Abdallah Bucarruman
Durante el Protectorado español en el norte de Marruecos y bien antes, la ciudad de Larache se componía de comunidades de diferentes confesiones, entre la que figura la nación judía. La sociedad larachense vivía en un mundo de apertura y comunicación hacia el prójimo, dejando paso a la libre expresión y a la convivencia próspera entre los súbditos.
Una de las perfectas demostraciones de esta diversidad intercultural y lingüística que ha caracterizado esta zona norteña es el habla de sus cohabitantes hebreos, la haquetía. Pues antes de exponer este fenómeno sociolingüístico y cultural a la vez de la comunidad judía larachense, sería conveniente señalar algunas que otras indicaciones importantes sobre la existencia de la nación judía en Marruecos.
En efecto, esta habla dialectal y comunitaria remite a esos súbditos marroquíes que vivían concretamente en la región noroeste del Luxus (Larache, Alcázarquivir, Arcila) y del
norte (Tetuán, Tánger y Chauen), pues este idioma sefardí se escribe de tres maneras: hay quien lo escribe «haquetía» o bien «hakitía» o «haketía», por si uno desea emprender una investigación sobre sus orígenes o buscar interferencias o interacciones lingüísticas en torno a esta terminología mediante la Internet.
En cuanto al legado escrito sobre los judíos de Marruecos, es de señalar que existe hoy día más de 10.000 referencias bibliográficas (libros, artículos, pergaminos y archivos) y es verdaderamente una lástima que no exista un centro de documentación específi ca de todo este patrimonio literario sobre una comunidad, cuyas raíces permanecen en este país desde la expulsión de los árabes y judíos de España en 1492. Solo existe un museo del Judaísmo marroquí creado por el difunto Simón Levy, desprovisto de una biblioteca específica y en el que expone objetos de tradiciones judeomarroquíes.
Esas referencias bibliográficas están esparcidas en las diferentes bibliotecas de Casablanca, Rabat y otros focos urbanos. Se conoce bastante mal la historia de los judíos en Marruecos desde su expulsión de Sefarad debido a la ausencia de un departamento de Estudios Semíticos que pueda consagrar esta parte de estudio exhaustivo sobre la historia hebrea en esta región. Sin embargo, se conoce mejor su historia ya desde el siglo XIX. Por lo cual, sería lamentable dejar al margen el estudio de esta comunidad que siempre formó parte de la sociedad marroquí. Es de subrayar que ha llegado el momento oportuno para fomentar y estimular estudios en este sentido, dado que la constitución marroquí ha sido modificada desde 2009 y en la que se subraya el reconocimiento tácito y oficial de la existencia de la comunidad judía y su contribución al desarrollo cultural y socioeconómico del país.
Hoy por hoy se está rescatando poco a poco la historia de los judíos que se ubicaron en las principales ciudades marroquíes. Existe el caso de la publicación de Judíos de El Jadida
en el 2012. También se publicó recientemente la Historia de los judíos del Oriente marroquí (Uchda y sus alrededores). La ciudad de Larache dispone de una documentación exhaustiva
sobre esta comunidad semita para que se pueda escribir su historia, completada con una serie interesante de fotos e imágenes, transmitida y vehiculada por los propios nativos de Larache mediante Facebook y otras redes sociales. Queda por relatar pues toda la historia de judíos en ciudades que marcaron indeleblemente una cantidad de focos urbanos como Kasba Tadla, Zagora, Beni Hayún, Ouarzazate, Marrakech… En Casablanca existían barrios y lugares judíos que conllevan una larga historia.
También en las regiones del Atlas las comunidades judías convivían con los beréberes desde largo tiempo y hablaban tachelhit.
La región que se extiende desde Ouarzazate hasta Zagora y más allá, permanecían también comunidades judías. Pero, el caso de la ciudad de Fez es característico y excepcional en la historia de esta comunidad. Primero por ser una ciudad milenaria y ya desde el siglo IX (808) existía una comunidad judía en esta ciudad que se hizo cada vez más omnipresente e importante en los núcleos de notables y artesanos de la ciudad, así como la contribución efectiva de la elite religiosa rabínica y talmúdica que desempeñaba un papel preponderante en la construcción del judaísmo marroquí.
