1986. Homenaje A Tetuán en su V CENTENARIO*

Mencionar Tetuán es para mí muy emotivo no sólo porque yo considero a Marruecos como mi segunda patria, sino porque, de los veintiséis años pasados en aquel país vecino (sin contar los dieciocho de Melilla), veinte han transcurrido en aquella querida ciudad tan llena de gratísimos recuerdos, algunos de los cuales querría evocar con motivo de este modesto homenaje que deseo rendirle al cumplirse el V centenario de su fundación definitiva, es decir, de su reconstrucción entre ruinas sobre los planos y con el aspecto que hoy ofrece.

En efecto, en una poesía anónima, atribuida a Skirech, que se encuentra en el «Catálogo de Códigos Arábigos adquiridos en Tetuán por el Gobierno de Su Majestad en 1862» (códice n.° 220), aparece consignada la fecha de su repoblación definitiva por medio del valor numérico que, según el sistema «abayad», se atribuye a las letras del alfabeto árabe, y que, en este caso, se reúnen en la voz «tufaha» (manzana).

Aunque en el manuscrito aparece escrito, la ortografía correcta es, es decir, con un 1 cuyo valor numérico es 1 por lo que el total sería 889, año de la Hégira en que se fundó la ciudad y que corresponde a 1484-1485 o a 1485-1486. Tomando el segundo caso, es decir, el año 1486, nos encontramos en este año 1986 con el V centenario de la fundación de Tetuán, por obra de un granadino: Sidi el Mandri.

Pero, este valiente capitán granadino construyó sobre ruinas como hemos dicho. ¿Qué ruinas eran aquellas? Demos un salto atrás para satisfacer nuestra curiosidad.
No se tienen datos referentes a la prehistoria y primera historia de la ciudad, pues no se han hallado en sus contornos restos que den alguna luz sobre ello y no podemos relacionarla con Tamuda, ya que se trata de un distinto emplazamiento situado a algunos kilómetros de Tetuán.

Tras la caída del Imperio Romano, Tetuán fue lugar ocupado por los godos según señalan Luis de Mármol y León el Africano; pero, no proporcionan argumentos que consoliden esta teoría. León cita a una condesa tuerta de nombre Sumisa o Chumisa que gobernó aquel lugar y a la que hacen referencia algunos relatos legendarios de los primeros musulmanes, que sitúan su corte en el lugar llamado todavía hoy Samsa, a pocos kilómetros de la ciudad actual.

El lugar, conocido por Tagaz, estuvo habitado por beréberes cristianos hasta la segunda invasión musulmana y llegó a ser una aldea fortificada. Fue entonces cuando, sus habitantes, expuestos a los ataques de tribus vecinas, establecieron puntos de observación y defensa sobre sus murallas. Y de aquí procede el nombre de la ciudad: Tetuán o Titauin. Es Skirech de nuevo quien nos aclara este extremo sobre dos palabras beréberes (el beréber era la lengua de los habitantes): “zit”, que significa “ojo” y “auin” (abre). “Abre el ojo” gritaba un vigilante a otro y esto sería el equivalente de “centinela, alerta”. Zituain sería, pues, la Tetauin o Tetuán de nuestros días.
Por su parte, León el Africano atribuye el origen del nombre a la expresión beréber “zit iyen” (un ojo), alusión a la condesa tuerta de los godos.

Sin embargo, es más simple atribuir el origen del nombre a la misma voz beréber “zitauin”, que significa “ojos” (plural de “zi”) y que podría aplicarse a las fuentes, tan numerosas allí.

Por otra parte no puede admitirse lo de «abre el ojo» porque en beréber «abre» no es «auin» sino «ersem».

El Bekri (siglo XI) nos dice que era «una ciudad apoyada sobre una montaña, que tenía una ciudadela de construcción antigua, un faro y varios molinos situados sobre numerosos arroyos» y añade que el río era todavía navegable hasta la misma ciudad.

Cuando Mulay Mohammed, hijo del imán Dris ben Dris el Husayni subió al trono de Marruecos, dejó a su hermano Kásem el gobierno de una parte del norte, que comprendía Tánger, Ceuta y Tetuán.

En el año 369 de la Hégira (979-980), Bologuin ben Ziri, rey de Ifriquía, apodado Yusuf Abú-I-Fetuh, después de conquistar Fez, Siyilmasa y otras villas, se situó en el monte de Tetuán para atacar y destruir un ejército del califa de Córdoba acampado en Ceuta.

Destruido el emplazamiento por constantes luchas rivales, fue nuevamente fortificado en el período almohade durante el cual fue una base militar importante. El Idrisi, en su Geografía, escrita en 1153, la cita llamándola «Hisn Tetauin» (castillo de Tetuán).

Avanzada la Edad Media, fue punto de apoyo de las dinastías de la España musulmana que aún conservaba algunos puntos en el Marruecos septentrional. En el año 685 de la Hégira (1286-1287), durante el reinado del sultán mariní Yusuf ben Abdelhaq, se construyó una fortaleza en el lugar donde hoy se alza la parte más elevada del recinto amurallado. Era una edificación necesaria contra los andaluces establecidos en Ceuta. Veinte años más tarde, otro mariní, Abú Tabit Amir ben Abdel-lá ben Adelhaq, ordenó levantar alrededor de la fortaleza una pequeña ciudad para alojar las tropas que utilizaba contra Ceuta. Su hermano Abú Rabí Sulaymán continuó las obras y llegó a disponer de una ciudad bien fortificada, que tuvo tanta importancia que el sultán Abú Inán se hizo proclamar en ella en 1351.

Tetuán adquiere fuerza como centro comercial de puntos cercanos y es, al mismo tiempo, refugio de barcos dedicados a la piratería en el Estrecho, barcos que atacaban a otros y se apoderaban de mercancías y de personas algunas de las cuales pasaban a un triste cautiverio del que, a veces, eran rescatadas.

Fue entonces cuando Enrique III de Castilla envió una escuadra contra Tetuán, escuadra que remontó el río Martín, destruyó los fuertes y desembarcó tropas en la ciudad que quedó totalmente arrasada, destruida y en ruinas. Este hecho tuvo lugar en el año 1400.

Y así permaneció durante cerca de noventa años aquella localidad que parecía destinada a ser construida y destruida sucesivamente y que iba a ser nuevamente edificada para no conocer ya la destrucción. Y aquí termina nuestro salto atrás.

Eran los últimos tiempos del reino de Granada y eran ya numerosos los habitantes que buscaban refugio en la costa africana. Entre ellos, un grupo de unos mil infantes y cuatrocientos jinetes a los que acompañaba un jefe militar: Abú-l-Hasán Alí el Mandarí o Mandri, llegó a la desembocadura del río Martín y encontró aquel lugar de su agrado hasta el punto de enviar una delegación a Fez, ante el sultán, que era Mulay Mohámmed Chej ben Alí Zakaria según nos dice El Nasiri el Selaui en su libro «Kitab al Istiqsa daul al Magrib al Aqsa».

