Por Irma de Sola de Lovera
NOTA DEL EDITOR: El general Juan de Sola es uno de los héroes de la Independencia. Es uno de los primeros judíos en aparecer en la historia republicana venezolana, ya como soldado, ya como periodista. La semblanza que se presenta a continuación fue enviada especialmente para Maguén – Escudo por la doctora Irma Lovera de Sola, hija de la autora, Irma de Sola Ricardo (1916-1991), quien fuera una insigne luchadora por los derechos de la mujer venezolana, así como también una excelsa escritora. El texto, cuyos extractos reproducimos, se publicó en 1974 por la Sociedad Bolivariana de Valencia (Carabobo), y fue una conferencia que la autora leyó en la sesión solemne del Centro Bolivariano, en la Casa de Páez, de esa ciudad, el 24 de junio de 1974, al celebrarse los 148 años de la batalla de Carabobo, que selló la Independencia de Venezuela.
Este día, glorioso para Carabobo, para Venezuela y para la América, marca una presea de honor y responsabilidad en mi trayectoria.
Fue glorioso para Carabobo, porque en sus campos se desarrolló la batalla más laborada de cuantas tuvieron lugar en el territorio patrio, tanto que ella es estudiada como modelo de estrategia en las escuelas militares.
Fue glorioso para Venezuela, porque es una de las últimas acciones de guerra en el país y la más aplastante para las fuerzas realistas, pues señala definitivamente el seguro hito de la independencia nacional.
Fue glorioso para América, porque significó el inicio de la otra campaña admirable que extendería las acciones del ejército colombiano hacia el sur, con tal exitosos resultados, que serían capaces de consolidar la liberad en todo el continente suramericano.
Que mi voz se oiga hoy aquí, en tan enaltecedora compañía, en la habitación que supo de la vida de quienes fueron actores principales en tan magno acontecimiento, me conmueve y me compromete a un esfuerzo del que trataré de ser digan para corresponder a tamaña distinción.
Hablar en Valencia me resulta doblemente honroso y placentero, pues a ella me ligan lazos inquebrantables que tiene su hontanar en el parentesco con Juan de Sola, héroe de la batalla que conmemoramos; y amistades entrañables nacidas espontáneamente al calor de la sinceridad. Hogar hay en esta ciudad al que mi esposo y yo sentimos como nuestro y más de una vez hemos tenido el privilegio de dormir bajo su techo. Estoy, pues, en mi casa, en la Casa de Páez.
Otra circunstancia se añade a las ya señaladas. Nos hallamos en la sede del Centro Bolivariano de Valencia, y a escasas cuadras de aquí en el que fuera domicilio del coronel Juan Úslar, se fundó el 28 de octubre de 1843 (1) la Sociedad Boliviana (sic), la segunda que se instalaba en Venezuela después de la exhortación que hizo el general Rafael Urdaneta cuando el traslado de los restos del Libertador a su patria.
Bajo su égida, en Caracas, inicia su marcha una idea que con el tiempo iba a trocar su nombre por el de Sociedad Bolivariana de Venezuela permaneciendo inalterables los fines para los cuales fue creada. Y a Caracas y a Valencia siguieron Barcelona, Puerto Cabello (2) y al poco se incorporaron las demás ciudades.
Entre los 41 «socios instaladores» de la nueva sociedad figura el coronel Juan de Sola (3), quien luego iba a ser nombrado encargado de recoger las firmas de las personas que desearan pertenecer a ella, para lo cual ofrece su casa, donde permanentemente estaría abierto un registro para ir agregando los nombres de los nuevos socios, que en su oportunidad serían pasados al libro correspondiente (4). También aparece en los periódicos un llamado a las damas valencianas para se incorporen a la sociedad y presten su concurso en las labores que se van desarrollando (5).
