En el nombre del sionismo… ¡CÁMBIATE EL APELLIDO!

Zarechansky se hizo Sa’ar; Brog terminó siendo Barak: detrás de muchos apellidos de Israel hay historias que conllevan el deseo de forjar una nueva identidad en esta tierra nueva.
Efrat Neuman

AGuiora Zarechansky nunca le fue fácil a la hora de deletrear su apellido, que en hebreo comienza con el sonido de la ese. «Zarechansky es un nombre difícil de pronunciar y es raro el lugar adonde voy donde la gente no tiene problemas con él. Si uno es sensible a este tipo de problemas, tiene que corregir constantemente a la gente. Cuando debo escribir mi apellido en letras latinas – Zarechansky- es aún más complejo. Siempre he de asegurarme de escribir las once letras», dice.
Pero, Zarechansky, el vocero oficial de los Fondos de Pensionados Amitim, no tuvo remordimientos cuando decidió no cambiar su apellido, tal como lo había hecho su hermano mayor, el ministro del Interior Guideón Sa’ar. «Solo tenemos una hermana, que está casada (y así perdió el apellido), así que hasta donde sé, hoy en día solo mis padres y yo somos los únicos que llevamos ese nombre», explica el más pequeño de la casa (ambos hermanos nacieron en Israel).
La opción por un apellido Sa’ar por parte de su hermano el político no fue aleatoria. El nombre original proviene de Rusia y está inspirado en la estación de tren Zarechansky, que pertenece a la jurisdicción del consejo regional de Berezivka en la región ucraniana de Odessa, pero el funcionario de inmigración israelí que recibió a su padre Samuel, nacido en Ucrania, pero que había inmigrado desde Argentina, escribió Sarechansky con una sámej. En la comarca de Berezivska fluye el río Tiligul, y la estación recibió probablemente su nombre por ese accidente orográfico, ya que Zarechansky significa «más allá del río». Por esa razón el hermano de Guiora, Guideón, decidió ponerse el apellido Sa’ar, que es un arroyo de los altos del Golán.
Dos años después de haberse mudado a Israel, a mediados de los 70, Shmuel Zarechansky se estableció con su familia en Sde Bóker y se convirtió en el médico de cabecera del entonces retirado primer ministro David Ben Gurión, el mismo que había urgido tan apasionadamente a los nuevos inmigrantes a hebraizar sus nombres. Ya en los 50, había habido una ola del fenómeno de cambio de apelativos, que tuvo sus orígenes en la primera aliyá (ola de inmigración a Palestina entre 1882-1903). Zerachansky dice que Ben Gurión importunaba a su padre con este asunto e incluso escogió un apellido Snir para él, que también es un arroyo en el norte. El padre declinó.
El profesor Aarón Demsky, fundador y director del Proyecto del Estudio de los Nombres Judíos de la Universidad Bar Ilán, y consejero académico de quienes crearon la base de datos de los apellidos del Beit Hatfusot (el Museo de la Diáspora), explica que la hebraización de los apelativos fue la manera en que los judíos que llegaron a Palestina expresaron su identidad ideológica.
«Los padres del sionismo moderno –David Ben Gurión, Levi Eshkol, Eliézer Ben Yehuda, Yitzhak Ben Zví– se impusieron la norma de cambiar sus nombres, tal como lo asumió una buena parte de aquellos que llegaron a finales del siglo XIX y a principios del XX, con el propósito de darle vida al nuevo hogar nacional», dice Demsky.
«De esa forma, Grün se convirtió en Ben Gurión, Shkolnik en Eshkol, Perlman en Ben Yehuda y Shimshelevich en Ben Zví. Esta gente dio el ejemplo, con la esperanza de que otros que llegaran más tarde hicieran lo mismo. Tal acción era una declaración, una bandera izada, que demostraba que estaban rechazando la Diáspora y los nombres que obligatoriamente se vieron compelidos a llevar. Escogieron nuevos apelativos para sí mismos y pusieron mucha energía en eso».
Sin embargo, muchas familias que llegaron trataron de mantener alguna conexión con sus nombres anteriores. Por ejemplo, el apellido askenazí Eisenstadt (que significa ciudad de hierro en alemán) se convirtió en Barzilai (de la palabra barzel, hierro en hebreo). En muchos casos los funcionarios de inmigración hebraizaron los nombres a partir de la similitud del sonido. Así, por ejemplo, Franz Kishunt se llamó Efraím Kishón por decisión de un escribiente de la Agencia Judía.
Durante la guerra de Independencia, las Fuerzas de Defensa de Israel establecieron un comité que lanzó un panfleto intitulado «Escoge un nombre hebreo para ti». Así, en los 50, Ben Gurión estipuló que cada quien que fuera a representar al Estado en alguna función, como por ejemplo un atleta, un diplomático o un oficial del ejército, debía llevar un nombre hebreo. Algunos lo hicieron, mientras sus hermanos y padres mantuvieron el original. El exjefe de las Fuerzas de Defensa de Israel y primer ministro Ehud Barak, por ejemplo, hizo el cambio de apellido, que era Brog, mientras su hermano Avinoam no.
En 1955, Ben Gurión, en su calidad de ministro de la Defensa, envió una orden al entonces jefes de tropa Moshé Dayán en la que decía que solo personal militar con apellidos hebreos podía representar a las FDI en el exterior. Por lo tanto, si un soldado podía tener el «derecho dudoso», según la forma de pensar de Ben Gurión, de retener su nombre, no estaba autorizado a salir fuera del país en asuntos del Estado. Pero, hubo algún personal militar y político que desafió esta nueva regla y retuvo nombres que tenían especial significado para ellos: Ezer Weizman, sobrino del primer presidente de Israel, Chaim Weizmann, se negó a cambiarse el nombre, y Haím Laskov, que más tarde fue jefe militar, obtuvo el permiso de conservar su apellido original por respeto a la última voluntad de su padre.
No escasean las opiniones en este asunto, incluyendo la de muchos civiles que no representaban al Estado. Demsky describe el caso de rabí Meír Bar Ilán, uno de los líderes del sionismo religioso que hebraizó su apellido alemán, Berlín, mientras que su hermano mayor, Chaim, que emigró a Israel a edad avanzada, no. De acuerdo con Demsky, junto con el deseo de ser una nueva persona en una tierra nueva, muchos inmigrantes también sintieron la responsabilidad de preservar el nombre de la familia que pereció en el Holocausto y, por lo tanto, decidieron conservarlo.
También hay quienes eventualmente volvieron a su nombre anterior o lo añadieron al nuevo. El autor Yitzhak Averbuch-Orpaz tuvo que hebraizar su nombre por una razón que hoy parece ridícula: para poder estrenar una historia suya en Radio Israel. Esta empresa le exigió que le pidiera al Fondo Nacional Judío una propuesta y el FNJ sugirió Orpaz. Varias décadas después, añadió su nombre original, Averbuch. Asimismo, Amnón Lipkin-Shahak, un exjefe de tropa del FDI que cambió su apellido original de Lipkin a Sha-hak cuando se fue al extranjero a estudiar, posteriormente regresó siendo llamado Lipkin y finalmente combinó ambos.
«La belleza de los nombres es que ellos reflejan cambios en la historia y la modas de las sociedades», anota Demsky. «Cada persona lleva consigo un equipaje histórico que está reflejado en ellos, pero en cierto momento, un nombre es también cuestión de moda. Hay personas que lidiando con la inmigración y con la aspiración de construir y alcanzar [el sueño sionista] decían:«Vamos a cambiarlo». Lo que sonaba bien en una generación, sin embargo, puede no hacerlo a otra generación posterior, y en la próxima los hijos podrían querer volver al nombre original.
«Conocí a un hombre que trabajaba para la Cancillería. Empezó a llamarse Shvat, pero cuando llegó al extranjero en una misión de servicio, utilizaba Schwartz. Cuando se retiró volvió a su nombre hebreo, Shvat».