El difunto escritor Mohamed Sibari nos legó una magnífica novela titulada Judería de Tetuán que se presenta como el testimonio de la convivencia, armonía y tolerancia en la que han vivido las tres religiones monoteístas durante el Protectorado español en el norte de Marruecos.
En la Edad Media, se desarrolló un lenguaje hablado por los sefarditas o judeoespañoles, el ladino o el judeoespañol que no era más que un habla popular en la comunidad judía de Sefarad. El contexto sociolingüístico permitió esta fusión de lenguaje entre esta comunidad (el árabe, el mudéjar, el beréber o el berberisco según las crónicas, las influencias lingüísticas hispanorromanas y más tarde, hispanovisigóticas) sin omitir la parte más importante en su constitución, el hebreo o el hebraísmo. Este crisol de lenguas y dialectos hizo que el ladino permaneciera vivo en la Península ibérica durante un lapso, antes de desaparecer por completo. Solo persistió de manera singular entre la comunidad judía de Anatolia (Turquía), comunidad que iba a su vez evaporándose paulatinamente a lo largo de los tiempos. Hoy solo persisten unos grupos comunitarios muy reducidos.
Haim Vidal Sephiha, profesor de Inalco (Instituto Nacional de Estudios Orientales) publicó un libro muy llamativo en este sentido, sobre el judeoespañol, y señala en él que después de la Shoá u holocausto humano es el turno hoy del holocausto cultural del ladino, haciendo alusión a su desaparición paulatina. Este profesor impartía clases de ladino en el citado instituto. Merece particularmente la lectura de su obra Agonie des Judéoespagnols.
En ella señala que el habla haquetía también nació en un contexto de diversidad cultural bastante rica durante el Protectorado español y según fuentes y crónicas tuvo sus raíces ya en el siglo XVI. La contextualización social y lingüística hizo patente esa creación. Aunque la Inquisición prohibía el uso de cualquier lengua que no fuera oficial, o sea el castellano, la nación judía,permanecía hablando ese habla e iba desarrollándose a lo largo de los tiempos y lugares.
La pregunta es si la haquetía es un producto lingüístico del ladino que fue exportado desde Sefarad hasta ubicarse en el norte de Marruecos, o bien, fue un producto lingüístico nacional, o sea, que tuvo sus propias raíces en Marruecos, conociendo un desenvolvimiento paulatino en este país.
Fruto de sus estudios sobre el judeoespañol, Manuel Alvar en su Manual de dialectología española habla un poquito sobre la haquetía y dice que esta lengua, el judeoespañol, era un crisol de hablas o koiné resultante de judíos de diferente origen peninsular llegados a Marruecos tras su expulsión de España y Portugal. Y cita el testimonio de Pedro Antonio de Alarcón en su Diario de un testigo en la guerra de África (1859-1860), donde el escritor deja constancia de la sorpresa que le causó el «particular acento» de los habitantes que le abrían las puertas de la ciudad de Tetuán.
Para obtener un elemento de respuesta a la pregunta propuesta pues diríamos solo el aspecto morfológico y fonético, incluyendo la particularidad semítica nos lo puede confirmar. Pero el enemigo puro de la haquetía no eran las lenguas habladas (el árabe clásico –en tanto que lengua administrativa y enseñada en los centros docentes marroquíes–, el dialecto marroquí con connotaciones larachenses, el francés (lengua colonial, también enseñada en los centros docentes), el dialecto dyebli –de la gente rural–, el habla de los pesqueros lara-chenses, sino, paradójicamente dicho, el español peninsular, hasta tal punto que uno de los viajeros europeos del siglo XVIII llamado Romanelli contaba cómo ganaba la vida en Mogador (Essaouira) impartiendo cursos de castellano, o sea, el español peninsular a los que lo desconocían.