El sultán les dispensó una buena acogida y autorizó su instalación en las ruinas de Tetuán recomendándoles que se fortificaran contra los ataques en los rifeños y designando como jefe al que todos querían: Sidi el Mandri. Esto ocurría hace ahora cinco siglos.

¿Quién era este Abú-l-Hasán Alí al Mandarí al Andalusí al Garnati al Titauni como lo llama el ilustre historiador Mohámmed Daud?

Era Al Mandari un caballero musulmán de Baza; uno de los mejores guerreros del emir de Granada Mulay el Hasán y el defensor de Baza hasta su rendición. Estaba al mando del castillo de Mandar (la vista, el panorama), exterior al de Purchena, llave de Baza, a orillas del río Almanzora. Este es el personaje granadino, fundador de la nueva Tetuán.

Una vez conseguida la autorización por parte del sultán, los granadinos comenzaron a levantar murallas, construyeron casas y edificaron la mezquita de Al Qasba. Y así nació la villa, que, como tal, se conoció con el nombre de «blad», que luego pasó a ser la denominación de un barrio mientras el conjunto de la ciudad adoptó su antiguo nombre de Tetuán.

Pronto empezó una guerra contra los portugueses de Ceuta y en ella los nuevos tetuaníes hicieron unos tres mil prisioneros, que fueron empleados en las tareas de construcción. Desde el minarete de la mezquita, una centinela anunciaba cualquier alarma mediante un prolongado toque de esa trompeta llamada «nafir», (añafil) la misma que suena ahora en las noches de Ramadán para anunciar el principio y el fin del ayuno.

Con la ayuda de gente de Beni Hozmar se va amurallando el recinto y levantando casas. Dos lienzos de muralla partían desde el actual Suq el Foqui, elevándose hacia la «qasba» uno y pasando el otro por Garsa el Kebira hasta unirse ambos en la llamada hoy Bab el Mqábar o Puerta del Cementerio.

Casi independiente en Tetuán, Al Mandri, por temor a las incursiones de cristianos, argelinos y turcos hizo establecer los astilleros tierra adentro entre los montes de Beni Hozmar y Beni Ider. Los cascos de las embarcaciones eran enviados hasta el recodo que forma el río Martín en su unión con el Najla donde eran terminadas y equipadas antes de hacerse a la mar. Las maderas procedían de los bosques de Beni Ider, Beni Said y Beni Arós. Esta industria atrajo a numerosos carpinteros, que no tardaron en construir sus viviendas y una mezquita fundando así la aldea de Yamaa el Neyyarin.

Los moradores del «blad» acogían favorablemente a los musulmanes y judíos que llegaban después de la caída de Granada. Los primeros se establecieron al Este y al Sur y fueron construyendo los barrios llamados Rbat es-Sefli, Mesal-la-el Qdima, Trankat y Ayún. La ciudad se fue embelleciendo con mezquitas, alhóndigas y mercados. Los judíos se instalaron en el llamado «Mélajh el bali».

Al Mandri estableció una aduana en la desembocadura del río Martín y sometió a las cabilas vecinas al pago de impuestos.

Sidi el Mandri gobernó la ciudad hasta su fallecimiento, ocurrido en el año 1511. Su tumba se encuentra junto a un árbol muy frondoso como símbolo de la gran vitalidad de este granadino ilustre que supo legar a la posteridad esta hermosa ciudad que es Tetuán.

La muerte de Sidi el Mandri sumió a Tetuán en una gran anarquía, pues hubo dos fracciones rivales que se disputaron el poder. Esto unido a varios ataques de los portugueses desde Tánger y Ceuta, hizo que el sultán de Fez, Cherif Mohámmed, ocupara la ciudad con un cuerpo de mil jinetes al mando de su alcaide Ben Helifa y tres mil infantes mandados por el andaluz Dukkali. Desde entonces, Tetuán quedó sometida directamente a los sultanes de Fez.

Antes de seguir adelante con estos breves datos históricos, querría mencionar tres nombres famosos de personas de reconocida santidad, anteriores a la definitiva fundación de Tetuán y cuyos restos reposan allí. El primero es Sidi Abdelkáder Tebbi cuyo santuario se alza cerca de los jardines que se llamaron del cónsul Zugasti. Procedente de Granada, murió en Tetuán en 1171. Fue muy generoso con los necesitados y es aún hoy objeto de muchas visitas.

Algo más abajo, cerca del río, en un terreno situado detrás de la estación de ferrocarril, se alza el santuario de Abú Abdel-lá Fajar, que fue maestro del famoso Sidi Ben el Abbás de Marrakech.

Entre el verdor del monte Dersa, en un lugar desde el que se contempla la vega, frente al rudo macizo del Gorgues, está la «qubba» de Sidi Talha, objeto de peregrinación de muchos de los que van en primer lugar a Mulay Abdselam en Beni Arós.

Volviendo al relato histórico, podemos señalar que, en 1541, Tetuán presenció la llegada del sultán Abú-l-Abbás Ahmad al Burtugalí, que allí celebró su boda con Sida-l-Horra, hija de Abú-l-Hasán ben Musa ben Rachid, el fundador de Chefchauen.

Una escuadra de doce galeras, al mando de don Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, atacó y destruyó en 1565 algunos barcos piratas en las proximidades de Tetuán, y con los despojos de las naves y piedras llevadas desde Gibraltar, fue cerrada la desembocadura del río Martín.

En el interior, en la misma ciudad, continuaban las luchas y rivalidades y fue en 1597 cuando se alzó sobre ellas el poderío de la familia Naqsís, originaria de Beni Ider (del pueblo Naqsasa). Puestos al frente de un grupo, se rebelaron en Tetuán contra la autoridad del Sultán; pero, después de sucesivas sublevaciones y luchas, Ahmed Naqsís tuvo que refugiarse en Ceuta. Antes había sido asesinado el sultán Mohámmed Chej en el lugar llamado «Dech el Farasa» donde recibió sepultura en 1613. No por ello terminaron los incidentes hasta que el sultán Mulay Ismaíl mandó ajusticiar a los hijos de Naqsís, que habían abandonado su refugio en Ceuta.

Fue en aquellos años, se calcula que en 1667, cuando hubo una epidemia de peste que hizo grandes estragos en las poblaciones de Tetuán y Tánger.

Después de la época turbulenta de los Naqsís, se inicia otra con los Ulad Haddú, Omar y Ahmed. Omar era gobernador de Alcazarquivir cuando el sultán Mulay Ismaíl le confió el mando del ejército que iba a atacar Mahdía; pero, a su regreso, falleció víctima de la peste. El Sultán le confió el mando de «los guerreros de la fe» a su hermano Ahmed el Rifí (el rifeño), que levantó el sitio de Ceuta y contribuyó notablemente al embellecimiento de Tetuán; entre los edificios construidos entonces citamos dos palacios: uno de ellos en la ciudad y otro en Sanniat al Sultán, a tres kilómetros.