Es mi deseo referirme concretamente al la personalidad de Juan de Sola, tan ligada a esta ciudad. Ya en un ensayo que publiqué en el Boletín Histórico de la Fundación Boulton (Nro. 31) el año pasado [1973], mención especialmente sus acciones militares y su destacada actuación, tanto en la batalla de Carabobo, como integrante del batallón Bravos de Apure, como en posteriores operaciones en 1849 y 1854, años en los cuales participó en peligrosas incursiones en oposición a quienes atentaban contra la constitucionalidad.
Hoy quiero mostrar al benemérito ciudadano que desarrolló importantes labores cívicas y culturales en esta Valencia que él tanto amó y donde su recuerdo aún perdura. De Sola: héroe de la independencia Como todos sabemos, Juan Bartolomé de Sola Ricardo había nacido en una de las islas del Caribe. No se ha encontrado aún el documento que testifique si fue en Santo Tomás o fue en Curazao, pues ambas se lo disputan.
La fecha de su nacimiento se sitúa hacia fines del siglo XVIII. Así que se levanta en pleno florecimiento del romanticismo, cuando las acciones humanas de acuerdo con los patrones de la época, se inclinaban a la aventura y al sentimentalismo. No es raro, pues, que inspirado en ejemplos divulgados con entusiasmo (recordemos a Lord Byron) su pasión y ardor juveniles lo impulsaran a pasar a otras tierras donde se ofrecían a su imaginación oportunidades inigualables de obtener gloria y renombre a cambio de valentía y lealtad. ¡Qué diferente panorama iba a encontrar aquí cuando en 1817 llega a Angostura con el propósito de incorporarse a los ejércitos patriotas que luchaban
por la causa de la libertad! Conocemos el testimonio de uno de sus ilustres amigos, el general José Laurencio Silva, quien al recomendarlo como merecedor a la pensión de inválido en 1852, recalca: «…y como su enfermedad fue adquirida por las contantes marchas y contramarchas, paso de ríos crecidos, malos alojamientos y alimentos, y multitud de otras fatigas tan comunes en aquella época de heroísmos, fatigas a que el señor De Sola como extranjero no estaba acostumbrado, le juzgo acreedor en su vejez a que el Gobierno le señale la pensión de inválido que le corresponda por sus males adquiridos en servicio de la patria» (6). Solamente recordemos las vicisitudes que afrontaron los soldados y oficiales que acompañaron al general José Antonio Páez a lo largo de un mes, desde Achaguas hasta San Carlos, caminando 460 kilómetros, sufriendo penalidades sin número a causa de la estación lluviosa, el vado de los ríos, el desbarajuste del ganado (7), y pensamos en la abnegación y la entereza que constituía la médula de aquel ejército que apenas descansado una noche iba al día siguiente a iluminar la historia venezolana con el esplendente sol de Carabobo.
Después de esta victoria y de la toma de Puerto Cabello, donde también interviene nuestro personaje, parece que se acercan días más tranquilos, y comienza a pensar en labrarse un porvenir. En su peregrinaje por la geografía patria había conocido en Santa Lucía a la señorita María de Jesús Guerra, hacia quien siente irresistible atracción y se comprende correspondido.
Vuelve allá a consolidar su compromiso y cuando ya todo parece calmado y las armas reposan en los carteles, se casan el 2 de marzo de 1824 (8) y viene a establecer su hogar en Valencia. Las fatigas y las penalidades le han hecho querer una tierra por la cual ha luchado, por la cual ha sentido el gozo del triunfo y por la cual mediante la novia venezolana va a integrarse al país definitivamente.
Hay constancia de que el coronel De Sola que subjefe de Estado Mayor del general José Antonio Páez en la campaña de 1835(9). Los descendientes directos de Juan de Sola me han dicho que éste fue además durante cierto tiempo secretario privado del general Páez. Al respecto, la familia conservaba documentos fehacientes.