Buzaglo se hace Ben
En el caso de Haim Bograshov, director del Liceo de Herzliya, la razón por la que cambió su forma de llamarse fue la modestia. Bograshov fue uno de los pocos personajes por quien se nombró una calle de Tel Aviv cuando aún estaba vivo, pero no estaba de acuerdo con la decisión y dio el paso radical de convertirse en Boguer.
Así como en el caso de los askenazíes, los apellidos de muchos mizrajim (judíos del Oriente Medio o de origen norafricano) muchas veces también se hebraizaron: Havai se convirtió en Shaham, Bittón en Golán y Buzaglo fue reemplazado por Ben. En tales casos, el cambio no siempre refleja el deseo de forjar una nueva identidad sionista, sino también el anhelo de evitar la discriminación étnica. Apenas en agosto pasado, la Corte Laboral de Tel Aviv dictaminó que la Industria Aeropacial Israelí había segregado a un candidato a un puesto debido a su origen mizrají y tuvo que pagarle en compensación 50 mil nuevos siclos (shkalim), un equivalente a 14 mil 300 dólares. La decisión de la corte se dio cuando el candidato en cuestión, Michel Malka, no pudo obtener el cargo cuando envió un currículo con su nombre verdadero, pero después, cuando lo mandó firmado como Meír Malkieli, fue invitado a una entrevista de trabajo.
Vardit Avidán, una abogada del Centro Legal Antidiscriminación Tmurá, que representa al demandante, dice que aún tiene estudiantes en su clase de derecho en el Colegio de Gerencia que cambian sus apellidos a la hora de solicitar una pasantía. «Conozco abogados que lo hacen para no ser encasillados inmediatamente como penales, tal como generalmente sucede con un apellido demasiado mizrají. Los abogados que trabajan en una profesión que exige atraer clientes han de cambiar un apellido demasiado oriental si quieren abrir una firma».
«Hicimos un experimento en el Colegio de Gerencia: los estudiantes enviaron copias del mismo currículo, pero cada vez con un nombre diferente: uno femenino o mizrají, ruso, etíope o askenazí, y solicitaron una entrevista. En algunos lugares se percataron de que era el mismo resumen, pero hubo otros que respondieron solo a los de apellido askenazí». Un nombre parece importante e incluso esencial hoy en día, por lo que es difícil imaginar que hace algunos estos apenas existían y que la escogencia de tal apelativo muchas veces fue arbitraria.
Demsky explica que la mayoría de las familias sefardíes asumieron apellidos después de la expulsión de España en 1492, y que muchos askenazíes los adoptaron entre 1787 y 1830, cuando las autoridades de sus respectivos países instituyeron una política de registro de los súbditos israelitas, que solo se conocían por su nombre propio al que agregaban el de su padre a manera de patronímico (Abraham ben Moshé). Una de las razones para este cambio fue el aumento de la población: el hecho de que más y más personas se llamaran igual generó la necesidad de identificar las familias.
Demsky sostiene: «Los judíos vieron esto como un movimiento positivo, porque mostraba que ellos eran tomados en cuenta. Pero, por otra parte, sabían que cuando ellos tenían un apellido era más fácil encontrarlos con fines fiscales o para el servicio militar».
Esos nombres familiares «nuevos» pueden clasificarse en varios grupos grandes. Hay aquellos que se determinaron por el del páter familias. Abraham, por ejemplo, tomó un sufijo y se convirtió en Abramov o Abrahms; Yaakov se hizo Yankelevich y Arieh (Leib en yidis) Leibovich. A veces la fuente de un apellido era el nombre de la madre o abuela, y así aparecieron Rivkin o Tzipkin, a partir de Rebeca o Tzipora. Las familias de la casta de los cohanim (la clase sacerdotal) obtuvieron nombres como Cohén o Kahana, y los levitas se hicieron Levy o Levin. Nombres a partir de topónimos o de profesiones también fueron ampliamente aceptados para acuñar apellidos. Así se incluyen algunos como Deutsch (alemán), Portugali (portugués) o Warshawski (de Varsovia); o Kravitz (sastre), Plotnik (carpintero) y Wexler (cambista). El nombre del finado periodista israelí Dahn Ben Amotz era originalmente Tehilimzeigger (lector de salmos, en yidis). Otros grupos de apellidos incluyen esos relacionados a las funciones en la comunidad u otros sobrenombres, como Altman (viejo) o Gutman (hombre bueno).
«Los apellidos no eran sagrados. –continúa diciendo Demsky– Los judíos que emigraban de un lado a otro los cambiaban por cualquier razón. El apellido es una marca de identidad, pero finalmente los nombres fueron asignados en circunstancias distintas y muchos israelitas no les daban suficiente importancia».
Lo que pudo haber contribuido con esta actitud es el hecho de que en muchos lugares de Europa durante los siglos XVIII y XIX, fueron los gobiernos los que asignaron los apellidos a los judíos. A veces los burócratas se burlaban de ellos al darles deliberadamente motes tales como Dreyfus (tres pies, en alemán), que ha permanecido hasta el día de hoy. Demsky señala la prevalencia entre los judíos húngaros de nombres como Weiss (blanco), Schwartz (negro), Gross (grande) o Klein (pequeño), sobrenombres populares dados por los oficiales locales.
«Hay también un fenómeno interesante (…) de judíos que justifican los nombres extranjeros que les impusieron: Wallach, por ejemplo, or Bloch, se tomaron de la región rumana de Valaquia. La negativa de algunas personas que emigraron a Israel a abandonar esos apellidos si querían un identidad judía fue solventada al convertirlos en acrónimos: Ve’ahavta Lere’ha Kamoja (Amar a tu prójimo como a ti mismo). Lo mismo pasa con el polaco Byk, que significa buey, pero que fue fácil convertir en el acrónimo de Benei Israel Kedoshim (Los israelitas son santos)», explica el profesor.