Los tetuaníes buscaban, sin embargo, una ocasión para deshacerse del gobierno rifeño y consiguieron agruparse alrededor de Abú Hafs Omar Lúqach, que había sido «cátib» (secretario) de Mulay Ismaíl.

Ahmed el Rifí se retiró a Tánger y esperó allí una oportunidad, que más tarde se presentó.

Como represalia contra el Rifí, fueron arrasadas las murallas, rellenados los fosos y destruidos los dos palacios. Se conserva una poesía (una «qasida») escrita por Lúqach, que comprende veinte versos, y termina así:
«El poder de los rifeños ha sido definitivamente disuelto y no encontrará en mí ningún remedio;
»Cuando vinieron, les hicimos probar la dureza de nuestro valor y huyeron rápidamente mientras los sables y las lanzas.
»Hacían volar sus manos y sus brazos. ¡Bien! Todos tienen razón al alegrarse gracias a nosotros.
»Su jefe ha vuelto a los suyos con los zapatos de Hunayn y no le ha faltado nuestro castigo ni nuestra represalia.
»¿Quién puede compararse a mí si tengo cuantiosos bienes y llena mi fama la tierra y el mar?»
A esta «qasida» contestó el alfaquí Abú Abdel-lá Muhámmad ben Beya al Rifí con estos versos:
«En las páginas del tiempo se han escrito lecciones para nosotros y en ellas figura (entre otras) la del asno que pretende ser persona:
»Al que ha pasado su juventud sin ver nada extraordinario, la vejez le enseña las maravillas de su tiempo».

Al ocupar el trono Mulay al Mustadí, hermano de Mulay Abdel-lá, no recibió adhesión alguna por parte de la ciudad de Tetuán y Ahmed el Rifí se ofreció al Sultán, para infligir a los tetuaníes un castigo ejemplar por esta deslealtad. Concedida la autorización, Ahmed el Rifí, que tenía su ejército preparado, entró en la ciudad y asentó de nuevo su poder. Una de las primeras disposiciones fue mandar reconstruir el palacio en la ciudad, llamado Palacio del Gobierno (Dar al Imarat), que hemos conocido como palacio del Jalifa, cuya construcción se terminó, en el año 1735. Junto al palacio, el bajá rifeño mandó construir una mezquita, que lleva el nombre de «Yamaa el Bacha» y una calle de la ciudad conserva su nombre: la Calle del Caid Ahmed.

El palacio contiene numerosas inscripciones, que tengo recogidas en mi libro «Inscripciones árabes de Tetuán», una de las cuales dice así:
«Loor a Di-os por sus dones. Bendiga a Mahoma y a su familia.
»Detente y recita: no tengo igual en belleza ni el que me ha edificado semejanza en majestuosidad y generosidad.
»Descuello sobre la tierra, construido entre los edificios. Revisto de esplendor la belleza de la construcción.
»Aparecen ante los que me contemplan, las prendas de mi belleza.
»¡Oh, tú que me miras! Ten cuidado de tus pestañas (que mi, resplandor puede quemar).
»Mi luz permite siempre prescindir del sol de la mañana; pero, de ella no hay quien prescinda».

Cuando Mulay Mostadí fue destronado por la guardia negra, se refugio en Tánger junto a Ahmed el Rifí, que no acató la autoridad del nuevo sultán, que fue otra vez Mulay Abdel-lá. En lucha contra las tropas de éste, murió El Rifí cuya cabeza fue llevada a Fez. Se dice que, al verla, Mulay Abdel-lá dijo: «Ha muerto el César marroquí; no habrá otro después de él».

Fue en tiempos de Mulay Ismaíl cuando se estableció en Tetuán una misión franciscana para atender a las necesidades de los cautivos, que se encontraban en las mazmorras, situadas en la calle de su nombre (Mtámar).

La familia Lúqach está íntimamente ligada a la historia de Tetuán. Hemos hablado de Omar y ahora tenemos que hacerlo de su hijo el Hach Mohámmed ben el Hach Omar Lúqach el Andalusí cuyo nombre puede leerse en una muralla de las proximidades del cementerio. Este nombre se escribía antes «Lucas» y así consta en documentos oficiales.

Tal vez aquí convendría abrir un paréntesis para referirnos a las numerosas familias que, procedentes de Al Ándalus, se instalaron en Tetuán durante un período que podemos calcular en dos siglos aproximadamente y que se extiende hasta la expulsión de los moriscos. Voy a citar algunos de estos nombres de los que unos corresponden a familias ya desaparecidas o que, en el transcurso del tiempo, han alterado su onomástica y otros son de familias que aún existen y que los siguen ostentando. Además de Lúqach, ya mencionado, hemos anotado Abril, Baes, Baeza, Belaco, Bermiyu (Bermejo), Blanco, Bote, Bolo, Buerto, Cárdenas, Carrazo, Conde, Cortbi (Cordobés), Cristu, Gailán, Grasía, Gayyu, Herrero, Jurgi, Kbriru, Castiliu, Kuzmán, Lebbadi (al Ubbadi, de Úbeda), Lub (López), Mador (Amador), Marín, Marcu, Manacho, Medina, Mendosa, Merisco, Molina, Molato (Morato), Martines, Montemaior, Moraris, (Morales), Negra, Ragún (Aragón), Raina, Ramires, Ramún, Rkaina (Requena), Roy, Redondo, Ruís, Salas, Sancho, Sordo y Torres. Añado el nombre de Alí Maldonado, que aparece en un documento de venta de una finca en Tetuán en el año 1062 de la Hégira (1651-1652).

De familias judías establecidas en Tetuán conservamos los apellidos Pariente, Toledano, Moreno, Pinto, León, Laredo y del gran rabino Rafael Verdugo.

Volvamos a Mohámmed Lúqach para decir que fue un decidido protector de la cultura y a él debe Tetuán la mayor parte de las edificaciones que son hoy monumentos históricos entre los cuales citaré la «madrasa» que lleva su nombre, así como la mezquita contigua, ambas con fines religiosos y de enseñanza. Su construcción tuvo lugar entre los años 1751 y 1757 y quedó ubicada en la bulliciosa plaza de Garsa el Kebira.

Recuerdo bien la conmemoración del bicentenario de la fundación de la «madrasa» Lúqach en 1953 para la que se publicó un libro con diferentes trabajos debidos a plumas tan prestigiosas como Sid Tuhami el Uazani, Sid Mohámmed Azimán, Sid Ibrahím el Ilgui, Ski Ahmed Meknasi y Sid Abú Táhar el Lettefti.