Hay que saber que en los puertos principales como el de Casablanca, El Jadida o de Mogador, además del portugués se hablaba también el español peninsular que los propios judíos no sabían dominar. Y ya desde el siglo XIX, algunos monjes franciscanos impartían clases de español en diferentes ciudades –idioma que no tiene que ver con la haquetía–, pero que los judeomarroquíes acabaron aprendiéndolo hasta tal punto que se mofaban de este dialecto comunitario, de manera exagerada, como decía el difunto profesor Simón Levy, el carácter mixto de esta modalidad pintoresca del español.
No existe una sola y única haquetía, y hay muy pocos estudios sobre este habla. No es de nuestra intención entrar aquí en las particularidades fonéticas y morfológicas de la haque- tía; pero, debemos saber que existen variantes gemelas en torno a este idioma popular. Por ejemplo, existen dialectos españoles de los judíos del antiguo imperio turco llamados yudió, yudezmo o españolit. Todos estos dialectoscomparten principalmente los mismos rasgos fonéticos.
El haquetía proviene probablemente del término semítico haqa, hikâya, yahqui, o sea narrar una anécdota, una historieta o tan simplemente, una historia. También hay quien dice que proviene de los hakitos, haciendo referencia a los diminutivos de Ishâq (hakito), un sobrenombre o apodo muy en boga entre los judeomarrroquíes. En cambio, la haquetía tiene una particularidad y es lo que hace que difiere del yudió por citar un ejemplo y es que
hace recurso al árabe dialectal, contrariamente al turco, griego, y otros idiomas, conservando frecuentemente la pronunciación árabe. Desde luego, como el árabe de los judíos marroquíes, el dialecto español utilizado por estos últimos recurre a un sinfín de hebraísmos, giros y expresiones semitas para cubrir todo el terreno ritual y religioso de la lengua. Y parece que como lo mencionado anteriormente que la haquetía empezó a desaparecer en el momento en que los judíos tuvieron un contacto masivo con los españoles peninsulares, precisamente durante la ocupación de Tetuán (1860-62). Por supuesto este tipo de lenguaje difiere por completo de los judíos del resto de Europa –los askenazíes– que manejaban otro habla repleto de germanismos y tal vez, anglicismos, cuando, en realidad, la haquetía utiliza prácticamente los mismos rasgos gramaticales, morfosintácticos y lexicales.
Larrea Palacín es uno de los investigadores que formó parte de una generación muy especial que promovió el conocimiento y la difusión del judeoespañol hasta finales de los años sesenta. Supo recopilar y catalogar con cautela un sinfín de cuentos, cancioneros y romances judeoespañoles. Todo este legado escrito se incorpora en la literatura judeoespañola general, así como en sus variantes sefardíes rituales y juglarescas (en África occidental española, por ejemplo): primero por ser una larga narrativa de tradición hebrea oral, transmitida desde siglos remotos y profundamente arraigada en el saber popular desde generaciones y, luego, por ser caracterizada por cuantas versiones semitas, incluso cristianas, gracias al crisol y al encuentro de tres culturas que convivían con encanto en el norte de Marruecos y marcaron –y siguen marcando–, indeleblemente la memoria colectiva de los judíos marroquíes de antes y expatriados hoy.
En resumidas cuentas, lo que hay que subrayar es no solamente la evolución del habla haquetía y sus repercusiones en la comunidad judía del norte de Marruecos y frente al español oficial, sino el carácter fundamentalmente antropológico y sociológico de esta nación que usaba ese dialecto familiar. Esta riqueza multicultural y esos vínculos de comunicación entre diferentes comunidades con profundas pinceladas pintorescas y costumbristas crearon un espacio de diálogo y de contacto entre diferentes naciones multiconfesionales de entonces que contribuyeron, sin la menor duda, al desarrollo social y cultural en el norte de Marruecos. El hecho de que la haquetía– en tanto que idioma comunitario– desaparezca de la escena pública de una ciudad como Larache, con fuertes arraigos históricos, es como un sueño que se evapora en el cielo de una memoria colectiva que comparten todas las generaciones humanas.
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