Todos ellos los guardaba con celo la señorita Luz de Sola Cabrices, nieta del prócer, quien murió soltera y no se sabe adónde fueron a parar tan preciosos papeles. He buscado en varias obras sobre la vida del general Páez, y aún en su Autobiografía, y nada indica allí que De Sola hubiera intervenido alguna vez en labores tan cerca de su persona.
Sin embargo, la aseveración de los familiares más cercanos me han hecho meditar que quizá como Juan de Sola tuvo que intervenir en 1849 en la prisión del general Páez, cuando el primero era jefe de Estado Mayor de la segunda jefatura del Ejército, bajo el mando del general José Laurencio Silva, y las memorias del héroes de Las Queseras fueron escritas muchos años después, es posible que ex profeso, para no mencionar nombres que le recordaran momentos dolorosos, prefiriera omitirlos a fin de no tener que aplicar duros comentarios a quienes en otros momentos se hubiera referido con elogiosos conceptos.
En cambio, tenemos prueba de los sentimientos de respeto y admiración que tenía Juan de Sola hacia el general José Antonio Páez, los cuales podemos apreciar en la nota que en 1844 varios meses después de haberse marchado Páez, le dedica en su periódico El Patriota, titulándola El esclarecido ciudadano, donde dice que el pueblo de Valencia no puede menos que «sentir en su corazón las impresiones que causa el recuerdo de una vida llena de granes e importantes servicios» (10).
Debo a mi dilecto amigo, el doctor Marcos París del Gallego, presentar aquí como primicia una carta donde consta que Juan de Sola gozaba de la estima del Libertador. De que aquel conociera a Simón Bolívar no me cabía la menor duda, pero la preciosa constancia de su amistad enaltece a Juan de Sola, quien supo demostrar su devoción al grande hombre cuando a su hijo le dio el nombre de Simón. Dirán ustedes que es esta una ingenua manifestación de adhesión personal muy en boga hoy en día. Pero, hay circunstancias que dan más merecimiento a ciertas muestras de simpatía como son una tradición de siglos, a lo largo de los cuales unos determinados nombres se repiten de generación en generación.
El propio Juan Bartolomé de Sola lleva como segundo nombre el de don Baruj, fundador del apellido, según los anales registrado en The Jewish Encyclopedia. Quebrantar una tradición tan arraigada significaba entonces una profunda reverencia hacia la persona que origina esa transformación. Y Juan de Sola no titubea en llamar a su hijo Simón, quien será el primero de ese nombre en una familia cuya genealogía se remonta hasta el siglo IX en España.
Establecido en Valencia, comienza una nueva vida para el prócer de la Independencia, con menos riesgo, pero igualmente azarosa. En 1835 recibe con orgullo su carta de naturaleza, en la cual se le acredita la nacionalidad venezolana solicitada desde 1830 y concedida aquel mismo año; pero, sin que se le hubiese expedido el documento por no haberse acordado entonces el modelo y el sello que debían autorizarlo.
Trabajaba en las más diversas actividades: desde comerciantes, administrador, periodista, concejal, miembro de de la diputación provincial de Carabobo y su presidente en 1837(11), administrador principal de Rentas Internas, miembro de la Junta Económica de Hacienda, administrador principal de correo de la provincia de Carabobo, secretario de la junta benefactora provincial, miembros de los jurados de imprenta, hasta llegar en 1837 a ser nombrado, por orden del presidente de la República, gobernador interino de la provincia de Carabobo, por renuncia del general José María Zamora (12). No puede aceptar De Sola este honroso cargo, pues a la sazón había establecido un comercio en la Villa del Pao, entonces cantón de la provincia de Carabobo.
Justifica él su negativa exponiendo el compromiso en que se encuentra rente a un negocio que le ha sido posible establecer gracias al crédito que le han otorgado algunos amigos ante quienes tiene que responder con la buena marcha del establecimiento, la cual le permita cancelar sus deudas.