Tuvo Lúqach un calígrafo, Mulay Isa al Yaziri (cátib suyo como antes lo había sido Ahmed el Rifí), que fue el autor de las inscripciones de la época que aparecen en murallas, torres, fuentes y otros lugares y que he procurado recoger en la publicación antes citada ya que algunas empezaban a ser ilegibles o estaban parcialmente mutiladas.

Y llegamos así al siglo XIX con la decidida protección del sultán Mulay Solimán, que dotó a Tetuán de una Mezquita Mayor (Yamaa el Kebir) en cuyos muros figura la fecha 1223 (1807) y cedió a los judíos un terreno entre el barrio Sefli y la Mesal-la Qdima para que allí establecieran su residencia.

En tiempos de Mulay Abderrahmán se construyeron la mezquita de Suq el Foki, la Scala o batería de Bab el Oqla, el Bory el Yedid entre la alcazaba y Bad el Mqábar así como otras edificaciones.

Llegó la guerra de 1860, la llamada «guerra romántica», dirigida por dos caballeros: el príncipe Mulay Abbás y el general Leopoldo O’Donnell en la que, junto a las normales escenas de guerras, las hubo caballerosas y humanas de una y otra parte, algunas de ellas relatadas por Tuhami el Uazani. Fue entonces cuando se publicó en Tetuán el primer periódico de Marruecos: «El Eco de Tetuán», a cargo de Pedro Antonio de Alarcón, seguido de «El Noticiero de Tetuán».

En 1863 se construyó el consulado de España y, al año siguiente, una iglesia.

Tras la escaramuza con los Beni Ider en 1902, anotamos la aparición de Bu Hamara, el falso sultán cuyos partidarios atacaron Tetuán mientras sus habitantes fueron ayudados por los hombres enviados desde Tánger por Mohámmed Torres al mando del Caid Ben Senná.

Y llega la época del protectorado de España, que se extendió de 1912 a 1956, años en los que se fue construyendo la ciudad moderna fuera del recinto amurallado. Época esta en la que, junto a errores y desaciertos (al fin y al cabo tarea humana) quedó la obra desinteresada y fructífera de una enseñanza moderna arabizada, de un notable desarrollo de las obras públicas y fomento en general, de la agricultura moderna, de las comunicaciones, de la sanidad, de la hacienda, del deporte, de las artes y de la cultura entre otros aspectos. Y hemos de sentirnos muy satisfechos los que hemos tenido el honor de contribuir a esta labor fraternal en un Marruecos ya independiente y dueño de su destino por cuyo bienestar, en paz y con prosperidad, hacemos fervientes votos.

Este conjunto de circunstancias que integran la historia de Tetuán, rápidamente esbozada, ha hecho de ella una ciudad a la vez artística, agrícola, comercial, industrial y casi marítima dentro de su relativo aislamiento y tranquilidad hasta el punto de haber conservado del pasado todo lo que otras han perdido o pierden a través del tiempo.

Al pie del monte Dersa, frente a la impresionante sierra del Gorgues, sobre el fértil valle del Martín, Tetuán, vista desde la Torreta, como se contempla Ávila desde el Humilladero; Toledo desde los Cigarrales o el monasterio de El Escorial desde la Silla de Felipe II, ofrece el aspecto de una de esas ciudades de provincia tranquilas y en calma, donde lo urbano se hermana con lo rural y el comercio con la industria; cuna y desarrollo de una burguesía que llega a veces a la aristocracia, que ha sabido unir el arte –hasta donde el Islam lo permite– es decir, en su arquitectura, con otras manifestaciones como la música y la poesía; cuna de intelectuales, de políticos, de comerciantes, ha sabido conservar la historia entre sus muros y estar orgullosa de su pasado.

Puede observarse la ciudad desde otros puntos en cada uno de los cuales ofrece un aspecto distinto, pero siempre hermoso: acercándose a ella desde el mar, se presenta sobresaliendo entre naranjos, limoneros, higueras y granados de sus abundantes huertas y jardines bajo la fiel custodia de la bella torre de la Mezquita Grande y coronada por una cresta de la montaña; desde el valle, aparece el cuadro de la ciudad moderna, que podría ser andaluza; desde la carretera de Ceuta se destaca formando un perfil moteado de puntos y crestas que forman las blanca azoteas que recuerdan las de Béjar y tantos otros pueblos de Andalucía, dominada también por el elegante minarete de la Mezquita Grande y asomada toda ella sobre la verde extensión de las huertas y jardines.

La pureza de sus líneas, la armonía de su conjunto hacen de ella un tema inagotable de estudio para los artistas y así se comprende que, reconstruida, fundada por un granadino, Sidi el Mandri, fuese otro granadino, Mariano Bertuchi, quien llevara a sus lienzos inimitables figuras, rincones y paisajes tetuaníes legados a la posteridad para recreo de la vista y gozo del espíritu.

La existencia de varias capas de agua hace que Tetuán sea la ciudad de las fuentes, unas nacidas al pie del Dersa, otras, surgidas de sus flancos: Ez-Zarqa, el Hamma de Bu Semal y el Hamma de Ulad Hamida entre otras.

Hilos de agua y riachuelos vienen a alimentar el río de Tetuán, el Martín o Martil, que transcurre en dirección Oeste a Este y que no se llama siempre así: «Uad bu Sfiha» (el río de la baldosa) porque su fondo es de planchas de piedra calcárea; el «Uad Suyyer» (el río de la murallita) tal vez por la vecindad de la muralla en ruinas de una antigua fortaleza portuguesa; el «Uad el cuda» (el río del refugio o de la defensa); el «Uad Kitsan»; el «Uad Mehanech» (el río que serpentea) y, por fin, el «Martín» o «Martil», con cuyo nombre desemboca en el mar.

Clima marítimo, bastante dulce en general; pero, con grandes sorpresas de frío y lluvia en invierno y, sobre todo, con la vista, a veces repentina, de un fuerte viento que, con su intensidad, ha arrancado árboles de algunos paseos y ha lanzado sobre la plaza principal algunos veladores de los cafés circundantes. Por ello hay una expresión, que se atribuye al Cherif al Raisuni y que se utiliza con frecuencia para significar que algo no tiene importancia y que, por desagradable que parezca, habrá de terminar: «Gair erih fi er rih» o «Gair er rih bu er rih»: «No es más que el viento en el viento», es decir, nada. Y no olvidemos que una de las puertas de la ciudad se llama «la Puerta de los Vientos».

