La libertad
El término con el que los judíos relacionamos nuestra fiesta de Pésaj es, sin duda, tiempo de libertad, zmán jeruteinu, como se dice en hebreo. En estos tiempos, en el que se han corrompido en la mente de mucho este vocablo, así como otros como amor, respeto o tolerancia, u otros que tienen que ver con el ámbito político, económico y social, siempre es bueno recordar el valor que tradicionalmente se la ha dado, sobre todo en estos días cuando recordamos que a nuestro pueblo se le otorgó, por la intervención directa de Di-os, al permitirnos salir de Egipto.
La libertad es una condición inherente al ser humano, que fue creado con capacidad para discernir y decidir. El someterse a la voluntad de otro, es decir, la esclavitud, representa la negación de cada individuo como persona. Si bien en cierto que en los pasajes de la Biblia se contempla la existencia de la esclavitud, para pagar una deuda o por otra circunstancia, hay una providencia dentro de la Ley que prohíbe que esta se extienda más de siete años, con sendas penas para amo y esclavo: al primero por querer retener a una persona a pesar de su obligación de darle la libertad; el segundo, por la posibilidad de haberse acostumbrado a vivir en cadenas. Ambas condiciones son producto de la falta de libertad y nuestras escrituras las condenan. El castigo para el siervo que no quería liberarse era cortarle la oreja, como estigma infamante por esta falta. La mansedumbre, el sometimiento, la obediencia acrítica, la anulación de la voluntad propia para adoptar incondicionalmente la visión y la voluntad del amo, el jefe o el líder tienen que ver, desde el punto de los sabios, a la idolatría, de la que precisamente escapamos cuando salimos de las garras del Faraón de Egipto.
Una de las lecturas que se les da al pasaje de las plagas en la hagadá de Pésaj es precisamente el derribamiento de los dioses egipcios: cada una de ellas representa el triunfo de la verdad sobre un ídolo falso: así la oscuridad vencía a Amón-Ra, el dios del sol; la sangre en el río a Osiris, dios del Nilo; la enfermedad del ganado acababa con el mito de Apis; las ranas desafiaron al dios-halcón Horus; y así por el estilo hasta llegar al propio faraón, divinidad hecha persona, que vio morir a su primogénito, heredero de esta religión de Estado en la que un mortal se atribuyó a sí mismo la categoría que solo pertenece a Di-os. Para muchos, las plagas de Egipto no solo eran para convencer al Faraón de que dejara salir a Israel, sino para convencer a los israelitas de que debían escapar de allí, es decir, convencer al pueblo de que debía dejar la esclavitud, la cual, a pesar de que implica trabajos duros, también le resta responsabilidad al individuo de su propia existencia, ya que es el amo el que debe proveerles de casa, salud y alimentación. En el desierto, lejos de las comodidades de Egipto, muchos israelitas querían regresarse, porque el depender de otros, física, anímica y espiritualmente, tiene un gran poder de seducción sobre las masas. La libertad implica la asunción de responsabilidades y de límites, mediante las leyes, que ayudan al individuo a desarrollarse como un ser humano pleno, capaz de procurarse el pan con el trabajo propio, lo que le permite una independencia frente a cualquiera que pretenda ser su amo, su líder, su patria… Que cada Pésaj sea para nosotros un recordatorio de que alguna vez fuimos esclavos, pero que ahora disfrutamos de una libertad física y espiritual, que abolió dentro de nosotros las ataduras a los dioses falsos, para muchos años.
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