A las labores cívicas se añadían de tiempo en tiempo nuevos combates, en los cuales demuestra el aplomo y la pericia del militar veterano. Las últimas acciones en las cuales toma destaca da participación se realizan en 1854, cuando tenía cerca de sesenta años. Sin embargo, no fue óbice la edad para que se le nombrara jefe de Estado Mayor l del segundo jefe del Ejército, reconociendo así la agilidad y veteranía que lo caracterizaron en los campos de batalla, de las cuales dio prueba fehaciente una vez más, según lo acredita el testimonio de su jefe, el general José Laurencio Silva (13) y lo ratifica un párrafo que le dedica el general Francisco Oriach, jefe de Estado Mayor General del Ejército, en la comunicación que le dirigiera con motivo de los acontecimientos de San Carlos en aquel año, en la cual expresa:
«Mucho han obrado en el ánimo de Su Excelencia las recomendaciones que le han merecido los generales Trías y Castañeda, y la de los demás jefes y oficiales de las divisiones que entraron en combate, entre los cuales merece usted un elogio especial, por la especial recomendación que de usted hace el señor general segundo jefe del Ejército». No es extraño tan lucido comportamiento en el jefe a quien se ha confiado el Estado Mayor, pues que sus prendas militares que n sido, sin duda, la causa de su nombramiento, dan las garantías de sus brillantes hechos (14).
Revisemos, aunque sea someramente, su más destacada actividad ciudadano. Juan de Sola era periodista por vocación. Por tradición la familia De Sola se había distinguido por su inclinación hacia las letras, y sería largo enumerara los nombres de los antepasados que sobresalieron en diversos países como juristas, filósofos, teólogos, poetas y educadores. Bástenos citar solamente el rabino Abraham de Sola, quien en 1872, cuando se instaló el congreso de los Estados Unidos, fue invitado por el gobierno del presidente Grant a pronunciar una oración en el acto de apertura de las sesiones de aquel año, hecho muy significativo, pues era la primera vez que un ciudadano inglés tomaba la palabra en aquel recinto después de la tirantez que se produjo entre la Gran Bretaña y los Estados Unidos a causa de las Reclamaciones de Alabama. El discurso de De Sola tuvo tan satisfactorio resultado que fue expresamente felicitado por el primer ministro británico, excelentísimo señor Gladstone por medio de su representante diplomático de Su Majestad en Wáshington, sir Edward Thornton (15).
Juan de Sola llevaba, pues, en su sangre ese sentimiento cultural que ha distinguido a los sefarditas a lo largo de la historia, y al establecerse en Valencia se manifestó en todas sus labores. Periodismo en Carabobo Muy temprano comenzó la actividad periodística de Juan de Sola, pues según asevera The Jewish Encyclopedia (16), fue miembro del cuerpo de redacción del Correo del Orinoco, donde posiblemente aprendió «el arte de Imprenta » (17), el cual fue la espina dorsal en su posterior quehacer cívico.
En 1837, siendo presidente de la diputación provincial de Carabobo, firma el acuerdo por medio del cual se autoriza a Bartolomé Valdés a publicar un semanario con el nombre de Gaceta de Carabobo, en donde se publicarían todas las noticias oficiales y las de interés general (18). Hay que puntualizar que la Gaceta de Carabobo tuvo dos etapas: una que se inicia en 1838 y perdura ininterrumpidamente conservando la numeración consecuente con lo largo de los años, en los cuales la impresión pasa de Bartolomé Valdés a Juan de Sola, de ésta a Luis Pérez, luego a la Imprenta del Teatro de la Legislación, y vuelve en 1854 a Juan de Sola hasta llegar en 1856 a la Imprenta Colombiana de Santiago Morales, que es la fecha tope de mi conocimiento.