Los admirables caminos que ondulan en los primeros flancos de las colinas entre setos de rosas y otras flores tan apretados y ceñidos que son a veces impenetrables a la mirada, sombreados por las ramas curvadas de olivos seculares entre los que se abren, según la estación, las flores de los granados o los frutos de los naranjos mientras los senderos perfuman el aire y, a la vuelta de aquellos caminos, perspectivas agradables vienen a enmarcarse en el verdor de los árboles que parecen expresamente dispuestos para revalorizar el entorno; vistas sobre el mar que azulea en el horizonte o sobre la llanura donde las mieses ondulan o sobre las laderas rojizas de las montañas cuyo tono se oculta en ocasiones bajo una capa de maleza. Y con qué esplendor se muestra la ciudad a la puesta de sol cuando los últimos rayos hacen destacar los tonos blancos, verdes y azules de las fachadas y del paisaje en una sintonía sin tonos violentos, agradable, particularmente dulce.

Y así hay que contemplarla: tranquilo, en silencio, despreocupado… porque por ello se dice que «al- yala min as-saytan wa al-haná min al-rahmán» (“la precitación es (obra) del demonio y la templanza lo es del Clemente (de Di-os)”, y también «sa a fi-l-ham katsiib» (una hora de preocupación envejece).

Todo ello explica bien que esta ciudad sea amada por quien la conoce y que sea indiferente para quien, aun visitándola o incluso habiendo residido allí, no se haya interesado por su cuerpo y, sobre todo, por su alma.

Pero, hasta ahora no hemos hecho más que verla y admirarla de lejos. Vamos a acercarnos y, pasando por algunas de sus puertas, vamos a conocerla de cerca, dentro de ella misma, deteniéndose en algunos lugares que aconsejen un comentario especial.

Estamos en la calle Mohámmed Torres, que fue ministro de Asuntos Externos del sultán Mulay Abdelaziz y delegado de éste a la Conferencia de Algeciras en 1906. Dos años después falleció en Tánger. Su nieto, Abdeljálak Torres fue un gran idealista y luchador; ministro y embajador, falleció prematuramente cuando tanto podía esperarse de él, de su fuerza y de su entusiasmo.

En la calle Mohámmed Torres está el Hotel Nacional, de larga e interesante historia. En él hemos descansado un rato y de él salimos para iniciar nuestro paseo.

Nos encontramos en la ciudad moderna, construida esencialmente a partir de 1913. Es lo que se llama «El Ensanche»: un rectángulo de trazado perfecto con sus calles cortadas por una plaza central donde se encuentra la iglesia católica. Corre el año 1955 y en los rótulos que dan nombre a sus calles se hermanan personajes locales o nacionales como Muley el Mehdí, Sidi el Mandri, Sidi Talha, Mulay Abdselam Ahmed Ganmia, Visir Erkaina, Mohámmed ben Husein, Emir Mulay el Abbás, además del citado Mohámmed Torres; jefes militares españoles como los generales Franco, Sanjujo, Marina, O´Donnell y Serrano Orive; literatos de renombre como Cervantes y Pedro Antonio de Alarcón; políticos y diplomáticos como Cánovas, Calvo Sotelo, Cónsul Zugasti y Cónsul Morphy y un famoso aventurero, el Barón de Riperdá. Más abajo, las numerosas palmeras que jalonan el Paseo de este nombre, batidas por el viento, parecen aplaudir a los paseantes.

Pero, lo que más nos interesa conocer es la «medina», la ciudad tetuaní propiamente dicha, rodeada por un recinto amurallado de unos seis kilómetros en el que se abren siete puertas antiguas (además de otras recientes). Son estas puertas Bab el Oqla, llamada por los españoles «Puerta de la Reina» en honor de Isabel II; Bab Saida, Bab el Remuz, Bab et Tut, Bab en Nuáder, Bab el Mqábar y Bab ey Yiaf.

Y para ello llegamos al Feddán, esa gran plaza de unos cien metros de Este a Oeste y de ochenta de N. a S., que fue gran mercado al que llegaban los campesinos de Yebala y donde se celebraban las fiestas populares; plaza desnuda hasta que se construyeron los jardines en el centro con sus bancos de azulejos, su kiosco, rodeados de palmeras y con su pavimento de piedras redondeadas frente a bellos edificios como el antiguo palacio de Ahmed el Rifí y el Consulado General de España. Este lugar, llamado también Plaza de España, era un antiguo solar de la familia Lúqach y está tan batido por el viento que la puerta allí situada que da entrada a la «medina» se llama «Bab er Ruah» la Puerta de los Vientos. A su derecha está la entrada al Mélaj, la Judería, que se extiende hasta cerca de Bab en Nuáder y comunica, por otra puerta, con la antigua Mesal-la, que es hoy, en parte, la bien conocida calle Luneta, de alegre y variado comercio.

Y entramos en la «medina», en la vieja ciudad tetuaní, por la calle Terrafin o de los zapateros remendones, conocida también por la calle del Comercio donde las tiendas se suceden a derecha e izquierda y, pasando junto a la «zauía» Aisaua, doblamos a la derecha para tomar Saquia el Fokia en cuesta y llegar así a otra de las puertas, Bab el Oqla o Puerta de la Reina, la más oriental de las siete. Era Bab el Oqla la puerta más frecuentada y la salida de la ruta que conducía al mar. Junto a la Puerta podemos admirar el bastión, que estaba armado de doce o trece cañones y al que se llega por la calle Sqala que, desde el arco de la Puerta, conduce a la Sueqa. Tiene una inscripción en honor del Hach Abderrahmán ben Abdeljálak Asaas, que fue tres veces gobernador de Tetuán entre 1789 y 1821.

Entre Bab el Oqla y Bab ey Yiaf está el barrio llamado Rbat es Sefli pasando por la Sluguia de Sidi Saidi (la galga de Sidi Saídi) porque, según una leyenda, fue una galga que indicó el lugar donde se encontraba la tumba de este santo, que es el patrono de Tetuán de quien se dice que dio muerte a Abú Tawayin, el asesino de Mulay Abdselam Mchich, de Beni Arós.

Fue Ahmed el Rifí quien mandó construir la Mezquita de Sidi Saídi. Y a propósito de este santo personaje, tenemos que citar el nombre de un renegado, de los que hubo algunos en Tetuán si bien no se conservan todos sus nombres. Se trata del famoso Barón de Riperdá, de origen holandés, nacido en Groninga en 1690, que fue una autoridad en la corte de Felipe V, que lo nombró duque y grande de España y que estuvo mezclado en numerosas intrigas de la Corte. Huido de España, se refugió en Tetuán donde se convirtió al Islam adoptando el nombre de Ozmán. Llamado por el sultán Mulay Abdel-lá, de quien fue nombrado consejero, pretendió a Lal-la Janet, la madre del Sultán. El primer consejo del nuevo Ozmán fue el ataque a Ceuta para lo que pidió el mando de las tropas; pero, el Sultán lo dio al Caid Alí Den. El fracaso de este intento, en el que se perdieron tres mil hombres, hizo que Riperdá regresara a Tetuán, no sin antes haber intentado convencer a Lal-la Janet para que comprase un reino para ambos, que proyectó primero en Túnez o en Córcega. Traicionado por el Bey de Túnez, burlado por el efímero rey de Córcega, Teodoro I, y enfriado su amor por la princesa, permaneció en Tetuán donde el Bajá no lo dejó ya salir a pesar de las gestiones realizadas por algunos cónsules extranjeros para que pudiera trasladarse a Roma.