Faltas de ortografía
A diferencia de los judíos de Europa central y del este, a quienes las autoridades obligaron a ponerse un apellido, en Yemen, por ejemplo, los hebreos no tuvieron que asumirlo. Sin embargo, el profesor Aharón Gaimani del departamento de Historia Hebrea de la Universidad Bar Ilán, quien estudia los nombres yemenitas, dice que en los últimos siglos, en las comunidades más grandes de ese país, tales como Sana’a, Rada’a y Sada’a, los apellidos más populares se tomaron de los gentilicios (Tza’anani, Radai), las profesiones (Nagar, que significa carpintero) y a veces de las plantas o de los sobrenombres personales.
Así, durante la Operación Alfombra Mágica (1948-1950) en la que unos 44 mil emigrantes yemenitas salieron de Adén para el naciente Estado judío, a aquellos que no tenían apellido les proveyeron de uno, según el criterio anterior. Por ejemplo, los judíos de la provincia sureña de Sharab recibieron como apelativo Sharabi, quizás el más común hoy en día entre los israelíes de origen yemení.
De acuerdo con Gaimani, los nombres muchas veces fueron transcritos al hebreo con faltas de ortografía, lo que ha permanecido hasta el día de hoy. En algunos casos, los hermanos tienen diferentes apellidos, porque cada uno dijo cosas diferentes durante el proceso de inmigración. Uno dio el nombre del padre, otro su lugar de origen y el tercero el apellido de la familia. Eventualmente, muchos recién llegados del Yemen y de otros países árabes optaron por hebraizar también, ya fuera según la traducción o por la similitud del sonido. La familia Sibahi se lo cambió a Zehavi; Hasar se volvió Hasid; Maorhi pasó a ser Maor y Yafai, Yafé. El apellido de quien fuera el ministro del Transporte de Israel (y líder de la central obrera Histadrut) Yisrael Kessar había sido previamente Qasr y el cantante Yigal Bashán se llamaba originalmente Bashari.
Gaimani también pone por ejemplo el apellido Zabib (uva pasa, en árabe) tomado del oficio de varias generaciones relacionado con el transporte y venta de estos frutos secos. Cuando algunos de la familia llegaron a Israel, optaron por un nombre hebreo que tuviera la misma connotación: Guefen (uva), Sorek (un forma como llaman al vino en la Biblia) o Carmón (de la palabra Kerem, que significa viñedo). Este fenómeno se extendió a los nombres propios también: Banat se volvió Batia; Shama, Shoshana; Salama pasó a ser Shulamit; Musa se hizo Moshé; y Ya’ish terminó siendo Yishaya.