En 1842 la diputación provincial de Carabobo, presidida por Fernando Olavarría, invita a los impresores valencianos a presentar sus proposiciones para la redacción e impresión de la Gaceta de Carabobo, recreada hacía poco por acuerdo de ese cuerpo de 30 de noviembre de ese año. Al mismo tiempo autoriza al gobernador de la provincia para que contrate los servicios de imprenta de la manera que considere más ventajosa (19). Para entonces, los dos impresiones que figuraban en Valencia (20) capaces de acometer esa empresa eran Juan de Sola y Bartolomé Valdés, y ambos concurren con sendos crecimientos. Colijo por las comunicaciones que he leído en el N° 1 del propio periódico, que el primero obtuvo la buena pro, e inmediatamente encargó una imprenta a los Estados Unidos. Quiso su suerte que el envío se retardara, y correcto, como en todo momento nos lo muestran sus actitudes, [De Sola] no vaciló en participar al Gobierno que no podría cumplir su compromiso para la fecha convenida (21). Supo Valdés lo ocurrido y se apresura a dirigirse al gobernador diciéndole que de acuerdo con lo anteriormente manifestado en el sentido de igualar las proposiciones más ventajosas del coronel De Sola, y estando en capacidad de asegurar la inmediata publicación de la Gaceta, ratifica ahora su oferta. Esta fue aceptada, según comunicación firmada por Pedro J. Estoquera el 1° de mayo de 1843(22). Se inicia, pues, la segunda etapa de la Gaceta de Carabobo con la dirección de Bartolomé Valdés. Pero, en el N° 30 del periódico, de fecha 24 de noviembre del mismo año, hay una carta del gobernador de la provincia dirigida a la diputación por la cual se sobreentienden las dificultades con que se tropezaba para continuar la publicación y da a entender que Valdés no desea continuar a su frente en esas mismas condiciones. Concluye diciendo: «…y si esa honorable Diputación nada resolviere sobre esta materia, invitaré nuevamente para otro contrato, ciñéndome a la cantidad de 120 pesos mensuales señalada en el Artículo 5 de la sobredicha resolución». Así ha debido de ser, pues en una reseña posterior de las sesiones de la diputación se presenta un informe «sobre las proposiciones hechas al Cuerpo por los señores Juan de Sola y Bartolomé Valdés para contratar la redacción e impresión de la Gaceta de Carabobo y otra publicaciones».
No es necesario subrayar la manifiesta rivalidad que se vislumbra entre ambos impresores. Ínterin, Juan de Sola había recibido la imprenta encargada a Estados Unidos y en vista de que ya el contrato había sido cedido a Valdés, enfrentó la situación con valentía y fundó un semanario al que tituló El Patriota. Su primer ejemplar aparece el domingo 23 de julio de 1843 y se anuncia con magníficos propósitos y generoso ofrecimiento, «los remitidos y avisos que tengan por objeto el bien común, se insertarán gratis». Continúa semanalmente repartiéndose, hasta llegar a los 62 números.
Sortea grandes dificultades financieras para poder sostenerlo, pues las escasas suscripciones y avisos no alcanzan para cubrir los costos de impresión y distribución. Es un esfuerzo digno de tomarse en cuenta, pues el país atravesaba una época de penuria, ya que su principal fuente de ingresos, la agricultura, estaba severamente deteriorada. En esta imprenta publica también otros impresos: libros, folletos y principalmente hojas volantes, que tanto se utilizaban entonces par los más diversos fines. Yo he tiendo la suerte de localizar muchas de ellas en el archivo de la Academia Nacional de la Historia, y en la Hemeroteca la colección completa de El Patriota. También edita allí el Diario de Debates de la Diputación de Carabobo (23) y otras importantes obras como Compendio de historia universal, adaptada para las escuelas de Carabobo, por Manuel María Silva y Rafael Domínguez; la Oda a la bendición de altar mayor de la catedral de Ciudad Bolívar, por Ramón Isidro Montes y reimpresión de obras selectas.
