Fray JOSÉ DÍAZ PIMIENTA: ¿marrano venezolano o cubano?

*En 2007, la entonces candidata a la presidencia argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en ocasión de celebrarse los 40 años de CAIV, mencionó en su discurso de orden al fraile José Díaz Pimienta como un judío venezolano quemado por la Inquisición. En este trabajo, el historiador cubano Elías Barrocas Levy, quien vivió en Venezuela y reside actualmente en Estados Unidos, ahonda sobre este personaje.

El profesor Richard Gottheil de la Universidad Columbia de Nueva York publicó un artículo titulado «Fray Joseph Díaz Pimienta, Alias Abraham Díaz Pimienta» en la revista de la «Sociedad Judía Americana de la Historia»; No. 9 de 1901; refiriéndose a su estudio en los archivos de Sevilla (septiembre de 1900) de los documentos inquisitoriales correspondientes al auto de fe realizado en esa ciudad el 25 de julio de 1720, en el que fue estrangulado y quemado este fraile.

Acorde con el recuento escrito por los oficiales de la Inquisición de Sevilla, fray José nació en el pueblo de San Juan de los Remedios, Cuba, y según los documentos bautismales tenía treinta y dos años de edad, aunque el reo declaró tener treinta y seis. Fue bautizado y confirmado en la ciudad de La Habana y a la edad de nueve años su padre lo envió a esa ciudad donde estudio dos años y medio y para luego ir al convento de Nuestra Señora de la Benevolencia como un miembro laico de la orden en espera de la edad adecuada para tomar el hábito de monje. El 24 de septiembre de 1706 fue admitido como fraile de la mencionada orden.

Dos meses después de su ordenación escapó del convento y estuvo unos diez meses en casa de sus padres, tras los cuales volvió al monasterio y un año y medio después pidió permiso a sus superiores para para viajar y completar sus estudios, lo cual no se le concedió. Nuevamente escapó del convento y se fue a Caracas y después a Veracruz, para llegar finalmente a Puebla de los Ángeles (México), donde, luego de falsificar su partida de bautismo, el Obispo lo autorizó para ser ordenado como sacerdote después de estudiar gramática y moral en el Convento de Puebla. Al terminar, fue nombrado vicediácono de la orden y ofició la misa en dicha ciudad. Después de cuatro meses regresó a La Habana donde el Obispo le retiró los títulos tras conocer que no tenía la edad suficiente para ser ordenado.

Fray José escapó varias veces del convento donde debió cumplir su noviciado y fue encarcelado, yendo después a Puerto Príncipe (actual Camagüey), donde falsificó un permiso del Obispo para viajar a la Nueva España (México). Después partió hacia la isla de Curazao, que ya era una posesión holandesa, con la intención de convertirse al judaísmo.

Vaivenes de una conversión
Según consta en el expediente inquisitorial, llegó a Curazao el día 6 de febrero de 1715 y en una conversación con los judíos allí establecidos se quitó el hábito de monje y fue a vivir en la casa de un judío que sería su padrino de conversión y quien le entregó trescientos pesos.

Según consta, él le contó que su madre y abuela habían sido judías y que su progenitora le había aconsejado que viviese en un lugar donde hubiese judíos, ya que él huía de la Inquisición.

Tras esta revelación de que la madre era judía, le dieron un esclavo negro como sirviente y algunos libros sobre las leyes judías, en los que se explicaban cosas tales como no comer mantequilla con la misma cuchara de comer carne, ni tampoco con el mismo cuchillo ni plato; o que el sábado era para ser observado no encendiendo fuego ni fumando. Todos esos preceptos eran ciento treinta y dos.

Otros libros que le dieron fue la Biblia en castellano, los profetas, y un libro llamado «Oronio» que contenía las cosas contrarias a la fe. Declaró que había tenido escrúpulos de compartir las comidas con los judíos.

En otra de las declaraciones dijo que en una ocasión rompió el rosario diciendo: «Si estas cosas son de Di-os, crezcan flores de dellas. Entonces creeré en el Señor Jesús»; pero como las flores no nacieron él entró en la Alianza de Abraham el 21 de mayo de 1715 y asumió el nombre del patriarca. Por este acto Díaz Pimienta recibió noventa y cuatro pesos y le hicieron una gran fiesta por tal motivo. Después de dos semanas le enseñaron a decir la Shemá.

Según relata Gottheil, a Díaz Pimienta le proveyeron de filacterias (tefilín), el cual el inquisidor describre como un «manuscrito en una especie de tiara con unos ornamentos cocidos a ella y que se ata a la cabeza y desciende por el brazo izquierdo, haciendo vueltas hasta que termina en el dedo medio, todo lo cual se hace -dijo- por temor a Di-os».

También se cuenta que realizó otras ceremonias y después fue en un navío a Bahía Honda (Cuba), donde colectó más de quinientos pesos de manera que pudiese mantener las regulaciones judías; pero, encontró que estas eran numerosas por lo que no observó ninguna, excepto cuando otros judíos estaban presentes. [Aquí se plantea la incógnita de si en Bahía Honda había judíos viviendo].

