Por Antonio Escudero Ríos
AER: –Antonio Machado, un poeta singularmente amado por mí, escribe: «Caminante, no hay caminos, se hace camino al andar ». Ligando esto con el destino errante del pueblo judío, son su constante peregrinación en busca de una tierra donde asentarse, yo te preguntaría si no te parece contradictorio que un pueblo tan «definido» como el judío se haya constituido sobre caminos hechos al andar, sin fin ni meta precisa, salvo su asentamiento en Israel.
GS: –No, si entendemos la judeidad como el pueblo elegido por Di-os y al que Di-os le otorgó la tierra Canaán. El resto, es decir, las sucesivas diásporas, son meros extrañamientos que el israelita debe vencer para retornar a la «tierra prometida» y también «otorgada»; sólo que el más largo de estos extrañamientos han llegado durar hasta dos mil años y los israelitas han desarrollado su condición de tales en exilio, constituyendo esa judeidad, ese exilio permanente y secular y ese anhelo del retorno a la «tierra perdida» como una condición sin la cual hoy no entendemos lo judío y al judío mismo.
AER: –Se dice que la Historia comenzó con la Escritura. Teniendo en cuenta que no hay pueblo como el judío que se haya construido sobre las escrituras entendidas como Ley, mandato, ¿serían los profetas hebreos los primeros constructores de la Historia tal como la entendemos: no desde atrás, sino hacia adelante, reclamada desde el futuro?
GS –Creo que mezclas dos conceptos, uno, el de Historia, como relato memorioso de lo colectivo, sea de un pueblo o de la humanidad completa y el otro, ese reclamo que les atribuyes a los profetas. Esa consumación del proyecto histórico en Hegel tendría un sentido, en Marx, otro, y en un rabino, un tercero. Y si encima pensamos que la lengua alemana se asentó en su período clásico sobre la traducción de Lutero de la Biblia, vemos que existe un punto de convergencia en los tres ejemplos que te acabo de citar; es decir, en esa necesidad de que el curso de la Humanidad, o al menos, de los creyentes en Dios se consume en un momento histórico final donde ya no tenga sentido el largo suceder de los siglos porque se haya alcanzado el «estado perfecto del hombre en la tierra», y este estado coincidiría con un proyecto angustiosamente perseguido por la humanidad o, en el caso del rabino, vaticinado, de una forma u otra, por las Escrituras.
Sí, entonces, sí podríamos decir que los profetas entre sus amonestaciones al pueblo de Israel o al de Judá anunciaron cuánto se estaban desviando del camino para alcanzar el momento perfecto; pero, también injertaron dentro de la memoria pueblo hebreo y luego de Occidente ese destino futuro y perfecto, desde el que se contemplaría la Historia como un tránsito, un padecimiento y una purificación hasta alcanzar el estadio perfecto. Sin embargo, eso que llamamos vulgarmente mesianismo no se cumple, porque las generaciones se suceden y cada generación de hombres vuelve a formular, o si quieres, a profetizar ese estadio perfecto, incluso entre los propios judíos, y cada vez, según sus ensoñaciones y sus anhelos que son, por tanto, circunstanciales. Pero, volviendo a tu pregunta, sí, los profetas entrevieron el «momento» y anunciaron las «señales», y no de baldes, porque el cristianismo le atribuyó todas cuantas pudo al nazareno; sólo que la
Historia no se detuvo, y nunca aconteció la anunciada parusía y en ésas seguimos.
AER: –Parece que el pueblo judío, más que reivindicación del espacio, ha estado siempre buscando el tiempo, en la historia. ¿Es ése también tu parecer?
GS: –No lo creo; el tiempo, la edad para darle un sesgo más legendario al concepto, ya lo tuvo antes de la diáspora, cuando habitaba la Tierra Prometida. Yo creo que en lo judío hay un anhelo de retorno aún sabiendo que ese retorno es imposible, tanto al tiempo como al espacio, y en esa imposibilidad ha nacido otra concepción de lo judío, es decir, el judío que conocemos hoy: un ser extraño a la tierra donde habita porque su corazón anhela la tierra ensoñada a la que ya nunca retornará porque le resulta imposible retornar al tiempo de sus ancestros. En realidad, lo que creo que encontramos en el fondo de todo ello es el inmenso desgarro de una nostalgia trasmitida generación tras generación, de país en país y sin solución de retorno; eso sería esencialmente lo judío.
AER: –¿No crees que la Historia en el caso de los judíos, más que una Historia basada en el progreso, es una Historia Sagrada, acrónica, de la Divinidad en los hombres, de la Palabra de Dios hecha Escritura, contada una y ora vez?