El Patriota es vocero de los más altos intereses de la República y exponente del quehacer cultural de Carabobo. Defiende allí la alternabilidad republicana y muestra la bondad de las elecciones públicas, señalándolas como «un instrumento muy eficaz para asegurar una buena administración, cuando ellas son acertadas, cuando en los elegidos se busca la personificación de las ideas dominantes y del progreso, siendo entonces que brillan los principios, se cumple la voluntad nacional y se acata la opinión pública».
Inicia la publicación de una especie de catecismo cívico, que él tituló Diálogo (números 36, 52 y 57) donde, por medio de preguntas y respuestas, se instruye al pueblo sobre sus deberes y derechos, y especialmente sobre la importancia del sufragio.
El contexto del periódico denota la ilustración de su director. Las noticias culturales del mundo obtienen buen espacio en su publicación. Siempre se imprimen artículos de interés desde los de salud pública hasta los de política local. Se abre puesto a la poesía y a las discusiones literarias. Lástima que la costumbre de entonces omitía los nombres de los autores, a veces se señalaban las iniciales y otras se servían de pseudónimos que en la lejanía del tiempo nos dejan igualmente en ayunas.
En la propia Valencia había por esa época un marcado despertar de actividades culturales. Se había fundado el Ateneo de Carabobo y en él, amén de otros actos, se llevaban a cabo con regularidad lecturas comentadas sobre Economía Política.
Cada día se incrementaban las escuelas. En 1844, Francisca Pérez ofrece pensión para niñas que deseen estudiar: «Leer, escribir, bordar, labrar, coser, doctrina cristiana y urbanidad ». El coronel Pedro Celis, con gran espíritu altruista, convoca para su propia casa con el propósito de fundar la Sociedad Protectora del Colegio de Niñas de Carabobo. Entre los primeros en concurrir está el coronel De Sola, quien al igual que los otros presentes contribuyó a sufragar el presupuesto de gastos. En esa misma reunión fue nombrada directora del plantel la señora Gregoria Belisario de Celis.
A lo largo de las páginas de El Patriota, los escritores valencianos se muestran partidarios de la participación de la mujer en todas las actividades y adelantándose a las costumbres de su época, tal como ya lo habían hecho al fundarse la Sociedad Boliviana de Valencia, las exhortan a que formen la primera asociación femenina de Venezuela (N° 17), reconociendo que esas acciones habían producido en otros países muchas ventajas a la sociedad, a más de incrementar la ilustración de las propias damas, «por cuanto la mujer ha conquistado sus derechos, conculcados por la ignorancia de los tiempos caliginosos en que florecieron nuestros mayores» (N° 51).
Semblanza de El Patriota En los escritos de El Patriota puede encontrarse la simiente de secciones que hoy en día son corrientes en todo periódico. Allí se publican pequeñas notas sobre personas que viajan al exterior, que bien podrían ser precursoras de la crónica social. Con frecuencia aparecen páginas de divulgación científica sobre la viruela, sobre el cólera morbus, sobre la varicela y sobre la importancia de la vacunación.
Lo más sobresaliente de su labor periodística son los editoriales de El Patriota. Desde el primero (24), en el cual esboza el propósito que anima al semanario y después de referirse a Carabobo, que esta clamando por un periódico no oficial, ya que las anteriores tentativas habían fracasado, como Argos de Carabobo y Siglo, afirma:
«Ninguna profesión de fe política hacemos ahora; sólo sí podemos asegurar que jamás daremos cabida en nuestras columnas al feo insulto, a la ruin personalidad, ni al desahogo de los sentimientos rencorosos del corazón.
»Pero, El Patriota, que se presenta hoy lleno de juventud y por eso lleno de comienza y de esperanzas, que no pertenece al partido alguno, porque él no tendrá otro norte que los saludables principios generalmente aceptados por la sana moral; que nada le arredrará, porque nada espera y nada teme, no esquivará la política; antes por el contrario probará a sostener aquellas opiniones que su razón republicana le diga que son justas; pero, siempre con decoro y lealtad. Él probará, además, que no le espantan dificultades ni le intimidan categorías, elegirá lo bueno doquiera que lo encuentre, y censurará lo malo, aún a los encumbrados poderosos.