Riperdá levantó en Tetuán un gran palacio rodeado de jardines en el lugar hoy conocido por Bab es Sefli, en el jardín de los «chorna» Raisuníen, antiguo Hospital Militar; pero, al mismo tiempo, este singular aventurero, legó su fortuna a la «zauía» de Sidi Saídi, patrono de Tetuán como ya hemos dicho, e instituyó un «habús», es decir, una donación a favor del Santuario en el que reposaban los restos de uno de sus hijos.

Riperdá falleció de un ataque de gota en 1737 y fue enterrado junto al estanque del palacio que había construido, y dejó descendientes que fueron conocidos por «ulad el Conde» (los hijos del conde). De esta familia se pierde el rastro hacia 1852, es decir, algo más de un siglo después de la muerte de Riperdá.

Sigamos el recorrido tras este paréntesis que bien valía la pena anotar, y lleguemos a «Bab et Tut», que debe su nombre a una gran morera que extendía sus ramas cerca de allí. El arco da entrada a la calle El Utaa del barrio de Ayún o de las fuentes. Precisamente hay una junto a la Puerta con una inscripción que cita a Lúqach como el constructor. Esta puerta ha sido derribada recientemente para facilitar el tráfico.

Por el barrio del Ayún, de múltiples comercios, llegamos a la Mezquita de Sidi Mesaúd y luego a los «Neyyarin» o Carpinteros, uno de los lugares más concurridos.

La calle que, de Bab en Nuáder conduce al Haddadin (los Herreros) tiene, a su final, las primeras cuestas o subidas al Dersa hacia la Alcazaba. Dos calles precisamente son llamadas «At-Talaa» (la subida).

Tomando, desde el Feddán o Plaza de España una dirección a la izquierda encontramos calles como la del Caid Ahmed (en honor de Ahmed el Rifí), que llega hasta Trankat; la del «Mechuar» en la que estuvo instalada la imprenta que editó «El Eco de Tetuán» al que antes nos hemos referido; y «Suq el hot» o mercado del pescado entre otras.

Desde Trankat y pasando ante la mezquita y la «zauía» de los «chorna» de Uazán, se llega a Suq el Foki donde está la mezquita de este nombre cerca de la de Sidi Baraka al principio del centro comercial de los «dabbaquin» o curtidores y muy cerca encontramos el de los «jarrazin» o zapateros, fabricantes de babuchas de cuero amarillo, rojo, azul y blanco llamadas «rihiva», «belga», «tesfid» y «erbil».

Hemos citado ya algunas de las profesiones que integran el comercio y la industria o artesanía de Tetuán cuyos componentes se agrupan en gremios. No podemos dejar de mencionar a los «aattarin» o perfumistas, los «siaguin» o joyeros, los «jayatin» o sastres ante cuyas tiendas los muchachos sostienen en sus manos los hilos de los telares; y los curtidores donde los obreros con los pies desnudos trabajan en los estanques. Estos curtidores de pieles tienen como patrono a Sidi el Mandri.

Hemos mencionado a los joyeros o plateros, los «siaguin», en cuya calle está la mezquita de Sidi Alí ben Raisún, de torre octogonal. El terreno donde está enclavada pertenecía a la familia Lúqach y fue concedido, a principios del siglo XIX, a Sid Mohámmed, miembro de los «chorfa» Raisuníen, que lo dio a su cuñado Alí para la construcción de un santuario. El Cherif ben Raisún, de cuyo padre fue suegro Lúqach, tuvo un taller donde se fabricaban instrumentos de música y perfumes varios. Así su alma de poeta y de fiel creyente se rodeaba de música y de esencias. Y la calidad de su perfume de jazmín llegó a ser tal que lo envió una vez como presente al propio sultán Mulay Hassán. Ben Raisún organizaba con frecuencia reuniones literarias y musicales. El patio grande de la mezquita se terminó en 1816, es decir, ocho años después de la construcción de la Mezquita Grande. La torre indica ya el período final del antiguo urbanismo tetuaní, especialmente por la forma octogonal, que recuerda las mezquitas de otros lugares del norte de África en Argelia y Túnez por la influencia de los turcos hanafíes. Y es que en Tetuán se enlazan y encuentran las grandes corrientes culturales del Mediterráneo.

De la Yamaa Garsía (la Mezquita García) dejaré solo constancia de este nombre de origen hispano, y me detendré unos momentos en la Yamaa Rabta, cuya construcción está envuelta en una emotiva leyenda.

Era costumbre, parece ser, que las doncellas oriundas de Al Ándalus y pertenecientes a familias nobles, no se casaran antes de los treinta años. Una de ellas, como tantas otras, había dedicado su tiempo libre a preparar el hatillo o ajuar (er rabta) y así llegó a los treinta años; pero, su padre, conocedor de lo que valía su hija, era muy severo en la elección del futuro yerno y, durante años, siguió rechazando a los solicitantes que se presentaban hasta el punto de que aquella joven llegó a cumplir los cincuenta, momento en que decidió dedicarse a la oración y a cuidar de sus padres sin pensar más en el matrimonio y ello coincidiendo con la muerte de aquel que su padre consideraba como el marido ideal para ella, pero que nunca se decidió a ser su pretendiente.

Y aquella desengañada tomó la decisión de vender su ajuar (su «rabta») y de dedicar el importe de la venta a la construcción de una mezquita en su barrio, que lleva el nombre de Yamaa er Rabta, uno de los barrios más elegantes de la ciudad.

Una red de calles estrechas que se cruzan en ángulo recto, nos lleva hasta la gran plaza de Garsa el Kebira (la Huerta Grande) que fue un día el extenso jardín de una familia andaluza: los Ulad Slimán. En esta plaza casi rectangular se encuentra la «madrasa» Lúqach y es uno de los lugares más agradables de Tetuán en los días de calor a causa del frescor que proporcionan los techos enramados. Toda la plaza está ocupada por comerciantes diversos: desde campesinos que venden leche y manteca hasta carniceros y panaderos, pasando por los vendedores de objetos de cobre y cuero, de ropa, de cerámica y otros.

