en nombre de la fe para salvar las almas de los extraviados. Escondieron avaros intereses más terrenales o se dejaban sobornar copiosamente por los holgados “anussim”.
Trescientos años más tarde, la mentira esencial correspondió a los repulsivos nazis, maestros del engaño con su tósigo letal.
Músicos, literatos, científicos y catedráticos que solo habían levantado el arco de un violín, la pluma de escribir o una probeta se vieron de pronto cargando un mazo para picar rocas, desinfectar letrinas, cavar sus propias fosas o conducir cadáveres a los crematorios, los cuerpos inertes de sus propios hermanos.
Pureza racial. Nadie es genéticamente puro en Europa ni en ninguna latitud del mundo. Los pueblos actuales son el resultado de una heterogénea mezcla biológica miles de años. Los cruces cromosomáticos han sido un mortero constante y esto incluye a los fementidos arios.
Reubicación al este: Con este fraude verbal desplazaron de sus hogares y países a millones de judíos hacia centros de internamiento y trabajos forzados y horrendas eliminaciones.
Aucshwitz-Birkenau, Treblinka, Mathausen, Sobibor, Dachau y otros centros de prisioneros fueron el final de incontables seres humanos donde las condiciones de vida eran desesperadas y los procedimientos de muerte indescriptibles, horripilantes.
Arbeitmachtfrei.
El trabajo hace libre. El slogan recibía a los prisioneros a la entrada de las tétricas barracas. Quien no perecía de inmediato luego de la selección pasaba a ser un paria o un esclavo, famélico y obligado a quemar a sus correligionarios o morir de consunción.
Tomar una ducha.
Mentira última antes de que el Cyclon B hiciera su efecto mortal en la cámara hermética de ejecuciones masivas.
Todo el sistema nazi descansaba sobre una colosal mentira y llevaba las semillas de su propia destrucción. Prometido por mil años, se desmoronó a las doce.
Ídolo de pies de barro, su virus de embustes terminó carcomiendo el sistema de saña y odio. La “banalidad del mal”, expresión de HannaArendt, se volvió contra la profanación de la dignidad humana pues el hombre, judío o no, es razón y poder, dignidad y valor, réplica viva de la Divinidad.
“Banalidad del mal”. Tan frecuentes o usuales fueron las matanzas que ya poco importó la muerte a gran escala, niños y adultos reducidos a escombros vivientes, la aplicación de métodos aterradores de exterminio, la maldad fue brutal, con el silencio cómplice del mundo que contemplaba impasible la desaparición organizada de un tercio del judaísmo mundial junto a otras minorías étnicas, tenidas por descartables.
ESPIONAJE Y DELACIONES:
Los inquisidores montaron en España y en ultramar un vasto tejido detectivesco destinado a localizar, detener, procesar y castigar a los judaizantes.
Había que escudriñar sin tregua porque un gesto, una palabra, una práctica religiosa inusual podría marcar la diferencia entre la muerte o seguir viviendo en sigilo.
Los tribunales, calabozos, funcionarios (clérigos y civiles) constituían el eje operacional del largo brazo inquisitorial.
El Edicto de Fe indicaba con minucia cuales eran las costumbres, ceremonias y vocablos que debían ser acechados para determinar quien era pasible de un juicio riguroso o debía revestir el atuendo infamante del sanbenito.
Donde no existían tribunales estaban los “familiares del Santo Oficio”, párrocos y curas de aldeas encargados de husmear a los disidentes de la “herejía” y remitirlos a la autoridad eclesiástica competente. Su trabajo fue efectivo como lo atestiguan millares de expedientes y causas, sin contar los que por incuria desaparecieron a ambas orillas del Atlántico.
En los “dossiers” que han escapado a la destrucción aun podemos leer epítetos degradantes como “hereje” y encubridor de herejes”, “protervo” (obstinado en la maldad), “pertinaz”, Capturarlos equivalía a hacer un servicio a Dios y lograr así un reino compacto, ejemplarmente piadoso, incondicionalmente fiel a Dios (en su versión hispanizada) y a los Austrias en cuyos dominios no se ponía el sol.
¿Quiénes eran los delatores? Vecinos, parientes, servidumbre doméstica, frailes fanáticos e incluso “marranos” arrepentidos que descubrían sin empacho las células de judaizantes para zafarse ellos mismos del riesgo de ser encausados.