»Brindamos también nuestras columnas a la brillante y estudiosa juventud, y es ahora la oportunidad de que ella pruebe que no le falta numen ni aplicación». Le preocupa sobremanera todo lo relacionado con la producción, y en otro escrito, refiriéndose a la agricultura que en esos momentos atravesaba por situaciones lastimosas a causa de la Ley de 10 de abril y de la imprevisión de los agricultores, concluye formulando estas consideraciones:
En otro editorial, al considerar la Ley de Hurtos que estaba en período de reforma, aboga por que sean suprimidas las penas de vergüenza pública para los delincuentes. «La pena de azotes es impopular: la sociedad se ofende en ver a un hombre atado a un botalón con el cuerpo ensangrentado, y un rótulo en la frente. Este triste espectáculo, imagen de la violencia, hiere la sensibilidad y le causa impresiones siempre desfavorables al legislador.
Debiera bastar esta sola razón para borrarla de nuestro Código Penal; pero, aún hay más, la Constitución del Estado prohíbe el tormento y toda pena cruel, y lo es sin duda la de azotes: causa dolor, infama, y una vez aplicada no puede suspenderse su efecto, aun cuando se descubra la inocencia del supuesto culpable».
He tratado de presentarles una estampa lo más vívida posible de Juan de Sola como vecino de esta ciudad. Y antes de terminar quisiera hacer un llamado a todos los presentes para que me ayuden a localizar un retrato de este personaje que yo no he podido conseguir…
Me cuesta creer que después de treinta años de interrumpida labor en Valencia, no haya quien hubiese conservado una imagen del ciudadano que estuvo vinculado a los más trascendentes quehaceres de la colectividad.
Cómo habrá sido la influencia de Juan de Sola en esta ciudad, que pasado casi un siglo después de su muerte, cuando su biznieta, la hermana Felicia María estudiaba en el Colegio de Lourdes, en Valencia, un día al preguntar dónde quedaba el Ateneo, le contestaron que de la «esquina de los De Sola» hacia arriba, en Camoruco Viejo. Sería de sumo interés poder localizar un antiguo plano de Valencia donde conste este interesante dato.
Consecuente con sus sentimientos, Juan de Sola, al igual que Juan Úslar y otros próceres de la Independencia, se traslada a Caracas en diciembre de 1842 con el objeto de rendir un último tributo a los restos del Libertador.
Viste arreos militares y va a hacer guardia de honor a las veneradas reliquias y está allá trémulo y acongojado cuando sale el féretro del templo de la Trinidad para comenzar el paseo de retronó a su ciudad natal, según su expresa disposición testamentaria. Cuenta Fermín Toro en su admirable descripción (25) que en el momento en que iban a colocar la urna sobre el carro fúnebre que debía conducirlo por las calles hasta la iglesia de San Francisco, «más de cien individuos de la mayor distinción, antiguos edecanes, parientes y amigos del Libertador se adelantan, desatan los caballos y tiran ellos mismo del carro».
Una vez más Juan de Sola acompaña a Simón Bolívar, no en medio del detonar de los cañones, sino en la silenciosa marcha que señala con huella indeleble el camino de la inmortalidad, pues, repitiendo expresiones del mismo autor: «Los grandes hombres jamás son ellos mismos oídos en el tribunal que los juzga; su voz es la fama; su defensa, sus hechos; y su gloria más pura, la póstuma».