El centro de la plaza exige un paso lento de compradores y transeúntes porque allí grupos diversos realizan varias actividades comerciales o artísticas y que allí acuden diariamente o en ocasiones. Y así vemos al «guerrab», el vendedor de agua, que vende u ofrece en un odre de piel de cabra y sirve en un tazón de bronce; al «tara» o mozo del horno, que lleva sobre su cabeza la «uesla» o gran bandeja de madera con el pan que recoge de las casas para ser cocido y devuelto; el vendedor de «halauat», de dulces, que, en nombre de Mulay Dris, el patrón de los dulceros, pregona «essfinch» (buñuelos) o los «baqlawat» y la «chebbakía bel hazle» (con miel) «u fiha el lauz us-semén» ( y que tienen almendra y manteca). Y junto a un anciano comerciante que espera al cliente mientras pasa entre sus dedos las cuentas del rosario invocando los 99 nombres de Di-os, un joven, con una pequeña mesa portátil (un «taifor») y un infiernillo ofrece «ibauen jun» (habas calientes).

Campesinas de Yebala, con sus anchos sombreros amarillos, venden pan y verduras y guardan el dinero en el «tabaq» de cuero que llevan sobre el mandil rayado. Y en un rincón de la plaza, un grupo de «guenaua», músicos negros, danza al son de crótalos hábilmente manejados como grandes castañuelas mientras cantan «Bambara mcha n-Sudán; la ilaha il-la Al-la» (Bambara se fue al Sudán; no hay dioses sino Di-os). Y cerca de ellos un grupo de «tolba», de estudiantes de Yebala, pide dinero para proseguir sus estudios. Y, al otro extremo de la plaza, junto a un «hayyam», barbero y sangrador, el «Yeddah», bardo popular, recita sus gestas: aventuras fantásticas y cuentos, mientras, con la mano derecha, golpea el «def» o pandero que mantiene con la izquierda. Y, junto al «tebib», médico-curandero que ofrece sus yerbas o sus fórmulas mágicas, un grupo de gimnastas jóvenes, casi siempre «suasa» (de la región meridional del Sus) interviene con sus saltos y ejercicios físicos invocando a su patrón, Sid Ahmed u Musa.

Y a este conjunto se unen las subastas públicas, que anuncia el «dal-lal» (el subastador) en las que se venden desde camas y colchones usados hasta objetos de arte. Este mercado tiene un administrador un «amin es-suq» y curiosamente los tres «umana» (administradores) que yo he conocido se llamaban Mohámmed Marzo, Ahmed Ruis y Ahmed Castillo.

Y no falta naturalmente el mendigo, que se acerca pidiendo en nombre de Di-os: «Al-la irham uadilek» o «Al-la irham el ualidin» (que Di-os tenga misericordia de tu padre o de tus padres) a lo que se puede responder con una limosna o con la frase «Al-la iyib» (Di-os traerá o proveerá), el equivalente a «Que Di-os te ampare» tan usado en Andalucía.

Garsa el Kebira, la Huerta Grande, que hace pensar un poco en el Rastro o en tantos otros mercados públicos semanales; Garsa el Kebira con todas sus fachadas ocupadas por comerciantes permanentes y el espacio abierto lleno de todos estos personajes que he mencionado con las escenas que he intentado describir; una multitud compacta entre la que un transeúnte con un saco al hombro intenta abrirse paso gritando «balak, balak» («tu atención, tu atención» literalmente traducido).

Vamos a salir de este ambiente tan distraído como ruidoso para acogernos a la calma y la tranquilidad de un centro religioso de una «zauía»1 de las que hay varias en Tetuán. Son numerosas las inscripciones que se encuentran en ellas y recojo una de la Zauía al Harraqiya donde reposan los restos de personajes, que fueron y son famosos por su virtud. Es una lápida que dice así:

«En el nombre de Di-os Clemente y Misericordioso. Loor a Di-os Único. Esta es la tumba del muy elevado, sol de los príncipes y luna de los grandes hombres, perla del collar de los eximios, lunar blanco en la frente2 de la religión del temor de Di-os, luz de la gloria y de la grandeza, defensor de la religión, sostén de la ley islámica, el más valiente de los valientes y el más diestro jinete en la guerra y en la lucha. Los corazones de sus enemigos temblaban y enmudecían en sus fuertes ante su arrojo y prestancia y los leones en sus guaridas callaban y bajaban los ojos. En su alma pura se reunía toda clase de virtudes y bellas cualidades. Perspicaz y valeroso, hombre de pluma y de espada, jerife venerable, sabio ingenioso y gran luchador, rama del árbol del Profeta y descendiente de Mahoma, hijo de grandes príncipes y reyes famosos: Mulay el Emir Abdelmálec, hijo del príncipe Abdelkáder3 Muhiy ed-Din Ma-l-Hasani. Murió mártir respondiendo a la llamada de su Señor –ilumine Di-os su tumba y lo haga morar en lo más elevado de su Paraíso– a mediodía del jueves 6 de Muharram del año 13434 a la edad de 54 años».

Y, para alejarnos aún más del ruido, terminemos esta parte descriptiva con la mención de los cementerios: el musulmán, situado en la parte baja en declive entre Bab el Mqábar y Bab ey Yiaf, donde, entre árboles y plantas, se encuentran tumbas algunas de recia antigüedad y que ostentan lápidas de bello estilo; el israelita, al otro lado del barranco, sobre el declive del Dersa, con losas blancas e inscripciones unas en hebreo y otras en español y donde la familia Garzón Toledano tiene más de diez sarcófagos en línea; y el cristiano, situado en alto, cerca de lo que fue Cuartel de Regulares y donde, junto a tantas familias que reposan en tumbas más o menos modestas, se encuentran los mausoleos de los que fueron altos comisarios, los generales Felipe Alfau, muerto en 1937 y Francisco Gómez Jordana, fallecido en 1918.

Ha caído la noche sobre Tetuán. El silencio es absoluto. Bajo el resplandor de la luna es delicioso dar un paseo por sus calles retorcidas y solitarias donde, a veces, surge una sombra que pronto desaparece en una esquina cercana o se siente, al paso, una respiración profunda de alguien que se limita a estar: un peregrino de la oscuridad, absorto quizás en una meditación. Pero, subiendo hasta Tálaa, se oyen músicas, risas y cierto alboroto del Tetuán noctívago, de la noche alegre. Y llegamos a la Qasba, a la Alcazaba desde donde contemplamos la ciudad dormida a nuestros pies, bañada por la luz de la luna, que cubre, con su claridad, las blancas azoteas, los muros de las casas y los erguidos minaretes de las mezquitas. Estamos situados entre el sabor del Oriente lejano y el perfume de un pueblo andaluz en síntesis armoniosa con riqueza esplendente de siglos de leyendas.

Muros de las casa que nada dicen desde fuera para no atraer una indiscreta y tal vez dañina atención; pero que encierran, muchos de ellos, en la intimidad de los hogares, un gusto exquisito y una fina elegancia en la arquitectura, en la decoración, en el mobiliario tradicional, en los adornos, en el juego de luces…

Pero, si ha caído la noche sobre Tetuán, no va a caer todavía el telón sobre estas líneas porque vamos a visitar a un amigo en cuya casa hemos sido invitados.