Cuando Portugal declaró su independencia de España en 1640, las sospechas llegaron al paroxismo con la Gran Conspiración. En cada portugués, en la Península o en las colonias, se veía a un potencial o real enemigo que había de ser capturado cuanto antes y sometido a escarnio. Fe y competencia financiera iban de la mano.
En el nazismo sucedió algo similar. Todo el mundo era espía de los demás lo cual condujo a suspicacias, acusaciones ciertas y falsas, a revelar identidades ocultas, a congraciarse con el régimen al descubrir quien tenía ancestro hebreo. Incluso para pasar inadvertido se delataba a otros, una treta traidora.
Era el problema de las minorías culturales a las cuales se vedaba manifestar abiertamente sus creencias y tradiciones que quedaban ahogadas en nombre de la homogeneidad nacionalista extremista.
No faltaron los apologistas del derecho a la propia determinación. Tal es el caso de Simón Dubnow quien argumentaba que los judíos integraban una nación cultural y religiosa que conllevaba una supremacía y grado de avance másallá de los límites puramente nacionales o territoriales.
CONFISCACION DE BIENES:
“Para el fisco y cámara de Su Majestad”. Fue la tan traída y llevada frase, impregnada de codicia, que aun se lee en los vetustos expedientes de la Inquisición. La pureza de la fe y de la sangre implicaba despojar a los judaizantes de sus bienes (dinero, propiedades o joyas) no importaba su cuantía.
¡Como asomaba su rostro la ambición detrás de la supuesta religiosidad y del parámetro de la globalización de la fe en el Dios de amor!
Las creencias eran sublimadas mientras el interés de acaparar sobresalía y no tan a escondidas, incluso con descaro y sin reservas.
La salida de Sefarad fue un burdo expolio: la saturación de ofertas bajó drásticamente los precios. Sinagogas y cementerios incautados, viviendas ofrecidas en remate. En las fronteras y puertos los funcionarios revisaban a los fugitivos para asegurarse de que no llevaban prendas o monedas de oro ocultas en sus vestiduras.
Los documentos originales del Archivo Histórico Nacional de Madrid, e igual en México, Lima y Cartagena están repletos de testimonios de judaizantes comerciantes o bien acomodados a quienes se les despojó de su haber (grande o magro era igual) puesto que el golpe que se les asestaba envolvía su identidad interior y su entorno material.
¡Cuán duro y difícil ha debido ser enfundarse en una vestimenta religiosa estrecha y el obligado disimulo de lo que realmente eran!.
Para los héroes incontables, enmascararse a la fuerza nunca conllevó la anulación del ser.
Era algo metafísico que trascendía con creces las situaciones de tiempo o de lugar.
De igual manera, la dimensión psicología implicaba al yo interior inexpugnable.
Con propiedad observa Ben Sasson que un contingente de conversos pudo arribar a la tierra de Israel como “teshuvà” para expiar el giro violento de imponerse una indumentaria religiosa fuera de medida. La ambición de jueces laicos y eclesiásticos no sabía de límites. En algún momento de la época se llegó a identificar los términos “portugués” y “judío” lo cual hacia fuerte contrapeso a los intereses monopolistas de la Corona.
De manera muy parecida –la coincidencia es estremecedora—el Tercer Reich confiscó a los judíos bajo su férula cuentas bancarias, medianas o cuantiosas, joyería, platería, fino mobiliario, obras de arte excepcionales (pintura, estatuaria u objetos decorativos), domicilios.
Un museo seria creado con los bellos tesoros usurpados para recordatorio de la “desfasada cultura judía”. Casi ocho décadas después aparecen depósitos pecuniarios sin reclamar, oleos de autores famosos, piezas invaluables de oro y plata. Unos son solicitados por los descendientes de quienes desaparecieron en la tolvanera de la Guerra; otros están en un limbo jurídico sin poder ser adjudicados a nadie. ¡Cuántos objetos duermen el sueño eterno en entidades financieras o almacenes de cuadros y galerías artísticas que fueron arrebatados a sus legítimos propietarios!
La sed insaciable de la oficialidad nazi y sus mandos medios arrastró lo que quedaba a su alcance. El robo institucionalizado estuvo marcado por el enconamiento insano, la avaricia enferma y el reconocimiento (en negativo) de los valores estéticos de los judíos que apreciaban el arte en todas sus elevadas manifestaciones.