El 1° de julio de 1858 el general Julián Castro asciende a Juan de Sola a general de brigada. No pudo él lucir las preseas correspondientes a tal grado, pues la vida le dio de baja el 22 de agosto del mismo año. Su partida de defunción ha sido localizada por el doctor Fabián de Jesús Díaz, presidente de este Centro Bolivariano, en el libro de entierros de la catedral valenciana, importante hallazgo que no ha permitido puntualizar datos dispersos que habíamos recogido en diversas fuentes (26).
Si como presidente de la diputación provincial de Carabobo, Juan de Sola hizo colocar luces en la ciudad de Valencia y organizó el «alumbrado civil» en los otros cantones de la provincia (27), como periodista y ciudadano iluminó el panorama nacional con sus claras ideas, su honestidad y el deseo nunca olvidado de contribuir al engrandecimiento de su nueva patria.
Bibliografía
(1) Gaceta de Carabobo, N° 27. Valencia, 3 de noviembre de 1843.
(2) Gaceta de Carabobo, N° 36. Valencia, 5 de enero de 1844.
(3) El Patriota, N° 16. Valencia, 5 de noviembre de 1843.
(4) Gaceta de Carabobo, N° 27. Valencia, 3 de noviembre de 1843.
(5) El Patriota, N° 17. Valencia, 12 de noviembre de 1843.
(6) Archivo General de la Nación. Ilustres Próceres. Tomo XXIII. Folio 301 y siguientes.
(7) PÁEZ, José Antonio. Autobiografía. Tomo I. Pág. 203. Edición del Ministerio de Educación Nacional. Imprenta de Hellet y Breen. 1869. Reproducida por H.R. Elliot & Co., Inco,, Nueva York, NY. 1946.
(8) Archivo General de la Nación. Secretaríade Guerra. Secretaría de Montepío. Legajo 712.
(9) Gaceta de Venezuela, N° 257. Despachos de Guerra y Marina. Caracas, 26 de diciembre de 1835.
(10) El Patriota, N° 36. Valencia, 26 de marzo de 1844.
(11) COLOMBET, Miguel. Carabobo, históricoy pintoresco. Pp 41-47. Biblioteca de Autores y Temas Carabobeños. Talleres de Gráfica Americana C.A. Caracas. 1968
(12) Archivo General de la Nación. Secretaría del Interior y Justicia. Año 1837. Tomo CLV. Folio 102 y siguientes.
(13) Gaceta de Carabobo, N° 591. Valencia, 4 de agosto de 1854.
(14) Gaceta de Carabobo, N° 596. Valencia, 8 de septiembre de 1854.
(15) The Jewish Encyclopedia. Tomo XI. Funk and Wagnalls Company. Nueva York y Londres. 1905. Pág. 432.
(16) Ídem. Pág. 433.
(17) Correo del Orinoco. N° 1. Angostura, sábado 27 de junio de 1818.
(18) COLOMBET, Miguel. Carabobo, histórico y pintoresco. Pp 41-47.
(19) Gaceta de Carabobo, N° 1. Valencia, 5 de mayo de 1843.
(20) MACHADO, Francisco. Datos estadísticos recopilados. Gaceta de Carabobo, N° 25. Valencia, 20 de octubre de 1943.
(21) Gaceta de Carabobo, N° 1. Valencia, 5 de mayo de 1843
(22) Ídem
(23) El Patriota, N° 1. Valencia, 23 de julio de 1843.
(24) TORO, Fermín. Descripción de las honras fúnebres consagradas a los restos del Libertador Simón Bolívar. Pp. 205 y siguientes, del libro Reflexiones sobre la Ley de 10 de abril de 1834 y otras obras. Biblioteca Venezolana de Cultura. Colección Clásicos Venezolanos. Ediciones del Ministro de Educación Nacional. Cooperativa de Artes Gráficas. Caracas. 1941.
(25) DÍAZ, Fabián de Jesús. El coronel Juan de Sola. El Carabobeño. Valencia, 3 de noviembre de 1973.
(26) COLOMBET, Miguel. Carabobo, histórico y pintoresco. Pp. 41-47.