GS: –En absoluto, cada vez que se relata la Escritura se narra en un tiempo y en momento determinado y el oyente busca consuelo en el relato mismo a su cuitas de cada día. Piensa que el propio hecho de pronunciar una palabra tras otra se hace en un tiempo determinado y con sus circunstancias a cuestas. De ahí que la interpretación de la Torá se haya prolongado durante generaciones y haya germinado en diferentes escuelas rabínicas, por no hablar de la interpretación particular de cada hebreo o de cada goy cuando lee el relato por su cuenta o cuando lo escucha a su padre a su maestro o a quien fuere. El pueblo hebreo, como toda nación, está inserta en el curso de la Historia, sólo que se reconoce y se consuela, como te decía antes, en ese momento mítico y anterior, el relatado por las Escrituras.
AER: – ¿Cómo se combina la fuerte individualidad judía con el sentimiento de colectividad de ser pueblo?
GS: –Pues tan fácil como saber «que se vive como se sueña, y se sueña en soledad».
Pero, también se vive en una familia, en un tiempo y en una lengua, y claro, dentro de una tradición, y esto es lo colectivo, que se interioriza y nos presta los sueños, las aspiraciones y las frustraciones.
AER: –Hay una ambivalencia contradictoria con respecto al judío entre las gentes.
Por una parte, es un pueblo respetado y admirado. Por otra, existe a veces una actitud de rechazo que se manifiesta en expresiones populares despreciativas. Por ejemplo: «perro judío, hacer una judiada, ser un fariseo, etc… »¿Cómo explicas este fenómeno?
GS: –A mi modo de ver es bien sencillo; los primeros cristianos, que eran judíos, aspiraron a instaurar el giro definitivo del judaísmo de entonces, al no conseguirlo, sus sucesores y con la ayuda de emperadores y luego de reyes se volcaron con toda la saña de que eran capaces en abolir el judaísmo de la faz de la tierra, porque eran simplemente incapaces, y todavía les resulta muy difícil admitir que los hebreos fueran el pueblo elegido por su Di-os y los legítimos dueños de la Tradición. Para esta operación de exterminio contaban con un argumento terrible y contundente: la (supuesta) condena a muerte del Cristo por parte del pueblo durante el Pésaj, en Jerusalén. Eso, siglo tras siglo, ha germinado no sólo esas expresiones populares, sino otros fenómenos más horrorosos como los pogromos y hasta la infausta Solución final. En cuanto al respeto por el judío, es algo en cierto modo muy reciente, casi del siglo XX. Si antes se le respetó, fue por mera conveniencia del poderoso; pero, al pueblo se le imbuía un odio cerril, que aliviaba mucho a los gobernantes porque ya tenían un chivo expiatorio a quien atribuir todos los desafueros.
AER: –Existe una penetración en lo judío de lo sagrado, incluso en el pensamiento de su representantes más modernos y racionalistas, como temor de Dios, como acatamiento del mandato divino, como Escritura Sagrada. ¿No ves curiosa esa mezcla de racionalismo crítico y acatamiento de la Voluntad Divina?
GS: –No, en absoluto. Todo hombre vive suspendido entre las potencias de su razón y el anhelo de eternidad; en definitiva, suspendido en la tensión entre la ciencia, lo tangible, y la religión, lo sublime. En cada sujeto, esta tensión se manifiesta con una figuración peculiar, y el judío tiene la suya y más acentuada, de lo contrario dejaría de ser judío.
Es algo que ha aprendido de niño y que ha penetrado sus sueños y hasta sus gestos más nimios, y es que no se ha de pretender jamás que el hombre sea lineal, sino aceptarlo como un ser contradictorio y hasta vacilante, aunque se oculte tras una máscara.
*Gastón Segura nació en Villena (Alicante) y se crió en Caudete (Albacete). Es escritor y Licenciado en Filosofía por la Universidad de Valencia. Ha resultado finalista absoluto de los premios de novela Azorín (1999) y Blasco Ibáñez (2003), con dos novelas todavía inéditas.
En 2004 publica A la sombra de Franco (Ediciones B) y en 2006 Ifni: la guerra que silenció Franco (Martínez Roca), y este mismo año, la editorial Berenice ha publicado su tercera novela, Stopper, que acaba de ser incluida dentro del programa de formación del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad Estatal de California como lectura imprescindible y material de estudio para los alumnos que cursan la licenciatura español en dicha institución.
Fuente: Revista Raíces, España