Regresó a Curazao y en el camino recitó letanías a Nuestra Señora de las Salvas, «siendo que estaba ya cansado de ser un judío o por cierta veneración que aun tenía por la fe católica. Después partió a la isla de Oruba [Aruba] y fue apresado por corsarios que lo llevaron a Jamaica, donde un judío que lo conocía le prestó ayuda. Allí atendía a la sinagoga dos veces por semana, aunque siguió recitando todas las oraciones católicas».

Judío «reconciliado»
Fue llevado prisionero a Río de la Hacha [quizá de aquí se derive la confusión de considerar a Díaz Pimienta venezolano, porque para la época, la zona de La Guajira era un límite impreciso entre la provincias de Maracaibo –actual Venezuela– y Santa Marta –actual Colombia– dependientes ambas para la fecha de Bogotá] y después fue presentado ante el Tribunal de la Inquisición de Cartagena donde fue juzgado en un auto de fe en el convento de Santo Domingo el 20 de junio de 1715, usando el vestido de penitente [el sambenito], con dos cruces. Díaz Pimienta fue «reconciliado» con la penitencia de vivir permanentemente en un convento de su orden en España. Fue enviado a la Península en abril de 1718, y arribó al puerto de Cádiz en agosto del mismo año. Allí escapó con otro prisionero; pero, lo apresaron en Jerez de la Frontera y lo enviaron a un convento.

Conociendo que en Jerez y Cádiz vivían varias familias judías, les escribió a un número de ellas pidiéndoles que viniesen al convento a visitarlo. Según el documento hizo esto con el objeto de vengarse de los judíos de Curazao.

A los judíos de Cádiz les rogó que le prestasen veinticinco doblones que les pagaría en Jamaica cierta persona, dando los nombres de los más prominentes judíos tanto de Jamaica como de Curazao.. Por supuesto, no recibió respuesta a sus cartas, pero dos meses después le envió una carta al comisario de la Inquisición en el que expresó: «Señor mío, quiera que su Gracia tenga noticia que yo aún soy un judío y lo seré por siempre; y que gustosamente moriré por ello; y quiera su Gracia entonces venir lo mas pronto posible para llevarme a la Inquisición» y firmó como Abraham Díaz Pimienta.

Algún tiempo después escapó del convento y fue a Sevilla donde pidió a un capitán inglés que lo llevase a Jamaica, pero éste le aconsejó que fuese a Lisboa, ya que si partía de allí, sería menos peligroso. En Lisboa pretendió pasar por marinero y subió a un navío holandés; pero, antes de zarpar cambió de opinión y volvió a Sevilla donde la Inquisición lo atrapó. Ante la primera audiencia dio una corta historia de su vida, diciendo que era nieto de «cristianos viejos» que habían sido originarios de Cádiz y que desde que había sido juzgado en Cartagena de Indias había sido cristiano; sin embargo, cuando el «alcaide» de la prisión lo visitó en su celda le confesó que había cometido un gran pecado, porque había negado que fuera realmente judío y que había entrado en la Alianza de Abraham en la isla de Curazao, siguiendo la ley de Moisés desde entonces.

Así mismo sostuvo que sólo creía en un sólo Di-os, creador de todas las cosas y uno en persona solamente; que había recitado los cincuenta salmos de ascensión sin el «Gloria Patri», así como otras oraciones que le habían enseñado los judíos de Curazao y que le pedía perdón a Dios. Por dos meses, los más ilustres eclesiásticos de Sevilla lo visitaron, pero se mantuvo firme; por lo que fue condenado a morir en un auto de fe, a ser degradado, declarado herético y apóstata y entregado al brazo secular. La sentencia le fue comunicada el lunes 22 de julio de 1725; el miércoles aceptó la fe católica y se confesó varias veces [esto le permitía ser estrangulado antes de ser quemado].

El jueves 25 de julio fue llevado a la Plaza de San Francisco donde fue entregado al brazo secular, las que produjeron el veredicto de muerte y que sería estrangulado primero y seguidamente su cuerpo entregado a las llamas. En la tarde fue puesto sobre un asno y conducido por las calles y pidió ser quemado vivo, concesión que le fue denegada. Su cuerpo ardió hasta el amanecer y «ningún mal olor resultó del fuego, como pasa en otros casos».

Algunas personas han opinado que el desafortunado fraile cubano era de una personalidad inestable y que pasaba del catolicismo al judaísmo y viceversa con frecuencia; otros opinan que se convirtió al judaísmo por los beneficios monetarios que ello representaba. En mi opinión, probablemente Abraham Díaz Pimienta era descendiente de judíos conversos, se educó como católico, pero no estuvo feliz ni con una ni con otra fe. Centenares de conversos que escaparon en los siglos XVII y XVIII desde España y Portugal a otros países después de décadas de prácticas de tipo criptojudías tuvieron múltiples dificultades para adaptarse al judaísmo normativo; incluso los rabinos de las comunidad hispano-portuguesa tuvieron que legislar acerca de la obligación de la circuncisión como una condición para el retorno a la antigua fe. Ruego a Dios que el alma de Abraham haya encontrado reposo y paz en el mundo de la verdad. Amén.

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