Innovación genética
Hoy en día, el Beit Hatfusot tiene una base de datos que contiene decenas de miles de apellidos, que fueron verificados por los integrantes de su comité académico y clasificados en grupos según las variantes ortográficas y otros factores que se consideraron.
Antes de la fundación del Estado, era costumbre publicar los cambios de nombres en la Gazette de Palestina. La Sociedad Genealógica de Israel (www.isragen.org.il) ha renovado y publica la base de datos de más de 28 mil nombres que aparecieron en la Gazette entre 1921 y 1948. Desde comienzos del Estado hasta 1979, los hebraizaciones salían en una publicación oficial llamada Portafolio de Notificaciones y esta información también está disponible en el sitio web de la sociedad. Las personas interesadas en rastrear los nombres de sus antepasados también pueden consultar los sitios web de genealogía que facilitan este proceso mediante la construcción de árboles familiares y el cruce de referencias de personas, fechas y relaciones.
Guilad Jafet, gerente de un sitio web israelí llamado MyHeritage, dice que buscar familiares por nombres no es tan sencillo. Por ejemplo, explica que para evitar el servicio militar obligatorio en la Rusia zarista, muchos judíos les «endilgaban» sus hijos varones a otras familias judías sin descendencia, porque los unigénitos estaban exentos de pagar el servicio. Esos jóvenes recibía el apellido de «nuevos padres» (aun cuando no hubiera habido tal adopción oficialmente) y una vez llegados a Israel continuaban llamándose con el nombre prestado.
La ciencia ofrece su propia manera para identificar a los parientes. Un grupo de investigadores, tanto de Israel como del extranjero, han desarrollado un algoritmo computarizado que el apellido de un varón puede determinarse solamente en la información aportada por el cromosoma Y. Esta innovación ha sido propuesta por el israelí Yaniv Erilich, miembro del Instituto Whitehead de Investigación Biomédica de Boston; el profesor Eran Halperin, de escuela de Ciencias Informáticas y del departamento de Microbiología y Biotecnología de la Universidad de Tel Aviv; y David Golán, un tesista de doctorado en Estadísticas de esta última casa de estudios. La idea es que, a semejanza del apellido, el cromosoma Y pasa de padres a hijos, en algunos casos con pocos cambios debido a mutaciones. Por lo tanto, lo comparten todos los hombres de una familia extendida determinada.
El algoritmo desarrollado por los investigadores fue probado en una muestra de 911 hombres de Estados Unidos. Los datos de sus cromosomas Y se añadieron a un registro de genomas secuenciales de 135 mil personas, que representaban los apellidos más comunes de EE UU. El algoritmo identificó certeramente el apellido de cada ocho sujetos estudiados y erró en solo uno de cada veinte.

Haaretz

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