MIRADA RETROSPECTIVA GENERACIONAL:
La reiterada pregunta rabínica ¿Quién es judío? Más allá de los matices que conlleva, dos respuestas básicas de Torá y Halajá se han dado: judío es quien ha nacido de una madre judía o bien, judío es el que se convierte a la fe de Israel de acuerdo a las leyes halájicas que rigen la delicada materia.
De estas respuestas deriva la ley del Retorno que el Estado de Israel (con ligeras modificaciones) mantiene vigente desde su promulgación en 1948.
Ambos, el nacido judío o el prosélito tienen idéntico derecho a poseer y habitar la Tierra que D’os juró a nuestros primeros Padres.
Los Inquisidores catalogaban como judío a dos generaciones hacia atrás y dos hacia adelante. Las progenies nuevas llevaban el estigma de haber tenido entre sus antepasados a un judío o judía, lo cual les impedía incorporarse a la sociedad “normal”, ocupar cargos públicos o entrar en la carrera de Indias.
No obstante, sucedió exactamente lo opuesto. Un ejemplo documentado, verídico fue el de los Arias Dávila de Segovia, nietos de YzaqueAbenazar y Elvira González, ambos hebreos observantes. Su prole conversa ascendió en la corte castellana. Juan Arias Dávila ocupó la sede episcopal segoviana y Pedro Arias Dávila, el Galán, fue nombrado en 1513 Gobernador de Castilla del Oro, fundó la ciudad de Panamá en 1519 y luego Granada de Nicaragua. En Darién tuvo serias discrepancias con el Obispo Juan de Quevedo que le tildaba de “judío”, pese a su supuesto acendrado cristianismo. Centenares de casos y millares de personas podrían aducirse al respecto con semejanza de situaciones.
Se colocó la misma etiqueta a Teresa de Ávila, a Fray Luis de León, a Fernando de Rojas y a una legión de conversos a quienes el judaísmo había pasado en el ADN según criterios del tiempo.
Idéntico calificativo se extiende hasta Miguel de Cervantes Saavedra autor del inmortal Quijote. “De la Mancha” ya parece ser una insinuación velada de ancestro hebraico, amén de otros pasajes de la obra que hacen referencia a temas judíos. Aubier asegura que un monumental comentario al cabalismo es justamente dicha novela cervantina.
Cervantes publicó su Quijote cuando se abría el siglo XVII, justamente el momento del furor inquisitorial.
El nazismo hizo otro tanto. Hurgó en el registro civil a fin de descubrir si existían judíos antiguos hasta la tercera generación o si ciudadanos alemanes descendían de judíos ya fallecidos. Era como un tizne racial imposible de esconder. Las secuelas fueron infames; nunca habrá palabras suficientes ni apropiadas para describir el horror demencial y la ejecución de un plan macabro de supresión a como diese lugar.
En la redada sucumbieron judíos que habían claudicado de su fe. Recordemos a la filósofa y mística Edith Stein (Breslau 1891).
Convertida al catolicismo y monja profesa carmelita fue deportada de Holanda y pereció en las cámaras letales de Auschwitz. ¡Era judía aunque vistiera hábitos conventuales!
DISTINTIVOS DE IGNOMINIA:
Desde la época medieval los judíos fueron señalados y marcados de diferentes maneras: el bonete amarillo, la banda del mismo color en el brazo, obligados a vivir en la aljama o judería que luego vendría a ser el guetto. Exclusión era el concepto subyacente que hacía de ellos seres segregados de la sociedad general, extraños por su fe, tradiciones y modo de vida. Eran atípicos dentro del cuadro sociológico y religioso tenido como único modelo aceptado.
Según la malquerencia o benevolencia del Papa, obispo, rey, príncipe o señor feudal de turno, leyes discriminatorias o ligeramente benévolas les eran aplicadas.
La Inquisiciónheredó y acrecentó la fobia antijudaica y la mantuvo empecinadamente durante tres largos siglos, en la Península y en sus posesiones de ultramar.
Los procesados y condenados debían llevar el sanbenito, una especie de ruana que colgaba por el pecho y espalda del reo. A los relapsos (candidatos a la hoguera) se les ponía el capirote o sombrero puntiagudo con dibujos de demonios y otras figuras grotescas.