Y allí, sentados sobre una «medarba» o colchoneta adosada a una de las paredes de la amplia habitación rectangular, paredes que están cubiertas hasta su mitad por un elegante «Haití», observamos que hay varios relojes de péndulo todos parados como si, en un inimitable gesto de cortesía, el dueño de la casa no quisiera hacer saber a los invitados la hora que es para que así no tengan prisa en salir. La cortesía, la hospitalidad, la generosidad son otras tantas características del tetuaní.

Y vamos a saborear unos vasos de té, del cual dice un poema que es un néctar por encima del cual nada existe; es lo mejor que hay en el Paraíso; es el sultán de los placeres. Pero, para que sea bueno se precisan tres veces siete elementos. Los siete primeros son: té verde, un samovar, una tetera, una bandeja, vasos, y agua hirviendo. Otros siete son: una «meracha» o perfumador para rociar agua de azahar o de rosas sobre la cabeza de los invitados, una cuchara, yerbabuena, ámbar, un botafumeiro para quemar perfumes, un brasero y un azucarero. Y por fin, otras siete: una servilleta de seda bordada, una caja con «kaab el gzal» o dulces de almendra, un buen escanciador para servir el té, invitados ilustres, un círculo de poetas y de músicos, un cirio largo y un candelabro dorado.

Nuestro invitado lo ha previsto todo. Y allí sobre un «táifor», una mesita de patas cortas, está preparada la tetera sobre una bandeja de cobre. Hacer el té es un honor que se puede ofrecer a un invitado y éste se dispone entonces para la ceremonia. Unas cucharadas de té verde en la tetera, unas cucharadas de azúcar y varias ramitas de yerbabuena, de «naana» porque «kas d-atai bla naana bhal sultán bla hakmá» (un, vaso de té sin yerbabuena es como un sultán sin gobierno). Y sobre esta deliciosa mezcla se vierte el agua hirviendo; se remueve con la cuchara; se deja un momento en reposo; se prueba, y, a continuación se sirve, se escancia en los vasos manteniendo la tetera en alto para que el chorro amarillento sea largo y agradablemente sonoro al caer en el vaso. Y se bebe el té caliente, manteniendo el vaso con dos o tres dedos, mejor con dos por el borde y aspirando fuerte, con cierto ruido para que el aire lo haga enfriar un poco. Y así tres vasos como marca la cortesía.

¡Cuántas conversaciones alrededor! ¡Cuántos pactos y convenios firmados! ¡Cuántos acuerdos! ¡Cuántos malentendidos deshechos! ¡Cuántas amistades tejidas! Y… ¡cuántas otras intimidades alrededor de unos vasos de té!

Y la música envolviendo el ambiente. La que se conoce en Marruecos como «al musiqa al andalusiya», la música andaluza, la que nació en la España musulmana: en Córdoba, en Sevilla, en Granada sobre todo y que se conserva con un placer teñido de nostalgia. Música interpretada con instrumentos clásicos: el laúd, el «rabat» o rabel, el «kamanya» o violín, el «tarr» o pandereta y la «derbuga», tambor en forma de cubilete cuya abertura mayor está recubierta de una membrana.

Esta música, sin notación escrita, transmitida de una a otra generación, cuya letra fue recogida en el siglo XVIII por un personaje al que quiero dedicar aquí un especial recuerdo: Mohammed al Haik, que supo reunir en un manuscrito lo que en su época se conservaba de la letra de aquella música andaluza que estaba contenida en 24 nawbas u obras musicales y que él redujo a once. Según consta, al Haik era Titauni asian wa Fasi daran, es decir, natural de Tetuán y residente en Fez. De este manuscrito, que sirvió de base a mi tesis doctoral en un día ya muy lejano, extraigo estos versos que corresponden a un zéjel de una de las naubas:
«El sol palidece y la vega de Granda reverdece.
»El sol se dirige al ocaso y la vega engalanada esparce su aroma.
»¿Qué debe hacer el que está enamorado?
»¿Ha de esperar si quiere obtener lo que desea?».
Ahora un zéjel de la «nauba» Al Isbahán que debe ser leído con mucha atención por la comparación que voy a establecer luego:
«Mi corazón teme a la pasión siendo el amor norma de vida.
»¿Adónde revolotea como las palomas que van hacia al Yazira?
»¡Oh, amantes! ¿Qué son las palabras? ¿Qué son los pensamientos íntimos?
»Todo el que me ve dice: “Aquel hombre está loco; pero déjalo; se lo merece. ¿Por qué se ha enamorado?”».
Pues bien. Hay unos «tientos» por Antonio Mairena que dicen así:
«Toíto el que por la calle me mira y por ahí anda diciendo:
»ese hombrecito está majareta por haberse enamorado;
»No le hagáis caso; por perder la cabeza le está bien empleado».

Curiosa coincidencia y más aún teniendo en cuenta que el texto árabe está escrito y cantado en el dialecto marroquí y no en árabe puro.
Y quiero terminar con una «muwassaha» de tema moralizador que figura en la «nauba» «Garibat al husain»:
«De lo que hayas dado a beber beberás sea limpio o turbio.
»La flecha que lances a otro hará blanco en ti; no habrá para ti refugio ente su hierro.
»El fruto que hayas plantado recogerás pues esta es la ley inexorable del tiempo.
»Acepta este “hadiz” auténtico que te ofrezco: “Como haya tratado el hombre así será tratado”;
»Aquel que no intranquilice el sueño de los demás podrá dormir siempre tranquilo.
»El tiempo es un mar extraordinario; pero está lleno de desgracias para el que se detiene a pensar;
»Aparta de tu lado el error y nutre tu alma de cautela».

Y con esta nota poética y musical, termino este modesto y muy sentido homenaje a mi tan querido Tetuán que deseo dedicar muy especialmente a la memoria de un grupo de intelectuales tetuaníes ya desaparecidos de algunos de los cuales me he considerado amigo y de otros alumno. De todos conservo un recuerdo fiel, afectuoso y agradecido porque ellos me han enseñado mucho de la exquisita cultura tetuaní sobre la base de un fuerte testimonio de amistad. Son los ilustres alfaquíes Sid Ahmed ben Táhar ez Zuaq, Sid Mohámmed el Murir, Sid Ahmed ben Mohámmed Erhoni, Sid Tuhami Afailal, Sid Tuhami el Uazani y Sid Mohámmed Daud.

NOTAS:
1 Centro de culto, reunión y sede de una cofradía, así como lugar de acogida de viajeros en tránsito.
2 Mechón en la frente del caballo, signo de distinción, de color blanco.
3 El famoso guerrero que se opuso a Francia en Argelia en 1830 y que más tarde fue su aliado.
4 En la cabila de Beni Tuzín durante la guerra del Rif.

* Publicado en el Boletín de la Asociación Española de Orientalistas,
año 23, p. (89)-109