Luego del auto de fe, los sanbenitos eran colocados en iglesias, severa advertencia contra los disidentes e indicativo de quien lo estrenó con lo cual señalizaban también a sus descendientes.
El sadismo nazi llevó al extremo el sello externo: la estrella de David amarilla, el brazalete del mismo color.
El Gran Rabino de Berlìn Leo Baeck enseñó que debía ser llevado con orgullo.
No satisfechos aún, miles de judíos fueron rotulados con un número tatuado en el antebrazo, un número de serie mediante el cual el prisionero o prisionera dejaba de ser humano, se le degradaba al máximo, se le arrancaba la identidad personal y la dignidad.
Un millón de niños no escapo al aterrador exterminio.-¡Contra los pequeños inocentes se enfiló la saña demencial!
Aplastarlos, anularlos era el objetivo de la hecatombe en la cual sucumbieron seis millones en las formas más crueles e inimaginables. Execrados por ser judíos. Análoga impugnación cargaba ya centurias de lastre y parecía haber quedado en el subconsciente de muchas naciones de la civilizada Europa.
Se plasmaba la tesis del pensador materialista y ultrarracionalistaHolbach según la cual los judíos habían erigido una muralla de piedra entre ellos y las demás naciones, creyéndose superiores y exentos de cumplir las leyes de los países que los recibían.
Solo faltó un detonante para que la llamarada se extendiese incontenible, devastadora y abismara en las nada florecientes comunidades y eminentes judíos que descollaron en todos los aspectos productivos de la vida.
Decayeron España y Portugal en su esplendor cultural y económico; descendió Alemania al barrer a los hebreos que tanto aportaron al desarrollo del país. La página negra nunca desaparecerá de su historia. Es estigma perpetuo, sin venganza pero sin olvido.
PALABRA FINAL:
Se equivocaron rotundamente los teóricos de “sangre”, “raza” y “suelo” como OswaldSplenger, Friedrich Delitsch y Hans Geuenther. Sus torpes antisemitismos se estrellaron contra la capacidad de los judíos para restablecerse pese al cataclismo.
Cecil Roth lo llama “resurrección” y se plasma en el Estado de Israel porque la Shoa estimuló la necesidad de un hogar nacional para el pueblo. Las lecciones de la historia habían sido duras. Israel es la contundente “solución final” positiva, optimista y futurista.
En la antigua Tierra nueva y no en otra zona del planeta se puede y podrá ser judío sin cortapisas ni intimidaciones.
Acabo de ver (Kislev 5774) una hanukiá encendida frente a la puerta de Brandeburgo en Berlín. En el epicentro del horror vuelve a brillar la luz de la Torá, verdad y esperanza. Recuerdan esas luminarias a una minoría judía que también se alzó contra un imperio que sofocaba la libre expresión del Judaísmo religioso.
¿Se repiten los fenómenos históricos?
Inquisidores y nazis, una aproximación de siglos, es apenas un escarceo de dos períodos caliginosos, con indudables similitudes.
De lo que si estoy convencido es que los parecidos no son fruto del azar. La judeofobia es una hidra que hemos de combatir; es Israel frente a Amalec, contrincantes perpetuos.
El pueblo de Israel ha sobrevivido a sus propios enemigos en el curso de milenios.
¿Dónde hemos de buscar la respuesta? Por encima y más allá de la historia y la sociología, enfoques puramente humanos del acontecer singular del pueblo judío
Filósofos y cabalistas han invocado una metahistoria actuante tras los eventos decisivos. Y esta metahistoria de especulación mística sobrepasa un estudio puramente racional de los sucesos que jalonan nuestro paso por el tiempo. Lo que sí es cierto es que Israel sobrevive en medio de culturas, existentes unas, desaparecidas otras. Es obvio, asimismo, que las fuerzas que nos oprimieron en la antigüedad y en la actualidad ya no están.
¿Metahistoria? ¿Historia singular e irrepetible?
¿Se trata de un poder superior que preserva al pueblo?
De nuestras posiciones historiográficas o religiosas depende la óptica y la actitud que asumamos ante el cotidiano acaecer judío con todas sus asombrosas eventualidades, tropiezos y logros.
El Judaísmo de Israel y de la Diáspora se enfrentó al hundimiento.
Hoy consolida su resurgimiento.
Panamá, Shavuot 5776
Junio 2016